17 de enero de 1966. Dos aviones del Ejército de Estados Unidos, un KC-135 y un bombardero B-52, chocan en pleno vuelo sobre las costas de Almería. Los cuatro tripulantes del primero fallecen en el acto, al igual que tres de los que iban a bordo del B-52. En éste último viajaban además cuatro bombas termonucleares, más potentes que las arrojadas en Hiroshima y Nagashaki, de las que tres cayeron en tierra y la otra en el mar. Dos fueron recuperadas, mientras que las otras dos explosionaron liberando parte de su carga.

palomares
Manuel Fraga satisfecho y feliz de bañarse en aguas contaminadas de radiación atómica.

Comenzó entonces un periplo vergonzante: los guardias civiles enviados por el gobierno franquista para limpiar la zona no contaron con protección alguna, a diferencia del equipo estadounidense. El gobierno del dictador quiso tranquilizar a la población, minimizar el posible daño al turismo y, al mismo tiempo, escenificar sus buenas relaciones con el gobierno presidido por Lyndon B. Johnson con el célebre baño en la playa de Palomares (Almería) de Manuel Fraga junto al embajador de EE UU, Angier Biddle Duke. Aún no se había localizado la bomba caída en el mar, que aparecía 80 días después del accidente gracias a la colaboración de "Paco el de la bomba", un humilde pescador que guió a los militares estadounidenses hacia su objetivo para, acto seguido, seguir pescando como si nada hubiera ocurrido.

Resignación e indiferencia

La tierra siguió contaminada. Y seguiría estándolo durante mucho tiempo. Los vecinos de Palomares se acostumbraron a vivir frente a 50.000 metros cuadrados de terreno que suponían el mayor foco radiactivo de toda España. Periódicamente, se sometía a la población a análisis de sangre para controlar la incidencia de la radiación, lo que para muchos era más que suficiente ante la ausencia aparente de consecuencias para la salud. El incidente quedó prácticamente olvidado, casi sepultado en el tiempo como una fotografía de otra época, hasta que a finales de los años 90 el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas(Ciemat) detectó en la zona niveles anormalmente altos de americio, producto de la descomposición del plutonio y mucho más volátil y peligroso que éste: se hallaron niveles 20 veces superiores a los considerados aceptables.

El contratiempo chocaba frontalmente con el momento de burbuja inmobiliaria que vivía España: el Ayuntamiento de Cuevas de Almanzora, al que pertenece Palomares, tenía previsto multiplicar por 10 la población de la localidad construyendo innumerables urbanizaciones, muchas de las cuales siguen hoy a medio hacer. En 2003, el Gobierno expropió las tierras contaminadas para impedir su uso y éstas quedaron valladas. Pero el tema siguió sin quedar zanjado: ocho años después, Ecologistas en Acción denunciaba que la radiactividad seguía creciendo día a día y entrañaba un grave riesgo para la población.

Hoy, cuando está a punto de cumplirse medio siglo de aquel incidente, Estados Unidos se ha comprometido a terminar las tareas de limpieza coincidiendo con la visita a Madrid del secretario de Estado, John Kerry, en un acuerdo que contempla el traslado a Nevada de los deshechos. "Bien está lo que bien acaba", ha señalado en rueda de prensa el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, frente a un sonriente Kerry. "La voluntad es hacerlo ya, cuanto antes, para que Palomares vuelva a la normalidad que tenía antes de 1966″, ha apostillado el ministro.