Nada menos que el futuro de la política en Occidente - y en todo el Sur Global - se está jugando en Brasil. Despojadas de su esencia, las elecciones presidenciales brasileñas representan un choque directo entre la democracia y el neofascismo de principios del siglo XXI, de hecho entre la civilización y la barbarie.

Jair Bolsonaro
© DesconocidoEl "ultraderechista" y "populista" Jair Bolsonaro, candidato a presidir Brasil.
Las repercusiones geopolíticas y económicas mundiales serán inmensas. El dilema brasileño ilumina todas las contradicciones que rodean la ofensiva populista de derecha en Occidente, yuxtapuestas al colapso inexorable de la izquierda. Las apuestas no podrían ser más altas.

Jair Bolsonaro, partidario absoluto de las dictaduras militares brasileñas del siglo pasado, que ha sido normalizado como el "candidato de extrema derecha", ganó el domingo la primera vuelta de las elecciones presidenciales con más de 49 millones de votos. Eso representa el 46 por ciento del total, poco más que la mayoría necesaria para una victoria rotunda. Esto en sí mismo es un desarrollo sorprendente.

Su oponente, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), obtuvo sólo 31 millones de votos, o el 29 por ciento del total. Ahora se enfrentará a Bolsonaro en una segunda vuelta el 28 de octubre. A Haddad le espera una tarea de Sísifo: sólo para alcanzar la paridad con Bolsonaro, necesita todos los votos de quienes apoyaron a los candidatos en tercer y cuarto lugar más una parte sustancial de los casi 20 por ciento de los votos considerados nulos y sin valor.

Mientras tanto, no menos del 69 por ciento de los brasileños y brasileñas profesan su apoyo a la democracia, según las últimas encuestas. Eso significa que el 31 por ciento no lo hace.

¿Un Trump tropical?

Los brasileños y brasileñas progresistas están aterrorizados/as por tener que enfrentarse a un "Brasil" mutante (la película) y a una tierra baldía de Mad Max devastada por fanáticos evangélicos, capitalistas de casino neoliberales y rapaces y un ejército rabioso empeñado en recrear una dictadura 2.0.

Bolsonaro, un exparacaidista, está siendo presentado por los principales medios de comunicación occidentales básicamente como el Trump tropical. Pero los hechos son mucho más complejos.

Bolsonaro, un mediocre miembro del Congreso durante 27 años, sin ninguna característica destacable en su currículum, demoniza indiscriminadamente a los negros, a la comunidad LGBT, a la izquierda en su conjunto, a la estafa ambiental y, sobre todo, a los pobres. Está abiertamente a favor de la tortura. Se vende como un Mesías, un avatar fatalista que viene a "salvar" a Brasil de todos esos "pecados" mencionados.

La Diosa del Mercado, como era de esperar, lo abraza. Los 'inversores' - esas entidades semidivinas - lo consideran bueno para el 'mercado', con su ofensiva de última hora en las encuestas, que refleja un repunte del real brasileño y de la bolsa de São Paulo.

Bolsonaro puede ser el clásico "salvador" de extrema derecha según el molde nazi. Puede encarnar el populismo de derecha hasta la médula. Pero definitivamente no es un "soberanista", el lema elegido en el debate político en Occidente. Su Brasil "soberano" sería gobernado, más bien, como una dictadura retro-militar totalmente subordinada a los caprichos de Washington.

La propuesta de Bolsonaro se ve agravada por la presencia de un general retirado y apenas alfabetizado que le ha acompañado en su campaña electoral, un hombre que se avergüenza de sus antecedentes mestizos y que es abiertamente partidario de la eugenesia. El general Antonio Hamilton Mourão ha reavivado, incluso, la idea de un golpe militar.

Detrás de su campaña, encontramos a grandes intereses económicos ligados a la riqueza mineral, la industria agropecuaria y, sobre todo, el Cinturón Bíblico Brasileño. Se completa con escuadrones de la muerte que atacan a los brasileños nativos, los campesinos sin tierra y las comunidades afroamericanas. Es un paraíso para la industria armamentística. Llámalo la apoteosis del cristiano-sionismo neopentecostal tropical.

