Hay quien comienza temprano, con los pasos rápidos que conducen al gimnasio a las siete y cuarto y hay quien, quizá más milennial, prefiere mostrarse en escorzos extraños, en microvídeos que marcan un gesto en general hipersexualizado -un movimiento de pelvis, la lengua que entra y sale de la boca- pero la variedad es tan infinita como de seres humanos está el mundo lleno.

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© Desconocido
Aquí vale todo: las turgentes fresas que compró ayer tarde, el descenso en ascensor camino de la calle -móvil en mano, espejo de cara-, el paseo del perro antes de que se haga tarde, lo guapos que están los enanos, la abuela, que cumple 93 años... Se trata de la vida, es cierto, pero ahora la estamos contando en directo.

Hace casi 20 años que habitamos las redes sociales y «hemos aprendido a vivir de modos cada vez más visibles y compartidos, en contacto casi permanente con audiencias potencialmente multitudinarias, vidrieras interconectadas» en las que se ventilan «ingredientes de la intimidad propia y ajena que antes se consideraban privados. Nuestros valores ya no son los que tuvieron vigencia en los siglos XIX y XX, pero las transformaciones son tan recientes y drásticas que siguen provocando perplejidad».

Bienvenidos al gran show del yo, a las efímeras historias -artefactos, creaciones- que millones de personas comparten, compartimos, cada día a través de redes como Facebook e Instagram. ¿Siguen siendo vidas representadas o son ya obras? ¿Artísticas?

Las comillas precedentes corresponden a la antropóloga argentina Paula Sibilia que, en 2008, escribió La intimidad como espectáculo (Fondo de cultura económica), un ensayo que ha acabado por resultar premonitorio pues plantea posibilidades que han terminado volviéndose realidad. A saber: que cuando la vida propia y ajena «deja de ser íntima para ser éxtima -expuesta- ésta tiende a espectacularizarse», que este fenómeno «busca el reconocimiento de los demás» y que «la dependencia con respecto a la mirada de los otros ha crecido mucho en la actual sociedad del espectáculo», de forma que, en esta nueva vida en directo, «proliferan subjetividades no sólo más expuestas sino también altamente vulnerables a ese veredicto que emana de los ojos ajenos».

La descripción anterior es prácticamente un calco de la definición que el psicoterapeuta estadounidense Alexander Lowen ofrecía sobre el ídem en El narcisismo, la enfermedad de nuestro tiempo (Paidós), uno de los ensayos más clarificadores sobre este rasgo de la personalidad: «Dedicación desmesurada a la imagen en detrimento del yo».

Pero la verdadera relación entre las redes sociales y narcisismo se sabe, en verdad, desde hace muy poco. En los últimos años, la investigación era escasa y a corto plazo, de forma que eran dos las hipótesis más aceptadas: que el uso profuso de Facebook, Twitter, Instagram, etcétera, tenía como consecuencia un aumento del narcisismo, o bien lo contrario, que los más narcisistas encontraban en las redes su lugar perfecto.

Desde el pasado noviembre se conoce que la primera posibilidad, quizá la más aterradora, es la más cierta pues una investigación desarrollada por la Universidad de Swansea, en Reino Unido, y por la Universidad de Milán, en Italia, ha certificado -en un estudio que evalúa a nativos digitales, millennial, entre 18 y 25 años a lo largo de varios meses- que «entre un seis y un 18% de la población joven muestra cierto grado de dependencia digital o uso problematico de internet» -lo que en inglés se conoce como PIU, Problematic Internet Use- y que esta utilización perniciosa de la red «es la base de posteriores rasgos narcisistas en la personalidad».

Tener un puntito megalómano, un ego desmedido, mostrarse seductor para conseguir poder y control y preocuparse más por la apariencia que por los sentimientos son, según Lowen, algunas de las características fundamentales de una personalidad narcisista. Pero, dejando de lado que no es lo mismo, naturalmente, tener rasgos narcisistas que presentar un trastorno de la personalidad relacionado con el narcisismo, ¿qué sucede cuando estos rasgos corren el riesgo de aumentar con el tiempo? ¿Y cuáles son las consecuencias de que el narcisismo crezca entre las sociedades occidentales?

El profesor Phil Reed, uno de los responsables del estudio anteriormente mencionado, responde con claridad: «Los efectos de que cada día más personas tengan rasgos narcisistas son, sencillamente, sociedades más egoístas y más desagradables. El narcisismo es una pesadilla para los que viven alrededor del narcisista y, en última instancia, también para éste».

