Traducido por el equipo de Sott.net en español

De todas las cuestiones que nos dividen, ninguna parece tan contraria al discurso racional como la política de identidad. Los conservadores rechazan políticas como el teatro político oportunista y los berrinches de los mimados estudiantes "copos de nieve". Los liberales y los progresistas presentan un reclamo opuesto, con una narrativa que pone en primer lugar la queja, argumentando que la política de identidad emana de auténticas heridas.
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¿Pero qué pasa si ambos contendientes tienen una parte de la verdad? ¿Qué pasaría si muchos de los que hoy ponen la identidad primero están afirmando ser víctimas porque ellos y sus sociedades son víctimas, no tanto de los "ismos" abstractos que denuncian, sino de algo más que hasta ahora se ha escapado de ser descrito adecuadamente?

Probemos una nueva teoría: Nuestra macropolítica se ha convertido en una manía sobre la identidad porque nuestra micropolítica ya no es familiar. Esto, sobre todo, es lo que ocurrió durante las décadas en las que la política de identidad pasó de ser una frase en un oscuro documento cuasi-radical a una forma de ser que ha transformado la academia, el derecho, los medios de comunicación, la cultura y el gobierno.

Sí, el racismo, el sexismo y otras formas de crueldad existen, y siempre deben ser deplorados y combatidos. Al mismo tiempo, la cronología de las políticas de identidad sugiere otra fuente. Hasta mediados del siglo XX (y salvo la frecuente reducción de la vida por enfermedad o por naturaleza), las expectativas humanas se mantuvieron en gran medida a lo largo de los siglos: que uno crecería para tener hijos y una familia; que los padres y hermanos y la familia ampliada seguirían siendo la comunidad primaria de uno; y que, a la inversa, era una tragedia no ser parte de una familia. El orden de consumismo sexual posterior a la década de 1960 ha puesto fin a cada una de estas expectativas.

¿Quién soy yo? es una cuestión humana universal. Se hace más difícil responder si otras preguntas básicas son problemáticas o están fuera de nuestro alcance. ¿Quién es mi hermano? ¿Quién es mi padre? ¿Dónde están mis primos, abuelos, sobrinos, sobrinas y el resto de las conexiones orgánicas a través de las cuales la humanidad ha canalizado hasta ahora la existencia cotidiana? Cada una de las suposiciones que nuestros antepasados podían dar por sentadas son ahora negociables.

El pánico sobre la identidad, en definitiva, está siendo impulsado por el hecho de que el animal humano ha sido seleccionado para formas familiares de socialización que para muchas personas ya no existen. Probemos esta teoría, aquí llamada la "gran dispersión", a través de alguna evidencia de las ciencias sociales, la antropología y la cultura pop.

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¿Qué tan debilitados se han vuelto los lazos familiares? Considere algunos ejemplos.

Cuando los sociólogos comenzaron a cartografiar el mundo empírico posrevolucionario hace poco más de medio siglo, se fijaron primero, naturalmente, en el terreno más fácil de ver y medir: la paternidad y sus correlatos. En su informe de 1965, The Negro Family: The Case for National Action ("La familia negra: El caso para la acción nacional"), el futuro senador estadounidense Daniel Patrick Moynihan argumentó que la pobreza negra estaba ligada fundamentalmente a la implosión de la familia negra, y se preocupó por la tasa de nacimientos fuera del matrimonio, que en ese entonces era de alrededor del 25 por ciento, mucho más alta que la de los blancos. Esa tasa seguiría aumentando tanto para los blancos como para los negros durante las próximas décadas, y los académicos comenzaron a atar cabos para mostrar lo que les estaba sucediendo a los niños y a los adolescentes en el nuevo orden social.