Alabado sea el Señor

Brasil tiene 42 millones de evangélicos y más de 200 representantes en ambas ramas del parlamento. No te metas con su yihad. Saben cómo ejercer una atracción masiva entre los mendigos en el banquete neoliberal. La izquierda de Lula simplemente no supo cómo seducirlos.

Así que incluso con ecos de Mike Pence, Bolsonaro es el Trump brasileño sólo hasta cierto punto: su lenguaje bravucón y simplista es comprensible para un niño de siete años. Los italianos cultos lo comparan con Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte, ahora ministro del interior. Pero ese tampoco es exactamente el caso.


Comentario: Es más, todo eso de que es el "Trump brasilero" parece más bien ser propaganda anti-Trump basada en exageraciones y discursos reduccionistas diseminados por los medios masivos de comunicación que buscan identificar a un hombre con un discurso realmente atroz, como Jair Bolsonaro, con las declaraciones toscas, pero mucho menos incendiarias de Donald Trump.


Bolsonaro es un síntoma de una enfermedad mucho más grande. Sólo ha alcanzado este nivel, un cara a cara en la segunda vuelta contra el candidato de Lula, Haddad, debido a una sofisticada guerra híbrida judicial / parlamentaria / comercial / comunicativa que se desató en Brasil.

Mucho más compleja que cualquier revolución de color, la Guerra Híbrida en Brasil es una especie de golpe legislativo bajo la cobertura de la investigación anticorrupción de la operación "Lava Jato". Eso condujo a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y al encarcelamiento de Lula por cargos de corrupción sin pruebas sólidas ni evidencias irrefutables.

Según todas las encuestas, Lula ganaría estas elecciones. Los golpistas lograron encarcelarlo e impedir que huyera. El derecho de Lula a presentarse a las elecciones fue destacado por todos, desde el Papa Francisco hasta el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, así como por Noam Chomsky. Sin embargo, en un delicioso giro histórico, el escenario de los conspiradores golpistas explotó en sus caras, ya que el favorito para dirigir el país no es uno de ellos, sino un neofascista.

"Uno de ellos" sería idealmente un burócrata sin rostro, afiliado a los antiguos socialdemócratas, el PSDB, reconvertidos en neoliberales duros a los que les gusta hacerse pasar por centro-izquierda cuando, en realidad, son la cara "aceptable" de la derecha neoliberal. Llámalos los Tony Blairs brasileños. Las contradicciones brasileñas específicas, junto con el avance del populismo de derecha en Occidente, llevaron a su caída.

Incluso Wall Street y la City de Londres (que apoyaron la Guerra Híbrida contra Brasil después de que fuera desatada por el espionaje de la NSA al gigante petrolero Petrobras) están pensando en apoyar a Bolsonaro para presidente de una nación BRICS que es líder del Sur Global y que, hasta hace unos años, estaba en camino de convertirse en la quinta economía más grande del mundo.

Todo depende del mecanismo de "transferencia de votos" de Lula a Haddad y de la creación de un Frente Democrático Progresista serio y multipartidista en la segunda vuelta para derrotar al neofascismo. Tienen menos de tres semanas para lograrlo.

El efecto Bannon

No es ningún secreto que Steve Bannon está asesorando a la campaña de Bolsonaro en Brasil. Uno de los hijos de Bolsonaro, Eduardo, se reunió con Bannon en Nueva York hace dos meses, tras lo cual Bolsonaro decidió sacar provecho de los supuestos conocimientos de ingeniería social "sin igual" de Bannon.

El hijo de Bolsonaro tuiteó en ese momento: "Estamos en contacto para unir fuerzas, especialmente contra el marxismo cultural". Eso fue seguido por un ejército de bots que vomitaron una avalancha de noticias falsas hasta el día de las elecciones.

Steve Bannon
© DesconocidoSteve Bannon
Un espectro se cierne sobre Europa. Su nombre es Steve Bannon. Ahora se ha trasladado a los trópicos.

En Europa, Bannon está ahora a punto de intervenir como un ángel de la fatalidad en un cuadro de Tintoretto que anuncia la creación de una coalición populista de derechas en toda la Unión Europea (UE).

El ministro italiano del interior, Salvini, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, el nacionalista holandés Geert Wilders, y el azote del establishment parisino, Marine Le Pen, elogian notoriamente a Bannon.

