Son más de 400 huellas en un área no más grande que una cancha de tenis. Las personas que por aquí pasaron lo hicieron hace miles (y miles) de años y caminaron en muchas direcciones.
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© Robert Clark, National Geographic
La primera vez que la geóloga Cynthia Liutkus-Pierce llegó a las faldas del volcán Ol Doinyo Lengai, en Tanzania, se le salieron las lágrimas. No habían huesos ni restos de utensilios. Lo que había a sus pies era lo que parecían decenas de huellas.

Pisadas de seres humanos que hace miles de años habían estado en ese mismo sitio donde ella se encontraba.
"Esta es una oportunidad increíble de ver el comportamiento de nuestros ancestros", le dice a BBC Mundo la experta de la universidad estatal Appalachian, en Carolina del Norte, Estados Unidos. "Esto es una instantánea en el tiempo".
Las huellas, que habían quedado como quien pisa el cemento fresco, han resistido al paso de los milenos gracias a las particularidades de este volcán que los masái llaman "Montaña de Dios".

Aquellos humanos, que a juzgar por el tamaño de las pisadas y la distancia entre los pasos los expertos consideran se trató de mujeres y niños, habían pasado por esta zona poco después de que el volcán hiciera erupción.

Una vez que la ceniza se asentó, fue perfecto para que estos antepasados dejaran su impronta. De acuerdo con análisis de carbono, estas pisadas pueden tener entre 5.800 y 19.100 años de antigüedad.

Es decir, pudo tratarse de la época en que se empezó a desarrollar la agricultura y a formarse las primeras civilizaciones, o de cuando los homo sapiens estaban saliendo de la última glaciación.

De 50 a 400
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Al principio Liutkus-Pierce confiesa que pensó que las huellas no eran tan antiguas, pues parecía como si las pisadas se hubieran hecho con una suela.
"No nos dimos cuenta que había que limpiar estas huellas", señala. "Y cuando lo hicimos, vimos que estas personas estaban descalzas".
Primero vieron unas 54 huellas que, con cuidado de no destruirlas, midieron con sus propios pies y siguieron las pisadas para averiguar para dónde iban y por dónde venían.
"Siempre con medias -o alguna tela de algodón- pusimos nuestros pies al lado de estas pisadas", cuenta la experta.
"Creo que es algo natural. Seguimos las pisadas para ver se trató de una caminata cómoda".
Esto les hizo darse cuenta que un individuo tuvo que haber estado corriendo, pues la distancia entre una pisada y otra era tan larga que sólo lo pudo hacer dando zancadas.

Luego se dieron cuenta que habían muchas más.

Pie roto
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"Cuando vimos que habían más de 400, nos emocionamos. Y hay muchas más que no se han excavado", dice la científico cuyo estudio fue hecho con el apoyo del Comité para la Investigación y Exploración de la National Geographic Society.

Todas están en un área no mayor a una cancha de tenis, cruzándose en el barro cementado de Engare Sero, al sur del lago Natron.

Algunas de las huellas indican que hubo una marcha a un ritmo de 1km por 10 minutos.

Y en un caso, la marca de un pie grande indica que por ahí pasó un hombre que quizás tenía el dedo gordo del pie roto.

Si bien los análisis ofrecen un espacio de edad amplio, Cynthia Liutkus-Pierce considera que estas huellas están más cerca de tener 19.000 años que 5.000.
"Mientras más datos analizamos, más cerca estamos de esa fecha", asegura. "Esto lo podemos ver por los minerales que hay en las huellas. Notamos que reaccionan con agua salina alcalina".
"Y la única zona salada cerca es el lago que hace más de 10.000 años era más grande y pudo haber inundado esa zona", agrega.
¿Por qué pasaron por ahí?
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La experta explica que con frecuencia los humanos se concentraban en las márgenes de los lagos.
"Pienso que por aquí tuvo que haber alguna fuente de agua fresca y estas personas la estaban buscando".
Los lagos son salados, así que no podían tomar agua de ahí.

Paro algunos estudios de suelo -en los que se han encontrado fragmentos de plantas- sugieren que por ahí tuvo que haber agua dulce.

En cuanto a la cantidad y concentración de huellas, Liutkus-Pierce considera lógico que se tratase de mujeres y niños, eran estos los que han debido ser los encargados de recolectar frutas y agua mientras los hombres se dedicaban a la caza.
"Es fácil de imaginar que salieran en grandes grupos", agrega. "Especulamos que hayan sido unas 18 personas que en cuestión de horas se movieron en distintas direcciones".
Hoy en día, casi todo aquel que visita el sitio no puede resistir la tentación de medir su pie a esos dejados hace tanto tiempo.

"Es fantástico poner tu pie sobre estas marcas", confiesa la científico. "Este es un sitio tan increíble que cada vez que me voy me entristezco".