En 1997, uno de los científicos sociales más eminentes del siglo XX, James Q. Wilson, resumió sucintamente muchos de estos hallazgos en un discurso que luego se publicó como ensayo. Identificó la raíz de la fractura de Estados Unidos en la disolución de la familia, y describió lo que llamó "las dos naciones" de Estados Unidos. La línea divisoria entre estos territorios hendidos ya no era la de los ingresos o la clase social, argumentó. En vez de eso, todo se había convertido en una cuestión sobre el hogar.

"No es el dinero", documentó Wilson, "sino la familia, que es el fundamento de la vida pública. A medida que se ha ido debilitando, toda estructura construida sobre esa base se ha ido debilitando". Destacó la biblioteca que las ciencias sociales habían estado construyendo durante décadas, llena de libros y estudios sobre las correlaciones entre el desmoronamiento de la estructura familiar y varios resultados adversos. La composición del parentesco, como lo demostró el trabajo de Wilson entre otros, se había vuelto más importante para los resultados positivos que la raza, los ingresos o la posición de cada uno al nacer.

Los padres ausentes han sido sólo los más visibles y mensurables de los nuevos vacíos familiares. En un libro histórico del año 2000 titulado Between Two Worlds: The Inner Lives of Children of Divorce ("Entre dos mundos: la vida interior de los hijos del divorcio"), Elizabeth Marquardt, en colaboración con el sociólogo Norval Glenn, informó de un estudio sobre los efectos a largo plazo de la ruptura de los padres en la edad adulta. Ella administró un largo cuestionario a 1.500 adultos jóvenes, la mitad de cuyos padres se habían separado cuando los niños cumplieron los catorce años, y documentó las diferencias entre los hijos de padres divorciados y los que provenían de familias intactas.

A veces, los dos grupos exhibían conceptos de identidad totalmente opuestos. Por ejemplo, los hijos de padres divorciados tenían casi tres veces más probabilidades de "estar totalmente de acuerdo" con la afirmación: "Me sentía como una persona diferente con cada uno de mis padres". También tenían el doble de probabilidades de "estar totalmente de acuerdo" con la afirmación: "Siempre me sentí como un adulto, incluso cuando era un niño pequeño", una expresión de confusión particularmente conmovedora sobre la pregunta "¿Quién soy?". Casi dos tercios de los encuestados que provienen de hogares divorciados también "estaban de acuerdo" con la siguiente afirmación, que expresa de forma similar la división de uno mismo: "Me sentí como si tuviera dos familias."

Esta es una evidencia evocativa, una vez más, del inestable sentido del yo que muchas personas, adultos y niños por igual, experimentan ahora como si fuera normal en sus vidas. Expresa la división de uno en más de uno; de yoes desgarrados, como en el título del libro, entre mundos. Y aunque estos investigadores limitaron su estudio solamente a los hijos de padres divorciados, sus hallazgos también parecen aplicarse a cualquier hogar donde dos padres juegan un papel en la vida de un niño desde diferentes lugares.

La cultura pop también influye. En un ensayo de 2004 titulado Eminem Is Right ("Eminem tiene razón"), documenté cómo la ruptura de la familia, la anarquía familiar y la desintegración de la familia se habían convertido en los temas principales del pop de la Generación X y la Generación Y. Si el rock de ayer era la música del desenfreno, el de hoy es la del abandono. La extraña verdad acerca de la música adolescente contemporánea -la característica que más la separa de lo que había sido antes- es su insistencia compulsiva en el daño causado por los hogares rotos, la disfunción familiar, los padres que se han ido y (especialmente) los padres ausentes. Papa Roach, Everclear, Blink-182, Good Charlotte, Snoop Doggy Dogg; estos y otros tienen su propia respuesta generacional a lo que aflige al adolescente moderno. Esa respuesta es: infancia disfuncional. Durante los mismos años en los que los adultos progresistas y políticamente correctos han estado excoriando a Ozzie y a Harriet como artefactos de la opresión de los años 50, millones de adolescentes estadounidenses han consagrado una nueva generación de ídolos de la música cuya característica compartida, canción tras canción, es enfurecerse sobre no haber tenido una familia nuclear y lo que eso les habría provocado.