El mes pasado, Bannon creó El Movimiento; a primera vista, sólo una nueva empresa política en Bruselas con una plantilla muy reducida. Pero hablemos de la ambición sin límites de Bannon: su objetivo no es otro que poner patas arriba las elecciones parlamentarias europeas de mayo de 2019.

El Parlamento Europeo de Estrasburgo, bastión de la ineficiencia burocrática, no es precisamente un nombre muy conocido en la UE. El Parlamento no puede proponer leyes. Las leyes y los presupuestos sólo pueden ser bloqueados por mayoría de votos.

El objetivo de Bannon es conseguir al menos un tercio de los escaños en Estrasburgo. Está decidido a aplicar métodos probados al estilo estadounidense, tales como encuestas intensivas, análisis de datos y potentes campañas en las redes sociales; más o menos lo mismo que en el caso de Bolsonaro. Pero no hay garantía de que funcione, por supuesto.


La primera piedra de El Movimiento fue colocada en dos reuniones claves a principios de septiembre, organizadas por Bannon y su mano derecha, Mischael Modrikamen, presidente del diminuto Partido Popular belga (PP). El primer encuentro fue en Roma con Salvini y el segundo en Belgrado con Orban.

Modrikamen define el concepto como un "club" que "recogerá fondos de los donantes, en Estados Unidos y Europa, para asegurar que las ideas 'populistas' puedan ser escuchadas por los ciudadanos europeos, que perciben cada vez más que Europa ya no es una democracia".

Modrikamen insiste: "Todos somos soberanistas". El Movimiento machacará con cuatro temas que parecen constituir un consenso entre partidos políticos dispares a escala de la UE: contra la "inmigración incontrolada", contra el "islamismo", a favor de la "seguridad" en toda la UE y a favor de "una Europa de naciones soberanas, orgullosas de su identidad".

El Movimiento debería alzar el vuelo tras las elecciones parciales del próximo mes en Estados Unidos. En teoría, podría congregar bajo su paraguas a diferentes partidos de un mismo país. Esa podría ser una tarea muy difícil, teniendo en cuenta que los actores políticos claves ya tienen agendas divergentes.

Wilders quiere dinamitar la UE. Salvini y Orban quieren una UE débil, pero no quieren deshacerse de sus instituciones. Le Pen quiere una reforma de la UE seguida de un referéndum sobre el "Frexit".

Los únicos temas que unen a estos populistas de derechas son el nacionalismo, una campaña difusa contra el establishment y una repugnancia -muy popular- hacia la inflada maquinaria burocrática de la UE.


Comentario: Para comprender un poco más acerca del contexto europeo, recomendamos leer:

¿Existe una mano detrás del "choque de civilizaciones" en Europa?


Matteo Salvini y Marine Le Pen
© DesconocidoMatteo Salvini y Marine Le Pen, los líderes de la derecha europea.
Aquí encontramos algunos puntos en común con Bolsonaro, que se hace pasar por nacionalista y contrario al sistema político brasileño, a pesar de que ha estado en el parlamento durante lustros.

No hay una explicación racional para el aumento de última hora de Bolsonaro entre dos sectores del electorado brasileño que lo desprecian profundamente: las mujeres y la región del Noreste, que siempre ha sido discriminada por el Sur y el Sureste más ricos.

Al igual que propuso Cambridge Analytica en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, la campaña de Bolsonaro se ha dirigido a los votantes indecisos en los estados del noreste, así como a las votantes mujeres, con un aluvión de noticias falsas que demonizaban a Haddad y al Partido de los Trabajadores. Ha funcionado de maravilla.

El trabajo italiano

Acabo de estar en el norte de Italia comprobando lo popular que es Salvini. Salvini define las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019 como "la última oportunidad para Europa". El ministro de asuntos exteriores italiano, Enzo Moavero, las ve como las primeras "elecciones reales para el futuro de Europa". Bannon también cree que el futuro de Europa se juega en Italia.

Es algo muy importante para aprovechar la energía conflictiva que flota en Milán, donde la Liga Norte de Salvini es muy popular, mientras que, al mismo tiempo, Milán es una ciudad globalizada repleta de bolsillos ultraprogresistas.

