La Historia de España es bastante compleja y contradictoria, como la del resto de las naciones del Planeta, con momentos de gloria, prosperidad y épica que conviven con otros momentos de violencia, expolio y dominación. No hay ningún periodo ni proceso en la historia de nuestra Patria en los que no hayan estado en relación dialéctica y al mismo tiempo presentes estos elementos y componentes, pues son una parte intrínseca a la naturaleza del ser humano y de la sociedad.1

Esto explica en parte las dificultades que despierta el estudio de la disciplina histórica: cada clase social, cada escuela metodológica o cada tendencia política pretenderá seleccionar de cada proceso históricos los hechos que mejor se ajusten a su praxis ideológica, lo que convierte a la Historia en un espacio más donde se desarrolla la lucha de clases y de Estados.

Algo que debemos de tener claro siempre es la comprensión de que las particularidades de nuestro desarrollo histórico nos hacen diferentes de otros procesos históricos, lo cual no implica afirmar que esto nos haga mejores ni peores como nación o como pueblo (pensar lo contrario sería caer en el más pueblerino de los chovinismos). No obstante, existe una tendencia mayoritaria entre el núcleo cultural de la sociedad española en general y en el núcleo cultural de las izquierdas (especialmente en las indefinidas), una actitud que sobreexcede de hipercrítica con nuestro pasado histórico, hasta tal punto que roza la endofobia.
hispanidad

Los antecedentes de esta endofobia patria de buena parte de las élites intelectuales españolas debemos retomarlos a comienzos del siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces: los ilustrados, en su soberbia de considerar a todo lo acontecido en la Historia de la Humanidad anterior a su aparición como parte de "las tinieblas de la ignorancia, superstición y tiranía", lanzaron una feroz crítica contra todas las instituciones y procesos históricos anteriores, catalogándolos indiscriminadamente como parte de la oscuridad que frenaba el "progreso" y, por ello, defendiendo activamente su destrucción. Los ilustrados franceses para con España asumieron acríticamente todos los tópicos más negativos de la llamada Leyenda Negra, considerando a nuestros ancestros como un pueblo oscurantista, intolerante y cegado por los crucifijos.

A España este fenómeno llegó tras el fin de la Guerra de Sucesión (1701-1715) y con la entronización de la nueva dinastía de los Borbones, de origen francés y que poco después estaría igual de imbuída por esa Leyenda Negra, presentarían la Historia de España anterior como la de un lugar dominado por la superstición, la decadencia y la pobreza, presentándose como la nueva dinastía que estaba destinada a "salvar España" y devolverla al concierto de las grandes potencias.

Esto explica que, desde la llegada a España de la Ilustración francesa y en constante progresión hasta nuestros días, ha tenido lugar un extenso proceso de deconstrucción nacional articulado entorno a la elaboración de un falso discurso histórico conducente a consolidar precisamente la percepción que de España tenían (y tienen) las élites dirigentes resultantes del proceso de revolución democrático-burgués que se produjo en España a partir de la invasión napoleónica de 1808. A pesar de que este proceso ha presentado a lo largo de su desarrollo momentos de contradicción interna, en líneas generales ha seguido un mismo hilo conductor a lo largo de estos 2 siglos: la destrucción o deconstrucción de la cultura española de la solidaridad2 y de la idea de España.

Y la gran desgracia de la clase obrera de nuestra Patria ha sido que este proceso ha sido también defendido, e incluso con más ahínco, por aquellas organizaciones de las izquierdas que, supuestamente y sobre la base de sus propios principios teóricos, deberían de haber sido las que hubiesen hecho más esfuerzos por defenderlas y preservarlas.

Los historiadores al servicio de la clase dominante se han encargado de construir una historia de España entorno a grandes conceptos organizativos y aglutinadores (como "Edad Antigua", "Edad Moderna", "Antiguo Régimen"), que no son más que elaboraciones ideológicas creadas por escuelas historiográficas e historiadores con un interés en mostrar una visión de la Historia simplista y manipulada en pos de los intereses de su clase. Esto es algo que ha estado presente en el estudio de la Historia desde sus orígenes, pues muchas veces sólo nos ha llegado unas fuentes sesgadas sobre determinados hechos. Esto conduce a la ocultación de experiencias múltiples y ricas que se desarrollan en el tiempo con indiferencia de estos conceptos (como toda la tradición colectivista y solidaria de las clases populares españolas), lo que produce que España aparece a ojos de determinados grupos como una gran iniquidad, es decir, como un gran despropósito histórico caracterizado por la maldad, la injusticia, la reacción, la ignorancia, etc..., lo que conduce a que, si uno rechaza de base estos conceptos, su reacción debe ser el rechazo y la condena a la propia idea de España.

Siguiendo esta senda trazada por buena parte de las élites, se acaba asumiendo de forma acrítica toda la colección de tópicos y mitos oscuros creados para cambiar tanto el significado real como para desacreditar y/o denunciar deterimados sucesos, procesos o instituciones claves de la historia de España que jugaron un papel destacado en la construcción de la misma como nación y como Estado. Uno de estos hechos es la famosa expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos, acaecida en el año clave de 1492. Este año resulta ser una de las fechas más fundamentales de nuestra Historia: 18 años de reinado que llevan ya los Reyes Católicos en las Coronas de Castilla y de Aragón, los cuales llevan a cabo en este año 3 sucesos que marcarán un antes y un después en la Historia nacional e internacional; el primero es la conquista de Granada, lo que cierra definitivamente el capítulo de la llamada "Reconquista" medieval; el segundo lo marca el descubrimiento de América, que constituirá el inicio de la primera globalización y dio el impulso para el nacimiento y expansión del modo de producción capitalista. En cuanto al tercer hecho, este lo constituye la expulsión de los judíos producida mediante el Decreto de la Alhambra del 31 de marzo de 1492. Ríos de tinta han corrido en referencia a este acontecimiento, la mayor parte de ellos exponiendo dicha expulsión como ejemplo de la naturaleza intrínsecamente malvada de lo español, de la ilegitimidad de la unidad de los reinos hispánicos y como justificación para la destrucción de la nación política española.

1.- Los judíos en la Península Ibérica antes de los Reyes Católicos

No existe una fecha exacta a la que podamos referirnos entorno a las primeras migraciones de judíos hacia la Península Ibérica: según algunas leyendas sefardíes, la presencia de los judíos en España se remontan a la época del rey Salomón (970-931 a. C.), pues según algunos de los libros de la Biblia dedicados a esta época (Reyes, I, 10-22), se menciona que las naves comerciales fenicias de Hiram de Tiro iba y venían de Tarsis (más conocida como Tartessos, nombre con el que se refiere a una supuesta civilización neolítica establecida en el Valle del Guadalquivir) cargadas de oro, plata, marfil y monos. Otro libro bíblico interesante es Isaías (60-9), que los estudiosos datan entorno al 500 a. C., hablan también de estos contactos comerciales fenicios y hebreos con Tarsis.3

Lo más probable es que los primeros asentamientos judíos en la Península empezaran a constituirse con posterioridad, empezando indudablemente por los principales emporios comerciales y ciudades fenicias, púnicas y griegas de la costa mediterránea (Ampurias, Mataró, Málaga, Sexi, etc...) y desde allí se extendieron hacia el interior conforme fue avanzando la conquista de Cartago y, sobre todo, romana (Toletum, Hispalis, Corduba, Emerita Augusta, etc....). Ya en época del Alto Imperio, concretamente durante el reinado de Calígula (37-41 d. C.) se decía que Jerusalén era la metrópolis, no sólo de Judea, sino de otras muchas tierras y comunidades hebreas repartidas por todo el Imperio romano, las cuales eran muy numerosas. Incluso se comentaba que había más judíos viviendo en el resto del Imperio (entorno a 4 millones) que en la propia Palestina (3 millones).4 Esto tira por tierra la versión tradicional defendida por los llamados "Padres" de la Iglesia Católica, quienes afirma que la diáspora de los judíos por el Imperio sólo comenzó a partir del 70 d. C., con la destrucción del segundo Templo de Jerusalén por parte de las legiones romanas durante la 1o guerra judeo-romana.