En 2004, la política de identidad no era el tema principal omnipresente que es hoy en día. Aun así, el efecto del declive de la familia sobre el sentido de sí mismo ya estaba apareciendo de forma generalizada en la música popular. Tupac Shakur rapeó sobre la vida con una madre soltera y sin padre, incluyendo su canción Papa'z Song de 1993, sobre un niño que tiene que jugar a aventar y atrapar la pelota él solo. Eddie Vedder de Pearl Jam y Kurt Cobain de Nirvana, ambos grandes figuras del rock de los 90, fueron hijos de divorciados, y ambos se refirieron a ese evento repetidamente en sus canciones y entrevistas.

Por encima de todo, está la ardiente conexión emocional que generaciones de adolescentes han encontrado en la superestrella del rap Eminem. Existe no sólo por su extraordinaria facilidad con el lenguaje, sino también, seguramente, por sus temas principales: padre ausente, madre desatenta, instinto de protección hacia un hermano y rabia. Eminem es el coro griego de la disfunción familiar. Y mucho antes de los pánicos de identidad de hoy en día, muchos jóvenes estadounidenses ya tenían problemas sobre cómo responder a la pregunta "¿Quién soy yo?". El sólo hecho de escuchar lo que estaban subiendo en las listas de éxitos probó ser la clave.

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Otro factor demográfico destacable ha sido la disminución de la mayoría de las familias occidentales, ya sean divididas o intactas, una de cuyas consecuencias ha sido la disminución del número de personas que crecen con hermanos. Ahora es mucho más común que las madres estadounidenses tengan uno o dos hijos, en lugar de tres o más, como era el caso a principios de la década de 1960. Los hijos de solteros se han convertido en la norma en gran parte de Europa y partes de Asia, y su número está aumentando en los Estados Unidos. Muchos niños y adolescentes contemporáneos no sólo carecen de un padre (típicamente, del padre y no la madre) sino que muchos tampoco tienen hermanos del mismo sexo o del sexo opuesto.

¿Por qué podría importar esto? Porque los diversos hallazgos muestran que el hecho de ser acompañado a lo largo de la vida por otros contemporáneos que no son padres (es decir, hermanos) les da a los niños y adolescentes una ventaja en cuanto a la socialización - en otras palabras, saber quiénes son en el orden social.

Un estudio canadiense publicado en 2018 sugiere que los hermanos aprenden la empatía unos de otros, independientemente del orden de nacimiento. Otro estudio ha encontrado que la probabilidad de divorcio más tarde en la vida puede predecirse por el número de hermanos que uno tiene; cuanto mayor sea ese número, menor será la probabilidad de divorcio. Al igual que con otros análisis de los beneficios de tener hermanos y hermanas, los autores conjeturan que la necesidad de compartir recursos prepara a los hermanos para habilidades sociales esenciales más adelante en la vida, tales como negociar y turnarse. Un estudio más que apareció en los titulares recientemente mostró que crecer con un hermano del sexo opuesto hace que los adolescentes y los adultos jóvenes tengan más confianza y éxito en el "mercado del romance", porque han tenido la oportunidad de observar e interactuar a corta distancia con un miembro contemporáneo del sexo opuesto.

Tales hallazgos también están en consonancia con observaciones similares realizadas a partir de investigaciones sobre el comportamiento de los animales. Un documento que revisa la investigación sobre una variedad de primates, incluyendo monos rhesus, babuinos y macacos, concluye: "La mayor parte de la evidencia disponible sugiere que durante la infancia los primates no humanos que crecen en presencia de hermanos (o medios hermanos maternos) desarrollarán relaciones sociales infantiles con otros miembros de su grupo social más temprano; y que estas relaciones serán de una naturaleza más extensa que aquellas formadas por los bebés que crecen en ausencia de hermanos (o medios hermanos maternos)".