En un debate político sobre un libro publicado por el Instituto Bruno Leoni acerca de la salida del euro, Roberto Maroni, exgobernador de la poderosa región de Lombardía, comentó: "Italexit está fuera de la agenda formal del gobierno, de la Liga y del centro-derecha". Maroni debe de saberlo, después de todo fue uno de los fundadores de la Liga Norte.

Sin embargo, insinuó que se vislumbran grandes cambios en el horizonte. "Para formar un grupo en el Parlamento Europeo, los números son importantes. Este es el momento de presentarse con un símbolo único entre los partidos de muchas naciones".

No son sólo Bannon y los Modrikamen de El Movimiento. Salvini, Le Pen y Orban están convencidos de que pueden ganar las elecciones de 2019, con una UE transformada en una "Unión de Naciones Europeas". Esto incluiría no sólo a un par de grandes ciudades en las que se concentre toda la acción, con el resto reducido a sobrevolar. El populismo de derecha sostiene que Francia, Italia, España y Grecia ya no son naciones, sino meras provincias.

El populismo de derecha está muy contento de que su principal enemigo sea el autodenominado 'Júpiter' Macron, del que algunos se burlan en toda Francia llamándole el "Pequeño Rey Sol". El presidente Emmanuel Macron debe estar aterrorizado por el hecho de que Salvini esté emergiendo como la "luz principal" de los nacionalistas europeos.

A esto es a lo que Europa parece estar llegando: a un partido basura entre Salvini y Macron.

Podría decirse que el combate entre Salvini y Macron en Europa podría ser replicado en Brasil con Bolsonaro y Haddad como protagonistas. Algunas agudas mentes brasileñas están convencidas de que Haddad es el Macron brasileño.

En mi opinión, no lo es. Tiene formación en filosofía y ha sido un competente alcalde de Sao Paulo, una de las megalópolis más complejas del planeta. Macron es un banquero de fusiones y adquisiciones de Rothschild. A diferencia de Macron, que fue diseñado por el establishment francés como el perfecto lobo "progresista" para ser soltado entre las ovejas, Haddad encarna lo que queda de una izquierda realmente progresista.

Además, a diferencia de casi todo el espectro político brasileño, Haddad no es corrupto. Tendría que prometer el oro y el moro a los maestros habituales de la sospecha si gana, por supuesto. Pero no quiere ser su marioneta.

Comparemos el 'trumpismo' de Bolsonaro, tal como aparece en su mensaje de último minuto antes del día de las elecciones, "Hacer grande a Brasil de nuevo", con el 'trumpismo' de Trump.

Las herramientas de Bolsonaro son un elogio absoluto a la Patria, a las Fuerzas Armadas y a la bandera. Pero no está interesado en defender la industria, el empleo y la cultura brasileña. Todo lo contrario. Un ejemplo gráfico es lo que sucedió en un restaurante brasileño en Deerfield Beach, Florida, hace un año: Bolsonaro saludó la bandera americana y gritó "¡USA! ¡USA!".

Jason Stanley, profesor de filosofía en Yale y autor de How Fascism Works, nos lleva más lejos. Stanley subraya que "la idea del fascismo es destruir la política económica [...] Los corporativistas están del lado de los políticos que usan tácticas fascistas porque están tratando de desviar la atención de la gente de las fuerzas reales que causan la genuina ansiedad que sienten".

Bolsonaro ha dominado estas tácticas de distracción. Y sobresale en demonizar el llamado marxismo cultural. Bolsonaro encaja con la descripción de Stanley aplicada a Estados Unidos:
El liberalismo y el marxismo cultural [dice el discurso fascista] destruyeron nuestra supremacía y destruyeron ese maravilloso pasado en el que nosotros gobernábamos y nuestras tradiciones culturales eran las que dominaban. Y luego [ese discurso fascista] militariza el sentimiento de nostalgia. Toda la ansiedad que la gente siente en sus vidas, por ejemplo, por la pérdida de su atención médica, la pérdida de sus pensiones, la pérdida de su estabilidad, entonces se desvía para enfrentarla al verdadero enemigo, que es el liberalismo, que llevó a la pérdida de este pasado mítico.