Si bien ya había judíos repartidos por el Mediterráneo antes de esa fecha, fue a partir de entonces cuando se establecieron en masa en otras zonas del Imperio, llegando a España desde África, siendo el resultado de aquellos movimientos migratorios un crecimiento paulatino e importante de la población judía en la Península, que parece bastante nutrida en el siglo II d. C. En esta época, los judíos no eran considerados aún una etnia aparte, siendo solamente distinguibles por su condición religiosa y no racial, y, si exceptuamos las creencias monoteístas y los estrictos hábitos relacionados con ellas, en nada se diferenciaban del crisol multiétnico y multireligioso que representaba el conjunto de la población del Imperio romano. Tampoco formaban los judíos una clase social homogénea y distinta: encontramos a hombres muy ricos e influyentes, pero la mayoría era sobretodo gente pobre e incluso llegando a condiciones de auténtica miseria (algunos incluso eran esclavos).

Allí donde se instalaban, los judíos tendían a formar comunidades relativamente autónomas y separadas del resto de la sociedad autóctona, con el visto bueno de las autoridades locales. Aquellas comunidades estaban gobernadas por un consejo propio y cada una tenía uno o varios rabinos o sacerdotes que cuidaban de la sinagoga. A su vez, tenían sus propias escuelas, bibliotecas, hospitales, cementerios, e incluso hasta sus baños. Es importante resaltar que esto no le era impuesto a los judíos por ningún tipo de ley, sino que eran estas mismas comunidades las que elegían vivir apartadas, pues se argumentaba que si preferían vivir agrupados en barrios determinados era con el fin de disponer de varias comodidades, como la cercanía a la sinagoga, a la escuela rabínica o a las tiendas y carnicerías en las que se abastecían de los alimentos preparados conforme a las prescripciones de sus leyes y costumbres.5 Esto constituye un precedente de lo que posteriormente serán las típicas aljamas del judaísmo hispánico de la Edad Media, tanto con los visigodos como en las tierras sometidas a los musulmanes y luego en los reinos cristianos. Esta tendencia al aislamiento y el recelo a la mezcla con los llamados goyim (termino hebreo para referirse a aquellos que no son judíos) será más adelante una de las causas del crecimiento del antisemitismo como veremos a continuación.

Generalmente, las autoridades romanas se mostraron más bien tolerantes con el judaísmo (que disfrutaba del estatus de religión autorizada -religio licita-), pero desde fechas muy tempranas los judíos fueron poco simpáticos a ojos de los romanos y de los que vivían entorno a ellos, como deja constancia de ello algunos autores clásicos como Horacio, Juvenal, Tácito, Plinio, etc..., lo que se debe a su monoteísmo (rasgo que compartieron después con los cristianos), que les lleva a menospreciar al resto de religiones que se practicaban en el Imperio, entre ellas el llamado Culto Imperial, el cual era usado por el Estado romano como una herramienta de cohesión social y sacralización del poder político. Aunque poseían la ciudadanía romana, los judíos nunca llegaron a fundirse con el resto de la población de las zonas en las que vivían, teniendo en todas partes conflictos constantes tanto dentro de su propia comunidad entre las distintas sectas (fariseos, saduceos, esenios, zelotes, etc...) como con las otras comunidades de las zonas en las que habitaban.6 Estas alteraciones del orden público era lo que provocaba la ira y la reacción de las autoridades romanas, que llegaron a considerarlos como un grupo insociable e incapaz de asimilarse debido a sus cerradas costumbres religiosas.

Esto explica las persecuciones de las que fueron víctimas los judíos y también las llamadas guerras judías, cruentas campañas militares llevadas a cabo en Palestina debido a las rebeliones constantes de judíos. destacando las llevadas a cabo por los emperadores Tito (66-70, durante la cual se produjo la destrucción del segundo Templo de Jerusalén) y Adriano (132-135, tras la cual se suprimió la provincia de Judea y se cambio el nombre de Jerusalén por Aelia Capitolina, provocando también una diáspora masiva).

Con la expansión del cristianismo por todo el Imperio entorno al siglo IV, para acabar convirtiéndose en la religión dominante poco después, no es que la situación en líneas generales cambiase: a la preocupación por el orden público de los romanos se le sumó el primigenio antisemitismo religioso de los cristianos, un antisemitismo que se fundamentaba exclusivamente en preceptos religiosos (no en raciales) y que se debía a dos razones fundamentales:
  1. El papel destacado que tuvieron los judíos (especialmente sus élites) en la persecución y exterminio de las primeras comunidades cristianas, destacando la leyenda de que los rabinos de Jerusalén, con apoyo institucional romano, condenaron y crucificaron a Jesús de Nazaret, surgiendo así el principal fundamento del antisemitismo cristiano: culpar a los judíos en su totalidad de la muerte de Jesucristo. Un ejemplo de esto lo tenemos en Pablo de Tarso (o San Pablo), que antes de su conversión se hacía llamar Saulo y participó en dichas persecuciones.
  2. El proselitismo que ejercían los rabinos judíos en las comunidades cristianas. La actitud inicial de la comunidad judía (al igual que la de las autoridades romanas) para con los primeros cristianos fue el de considerarlos una secta judaica más (y en cierta medida así era, pues los primeros cristianos no eran otra cosa que judíos que habían aceptado a Jesucristo como el Mesías que anunciaban la mitología judaica, no siendo hasta que empiezan a ejercer proselitismo entre los goyim cuando empiezan a diferenciarse como un culto distinto), por lo que muchos rabinos tendieron durante esta época a realizar proselitismo entre las comunidades cristianas. Esto es algo de lo que se quejaron las autoridades de la Iglesia primigenia en el Concilio de Elvira a principios del siglo IV.7
En esta época ya empezaron los primeros brotes de violencia antisemita por parte de las comunidades cristianas, como nos revela el testimonio del obispo de Mallorca, Severo, que en 418 tuvo que bautizar a más de 500 judíos de Menorca después de que los cristianos asaltasen sus casas, las saqueasen y acto seguido quemasen la sinagoga.8 Por eso en el Concilio citado más arriba se decretó una serie de prohibiciones que tenían como fin fomentar la separación entre judíos y cristianos. Aunque eso no impidió los contactos: muchos cristianos se acabaron convirtiendo al judaísmo y viceversa y los matrimonios mixtos (una de las prohibiciones) eran frecuentes. Esto hizo que con el tiempo en los judíos de la Península se desarrollase un sentimiento de pertenencia a España (entendida como concepto geográfico e histórico, no político) ya que se acabó convirtiendo también en su Patria, en la tierra de sus padres y antepasados, lo que da un cariz más trágico a la expulsión de 1492.

