Dietary Guidelines for Americans
No hay nada que me pueda irritar tanto como ver un titular sobre nutrición o comida en alguna forma u otra, que yo sepa desde el principio que está mal, y luego mirar cómo adquiere impulso más allá de lo que debería, dado que está mal. Aunque es divertido destrozar estas cosas de vez en cuando, el hecho de que los investigadores, periodistas o instituciones gubernamentales puedan salirse con la suya es frustrante.

Es por eso que siempre es divertido ver a alguien en una posición de alto nivel, como un científico de verdad, desgarrando el estado corrupto de la ciencia nutricional. Por suerte, un científico así -en realidad dos- han dado un paso al frente. Traigan sus palomitas de maíz, amigos.

Edward Archer, Director de Ciencias de EvolvingFX, y Carl "Chip" J. Lavie, Director Médico de Rehabilitación Cardíaca y Cardiología Preventiva de la Escuela Clínica Ochsner de la Facultad de Medicina de la Universidad de Queensland, han escrito una carta abierta a las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina. La carta, publicada en el sitio web de Real Clear Science, es esencialmente una queja contra las Academias por ignorar la naturaleza problemática de los métodos de recolección de datos usados en su informe "Rediseñando el Proceso para Establecer las Guías Dietéticas para los Estadounidenses".

Ése fue un párrafo complejo, así que digamos en otras palabras que algunos científicos serios están destrozando a unos tipos del "Ministerio de la Verdad".

Pero más que una simple queja, la carta, y en particular la introducción de la misma, acusa a toda la industria de "censura basada en el consenso"; es decir, la idea de que una vez que un organismo ha alcanzado el consenso, ignorará, refutará o atacará cualquier información que sea contraria a ese consenso.

La carta comienza con una introducción que comenta el estado actual de la ciencia nutricional:
La "nutrición" es ahora un paradigma de investigación degenerativo en el que métodos científicamente inadecuados, datos sin sentido y la censura impulsada por el consenso dominan el panorama empírico. Desde la década de 1950, hubo un consenso ingenuo, pero políticamente oportuno, de que la dieta habitual de una persona podía medirse simplemente preguntando lo que recordaba haber comido y bebido. A pesar de la naturaleza crédula e infalsificable de este método basado en la memoria, los investigadores lo utilizaron para producir cientos de miles de publicaciones y adquirir miles de millones de dólares de los contribuyentes.

Con el tiempo, la financiación continua de métodos de investigación demostrablemente pseudocientíficos ha subvertido la naturaleza autocorrectiva de la ciencia y ha suprimido la investigación escéptica. Consecuentemente, muchas décadas de darle prioridad a las políticas por encima de la investigación crítica produjeron directrices dietéticas contradictorias, políticas públicas fallidas y una confusión continua sobre "qué comer".

Para contrarrestar este flagrante analfabetismo científico, publicamos análisis que mostraban que las dietas reportadas por los mismos sujetos en estudios epidemiológicos eran fisiológicamente inverosímiles y no podían sustentar la supervivencia. Sin embargo, a pesar de nuestros hallazgos y conclusiones decisivas, los buscadores del consenso simplemente ignoraron nuestros resultados y ofrecieron mera retórica y ataques ad hominem para contrarrestar nuestros datos.
¡Suena a una descripción bastante acertada! Si algo va en contra del consenso, el "oficialismo" lo ignora, le da la vuelta, lo ridiculiza, o ataca a la gente que lo propone. Sólo añadiría otro paso más: que mientras se hace esto, los censores impulsados por el consenso difunden ampliamente la opinión consensuada en los medios de comunicación masivos para que la contraevidencia suene cada vez más inverosímil. Con las Directrices Alimentarias para Estadounidenses (DGA por sus siglas en inglés), han estado haciendo esto por 40 años.

Mientras que Archer y Lavie sólo destacan un aspecto problemático de la corrupción de la ciencia, es decir, el uso de "métodos basados en la memoria" poco fiables para la recopilación de datos, es decir, cuestionarios alimentarios, los problemas de la ciencia nutricional corrupta van mucho más allá. Parece que hay muchas maneras en que los "científicos" pueden censurar o alterar su propio trabajo, o el trabajo de otros, para conformarse al consenso en lugar de comprometerse con una búsqueda honesta de la verdad: equiparar la correlación con la causalidad; contradecir los hallazgos de un estudio (o dar explicaciones para descartarlos) en términos abstractos; generalizar los resultados a una población no representada en la muestra; escoger los sujetos del estudio para obtener los resultados deseados; ignorar factores de confusión; etc, etc., una y otra vez. Utilizar métodos de recolección de datos defectuosos es simplemente una de las herramientas de su arsenal para mantener el consenso.

