Un equipo internacional, con participación de la Universidad de Granada (UGR) (España), ha analizado datos arqueológicos, genéticos y de isótopos estables para determinar que gran parte del origen genético de la población de la península ibérica se debe a la influencia de una ruta migratoria prehistórica procedente de Anatolia (la actual Turquía), que llegó hace menos de 8.000 años a través del norte del mar Mediterráneo.
Imágenes de los restos analizados genéticamente en la Cueva de los Cuarenta en Córdoba.
© Rafael M. MartínezImágenes de los restos analizados genéticamente en la Cueva de los Cuarenta en Córdoba.
Este movimiento es único respecto a las migraciones que, provenientes de Europa del este, conformaron el acervo genético de gran parte del continente europeo hace alrededor de 5.000 años. La investigación se publica esta semana en la revista PNAS.

El equipo de investigación, en el que trabaja el científico del departamento de Prehistoria y Arqueología de la UGR Rafael M. Martínez Sánchez, ha analizado restos humanos prehistóricos del norte y sur de España, entre los que destacan los procedentes del yacimiento arqueológico de El Portalón (Atapuerca, Burgos) y el de la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Córdoba).

En Zuheros se ha secuenciado el genoma de un agricultor neolítico con 7.245 años de antigüedad -el genoma secuenciado más antiguo del sur de la península- representante de la cultura neolítica de la cerámica a la Almagra.

Hasta el final del último periodo glacial, hace unos 11.000 años, Europa estuvo habitada por grupos de cazadores recolectores de piel oscura y ojos claros, pero dos migraciones importantes durante los últimos 8.000 años tuvieron impactos masivos en el estilo de vida y el acervo genético de las poblaciones del continente.

En primer lugar, grupos originarios de Oriente Medio y Anatolia introdujeron prácticas agrícolas y ganaderas durante el Neolítico Antiguo. Posteriormente, hace algo menos de 5.000 años, grupos de pastores de las Estepas Pónticas (la llanura que se extiende al norte del Cáucaso) se expandieron por el continente europeo, extendiendo el caballo doméstico y las lenguas indoeuropeas.

Como ambos movimientos se originaron en el este, las partes más occidentales del continente fueron las últimas en ser alcanzadas por dichas migraciones. Algunos estudios recientes han demostrado que estos trasvases de población sustituyeron más de la mitad del patrimonio genético de Europa central y septentrional. "Hasta ahora se sabía poco sobre la influencia de estos sucesos en las poblaciones ibéricas, especialmente en las zonas más meridionales como Andalucía", explica Martínez.

Los primeros agricultores llegaron a la península ibérica a través de una ruta costera muy rápida por el norte del mar Mediterráneo, vía Grecia, Italia y sur de Francia. El estudio demuestra que los neolíticos ibéricos presentan diferencias genéticas con los agricultores que se asentaron en el centro y norte de Europa.
"Esto sugiere que la mayor parte de los antepasados de los primeros agricultores de Iberia formaron parte de los primeros pueblos neolíticos que emigraron a la península, siguiendo la ruta costera del norte del Mediterráneo, y que las aportaciones posteriores de sus homólogos centroeuropeos fueron menores", dice la arqueogenetista Cristina Valdiosera, de La Trobe University (Australia), una de la autoras principales.
Los agricultores migrantes que recorrieron la ruta mediterránea hasta llegar a la península muestran una fuerte conexión genética con los modernos habitantes de la isla de Cerdeña, por lo que "podríamos considerar a los sardos modernos como descendientes relativamente directos de la gente que difundió las prácticas agrícolas en toda la región mediterránea hace unos 8.000 años", añade Mattias Jakobsson, genetista en la Universidad de Uppsala (Suecia) y otro de los autores.

A pesar de que distintos investigadores sugirieron otras entradas potenciales de población en Iberia, procedentes de regiones como el norte de África o Europa continental, los autores no han encontrado diferencias regionales sustanciales dentro de la península ibérica.

El estudio indica que los primeros agricultores ibéricos muestran niveles notablemente bajos de diversidad genética, de manera que la primera oleada de migración oriental que se estableció en la península debió ser relativamente pequeña. Tras un período inicial de baja diversidad, las poblaciones recién llegadas crecieron en tamaño y acabaron mezclándose con aportes de cazadores-recolectores locales, aumentando la variedad genética en períodos posteriores.

El hecho de que los representantes del Neolítico Antiguo andaluz correspondan al mismo flujo poblacional de los individuos asociados a la cultura Cardial tiene importantes implicaciones, descartando por el momento la vía africana en la llegada del Neolítico a las costas andaluzas.

Ello se viene a sumar a las evidencias despejadas recientemente, en estudios en los que también han participado algunos investigadores responsables de este trabajo, "en los que se demuestra la influencia directa de los primeros agricultores ibéricos en la difusión del Neolítico, de la agricultura y la ganadería en el Norte de África, en lugar de la tesis inversa defendida por otros autores", indica Martínez.

Estudios recientes han demostrado que la migración masiva de los pastores de las Estepas Pónticas durante la transición entre finales del Neolítico y la Edad del Bronce es responsable de una importante renovación poblacional en Europa central, septentrional y en las islas británicas.

Los autores concluyen en este estudio que la influencia genética de esta migración en los europeos contemporáneos del suroeste, es decir, los ibéricos prehistóricos, fue menor. Se confirma así que la historia genética de Iberia fue única, ya que ha sido influenciada en su mayor parte por la principal migración prehistórica asociada a la introducción de las prácticas agrícolas y ganaderas, denominada revolución neolítica. (Fuente: Universidad de Granada)