La situación se suavizó con la llegada de los visigodos y la sustitución de los romanos por estos como poder político efectivo entorno al siglo V. En un primer momento, nada más cristianizarse, los visigodos habían sido católicos, pero desde finales del siglo VI se habían ido convirtiendo al arrianismo (una corriente del cristianismo que negaba la unidad de la Santa Trinidad y la divinidad de Jesucristo), lo cual hizo perder mucha influencia a la Iglesia durante los primeros años del Reino Visigodo. Esto benefició a los judíos que volvieron a gozar de una tolerancia y existencia legal reconocidas como en época altorromana, aunque algunas de las antiguas prohibiciones siguieron vigentes en el Código de Alarico (509), como la prohibición de tener esclavos cristianos o trabas para la construcción de nuevas sinagogas. Sin embargo, esta situación dio un giro tras la conversión al catolicismo del rey Recaredo (586-601), ya que en su afán por lograr, después de la unidad territorial y jurídica, la unidad religiosa, la minoría dirigente visigoda chocaba con el grueso de la población hispanorromana, de confesión católica, lo que provocó algunos conflictos, como la rebelión de Hermenegildo (hermano de Recaredo que se había convertido al catolicismo).

Esto hizo que los judíos fuesen de nuevo vistos como una minoría disidente dentro de un reino oficialmente católico, lo que hizo que a partir de Recaredo se iniciase una política discriminatoria recuperando leyes y disposiciones anteriores del periodo tarorromano, iniciándose las persecuciones durante el reinado de Sisebuto (612-621).9 La finalidad de los reyes visigodos era conseguir la unidad religiosa para con ello ayudar a la estabilidad de su reino, la cual estaba constantemente resquebrajándose debido a las luchas por unificar el territorio peninsular (que no se logró plenamente hasta el reinado de Suintila, 621-631) y entre la aristocracia visigoda, debido al carácter electivo tradicional germánico de su monarquía.

Esto hace que los judíos, a diferencia del resto de la población, no les suponga un pesar ni turbulencia el fin de la monarquía visigoda con la invasión musulmana del año 711, ya que para ellas significó el fin del calvario (al menos inicialmente). A esto se suma que durante la invasión, fueron numerosos los judíos que se ofrecieron como tropas auxiliares y de guarnición de las plazas conquistadas a las huestes islámicas de Tariq, cosa que se ve confirmada por los testimonios de cronistas de la época como asegura el historiador Haim Zafrani en su obra Los judíos del Occidente Musulmán (1994).10 Esto contribuiría a da insuflas a la leyenda de que la invasión islámica fue posible debido a que todos los judíos actuaron como "quinta columna" de las tropas islámicas, convirtiéndose en uno de los tópicos más arraigados en la mitología cristiana de la pérdida de España.

Con los musulmanes, los judíos gozarán de un estatus más benevolente que se explica por 2 razones: por la poca o nula oposición que mostraron a la conquista y porque los musulmanes, a diferencia de los cristianos, no tenían deseos de convertirlos masivamente al Islam. Se ha querido vender en este hecho la idea de que los musulmanes eran más "avanzados socialmente" y que por ello eran más tolerantes con judíos y cristianos de lo que fueron después estos últimos con los dos primeros, pero esta idea es falsa. Lo primero que debemos tener en cuenta es que, si los musulmanes toleraron la libertad de culto judía y cristiana, se debía a que eran considerados dhimmis (termino árabe que significa "gentes del Libro", es decir, que las confesiones judía y cristiana se basaban en la Biblia, como el Islam -solo que este complementaba el Antiguo Testamento con el Corán-), por lo que consideraban que seguían al mismo Dios que ello.11 En contraposición, su postura frente a las religiones consideradas "paganas" (como el zoroastrismo persa) fue más dura si bien también toleraron por un tiempo su libertad de culto. La otra razón de esta tolerancia es que, debido a su condición de no musulmanes a los que se les toleraba la libertad de culto, los dhimmis tenían que pagar un impuesto especial, la Yizia, el cual desde el punto de vista de los gobernantes musulmanes era una prueba material de la aceptación de los no musulmanes de la sujeción o humillación a su autoridad y sus leyes; a cambio, a los sujetos no musulmanes se les permite practicar su fe, para disfrutar de una medida de autonomía y para tener derecho a la protección del emirato de la agresión exterior. En la práctica, los judíos, como dhimmis que eran, no les estaba permitido hacer proselitismo religioso, y a veces estaba acompañado de otras exigencias, como el no caminar por el lado derecho de la calle, no montar a caballo, solo en mulas, etc. En Marruecos conllevaba el uso de chilabas de color negro, indumentaria impuesta inicialmente por los Almohades, en el siglo XII.12

Con el desarrollo de la susodicha Reconquista, según consiguen avanzar los reinos cristianos hacia el Sur y muy al principio, la población judía se va incorporando a la sociedad de estos reinos cristianos como propiedad esclava (al tener la categoría de cautivos de guerra) pero, debido a que resultan ser una población de mucha utilidad para los monarcas y la alta nobleza, enseguida van siendo liberados y recae sobre ella una forma de servidumbre mediante la cual pasan a ser "instrumentos" al servicio del rey, recibiendo la condición de servi regis (perteneciente al tesoro real). Esta utilidad viene seguida de una consecuente promoción y ascenso sociales, sirviendo los judíos prácticamente de puente (como vía de filtración comercial e intelectual), entre las dos comunidades políticas enfrentadas, islámica y cristiana. La pericia técnica financiera (que contemplaba la usura como mecanismo de financiación, prohibido entre los cristianos) y administrativa que poseía la élite judía, así como su dominio del árabe y de los principales logros de la ciencia islámica, les permitió a los judíos constituirse como un grupo social con mucha fuerza bajo la protección real, lo que amortiguó inicialmente la incompatibilidad teológica, y alcanzando su cenit en el siglo XIII.13

Sin embargo, esta protección por parte del poder real también se convirtió en varias ocasiones en un arma de doble filo para las comunidades judías, al despertar un recelo hacia el judío entre la población cristiana, especialmente entre los sectores populares, burgueses y baja nobleza, al disponer los judíos de unas libertades y exenciones que ellos no podían compartir. Excluídos del resto de la comunidad política viviendo en sus aljamas (lo que se debía tanto al antisemitismo popular tradicional como al deseo de los propios judíos de vivir concentrados y separados) se dedicaban a profesiones específicas, las cuales podríamos llamar "liberales" (comercio, finanzas, artesanado, etc...), en las que podía ganarse el favor de las clases altas.14

El que estuvieran en sus aljamas urbanas, separados del mundo rural, tampoco fue algo que les ayudase mucho y, a la larga, fue algo que se volvió en su contra; en el siglo XV el párroco y cronista Andrés Bernáldez, los denunciaba porque..... «eran mercaderes e vendedores e arrendadores de alcabalas e mercaderes de achaques, e fazedores de señores, e oficiales fondidores, sastres, çapateros, e cortidores, e furradores, texedores, especieros, bohonetos, sederos, herreros, plateros e de otros semejantes oficios; que nenguno rompía la tierra ni era labrador ni carpintero ni albañil, sino todos buscaban oficios holgados, e de modos de ganar con poco trabajar»15

La situación de los judíos pendía absolutamente del muro de contención del favor de la monarquía y la alta nobleza, un favor ganado a través de la utilidad que los judíos pudieran demostrar y que, como sucedió en varias ocasiones, podía perderse. Los judíos también desarrollaron toda una superestructura ideológica con la cual poder defenderse frente a las acusaciones antisemitas cristianas: se consideraban Sefarad, es decir, herederos de Judá (según la única mención bíblica del nombre que aparece en el libro de Abdías), venidos a la Península con anterioridad al nacimiento de Jesucristo, queriendo así demostrar su falta de responsabilidad en el supuesto deicidio.16 Pero aún con todo tal era la situación que, cuando fallaba esa protección real y se producían vacíos de poder (por ejemplo rivalidad entre dos monarcas, minoría de edad, etc...), la población judía quedaba desprotegida a expensas de la violencia, no sólo de las clases populares cristianas azuzadas por sus rivales cristianos, sino incluso por los enfrentamientos y conflictos de intereses dentro de la propia comunidad judía, estallando en pogromos o asaltos a aljamas. Uno de los más brutales y destacados se produjo entre el 15 de marzo y el 13 de agosto de 1391 tanto en Castilla (reinando Enrique III Trastámara) y en Aragón (reinando Fernando de Antequera y Juan II de Trastámara), donde la mezcla de circunstancias como la minoría de edad de Enrique III y la crisis económica de 1380 hace que estalle un conflicto social que desemboca en una persecución y asalto generalizado a las juderías, costándole la vida a más de cuatro mil judíos y desbastándose aljamas importantes como las de Toledo o Barcelona.