Pero para Sibilia, quien además manifiesta cierta contrariedad ante investigaciones como la que se acaba de mencionar -duda de la eficacia de referirse a causas y efectos en fenómenos complejos como el narcisismo-, lo interesante, «más allá de las características individuales (consideradas patológicas o no) es «el fenómeno colectivo como una manifestación de la época; algo propio de nuestra cultura, la cultura globalizada de fines de la segunda década del siglo XXI...». El mundo y sus personas representándose a sí mismas continuamente.

Lo raro es que no percibiéramos lo que se estaba cociendo. Por ejemplo, en 2006 la revista Time dedicó una de sus portadas, la de la personalidad del año, al común de los mortales, es decir usted; es decir yo, esto es, todos nosotros. Un You en medio de la primera página señalaba que «la atmósfera contemporánea estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo y enaltece y premia el deseo de ser distinto».

Pero, como advertía Sibilia al inicio de este reportaje, los cambios son tan rápidos que no nos da tiempo a interiorizarlos y por tanto, tampoco a comprenderlos: no hace ni tres años que Instagram decidió copiar la fórmula de las stories de la red social Snapchat, poco usada en España -más entre los más jóvenes- pero altamente desarrollada en Estados Unidos, por ejemplo, y también en Francia.

Con su desarrollo y auge, con su atractivo efímero, se resolvió además una de las grandes preocupaciones que producía internet entre los individuos: la posibilidad de que los rastros de uno -imágenes, textos, blogs- quedaran en la nube para siempre. ¿Se acuerdan del derecho al olvido? Ya no se habla de eso. Ahora hay que «seducir al público», dice Sibilia, y cuidar el propio personaje para que éste no pierda «ni realidad ni verosimilitud» pues existe el riesgo de ser «víctima de bullying, escraches o linchamientos virtuales».

«Pobre del que sea feo», dice el psicólogo José Carrión, que trabaja en el gabinete madrileño Cinteco y está especializado en adolescentes y también en los usos de la red. Pobre del que sea feo y pobres los adolescentes pues es a ellos a quien más puede distorsionar el crecimiento una exposición desmedida en las redes sociales.

Así lo considera Carrión y así lo piensa también José Antonio Luengo, experto en ayudar a los más jóvenes a luchar contra el acoso escolar y quien se expresa así: «El corazón casi deja de latir mientras se espera la decisión de los interlocutores». Ninguno de estos dos profesionales desdeña las redes sociales -Carrión se define como tecno-optimista-, encuentran lo bueno en ellas, pero sí les preocupa el uso que les damos.

Vida "Instagramer"

De forma espectacular, así es como las usamos. Hay que retrotraerse sólo un poco para interiorizar el proceso. A finales de los 60 del siglo pasado, el intelectual Guy Debord escribió el libro La sociedad del espectáculo, donde sentaba las bases de la sociedad moderna con enunciados como «lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece» o «todo lo que una vez fue vivido se ha convertido en mera representación» o «el espectáculo no es una colección de imágenes sino una relación social entre la gente que es mediada por imágenes».

En la nueva sociedad del espectáculo, continúa Sibilia, «éste está directamente relacionado con el márketing que también impera». «Creo que Instagram es la encarnación más precisa de este movimiento, al menos hasta ahora, con su exitosísima incitación a que todos vivamos vidas instagrameables. Me refiero a la estética publicitaria mediante la cual se intenta mostrar una vida feliz, bella y exitosa con códigos casi idénticos y muy poco espesor o sutilezas, aun cuando todos se desvivan por ser originales y hasta crean que lo están logrando».

Lo estará pensando: postureo. ¿No es cierto? Así lo piensa también el psicólogo José Carrión, para quien «Instagram no es diversidad sino modelos calcados en serie». Porque a la estética publicitaria y a la dinámica del márketing que en las redes prolifera se suma la «dinámica propia del mercado, que mide el valor de todo lo expuesto en función de la cantidad de likes, visualizaciones, reproducciones y viralizaciones». El caldo de cultivo perfecto para el narcisismo, en definitiva.

Bien pensado, resulta bastante natural y no debería sorprendernos el éxito de las stories ni el de las redes sociales, pues, como dice Sibilia, «el suelo estaba ya sembrado con la necesidad de usarlas; por eso las inventamos». Y si después de toda esta tralla se encuentra usted preocupado acuérdese de esta cita de Nietzsche y repítala como un mantra: «Me parece indispensable decir quién soy yo».