Asistimos a lo que la humanidad hoy considera como el pináculo del entendimiento y la razón: celebramos la sociedad de consumo moderna como el destilado productivo de una civilización avanzada. Sin embargo, aquellos marginados y excluidos -piezas necesarias para ser apetitosa la inclusión dentro de la nefasta pirámide-, observan desde una posición quizá privilegiada, preguntándose en inquietos susurros cuál será el fin de esta vorágine que hemos iniciado y continuamos alimentando.
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'Wetiko' por ohsnap_son (@Deviant Art)
¿Acaso habrá entidades más avanzadas que los humanos? ¿Por qué no existirá una escuela cósmica donde los Hermanos Mayores enseñen a comportarse a los menores? Suelen acompañar como respuesta a estas inquietudes, la imagen de una playa de arenas blancas y aguas azules; imagínese paseando por aquel idílico lugar: la suave brisa salobre junto a los sosegados ruidos del océano. ¿Cruzaría en su mente veraniega la idea de ir a ayudar a un sombrío pabellón hediondo de reclusos mentales donde los enfermos se creen cuerdos y dueños de ejercer su insana voluntad sobre otros más débiles?

Una postal del mundo moderno, controlado por psicópatas; del libro Alta Extrañeza de Knight-Jadczyk y Koehli:
Las creencias de filosofías esquizoides pronto experimentan una "manipulación" moral, mientras más individuos despiadados obtienen poder. Eventualmente se desarrolla una patocracia. Como Lobaczewski señala, es como si los internos tomaran el control del manicomio. Eventualmente, el 100% de psicópatas esenciales ocupan posiciones de autoridad y de poder. Y se mantiene a las personas normales en constante terror psicológico. Literalmente, es como vivir en el 1984 de Orwell, en donde las emociones y reacciones humanas normales deben ser internalizadas, cualquier muestra de normalidad puede resultar en un interrogatorio policial, el exilio, o peor. Uno nunca sabe cuando se está tratando con un agente del gobierno o un intrascendente informante.
¿Y cuando algún Espíritu Errante decidiese investirse con las humildes prendas para ingresar al hospicio, acaso no desoiría las advertencias de sus hermanos sobre las extrañas costumbres que tienen los enfermos de crucificar a los sanos? Sucede que los administradores y explotadores del funesto lugar (terribilis est locus iste diría el párroco Saunière) se alimentan del sufrimiento de sus enfermos; una extraña enfermedad se ha apoderado de los supuestos médicos y pacientes: la sombra arquetípica del vampiro, el Wetiko, ha cubierto los corazones.

