La gente vive más tiempo del aconsejable y no se muere cuando es debido, según acaba de descubrir con lógica consternación el Fondo Monetario Internacional.
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Temen muy razonablemente los jerarcas del FMI que la actitud insolidaria de quienes se demoran en dejar este mundo cause graves quebrantos en la tesorería de los Estados y de las compañías aseguradoras que cargan con los pagos a esta parte tan poco productiva de la población. De ahí a fijar una edad máxima de fallecimiento no hay más que un paso; aunque, felizmente, no se contemple por ahora la aplicación de tal medida.

Lo que sugiere el alto organismo patroneado hasta hace poco por el sátiro Dominique Strauss-Kahn es dilatar unos cuantos años más la jubilación de los trabajadores y, ya que estamos, reducir también la cuantía de las pensiones que puedan cobrar en el futuro. La propuesta llega un poco tarde, al menos en España. Adelantándose a los deseos del FMI -que a menudo son órdenes-, el anterior Gobierno había retrasado ya a los 67 años la edad de retiro de los españoles, a la vez que les rebajaba el importe de su paga a los pensionistas. Todo lo más que podría ocurrir ahora es que nos prorroguen hasta los 70 o 75 años el derecho a la jubilación.

Quedan descartadas, en cualquier caso, disposiciones más extremas como la retirada de la pensión a quienes insistan en vivir más de la cuenta. No deja de ser un alivio, dada la tendencia de los gobiernos a asumir diligentemente como propias las recomendaciones del FMI.

Curioso papel el de este organismo de Naciones Unidas que nació con el propósito de facilitar el comercio internacional y -por asombroso que parezca- reducir la pobreza en el mundo. Tan benéficas intenciones chocan, sin embargo, con la función de severa madrastra asumida por el Fondo, siempre quejicoso de lo mucho que cobran los trabajadores y lo poco que producen a cambio.

Los gobiernos suelen tomarse al pie de la letra esas observaciones: y así se explica que de unos años a esta parte no paren de rebajar sueldos, engordar horarios de trabajo, rebajar pensiones, abaratar despidos y sumar años al calendario laboral de los pobres currantes.

Alentado tal vez por esa buena disposición de los gobernantes, el FMI ha dado ahora un paso más al alertarlos del "riesgo" que supone la circunstancia inesperada -y a todas luces, intolerable- de que a la gente le haya entrado el capricho de morirse más tarde de lo que debe.

Tamaña falta de solidaridad de los longevos con el resto de la población ha echado por tierra los cálculos del Fondo hasta tal punto que sus jerarcas empiezan a sentir nostalgia de los tiempos del Medievo, cuando la esperanza de vida no iba más allá de unos módicos cuarenta años.

No se trata de que el FMI quiera volver a la Edad Media o, ya metidos en harina, a las épocas de la esclavitud; aunque a veces pueda parecerlo. Quizá ocurra, sin más, que a fuerza de trabajar todo el día con números, inputs, outputs y balanzas de pagos en desequilibrio, los contables de esta poderosa organización hayan olvidado que bajo las cifras hay personas.

Gente que, en su egoísmo, aspira a palmarla lo más tarde posible sin la menor consideración para los gobiernos y las aseguradoras. A este paso, morirse va a ser un acto de patriotismo.