Comentario: Esto podría ser cierto en cierta medida, pero también cabe notar que el "liberalismo" y el llamado marxismo cultural han difundido una serie de tendencias ideológicas y políticas que en sí mismas distraen a la gente de los problemas reales económicos y sociales. El enfoque desmedido en destruir los "constructos sociales" de la identidad alegando una lucha contra una quimera cultural que amenaza a las minorías, lleva a desatender los problemas que afectan (de igual manera) a las mayorías de cualquier sexo, color, orientación sexual y tendencia política; tales como: el acceso a la educación, la salud, la nutrición, el trabajo digno, etc. Mientras que se eleva la polémica en torno a la problemática del género y la orientación sexual, la verdadera lucha por mejorar las condiciones de la población en general se dispersan y se canalizan hacia temas superfluos que solamente generan controversia en sociedades como las de Latinoamérica, con índices de pobreza altísimos y una tendencia más bien conservadora en sus bases sociales. ¿No es normal entonces que exista una desilusión local hacia la izquierda "progresista" que abraza este tipo de ideologías que llevan a la fragmentación social y la pérdida de valores compartidos?

Mirándolo de esa manera, podría entenderse mejor por qué gente como Bolsonaro tienen tantos seguidores y también por qué ha elegido centrarse en ello para su campaña: lleva a que las personas desilusionadas simpaticen con él.


En el caso brasileño, el enemigo no es el liberalismo, sino el Partido de los Trabajadores, ridiculizado por Bolsonaro como "un grupo de comunistas". Celebrando su asombrosa victoria en la primera ronda, dijo que Brasil estaba al borde de un "abismo" comunista y corrupto, y que tenía que elegir el camino de la "prosperidad, libertad, familia" o "el camino de Venezuela".

La investigación de la operación Lava Jato consagró el mito de que el Partido de los Trabajadores y toda la izquierda son corruptos (pero no la derecha). Bolsonaro amplió el mito: toda minoría y clase social es un objetivo, son "comunistas" y "terroristas".

Goebbels me viene a la mente. A través de su texto crucial, La radicalización del socialismo, donde enfatiza la necesidad de retratar al centro-izquierda como marxista y socialista porque, como señala Stanley, "la clase media ve en el marxismo no tanto al enemigo de la voluntad nacional, sino principalmente al ladrón de su propiedad".

Eso es lo que está en el centro de la estrategia de Bolsonaro de demonizar al Partido de los Trabajadores y a la izquierda en general. La estrategia, por supuesto, está empapada de información falsa, una vez más reflejando lo que Stanley escribe sobre la historia de Estados Unidos: "Todo el concepto de imperio se basa en noticias falsas. Toda la colonización se basa en noticias falsas".

¿La derecha contra el populismo de izquierda?

Como escribí en una columna anterior, la izquierda en Occidente es como un ciervo asustado por las luces cuando se trata de luchar contra el populismo de derecha.

Mentes agudas como las de Slavoj Zizek o Chantal Mouffe están tratando de conceptualizar una alternativa, sin ser capaces de acuñar el neologismo definitivo. ¿Populismo de izquierda? ¿Popularismo? Idealmente, eso debería ser "socialismo democrático", pero nadie, en un ambiente posideológico, posverdadero, se atreve a pronunciar la temida palabra.

El ascenso del populismo de derecha es consecuencia directa del surgimiento de una profunda crisis de representación política en todo Occidente, de la política de identidad erigida como un nuevo mantra y del poder abrumador de las redes sociales, que permite -en la definición inigualable de Umberto Eco- el ascenso del "idiota de la aldea a la condición de Oráculo".

Como vimos antes, el lema central del populismo de derecha en Europa es la antiinmigración, una variación apenas disfrazada del odio hacia el Otro. En Brasil, el tema principal, enfatizado por Bolsonaro, es la inseguridad urbana. Podría ser el Rodrigo Duterte brasileño (o Duterte Harry: "Alégrame el día, gamberro").


Comentario: También se debe matizar el tema de la inmigración y las políticas "antiinmigración" poniéndolas en su contexto debido. No se trata necesariamente de un odio hacia el otro sino de una posible protección contra la desintegración social que quizás sea parte de una conciencia arraigada profundamente en los seres humanos, que dicta que las inmigraciones masivas implican un riesgo mayor de perder la cohesión social, tan importante en cualquier sociedad humana. Vea: La globalización contribuyó al colapso de las civilizaciones antiguas, según científicos

Eso no significa que se justifique completamente una postura "antiinmigración", ya que la misma solamente se enfoca en las consecuencias del verdadero problema que causa estas oleadas migratorias. Pero es un problema complejo, que se debe analizar con detenimiento antes de denominarlo meramente como "odio hacia el Otro".