La violencia de los progromos de 1391 desencadenaron una gran oleada de conversiones masivas de judíos al cristianismo (que ya se estaban produciendo de forma paulatina conforme avanzaba la Reconquista), convirtiéndose unas 100.000 personas en 20 años y contribuyendo a la merma y casi desaparición de algunas aljamas como Valencia, Mallorca, Burgos o Sevilla, quedando estas muy disminuidas, a lo que se suma también que, de forma general, los judíos abandonaron las grandes ciudades donde habían sido brutalmente reprimidos para refugiarse o bien en otras o en pequeñas aglomeraciones rurales. Las conversiones siguieron creciendo a lo largo del siglo XV: el miedo a los tumultos antijudíos, el proselitismo cristiano y las ventajas sociales y económicas que ofrecía el bautismo (más estables y duraderas que las que podía ofrecer la protección real conservando su condición de judíos) hicieron disminuir las comunidades judías y, en contraposición, aumentar las conversas, las cuales a finales del siglo XV alcanzarían las 250.000 o 300.000 personas.17

Para la comunidad judía el fenómeno converso supuso un gran debilitamiento, no sólo en el volumen demográfico, sino también en su peso económico y en su ascendencia sobre el poder real.

Así, en la Corona de Castilla el nivel de participación de los judíos como arrendadores de las rentas reales quedó muy disminuido en el siglo XV, y aunque restaban algunos judíos próximos a los círculos de la realeza y la alta nobleza (como es el caso de Abraham Senior y la familia de los Abravanel a finales de siglo), era ya sólo una pequeña minoría que no tenía ni el poder ni la influencia de épocas anteriores. Lo mismo ocurrió en la Corona de Aragón, donde los grandes financieros judíos de la monarquía fueron siendo sustituidos a lo largo del mismo siglo por converos.18

2.- Los judíos y conversos durante el reinado de los Reyes Católicos

Los Reyes Católicos comenzaron sus respectivos reinados estableciendo en pleno vigor las normas legales que protegían a las comunidades judías, las cuales habían apoyado mayormente a Isabel y Fernando durante la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra Juana la Beltraneja y su marido, Alfonso V de Portugal. Fernando el Católico recurría de forma casi exclusiva a financieros de origen judío como Alfonso de La Caballería, Luis de Santángel o Gabriel Sánchez; y los 2 principales financieros de Isabel la Católica eran los judíos Abraham Senior e Isaac Abravanel. Sin embargo, ya desde muy pronto comenzaron a hacerse notar cada vez más las posturas antisemitas del grueso de la población. En las Cortes de Madrigal de 1476 se pronunciaron abiertamente sobre cuatro puntos:
1. Se les volvió a exigir a los judíos el uso de señales externas para diferenciarse de los cristianos (redondelas rojas).

2. Se les prohibió llevar vestidos y adornos lujosos.

3. Se reglamentó el préstamo, cercenando la usura.

4. Se limitó la competencia de los jueces judíos en las causas criminales.
En 1478, el prior dominico Alonso de Hojeda predicó en Sevilla un sermón a Isabel la Católica en el que denunciaba la subversión de la "religión verdadera" por los falsos conversos en el seno de la Iglesia, siendo apoyado por el cardenal Mendoza y Tomás de Torquemada, prior dominico de Segovia (y el cual era de familia conversa). Ante las pruebas presentadas a la reina de una supuesta indudable judaización, los Reyes Católicos solicitaron al Papa Sixto IV una bula mediante la cual se creaba el Tribunal de la Inquisición en Castilla y Aragón.19 Los antecedentes de esto tenemos que verlos en el llamado problema converso. Como se ha citado más arriba, debido a las oleadas de violencia antijudía de 1391, muchos fueron los judíos que se bautizaron. Mientras los judíos iban perdiendo vitalidad, los conversos por el contrario proliferaban: tuvieron excelente acogida en las cortes de Juan II de Aragón y Enrique IV de Castilla, ocupaban altos cargos administrativos, prelaturas religiosas, regidurías concejiles, mayordomazgos, y tesorería de señores de la alta nobleza.

Mientras que la comunidad mudéjar20, rural y modesta, ausente de las universidades y refractaria a la integración, suscitaba más desdén que terror; los judíos, y más los conversos, disputaban a los cristianos viejos los mejores puestos, despertando rivalidades y enconos. A esto se sumaron las acusaciones de tipo religioso: los conversos eran una minoría de la que los cristianos viejos sospechaban y los judíos desconfiaban. Los conversos no estaban sujetos a las incapacitaciones que padecían los judíos y por ello tenían más facilidad para ocupar puestos de importancia, lo que despertó los recelos de los judíos. Mientras que los cristianos viejos acusaban a los conversos de judaizar (es decir, de seguir practicando la religión hebrea en secreto), azuzando las élites cristianas viejas a las clases populares a la violencia contra ellos, las cuales de por sí sentían resentimiento contra quienes, con su asiduidad en el comercio y las finanzas, parecían estarse enriqueciendo a costa del resto de la población.21 Lo cierto es que la identidad religiosa de los conversos no era nada clara; existían abundantes pruebas de que muchos de ellos no se sentían obligados a renunciar a todo su pasado judío, ya que seguían respetando algunas de sus tradiciones que ellos juzgaban compatibles con la fe cristiana, lo cual no dejaba satisfecho a los puristas de ambas confesiones.22

A esto se añadía que tampoco ayudaba el hecho de que los rabinos judíos consideraban que todos los judíos obligados a convertirse al cristianismo debían seguir siendo considerados siempre como judíos, al igual que sus hijos, llevándose a cabo cualquier tipo de reconversión.23 Esto contribuía a fomentar la opinión de que los conversos eran falsos cristianos. Aún con todo, la política inicial de los Reyes Católicos fue la misma que sus predecesores, la de la tolerancia. Pero esta era una tolerancia en el sentido de que eran "sufridos" (como se expresaba en algunos documentos de la época), porque se argumentaba siguiendo las máximas agustinas de que con el ejemplo de los cristianos los judíos acabarían abandonando su confesión, lo que nos revela que el principal objetivo de la monarquía era la conversión más que la expulsión o erradicación.24

Sin embargo, el desarrollo tanto del programa de gobierno de los Reyes Católicos como el de los acontecimientos demostraron que esa política ya no era posible seguir manteniéndola. Los Reyes Católicos, si por algo destacan en la Historia de España por encima de otras figuras, es porque son los arquitectos de la construcción del Estado Moderno, siendo la expresión española de un fenómeno que se estaba produciendo por la misma época en buena parte de Europa, como en Francia con los Valois, en Inglaterra con los Tudor, en Suecia con los Vasa, etc... El Estado Moderno se caracteriza por potenciar el poder de la monarquía frente al de la nobleza mediante la creación de un aparato burocrático, militar y fiscal que fuera enteramente controlado y subordinado a los reyes, el cual necesitaba además de una cohesión social que permitiera su estabilidad. Para esta cohesión era necesaria, entre otras cosas, la unidad religiosa del reino.