Pero en realidad, intentar llegar a un consenso va en contra de lo que debería ser la misión de cualquier científico: llegar a la verdad. Una vez que un científico descubre la verdad, el consenso seguramente le seguirá (o debería seguir). Empezar desde la posición de que necesitar consenso para avanzar es partir de una premisa errónea, sobre todo si uno hace suposiciones sobre la forma que debería adoptar ese consenso (a menudo motivado por el financiamiento para lograrlo).

Sin embargo, la queja actual no es realmente sorprendente dado lo que han sido las directrices alimentarias para los estadounidenses desde su creación en 1977. Cuando la comisión McGovern dio a conocer sus recomendaciones dietéticas, se encontraron con una tormenta de objeciones. Entre los detractores destacan no sólo la Asociación Médica Estadounidense, que desde entonces se ha sumado a las recomendaciones, sino nada más y nada menos que la Academia Nacional de Ciencias, a la cual Archer y Lavie se dirigieron en su carta 40 años después. Qué tanto hemos caído.

En una audiencia celebrada para abordar algunas de las preocupaciones de las nuevas recomendaciones dietéticas en 1977, cuando las directrices fueron introducidas por primera vez, Phillip Handler, jefe de la Academia Nacional de Ciencias en ese momento preguntó: "¿Qué derecho tiene el gobierno federal para proponer que el pueblo estadounidense realice un vasto experimento nutricional, con ellos mismos como sujetos, sobre la base de tan poca evidencia?".

Aparte de esto, el Consejo de Alimentación y Nutrición de la Academia Nacional de Ciencias emitió sus propias directrices dietéticas, declarando que "no hay razón para que el estadounidense promedio saludable restrinja el consumo de colesterol, o reduzca la ingesta de grasas". Y tenían razón. ¿Pero hemos visto estas recomendaciones reflejadas en las recomendaciones dietéticas dadas al público por el gobierno estadounidense desde entonces? No. No, no lo hemos visto. ¿Y esperamos que las Academias Nacionales de Ciencias hagan cambios significativos en las directrices, quizás regresando a su escolaridad escéptica original? No. No, no lo esperamos.

Así que tenemos un cuerpo gobernante, que originalmente objetó a las recomendaciones dietéticas federales por proponer un "vasto experimento nutricional... sobre la base de tan poca evidencia," que ahora está a cargo de ajustar cómo se recolectan los datos para hacer esas mismas recomendaciones. No sería tan mala idea que estuvieran a cargo de ello, a condición de que tuvieran la postura que tuvo su ex presidente en 1977 (lo cual no está garantizado), y que consiguieran que uno de sus críticos les ayudara a diseñar la recopilación de datos para hacer mejorías.

Sin embargo, dadas las quejas de Archer y Lavie, están ignorando evidencia que sugiere que el consenso está equivocado. En otras palabras, un opositor a la construcción del consenso de las directrices originales es ahora una de las instituciones que trabajan para mantener el consenso. Está claro que, 40 años después, las Academias Nacionales de Ciencias se han alineado con la censura impulsada por el consenso, y que la ciencia verdadera se vaya al diablo.

Los gobiernos no están buscando la verdad cuando se trata de recomendaciones dietéticas. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA por sus siglas en inglés) adora las pautas dietéticas que promueven el gran consumo de granos, lácteos, maíz y soya porque su misión es vender estas cosas. La política alimentaria no se basa en una ciencia sólida, sino en mutuas concesiones entre la ciencia alimentaria, el cabildeo de la industria y, como ha ocurrido en algunos casos, los caprichos personales de quienes hacen las políticas. Así pues, lo que domina las recomendaciones alimentarias de los profesionales del sector no es la verdad sobre cómo debería ser una dieta humana ideal, sino, de hecho, todo lo contrario. Los humanos no alcanzan ni mantienen la salud operando a través del consenso. Lo hacen evitando el consenso a toda costa.