Recomendamos el artículo de Enfoque SOTT: Inmigración, crimen y propaganda


Se presenta a sí mismo como el Defensor Justiciero contra una élite corrupta (aunque él es parte de la élite) y de los "valores de la familia", de ahí su odio a todas las cosas políticamente correctas, como el feminismo, la homosexualidad y el multiculturalismo.

Un historiador brasileño dice que la única manera de oponerse a él es "traducir" a cada sector de la sociedad brasileña cómo les afectan las posiciones de Bolsonaro: por ejemplo, el "armamentismo generalizado, la discriminación, los empleos y los impuestos". Y tiene que hacerse en menos de tres semanas.

Podría decirse que el mejor libro que explica el fracaso de la izquierda en todas partes ante esta situación tóxica es Le Loup dans la Bergerie (El lobo entre las ovejas), de Jean-Claude Michéa, publicado en Francia hace unos días.

Michéa muestra de manera concisa cómo las profundas contradicciones del liberalismo desde el siglo XVIII -políticas, económicas y culturales- lo llevaron a GIRAR CONTRA SÍ MISMO y a alejarse del espíritu inicial de tolerancia (Adam Smith, David Hume, Montesquieu). Por eso estamos inmersos en el capitalismo posdemocrático.

Llamada eufemísticamente la "comunidad internacional" por los principales medios de comunicación occidentales, las élites, que han tenido que tratar desde 2008 con "las crecientes dificultades a las que se enfrenta el proceso de acumulación globalizada de capital", parecen ahora dispuestas a hacer cualquier cosa para mantener sus privilegios.

Michéa tiene razón en que el enemigo más peligroso de la civilización, e incluso de la vida en la Tierra, es la dinámica ciega de la acumulación interminable de capital. Sabemos a dónde nos está llevando este neoliberal Mundo Feliz.

El único contrapeso viable sería un movimiento autónomo y popular "que no esté sometido a la hegemonía ideológica y cultural de los movimientos 'progresistas' que durante más de tres décadas defienden sólo los intereses culturales de las nuevas clases medias de todo el mundo", dice Michéa.

Por ahora, tal movimiento descansa en el reino de la utopía. Lo que queda es tratar de limitar la distopía que se avecina, lo que significa apoyar a un verdadero Frente Democrático Progresista para cerrar el paso a un Brasil bolsonárico.

Uno de los momentos culminantes de mi estancia en Italia fue un encuentro con Rolf Petri, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Ca' Foscari de Venecia y autor de la absolutamente esencial A Short History of Western Ideology: A Critical Account.

Desde la religión, la raza y el colonialismo, hasta el proyecto de "civilización" de la Ilustración, Petri teje un tapiz devastador de cómo "la geografía imaginada de un 'continente' que ni siquiera era un continente ofrecía una plataforma para la afirmación de la superioridad europea y la misión civilizadora de Europa".

Durante una larga cena en una pequeña trattoria veneciana alejada de las hordas haciéndose selfies, Petri observó cómo Salvini -un pequeño empresario de clase media- descubrió hábilmente cómo canalizar un profundo anhelo inconsciente de una Europa mítica y armoniosa que no regresará, de la misma manera que el pequeño burgués Bolsonaro evoca una vuelta mítica al "milagro brasileño" durante la dictadura militar de 1964-1985.

Todo ser sensible sabe que Estados Unidos se ha visto sumido en una desigualdad extrema "supervisada" por una plutocracia despiadada. Los trabajadores estadounidenses continuarán siendo olímpicamente jodidos, al igual que los trabajadores franceses bajo el régimen "liberal" de Macron. También lo serán los trabajadores brasileños con Bolsonaro. Parafraseando a Yeats, ¿qué bestia escabrosa, en esta hora más oscura, se arrastra hacia la libertad de nacer?
Pepe Escobar, veterano periodista brasileño, es corresponsal del ASIA TIMES, con sede en Hong Kong. Su último libro es 2030. Sígalo en Facebook.

Publicado originalmente en Consortium News. Traducido para Medium por Javier Villate.