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Finalmente, otro cuerpo de evidencia que también habla de nuestra dislocación y aislamiento familiar se puede encontrar en una de las áreas más candentes y de más rápido crecimiento de la sociología: los estudios de la soledad.

Un número considerable de hombres y mujeres están sufriendo lo que los científicos sociales y los profesionales de la medicina en sus sociedades afectadas llaman una "epidemia" de soledad. Más de medio siglo después de haber acogido la revolución sexual, surge la paradoja de que los países materialmente más ricos del planeta son también los más empobrecidos emocionalmente para muchos ciudadanos; en particular, aunque no sólo, para los ancianos. Busque en Google cualquier país de Europa Occidental u otro país avanzado seguido de la palabra "soledad", y aparecen los mismos resultados: una avalancha de investigaciones sobre el nuevo aislamiento.

Esta soledad es una forma única de pobreza humana, que abunda en sociedades inundadas de riquezas materiales, lugares donde, en la década de 1970, las tasas de divorcio estaban aumentando, las tasas de matrimonio estaban disminuyendo y las cunas se estaban vaciando rápidamente.

La soledad no es una mera afectación adolescente. El aislamiento social a la escala que se observa en todos los países de Occidente está imponiendo ahora graves costos de salud que cabe esperar que aumenten a medida que la generación del "baby boom" entra en sus últimos años de vida. Sin embargo, aunque las personas mayores son los objetos de preocupación más visibles, no son las únicas personas afectadas. Una encuesta nacional realizada por la empresa de servicios de salud Cigna, cuyos resultados fueron publicados en mayo de 2018, encontró que casi la mitad de todos los estadounidenses declaran "a veces o siempre" sentirse solos, y que la Generación Z -nacida entre 1995 y 2010- es la generación más solitaria de todas.

Las grandes organizaciones de salud tienen interés en la atomización social por buenas razones. En su libro de 2008, Loneliness: Human Nature and the Need for Social Connection ("Soledad: La naturaleza humana y la necesidad de contacto social"), los científicos John T. Cacioppo y William Patrick resumieron la evidencia que relaciona la atomización con los riesgos para la salud, incluyendo una revisión de la literatura en Science que indica que el aislamiento social es un factor de riesgo para la enfermedad y la muerte cuyos efectos son comparables a otros más familiares: presión arterial alta, obesidad, falta de ejercicio y fumar.

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Dondequiera que uno se encuentre en asuntos de las "guerras culturales" es irrelevante. El hecho es que la relativa estabilidad de la identidad familiar de ayer no pudo evitar responder a la pregunta central de la política de identidad -¿Quién soy yo?- de una manera que ahora se le escapa a muchos. La disminución y la ruptura de la familia y el surgimiento de las políticas de identidad no pueden entenderse por separado.

La evidencia antropológica de cada cultura y época verifica que los seres humanos, por su naturaleza, viven en familias; así como los coyotes y elefantes y otros mamíferos viven en familias, no sólo en colecciones aleatorias de individuos de la misma especie. Aparte de lo atípico que es el Occidente contemporáneo, la familia ha sido una exigencia integral e incuestionable de nuestro tipo, en todas partes donde se ha encontrado al ser humano. Su estructura relacional ha proporcionado las formas predeterminadas de responder a la pregunta: ¿Quién soy yo? Y ahora muchas personas, privadas de una vida familiar robusta por las tendencias posteriores a la década de 1960, ya no saben cómo responder a esa pregunta.

No es de extrañar que la huida hacia las identidades colectivas basadas en el género, la etnia y todo lo demás se haya vuelto tan apasionante. Para más y más gente, Narciso ya no puede encontrarse a sí mismo en ningún otro lugar.
Mary Eberstadt es investigadora principal del Instituto Fe y Razón en Washington, D.C., y autora de los recién publicados Primal Screams: How the Sexual Revolution Created Identity Politics ("Gritos primarios: Cómo la revolución sexual creó la política de la identidad"). Este ensayo es una adaptación del capítulo dos, titulado "La gran dispersión".