En estos días de abril, lo hemos sabido, en Ruanda se recuerdan dolorosamente los 20 años del genocidio que devoró esta joven y vibrante nación. Su comienzo: el 6 de abril de 1994, el asesinato del presidente Habyarimana, por radicales de un bando adverso.

En muy pocos días, como una llama en la llanura seca, el conflicto interno se extendió y se convirtió en un enfrentamiento total. El resultado: entre 800.000 y un millón de personas de todas las edades, de una población total de ocho millones, perdieron la vida de manera casi siempre horrorosa.
Ruanda
© misosoafrica.wordpress.com

La masacre se extendió durante más de tres meses, alimentada por una fobia totalmente irracional, por la pasividad de las potencias colonialistas tradicionales (muy en especial Francia), y la no-intervención de la ONU de Butros Butros-Ghali.

No fue una guerra imprevista. Su preparación, consciente, sistemática, se extendió por varios meses. Cuando ya se preveía lo que iba a advenir, los mismos soldados del contingente francés de la ONU ayudaban a entrenarse, nada inocentemente, a las milicias que iban a iniciar la masacre.

La práctica siguiente fue común: un gobernador de provincia organiza a los gendarmes para que conduzcan a la gente a dos lugares: la iglesia y el estadio. "El gobernador les dijo que era por su propia seguridad". Y vino la muerte. De hecho, en Rwanda murió más gente en iglesias que en cualquier otro lugar.

Frecuentemente con la participación activa del Clero: no pocos sacerdotes y religiosas tomaron parte en la matanza de sus congéneres... Sin embargo, no faltaron los héroes. Los sacerdotes o religiosas indígenas que quisieron impedir el paso de los asesinos... y fueron asesinados. Los que no quisieron denunciar. Los integrantes de una etnia que escondieron a los de otra etnia.

En el conflicto rwandés se encontraron algunos de los elementos diabólicos que amenazan la paz de nuestra propia Venezuela. Uno: El poder y el propósito destructor de los medios (sobre todo las emisoras de radio) que transforman la verdad y nutren sistemáticamente los odios mutuos.

El papel de la Radio Mil Colinas fue determinante en el particular: activamente portadora de enemistad e incitación al asesinato. ¿Paralelos parciales en nuestra patria? Dos: la fobia que, desde décadas atrás, oponía las distintas etnias de esta nación. ¡Intolerancia, exclusión mutua! Tres: la Iglesia de Rwanda tenía fama, antes del año 1994, de ser la flor de la corona de la evangelización africana por parte de los colonizadores.

La violencia incontenible del genocidio vino a revelar el carácter disociado de esta cristianización. Cuando se separan el amor a Dios y el respeto al hermano, tarde o temprano se abre la herida. Ninguna imagen de la Virgen María, en ninguna plaza o procesión, puede remediar esta severa distorsión.
Ruanda
© bajoelfuego.blogspot.com
En especial para los católicos, el genocidio firmó el aparente fracaso de un cuadro religioso que, a lectura superficial, parecía tan ejemplar.

La semana santa recoge el grito de dolor y abatimiento de todas estas víctimas, salvadoras hoy de su propio pueblo. Pero a su vez, cuántos errores no son de reconocer en la predicación cristiana. Allá y acá.