La fe religiosa está asociada a modelos culturales y sociales, a comportamientos y actitudes, y lleva siempre consigo un modelo antropológico, un modelo de ser humano. La "herejía" como manifestación religiosa porta valores que entran en conflicto con los modelos culturales, sociales, económicos y antropológicos de la religión oficial de la que disiente como expresión cultural. La disidencia religiosa y las prácticas "heréticas" de los judíos y de los conversos en el seno de la cultura española de aquel periodo concreto, llevaban implícitas la socavación y desestabilización de los modelos sociales y culturales hispanos y la introducción de otros valores ajenos a ellos. Este aspecto fue especialmente importante si entendemos la religión como síntesis y como expresión de las concepciones del entorno que desarrolla una cultura o un modelo social que no ha alcanzado las formas de expresión políticas propias del mundo contemporáneo. Sin la total identificación de la comunidad política con la religión oficial y mayoritaria, no era posible el establecimiento de unas normas objetivas de moral y de conducta para todos los miembros de la comunidad, en aquellos momentos en la forma de súbitos de la corona española.25

Esto explica la imbricación intensa y profunda entre religión, política y sociedad en el llamado Antiguo Régimen. La religión sustentaba la base de los principios del poder monárquico y, al mismo tiempo, era un elemento fundamental en la cohesión social. Por ello, la tolerancia no era un valor reconocido en la Europa Medieval y Moderna, pues el que se apartaba de la fe y del dogma cristiano como lo definía la Iglesia Católica no sólo cometía un pecado individual, sino que se convertía también en una amenaza para el cuerpo social fundamentado precisamente en la fe.26

De esta forma es posible entender que en las Cortes de Toledo de 1480 se pidiera a los Reyes Católicos que se impusiera la legislación anterior en el sentido de que se obligara a los judíos a llevar marcas distintivas; además, se ordenó que se amurallaran las aljamas y que los judíos no pudiesen vivir fuera de ellas. El establecimiento de la Inquisición preocupó sobremanera a buena parte de la comunidad conversa por los diversos motivos, como el ser en verdad judíos en secreto o por el hecho de que a pesar de ser cristianos debotos, a los denunciantes les iba a dar igual con tal de hundir su posición y a las autoridades también con tal de confiscar sus bienes. Según algunas fuentes, en el otoño de 1480, huyeron de Andalucía más de 4.000 familias de conversos y esto llegó a tal que en Sevilla, los conversos ricos encabezados por Diego de Susán conspiraron para montar una resistencia armada, pero se vieron traicionados y detenidos, siendo castigados públicamente en autos de fe en 1481.27 Debido a estos hechos, a finales de 1482 se ordenó una expulsión parcial de los judíos de Andalucía, y a partir de 1483 se expulsó a los judíos de varias ciudades del sur. Debido al número de judaizantes descubiertos en Sevilla, se justificó la introducción de otros tribunales de la Inquisición en toda Castilla, encontrando que para 1492 ya había tribunales en Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Sevilla, Toledo y Valladolid.

Es importante aclarar que la Inquisición, creada específicamente para investigar la ortodoxia religiosa de los conversos, no tenía autoridad sobre los no bautizados, y en consecuencia no podían investigar y encausar ni a los judíos ni a los musulmanes. Sin embargo, si tenemos en cuenta lo expuesto anteriormente, no puede caber duda de que su objetivo no era otro que la eliminación de los elementos residuales de la cultura hebrea de la comunidad conversa. También es importante decir que la Inquisición no era algo nuevo en suelo hispánico ni exclusivamente de aquí. En Aragón ya existía la llamada Inquisición Pontificia desde el siglo XIII (mientras que en Castilla y Portugal jamás existió tal organismo, bastando con los tribunales obispales para ocuparse de la herejía), la cual había sido creada por el Papado para combatir a la herejía de los cátaros del sur de Francia y que se había extendido por otras latitudes de Europa.28

En Aragón, a diferencia de en Castilla donde se tuvo que construir el aparato inquisitorial desde 0, lo que se hizo inicialmente fue reactivar la vieja Inquisición Pontificia, pero a diferencia de la castellana, Sixto IV mantenía el derecho de intervención y en 1482 lanzó una protesta a Fernando argumentando que la Inquisición en España actuaba más por el afán de recaudar que por preservar la fe. Pero Fernando recurrió a chantajear al Papa mediante la amenaza de retirarle su apoyo militar en Italia para contener las ansias expansionistas de Luis XI de Francia en Saboya, Lombardía y Nápoles, consiguiendo en 1485 una nueva bula papal por la cual se designaba a Tomás de Torquemada Inquisidor General tanto de Aragón como de Castilla, quedando ambos tribunales unificados y creando uno de los primeros órganos con jurisdicción sobre la totalidad de los reinos hispánicos de ambos reyes.29

El problema es que la Inquisición, al alentar a los cristianos a identificar y denunciar a los judaizantes, lo que propició fue un enorme impuslo al antisemitismo, aumentando la propaganda y los ataques contra estos. Uno de estos episodios se dió en 1491, cuando se publica una supuesta historia de una atrocidad en la cual un niño cristiano de La Guardia (Toledo) es asesinado por un grupo de conversos y judíos de forma ritual. Esto atizó aún más el odio de las clases populares. Ante estos crecientes desórdenes sociales, los Reyes Católicos dieron el paso definitivo de promulgar el 31 de marzo de 1492 dos edictos conjuntos para Castilla y Aragón (conocidos de forma única como el Decreto de la Alhambra) por los que se concedía a los judíos un plazo máximo de cuatro meses para aceptar el bautismo o marcharse del país. Ambos textos partían de un borrador elaborado pocos días antes por el inquisidor general Torquemada, y las argumentaciones oficiales de tan rigurosa medida eran fundamentalmente religiosas: combatir la "herética pravedad" que los judíos extendían por todo el reino.

El Decreto fijaba las condiciones de la expulsión: se ordenaba salir con carácter definitivo y sin excepción a todos los judíos, los cuales no solamente eran expulsados de los reinos peninsulares, sino de todos los dominios de los Reyes Católicos (incluyéndose así los territorios de Italia, pues aún faltaban siete meses para el descubrimiento de América). El plazo para su marcha era de cuatro meses, es decir, hasta el 31 de julio, aunque un edicto posterior del inquisidor Torquemada lo prolongó en diez días más para compensar el tiempo pasado en la promulgación y conocimiento del decreto en la totalidad de los reinos hispánicos. Se imponía la salida en ese plazo bajo pena de muerte y confiscación de bienes, dando los reyes su seguro y protección real para que en esos cuatro meses negociasen los judíos toda su fortuna y se la llevasen en forma de letras de cambio, pues debían respetarse las leyes que prohibían que pudiesen llevarse oro, plata, monedas, armas y caballos.30

Aunque el decreto no hacía ninguna alusión directa a la posibilidad de conversión al cristianismo, ésta era una alternativa que se sobreentendía, y fueron especialmente numerosos los individuos judíos que se bautizaron para evitar su expulsión y seguir gozando de buena posición socioeconómica. Un ejemplo lo tenemos en el ya citado Abraham Senior, que recibió el bautismo el 15 de junio de 1492 con el padrinazgo de los mismos reyes, pasando a llamarse desde entonces Fernán Núñez Coronel y desempeñando después de su conversión los cargos de regidor de Segovia, miembro del Consejo Real y contador mayor del príncipe Juan. Las conversiones se dieron en un grado muy distinto según las zonas y las localidades.

