Los investigadores descubrieron que los monos rhesus machos que tienden a evitar el juego grupal, el aseo mutuo y otras actividades sociales tienen algo muy en común con los niños que padecen un trastorno del espectro autista (TEA). En ambos casos, hay niveles inusualmente bajos de una hormona llamada vasopresina.
vasopresina
© AFP / GettyAl igual que los humanos, los monos rhesus abarcan todo el espectro de la sociabilidad. Una diferencia hormonal encontrada entre los ejemplares más sociables podría arrojar luz sobre el autismo.
En el cuerpo, la vasopresina ayuda a regular la presión arterial y la retención de líquidos. Pero específicamente en el cerebro, desde hace tiempo se sabe que desempeña un papel importante en el comportamiento social, sexual y de crianza. Debido a que interactúa con las hormonas masculinas, como la testosterona, algunos científicos sospechan ahora que podría estar implicada en el autismo, que afecta a los varones aproximadamente cuatro veces más que a las niñas.

Por ello, los investigadores de la Universidad de Stanford, UC San Francisco y UC Davis decidieron explorar si los niveles de vasopresina podrían ser un marcador biológico para el autismo. Tanto en humanos como en monos rhesus, descubrieron, los niveles de la hormona en el líquido cefalorraquídeo -generalmente una pista de su concentración en el cerebro- eran notablemente más altos en individuos sin déficits sociales que en los miembros menos sociables de ambos grupos.

Sus hallazgos, publicados esta semana en la revista Science Translational Medicine, podrían revelar algunos secretos clave sobre un trastorno que aqueja a más de 3,5 millones de estadounidenses. El informe más reciente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) encontró un trastorno del espectro autista en uno de cada 59 niños estadounidenses estudiados.

Identificar un "biomarcador" para el autismo sería un descubrimiento valioso.

Se cree que el autismo surge de una variedad de factores genéticos y ambientales, y sus características definitorias -que incluyen dificultades de comunicación, habilidades sociales alteradas, conductas repetitivas y agresión- varían ampliamente conforme su gravedad. El trastorno generalmente se diagnostica sobre la base de una lista de de comportamientos, y a menudo demasiado tarde (en promedio, poco antes del cuarto cumpleaños del pequeño) para que las intervenciones conductuales surtan pleno efecto.

Contar con una prueba fisiológica para el autismo podría facilitar el diagnóstico temprano. Además, ayudaría a distinguir algunas formas de la enfermedad de otras, o a predecir su gravedad probable. Y si ese biomarcador también fue un factor en su causa, los investigadores podrían obtener nuevas formas de tratar la enfermedad.

"Estos son datos preliminares, convincentes e interesantes, pero aún tenemos mucho seguimiento por hacer", advirtió la líder del estudio, Karen J. Parker, quien dirige el Programa de Investigación de Neurociencias Sociales de Stanford. La experta destacó que el equipo ya inició un ensayo clínico para explorar la seguridad y efectividad de la vasopresina intranasal como tratamiento para niños con autismo.

Los investigadores comenzaron a trabajar con un grupo de macacos rhesus, conocidos por su sociabilidad. Los 30 ejemplares tenían edades comprendidas entre uno y cinco años, y ya habían sido ampliamente observados por investigadores del California National Primate Research Center, en la Universidad de California en Davis.

Sobre la base de esas observaciones, los investigadores sedaron a los 15 monos más sociables y a 15 de los menos extrovertidos del grupo. Luego tomaron muestras del líquido cefalorraquídeo y compararon los niveles hormonales en cada grupo.

Usando modelos estadísticos y una forma de aprendizaje automático para clasificar el estado del autismo de cada macaco, las mediciones cerebroespinales de vasopresina surgieron como "un marcador clave de las diferencias grupales", escribieron los autores. Además, convalidaron ese hallazgo en un grupo adicional de 30 monos machos.

Para obtener una confirmación preliminar de sus descubrimientos en humanos, recurrieron a un acopio existente de líquido cefalorraquídeo recogido de niños en centros médicos del norte de California. En este análisis, siete pequeños con trastorno del espectro autista fueron comparados con siete menores sin él (todos los sujetos del estudio se habían sometido al incómodo procedimiento por razones de salud no relacionadas con su funcionamiento social).

Efectivamente, los niveles de vasopresina de los pequeños fueron "suficientes para distinguir los casos de [trastorno del espectro autista] de los controles", escribieron los autores.

La conexión no fue perfecta: dos de los siete que habían recibido un diagnóstico de autismo mostraron lecturas de vasopresina que caían dentro del rango de niños sin dicho diagnóstico. Pero entre los siete menores sin diagnóstico de TEA, los niveles de vasopresina eran mucho más altos, a veces por un factor de dos o tres, que en los cinco restantes.

Parker, profesor de psiquiatría y ciencias del comportamiento en Stanford, consideró que los hallazgos del estudio, por ahora, están limitados a los varones, no solo porque todos los sujetos estudiados lo eran, sino porque la vasopresina interactúa con las hormonas sexuales y puede jugar un papel diferente en los niños que en las niñas.

En las niñas y mujeres, la hormona oxitocina es poderosa para promover la crianza y la confianza. Los investigadores han afirmado en muchos estudios que también puede actuar de forma diferente en personas con discapacidades sociales, y es actualmente investigada como tratamiento para el autismo.

Pero en hombres y mujeres, los niveles de oxitocina aumentan y disminuyen a lo largo del día, en gran parte en respuesta a señales sociales tales como el llanto de un bebé o mirar a nuestro perro. El nuevo estudio detectó que los niveles de vasopresina, por el contrario, permanecen estables durante largos períodos. Esa es otra pista de que podría estar implicada en el autismo.

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