Del libro Curar el Trauma del doctor Peter Levine:
Tres crías de leopardo habían escapado por poco de un león que las perseguía cambiando rápidamente de trayectoria y trepando a un árbol alto. Cuando el león se fue, las crías bajaron y empezaron a jugar. Por turnos, cada cría jugaba a ser el león mientras las otras dos practicaban distintas maniobras de huida. Practicaron las carreras en zigzag y después treparon al árbol hasta que su madre regresó de un excursión de cacería. Fue entonces cuando hicieron una cuantas cabriolas orgullosas alrededor de su madre, como si le explicaran su exitosa huida de las poderosas fauces de la muerte.
Creo que la raíz biológica primaria de la representación ocurre en esta fase del juego. ¿Cómo es posible que este festivo mecanismo innato de supervivencia degenere y se convierta en una representación traumática y a menudo trágica, patológica y violenta? Es importante responder a esta cuestión no sólo de interés para los individuos que sufren un trauma, sino también para la sociedad. Buena parte de la violencia que asola a la humanidad es consecuencia directa o indirecta de un trauma no resuelto que se representa mediante intentos repetidos y frustrados de restablecer un sentido de poder sobre uno mismo.
¿Pero cómo desactivar esta Sombra? Consideremos en principio que el único terreno de batalla en el que estamos autorizados a erradicarla es nosotros mismos; como plantea la psicóloga jungiana Barbara Hort en su libro Unholy Hungers (Hambrientos Impíos):
Manifestar nuestro crecimiento espiritual en las relaciones personales nos lleva a un serio desafío. Cualquier camino de desarrollo espiritual (que algunos denominan "redención" o "salvación", y en palabras de Jung se denomina individuación) puede resultar en una conclusión celestial, pero siempre implica una estadía en los infiernos.
[...] podemos protegernos con una variedad de agentes que disuaden al vampiro. Por un lado, debemos transitar siempre a luz del día, que los vampiros detestan. En términos de nuestras relaciones externas, esto significa que nunca debemos proyectar al Ser Amado sobre algo inconsciente, dado que el peligro del vampirismo yace en las tinieblas de la noche. Transitar a la luz del día implicará que cada uno arroje una sombra.
Dado que los vampiros no arrojan sombra, en el instante que no se observe o reconozca la sombra proyectada de uno o ambos -esto es, cuando parecieran ser perfectos- lo más factible será que el vampiro psíquico ha sido activado.
Si logramos identificar la sombra del vampiro en los demás, y nos reconocemos superiores por ello, esta sensación de superioridad en sí misma es un síntoma de la propia enfermedad que anida en nosotros. Paul Levi en su libro The Wetiko: The Greatest Epidemic Sickness Known to Humanity (El Wetiko(1): La Mayor Enfermedad Epidémica Conocida por la Humanidad) agrega:
En vez de reaccionar de manera inconsciente y proyectar la Sombra fuera de nosotros mismos -cuando conscientemente nos ocupamos y tomamos responsabilidad por la maldad dentro de nosotros mismos-, comenzamos a debilitar energéticamente y restar poder en la complicidad de mantener la maldad fluyendo de manera continua en nuestra realidad.
La forma adecuada de enfrentar a la enfermedad del Wetiko es atender a los desencadenantes en nuestro interior. Del mismo modo que fue través de los reflejos en su escudo como logró Perseo cortar la cabeza a la mítica Medusa, de igual forma debemos proceder nosotros: acechando a la entidad vampírica, persiguiendo el reflejo en el espejo de nuestra mente.
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El Ente, Wetiko o Arquetipo del Vampiro.
Al igual que el personaje de Drácula que se violenta al ver reflejado el horror de su ser en el espejo, se necesita actuar con cautela y de manera indirecta pues, como coinciden Levi y Hort, la maldad del wetiko puede ser demasiado poderosa como para encararla de frente; poner en evidencia las consecuencias de las conductas detrimentales de un victimario durante un episodio de abuso terminará por escalar a un más la pesadilla; e incluso es peligroso hacerlo cuando el abusador no esté atacando, pues el reconocer el daño provocado puede ser tan doloroso que detonará un episodio de fuga, reanimando al arquetipo del vampiro para destruir toda huella de remordimiento.

Esta advertencia nos permite inferir que el victimario es o fue también una víctima, y que probablemente sus episodios de fuga (que concluyen en la interposición del arquetipo vampírico, pues en términos poéticos, el Cosmos siente aversión por el vacío) son resultado de un trauma anterior. El doctor Levine comenta:
Por diversos motivos, el método preferido por nuestra cultura es dirigir la violencia contra uno mismo. Obviamente, resulta más fácil así mantener una estructura social que parece controlarse a sí misma. Sin embargo, creo que existe otra razón más precisa: al interiorizar nuestra propensión natural para resolver los incidentes que amenazan la vida, negamos incluso que exista esa necesidad, y que permanece oculta.
Esta conclusión es interesante pues a diferencia de los animales, el ser humano carece de un sistema de creencias estándar donde sea posible identificar con facilidad a un predador superior invisible o con capacidad en interferir dentro de la propia mente; carente de dicha posibilidad de representación, el subconsciente continuará recreando la situación indefinidamente al no completar el rompecabezas. Asimismo, el ciclo urobórico del trauma proveería de un destilado emocional persistente a entidades que se benefician de estas condiciones negativas.