Las cifras de la expulsión han resultado en un tema de debate polémico. Las limitaciones de las fuentes, las conversiones y los retornos dificultan los intentos de precisar el volumen de judíos expulsados. Las cifras globales manejadas tienen un carácter muy dispar, como podemos ver en la siguiente reproducción de algunos de los cálculos de reconocidos especialistas:
- Haim Beinart: 200.000.

- Yitzhar Baer: 150.000 - 170.000.

- Henry Kamen: 180.000.

- Bernard Vicent: 100.000 - 150.000.

- Joseph Pérez: 50.000 - 150.000.

- Antonio Domínguez Ortíz: 100.000.

- Luis Suárez: 100.000.

- Julio Valdeón: 100.000.

- Ladero Quesada: +/˗ 90.000.

- Jaine Contreras: 70.000 - 90.000.
Como es posible apreciar, las estimaciones defendidas por los historiadores hebreos son muy superiores a las cifras salidas de las investigaciones de los estudiosos españoles, los cuales, en general olvidándose de las apreciaciones de los cronistas coetáneos, han extrapolado los resultados de los análisis de padrones fiscales, relaciones fragmentarias de expulsados, contratos de embarque, etc..., que ofrecen datos parciales pero documentados y contrastados.31

El camino del exilio condujo a los judíos castellanos y aragoneses mayormente a Portugal y Navarra, reinos de donde después también serían expulsados (1497 y 1498 respectivamente), y en menor medida a Flandes, África del Norte, norte y centro de Italia y el Imperio Otomano, donde el sultán Beyazid II dio instrucciones de acogerlos favorablemente. Pero para la mayoría de ellos el camino del destierro estuvo lleno de penalidades, como los relata Salomón ben Verga en su crónica Sebet Yehuda, siendo muchos de los emigrados al Norte de África capturados por los piratas berberiscos y vendidos como esclavos.32

Las causas de la expulsion de los judíos han dado lugar a un intenso debate historiográfico en el que se han manejado múltiples interpretaciones. Se ha aducido a explicaciones basadas exclusivamente en la opinión popular antijudía debido a la práctica de la usura y a su supuesta propensión a la acumulación de riquezas. También se han esgrimido causas fundamentadas en alineamientos sociales, vendiéndolo como un episodio de la lucha de clases entre los tradicionales grupos privilegiados (nobleza y clero) y la burguesía incipiente de los judíos o la expulsión como resultado de la alianza de las oligarquías urbanas antijudías con la Monarquía.33 Sin embargo, la ecuación judíos=burguesía ni el antagonismo entre nobleza y judíos tiene fundamento, pues precisamente a quienes más prestaban los judíos sus servicios como administradores de los estados de la aristocracia. Asimismo las oligarquías ciudadanas tampoco tenían la importancia suficiente para imponer una decisión de tanta trascendencia sobre una monarquía autoritaria que, por otro lado, controlaba a los municipios a través de los corregidores. Sin embargo, no es descabellado descartar esta última hipótesis: por muy autoritaria que fuese la Monarquía de los Reyes Católicos, esta autoridad no se había ganado ex nihilo, sino que fue el resultado de un largo periodo de consolidación de su poder mediante el dominio de una nobleza enormemente poderosa (resultado de la debilidad del monarca anterior, Enrique IV) que arranca desde la Guerra de Sucesión Castellana, donde Isabel y Fernando aprovechan los enfrentamientos entre facciones nobiliarias y de estas con las oligarquías urbanas y campesinado para conseguir la victoria frente a un mayor apoyo aristocrático a Juana la Beltraneja y Alfonso V de Portugal.

Debido a esto, tras la guerra y su legitimación en el trono de Castilla, Isabel y Fernando se encaminaron a la modernización de sus reinos, lo que pasaba por la supresión del poder de las noblezas regionales. En los tres lugares donde esta puso mayor resistencia fue en Valencia, Galicia y en Andalucía, donde los nobles tenían mucho poder debido a que durante mucho tiempo fueron los que llevaron la iniciativa militar contra el Reino Nazarí de Granada (último reducto musulmán en España), por lo que los anteriores reyes les concedieron muchas ventajas, prerrogativas y privilegios para poder financiar y mantener las levas y castillos defensivos de la frontera, siendo un exponente de estos nobles el Duque de Medina-Sidonia. Muchos de estos nobles opusieron resistencia armada, otros no, pero al final sucedió lo inevitable y se impuso la prerrogativa regia, reduciendo el poder de la nobleza (a cambio de ventajas económicas o por sumisión) en pos de un creciente poder real utilizado para la modernización de la administración de ambas coronas en pos de una mayor igualdad contributiva y fiscal de todos los territorios que componen España. Para ello los reyes se apoyaron en numerosas ocasiones en otros grupos de poder rivales de los nobles, como las oligarquías ciudadanas o los grupos de campesinos propietarios, azuzando o no impidiendo en numerosas ocasiones los reyes revueltas campesinas o urbanas contra estos nobles para debilitarlos y cambiar la situación a su favor. Un ejemplo de esto los tenemos en las revueltas de los remensas de Cataluña de 1484-1485, donde Fernando el Católico, si bien oficialmente dirigía a la facción nobiliaria contraria a la revuelta, apenas hizo esfuerzos iniciales por contenerla y, cuando tuvo a los nobles bajo su yugo, sometió rápidamente la revuelta y concedió a los payeses sus principales reivindicaciones en la Sentencia arbitral de Guadalupe de 1486.34 Sectores que, como se ha mencionado más arriba, eran los más hostiles hacia la comunidad judía y sus prácticas económicas y religiosas, ergo no es descabellado pensar que los Reyes Católicos tuviesen esto en cuenta a la hora de decretar la expulsión. Siguiendo el hilo de esto, por otro lado, en la decisión de la expulsión no fue ajena la propia comunidad conversa que veía peligrar su posición social como consecuencia del proselitismo de los judíos viejos. No olvidemos que el brazo ejecutor de la expulsión y de la persecución de la herejía, la Inquisición, estuvo dirigida por Tomás de Torquemada, el cual era de familia conversa, contando también con una importante presencia de conversos que se extendía por toda su jerarquía y estructura territorial.35

Lo más probable es que sea imposible establecer una única causa que explique la expulsión, siendo lo correcto pensar que fueron la suma de estos factores lo que determinación en última instancia la decisión de los Reyes Católicos; a saber: terminar con el proselitismo de los judíos para con los conversos, lograr una mayor cohesión y paz social mediante la unidad religiosa del reino, que habría que interpretar como un elemento fundamental de la maduración del poder de la monarquía en la construcción del Estado moderno español.36 Esto demuestra que las intenciones de la expulsión no tenían nada que ver con motivaciones racistas: Tanto Isabel como Fernando contaban con judíos y, sobre todo, conversos entre sus colaboradores más íntimos (como se ha citado en páginas anteriores). De hecho, en 1507 Fernando dijo públicamente que... «siempre nos serbimos desta gente como de los otros, syn acetación de personas, y ellos nos serbieron bien»37

