La educación que recibimos en nuestra infancia y el tipo de relación que establecemos con nuestros padres deja profundas huellas. Su atención o desatención, sus críticas o elogios, determinan el estilo de apego que desarrollaremos y tiene un enorme impacto en la imagen que nos formamos de nosotros, nuestra autoestima y la actitud que asumimos ante la vida.

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Sin embargo, todo parece indicar que las consecuencias de las críticas en la infancia no se limitan al plano psicológico sino que incluso alteran la configuración del cerebro. Neurocientíficos de la Universidad de Binghamton han descubierto que cuando los padres critican excesivamente a sus hijos, se afectan las zonas cerebrales dedicadas al procesamiento de los estados emocionales ajenos.

Las críticas constantes de los padres bloquean el procesamiento emocional de los niños

¿Criticar a los niños puede cambiar el modo en que su cerebro percibe y procesa la información emocional? Esta fue la pregunta que se plantearon algunos neurocientíficos y para responderla reclutaron a 87 niños con edades comprendidas entre los 7 y 11 años.

Antes, pidieron a los padres que hablaran sobre su hijo durante cinco minutos. Así pudieron valorar el nivel de crítica de los progenitores. A continuación analizaron la actividad cerebral de los niños mientras estos veían una serie de imágenes de rostros que mostraban diferentes emociones. Descubrieron que los hijos de padres muy críticos prestaban menos atención a todas las expresiones faciales emocionales, sin hacer distinción entre emociones positivas o negativas.

En práctica, los niños sometidos a críticas constantes evitan prestar atención a los rostros que expresan cualquier tipo de emoción. Obviamente, a la larga ese comportamiento podría afectar sus relaciones con los demás e incluso podría ser una de las razones por la cual los niños expuestos a altos niveles de crítica corren un riesgo mayor de sufrir depresión y ansiedad.

Para evitar el malestar que generan las críticas, el cerebro infantil se "desconecta"

Todos tenemos la tendencia a evitar las cosas que nos hacen sentir incómodos, ansiosos o tristes porque esos sentimientos son aversivos. Podemos poner en práctica diferentes estrategias para evitar esas situaciones pero se ha apreciado que los niños cuyos padres son muy críticos son más propensos a utilizar estrategias de afrontamiento evitativo cuando están en peligro.

En realidad, se trata de un mecanismo de protección básico: cuando una situación no nos gusta pero no podemos escapar, nuestro cerebro tiende a "desconectarse". Es exactamente lo que nos pasa cuando estamos en una reunión aburrida de la que no podemos librarnos. Sin embargo, esta situación es peligrosa cuando se repite durante mucho tiempo a lo largo de toda la infancia ya que el cerebro infantil no logrará establecer las conexiones necesarias para procesar adecuadamente la información emocional.

Los niños que son víctimas de críticas constantes evitarían centrarse y procesar las expresiones emocionales de enfado, disgusto o incomodidad de sus padres para no experimentar los sentimientos aversivos que estas generan. Como resultado de esa mutilación del sistema de procesamiento emocional, tampoco son capaces de notar las expresiones positivas de los demás.

De hecho, no es el primer estudio que analiza el impacto a nivel cerebral de una crianza negativa. Una investigación anterior realizada en la Escuela de Medicina de Harvard desveló que los gritos dañan el cerebro infantil, específicamente el vermis cerebeloso, una zona fundamental para mantener un buen equilibrio emocional.

¿Cómo lograr que una crítica sea realmente constructiva para los niños?

Existen dos tipos de críticas: la crítica destructiva, que no lleva a ninguna parte y solo genera malestar, y la crítica constructiva, que nos permite crecer. Por desgracia, se estima que 9 de cada 10 críticas "constructivas" realmente no lo son.

¿Cómo pueden asegurarse los padres de que las críticas que realizan a sus hijos realmente les ayudan a madurar?

- Hay que centrarse en el comportamiento, no en el niño. Eso significa no usar etiquetas generalizadoras como "eres desorganizado". Hay que ser lo más precisos posible y decir: "no has recogido tus juguetes, eso no está bien".

- Informarse antes de criticar ya que muchas veces criticamos suponiendo que nuestras conjeturas son ciertas. Por tanto, antes de dar rienda suelta al enfado o la decepción, siempre hay que preguntar qué ha sucedido, escuchar la versión del niño e intentar comprender su perspectiva, aunque eso no significa que la compartamos. Sin embargo, una crítica desde la empatía es mucho más constructiva.

- Enfocarse en la solución, más que en recalcar el error. Todos cometemos errores, pero si la crítica se queda en ese nivel, no servirá para crecer. Por eso, es conveniente preguntarle al niño qué puede hacer para solucionar el problema o proponerle directamente algunas soluciones.

- Introducir un elemento positivo. Se dice que por cada crítica se necesitan cinco elogios. Y lo cierto es que nunca viene mal una de cal y otra de arena. Por tanto, no hay que limitarse a resaltar lo negativo, debemos reforzar las características positivas del niño. Por ejemplo, puedes decirle: "Fue genial que ayer recogieras tus juguetes sin que te lo recordara, me gustaría que todos los días fueran así puesto que eres un niño responsable".
Fuente: James, K. M. et. Al. (2018) Parental Expressed Emotion-Criticism and Neural Markers of Sustained Attention to Emotional Faces in Children. Journal of Clinical Child & Adolescent Psychology; 1-10.