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Me asombra el asombro que muestran los líderes occidentales respecto a Gadaffi. Es como si, de repente, hubieran descubierto que Gadaffi es un dictador. De repente le conminan a que respete los derechos humanos, a que se vaya y facilite la transición. Lo mismo ha sucedido con Hosni Mubarak y con el tunecino Ben Ali.

En política exterior cada país va a lo suyo, e incluso el mismísimo Zapatero durante su reciente viaje por los emiratos ha dejado claro que hay intereses que están por encima de otros intereses. Y en eso están todos los dirigentes políticos de ahora, de antes y los que vendrán.

Para los gobernantes, también para los de nuestro mundo, los intereses económicos están por encima de los derechos humanos. Así de terrible, pero así de claro. Los países de la Unión Europea por no ir más lejos, con una falta absoluta de escrúpulos mantienen relaciones con dictadores y reyes, porque la doctrina que prevalece es la de los intereses económicos.

Luego nos preguntaremos por qué en el llamado Tercer Mundo abominan de Occidente. Y es que lo que defendemos para nosotros, es decir Estados democráticos, libertad, respeto escrupuloso a los derechos humanos, no los defendemos para quienes sufren bajo la bota de dictadores como Gadaffi o Mubarak. Es como si los gobernantes occidentales pensarán que hay dos tipos de personas, las que están en este lado del mundo, el nuestro, y los otros.

Gadaffi no sólo es un dictador, si no que su régimen ha estado detrás de acciones terroristas y, sin embargo, a cambio de dinero y de petróleo, Occidente le perdonó sus maldades.

Pero ya digo que de un día a otro la Unión Europea y Estados Unidos se han caído del guindo y emiten durísimos comunicados contra el dictador libio. Mientras, hay una auténtica emergencia humanitaria en las fronteras de Libia con Egipto y Túnez y sin que la comunidad internacional haya hecho nada efectivo hasta el momento.

En realidad, es una vergüenza la inacción de las grandes potencias occidentales, de la ONU y de todos aquellos organismos internacionales que podrían y deberían intervenir para ayudar a los ciudadanos libios.

Saben, a mí me produce una enorme irritación que nuestros gobernantes nos tomen por tontos y de repente hagan como si hubieran descubierto que Gadaffi es un malvado.

Creo que la Unión Europea, y también Estados Unidos, deberían de replantearse su grado de compromiso con determinados regímenes que violan constantemente los derechos humanos. En política no vale todo, y en cuestiones económicas tampoco. Debería de prevalecer un cierto código ético que evite que gobernantes democráticos confraternicen, en nombre de intereses económicos, con dictadores y sátrapas. Lo que queremos para nosotros debe de ser lo mismo que queramos para el resto de los ciudadanos del mundo. Esas fotos de todos los dirigentes europeos y estadounidenses de los últimos veinte o treinta años riéndole las gracias a Gadaffi son una muestra de lo que no debería de ser la política.