La pérdida demográfica que significó la expulsión no fue excesivamente relevante (aproximadamente un 2% del potencial poblacional conjunto de Castilla y Aragón, si aceptamos las cifras de 100.000 expulsados), pero cabe subrayar la desigual incidencia que tuvo en los distintos territorios de la Monarquía Hispánica. En Aragón la población judía era mucho menor que en Castilla y la expulsión sólo supuso una pérdida de 10.000 o 12.000 habitantes. En Castilla, donde la población judía era más numerosa, las aljamas eran escasas en la zona norte y en Galicia, concentrándose la mayoría de ellas en las dos Castillas, Andalucía y Murcia.38

Las consecuencias económicas de la expulsión han sido muchas veces exageradas al interpretar que la marcha de los judíos eliminó de la vida social y económica hispánica los "únicos grupos" que podían haber recogido el impulso del primer capitalismo. Las consideraciones apuntadas anteriormente sobre la situación económico-profesional de los judíos a finales del siglo XV invalidan esta interpretación en tanto que sólo en las localidades donde los judíos eran numéricamente importantes, los trastornos en el mundo artesanal y de los negocios fueron relevantes.39 Joseph Pérez declara lo siguiente:
«en vista de la documentación publicada sobre fiscalidad y actividades económicas, no cabe la menor duda de que los judíos no constituían ya una fuente de riqueza relevante, ni como banqueros ni como arrendatarios de rentas ni como mercaderes que desarrollasen negocios a nivel internacional. Es lo que confirma la situación en 1492 y en los años siguientes. [...] La expulsión de los judíos produjo problemas a nivel local pero no una catástrofe nacional. Es a todas luces descabellado atribuir a aquel acontecimiento la decadencia de España y su pretendida incapacidad para adaptarse a las transformaciones del mundo moderno. Todo lo que sabemos ahora demuestra que la España del siglo XVI no era precisamente una nación económicamente atrasada. [...] En términos estrictamente demográficos y económicos, y prescindiendo de los aspectos humanos, la expulsión no supuso para España ningún deterioro sustancial, sino solamente una crisis pasajera rápidamente superada.»40
3.- La manipulación entorno a la expulsión de los judíos

Este episodio ha sido, sin duda, uno de los más utilizados por parte de la propaganda antiespañola como una muestra de la malvada naturaleza intrínseca que rodea a todo lo español, constituyendo desde muy pronto en uno de los pilares fundamentales de la llamada Leyenda Negra. Con el tiempo, esta propaganda se acabó mimetizando con la historiografía desde finales del siglo XVIII, cuando la Ilustración europea (especialmente la francesa) asumió acríticamente y en su totalidad todo lo referente a la Leyenda Negra antiespañola, de ahí la imagen deformada de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón como unos simples fanáticos religiosos irracionales capaces de causar la ruina económica y demográfica de sus reinos antes que convivir con los judíos.

Se ha vertido muchas mentiras y exageraciones entorno a este suceso, las cuales la historiografía moderna ya han desmentido en toda su totalidad, pero sin embargo sigue persistiendo con fuerza esta superestructura ideológica en la llamada cultura popular, lo que hace que, lejos de desaparecer definitivamente, esta siga perdurando en el imaginario colectivo fomentado por toda clase de medios literarios (novelas, cómics, etc...) como audiovisuales (películas, videojuegos, etc...).


Este tipo de ideas no solo son oportunamente aprovechadas por los nacionalismos fraccionarios hoy día (los cuales se agarran a cualquier episodio oscuro de la Historia de España, tapando la participación de los naturales de su región, para justificar la secesión), sino que están en la base de las autodenominadas izquierdas que a partir de los años 60 fueron renunciando paulatinamente a la defensa de la nación española.

Una de las primeras ideas distorsionadas que venden es que la expulsión de los judíos fue algo exclusivo de España, es decir, que en otras latitudes de Europa y África no sucedió lo mismo, sino que al contrario los judíos estaban mejor integrados porque en esas zonas eran más tolerantes que en la "bárbara España". Esto es una falsedad: si por algo destacó en su momento la expulsión de los judíos de España es por lo tardía que fue en contraposición a la mayor parte de la Europa de su tiempo.

A continuación mostraremos una relación en la que figura el país y la fecha en la que los judíos fueron expulsados o se prohibieron el ejercicio de sus creencias:41
- Antigua Roma (c. 49-50 d. C.): Según Suetonio, durante el reinado de Claudio se decretó la expulsión de los judíos de la ciudad de Roma (no así del Imperio romano).

- Reino Visigodo (616): No se ha conservado ningún documento exacto, pero se sabe que con Sisebuto hubo persecuciones e intentos de conversión forzosa.

- Al-Ándalus (c. 1140): Los Almohades prohíben la práctica de la religión judía y algunos judíos son expulsados (destacando el médico y teólogo judío Maimónides y su familia).

- Francia (1182, 1306, 1321/1322, 1394): Felipe II Augusto Capeto firma la primera expulsión, sin posibilidad de conversión y con la confiscación de bienes, repitiéndose otras 3 veces a lo largo del siglo XIV.

- Inglaterra (1290): Ordenada por Eduardo I Plantagenet, es considerada la primera expulsión masiva de la Edad Media.

- Austria (1421): Tras la persecución y la quema de 270 judíos, se decreta su expulsión, confiscación de bienes y conversión forzosa de los niños.

- Ducado de Parma (1488).

- Ducado de Milán (1490).

- Castilla y Aragón (1492).

- Lituania (1495).

- Portugal (1496/1497).

- Navarra (1498).

- Provenza (1500): Decretada tras un periodo de disturbios antijudíos que arrancan en 1475 y en la línea de adaptación a la legislación francesa, ya que es anexionado por Francia en 1486.

- Brandeburgo (1510).

- Túnez (1535).

- Nápoles (1541).

- Génova (1550, 1567).

- Baviera (1554).
Como podemos apreciar, España no fue ni el primer país en expulsar a los judíos (ni el último) ni el que acometió las persecuciones más duras. Sin embargo es la más recordada de todas ellas hasta tal punto que es considerada la única que conoce el grueso de la población.

Otro punto de esta propaganda es que se vende que la expulsión fue un hecho que contó con la oposición y la protesta de la totalidad de la sociedad europea de su momento, empezando así la imagen de España como un país atrasado y ultramontano alejado de la tendencia general europea de progreso y tolerancia. Esto resulta ser una falsedad si repasamos las pruebas historiográficas entorno a las reacciones internacionales de la expulsión. La expulsión fue firmada el 31 de marzo en Granada. Lejos de las críticas que recibió por parte de la pseudohistoriografía ilustrada 3 siglos después, la decisión de los monarcas españoles fue vista como un signo de modernidad y fueron felicitados desde otras latitudes de Europa, destacando en estos elogios la Universidad de París (la Sorbona), y representantes de la intelectualidad renacentista, como Nicolás Maquiavelo, Francesco Guicciardini y Giovanni Pico della Mirandola consideraron la expulsión de los judíos de España como un acto de buen gobierno.42

De hecho, si España causaba algún tipo de repulsión en las élites intelectuales tanto italianas como del resto de la Europa renacentista no era por su intolerancia para con otras minorías religiosas, sino precisamente por lo contrario, es decir, por la idea preconcebida de que los cristianos españoles habían sido demasiado "tolerantes" con judíos y musulmanes y, resultado de esos siglos de coexistencia, eran un pueblo impuro y salvaje de marranos salidos de la mezcla de judíos y musulmanes.

Cuando Erasmo de Rotterdam fue invitado a España por el Cardenal Cisneros para dar clases en la Universidad de Alcalá en 1517 (pues España era el país donde más influencia estaba teniendo el Erasmismo, lo cual se haría notar en la figura de Carlos I de Habsburgo), rechazó la invitación con su célebre "Non placet Hispania" ("No me gusta España"), exponiendo la razón de esto en su carta al clérigo y reformador alemán Wolfgang Capito que «Los judíos abundan en Italia; en España, apenas hay cristianos.»43

Los protestantes alemanes del siglo XVI también fueron de la misma opinión, destacando la figura de Lutero, que en 1537 escribía respecto de los españoles que eran «sunt plerunque Marani, Mamelucken» ("la mayoría son marranos, mamelucos")44. Hasta en el Papado (cabeza de la Iglesia que precisamente la Monarquía Hispánica se desangraba en constantes guerras por defender de turcos y protestantes) había muestras de este tipo de desprecio hacia lo español, destacando las palabras de Paulo IV «Estos españoles, malditos de Dios, simiente de judíos, moros y herejes.», lo que se debía a sus encontronazos con Carlos I y Felipe II (a los que odiaban por el dominio español en Italia como, en el caso del primero, por haber querido reconciliar a católicos y protestantes mediante un concilio).45

A modo de conclusión final, lo que debemos tener en claro sobre la expulsión de los judíos no es que se tratase de un episodio esporádico y casual surgido de una especie de odio racial hacia los judíos por el mero hecho de ser judíos (un antisemitismo más cercano al de los nazis alemanes que al que imperaba en la Europa medieval), sino que en realidad, aunque el choque adquirió la forma aparente de un conflicto religioso, lo que el modelo cultural del catolicismo español perseguía, repudiaba y combatía con la Inquisición, y posteriormente con la fuerza de los ejércitos de la Monarquía Hispánica a lo largo de 2 siglos por toda Europa, eran las nuevas formas que adquirían las actividades productivas, las finanzas y el comercio, impregnadas de un espíritu crematístico que durante siglos se había mantenido en Europa como una particularidad de la actividad económica de las comunidades judías, y que en aquellos años estaba convirtiéndose en el modelo socioeconómico dominante y hegemónico, es decir, en el primer capitalismo.

Paradojas de la historia, resulta que la principal razón de la tardanza de España en asumir el modo de producción capitalista no se debió tanto a una especie de atraso cultural irremediable, sino a que, mediante su geopolítica e instituciones (destacando la propia Inquisición), fue una de las primeras sociedades políticas en luchar de forma abierta y organizada contra la matriz cultural del capitalismo europeo.46

Fuentes principales:

- FERNÁNDEZ ORTÍZ, Antonio. La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad. Editorial El Viejo Topo. 2015. Barcelona, España.

- THOMAS, Hugh. El Imperio español. De Colón a Magallanes. Editorial Planeta. 2003. Madrid, España.

- INSUA RODRÍGUEZ, Pedro. 1492. España contra sus fantasmas. Editorial Ariel. 2018. Barcelona, España.

- KAMEN, Henry. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Alianza Editorial. 1983. Madrid, España.

- PÉREZ, Joseph. Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos en España. Editorial Crítica. 2013. Barcelona, España.

- PÉREZ, Joseph. Los judios en España. Ediciones Marcial Pons Historia. 2005. Madrid, España.

- POWELL W., Philip. La Leyenda Negra. Un invento contra España. Editorial Áltera. 2008. Barcelona, España.

- SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Ediciones Temas de Hoy. 1996. Madrid, España.

Notas:

1. FERNÁNDEZ ORTÍZ, Antonio. La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad. Pág. 46. Editorial El Viejo Topo. 2015.

2. Nota del Autor: Este concepto de la cultura de la solidaridad de la clase obrera es tratado de forma más completa y amena por el historiador marxista Antonio Fernández Ortíz en su libro citado más arriba, especialmente en los capítulos 3 (2 modelos de comunismo), 4 (La destrucción de la clase obrera y de la cultura de la solidaridad) y 5 (La manipulación de la Historia y la deconstrucción de la idea de España), del cual se ha inspirado la mayor parte de esta introduccion.

3. PÉREZ, Joseph. Los judios en España. Págs. 18-19. Ediciones Marcial Pons Historia. 2005.

4. Ibídem. Pág. 17.

5. Ibídem. Págs. 20.

6. Ibídem. Págs. 21.

7. Ibídem. Págs. 22.

8. Ibídem. Págs. 22.

9. Ibídem. Pág. 24.

10. Ibídem. Págs. 29-30.

11. INSUA RODRÍGUEZ, Pedro. 1492. España contra sus fantasmas. Pág. 64. Editorial Ariel. 2018.

12. CASTIEN MAESTRO, Juan Ignacio. "Las Comunidades judías de Marruecos. Entre la convivencia y la marginalidad". Papeles Ocasionales, número 5 - Marzo 2004.

13. INSUA RODRÍGUEZ, Pedro. 1492. España contra sus fantasmas. Pág. 66. Editorial Ariel. 2018.

14. KAMEN, Henry. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Pág. 11. Alianza Editorial. 1983

15. Ibídem. Pág 74.

16. INSUA RODRÍGUEZ, Pedro. 1492. España contra sus fantasmas. Pág. 67. Editorial Ariel. 2018.

17. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 90. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

18. Ibídem.

19. Ibídem. Pág. 76.

20. Mudéjar: Termino para designar a los musulmanes que permanecieron viviendo en territorio reconquistado por los cristianos.

21. KAMEN, Henry. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Pág. 74. Alianza Editorial. 1983.

22. Ibídem. Pág. 76.

23. THOMAS, Hugh. El Imperio español. De Colón a Magallanes. Pág. 53. Editorial Planeta. 2003.

24. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 92. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

25. FERNÁNDEZ ORTÍZ, Antonio. La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad. Págs. 55-56. Editorial El Viejo Topo. 2015.

26. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 88. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

27. KAMEN, Henry. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Pág. 77. Alianza Editorial. 1983.

28. Ibídem. Pág. 76.

29. Ibídem. Pág. 78.

30. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 104. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

31. Ibídem. Pág. 105.

32. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 108. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

33. Ibídem. Pág. 105.

34. VICENS VIVES, Jaume. Historia de los Remensas en el siglo XV. Pág 328. Ediciones Instituto Jerónimo Zurita. 1945.

35. FERNÁNDEZ ORTÍZ, Antonio. La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad. Págs. 56-57. Editorial El Viejo Topo. 2015.

36. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 105. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

37. KAMEN, Henry. Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Pág. 81. Alianza Editorial. 1983.

38. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 105-108. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

39. Ibídem. Pág. 108.

40. PÉREZ, Joseph. Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos en España. Págs. 118-120. Editorial Crítica. 2013.

41. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. La expulsión de los judíos: Un problema europeo. Editorial Ariel. 2012.

42. SIMÓN TARRÉS, Antoni. Historia de España no13: La Monarquia de los Reyes Católicos. Hacia un Estado Hispánico plural. Pág. 88. Ediciones Temas de Hoy. 1996.

43. BATAILLON, Marcel. Erasmo y España: estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI. Pág. 78. Fondo de Cultura Económica. 1937.

44. BRIESEMEISTER, Dietrich. Spanien aus deutscher Sicht. Deutsch-spanische Kulturbeziehungen gestern und heute. Pág. 168. Max Niemeyer. 2004.

45. PATTENDEN, Miles (2013). Pius IV and the Fall of The Carafa: Nepotism and Papal Authority in Counter- Reformation Rome. Págs. 21-22. OUP Oxford. 2013.

46. FERNÁNDEZ ORTÍZ, Antonio. La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad. Págs. 57-58.