Traducido por el equipo de Sott.net en español

Más de 400 chalecos amarillos purgan, o purgaron, su condena incondicional en la cárcel. Algunos se prestaron para contar a Basta! su descubrimiento del universo penitenciario, una experiencia que deja huella a quienes lo experimentan y que a menudo desestabiliza a las familias, al mismo tiempo que deja profundas huellas en el movimiento.
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© Anne Paq para Basta !
En más de un año, unos 440 chalecos amarillos fueron encarcelados por condenas de entre un mes a tres años. Esta represión, llevada bajo el plan judicial y penitenciario, ha agitado tanto sus vidas y las de sus allegados como la del movimiento en su conjunto. En Montpellier, Perpiñán, Narbonne, Le Mans entre otras ciudades, Bastamag conoció a varios prisioneros y a sus seguidores que nos han contado sus experiencias.

"Jamás me hubiera imaginado tener que ir a la cárcel!". El 11 de marzo de 2019, el veredicto del tribunal de primera instancia de Montpellier se abate igual que un mazazo sobre Víctor*. "Cuatro meses con mandato de detención, ocho meses de libertad condicional, 800 euros por daños y perjuicios". Arrestado durante el acta 16 por haber disparado petardos en dirección hacia las fuerzas del orden, este chaleco amarillo de Montpellier fue juzgado en comparecencia inmediata por 'violencia contra las fuerzas del orden' y 'participación en un grupo con el fin de acometer actos violentos'. En su cabeza, las imágenes de su juicio dan vueltas y vueltas.

"No se alargó ni diez minutos. No entendía nada de lo que estaba sucediendo". Nada más salir de su detención provisional, en estado de estupor, este fontanero y padre de familia vio como lo embarcaban en dirección al centro penitenciario de Villeneuve-les-Maguelone. Colocado duran cinco días en el sector de los "recién llegados", le entregaron un pequeño kit con lo mínimo necesario para poder acostarse y asearse. "Al principio era terrible. No quería salir de mi celda para no tener que confrontarme con los guardias y los detenidos". Lo soltarán dentro de tres meses.

En total, más de 2200 condenas de prisión, condicionales o indultadas

Víctor forma parte de los 440 chalecos amarillos con condena firme a prisión bajo orden de detención, de acuerdo a la última evaluación del ministerio de Justicia en noviembre, la cual contabiliza 1.000 condenas firmes de un mes a tres años. Sobre este total, se pronunciaron 600 condenas sin orden de detención [1], recurriendo a una pulsera electrónica o régimen de semilibertad.

Además de estas 1.000 condenas firmes, 1.230 chalecos amarillos fueron condenados a la cárcel con indultos. Una represión judicial de tanta envergadura motivada por un movimiento social es una situación inédita en estas últimas décadas. Sólo las revueltas suburbanas de 2005 fueron objeto de más encarcelamientos, con 763 personas encarceladas de un total de 4.402 bajo custodia policial [2].

Al igual que Víctor, la gran mayoría no tenían antecedentes penales, ni conocimiento del mundo carcelario. "Con 40 años, a punto de tener mi cuarto hijo, ¡ni por asomo estaba preparado para la cárcel!", suspira Abdelaziz, antiguo portero en Perpiñán. Esta figura asociativa local de la Coordinación contra el Racismo y la Islamofobia sabía que estaba en la mira de la BAC desde la primavera de 2017, cuando había difundido un video de violencia policial. El 5 de enero de 2019, una manifestación estalla ante el tribunal de Perpiñán. Los manifestantes penetran en el recinto, rompen las ventanas, los enfrentamientos se disparan. Cuatro días más tarde arrestan a Abdelaziz al amanecer. "Buscaban mi chaleco amarillo y el megáfono de mi asociación para hacerme pasar por el líder." Los policías lo acusan de haberle dado un puñetazo a un agente, lo que él refuta firmemente.

"Mientras me encontraba bajo custodia, los policías comentaban entre sí: '¡Miren, tenemos a Abdelaziz!'. Me trataban igual que a un animal recién cazado." Bajo detención preventiva, a la espera de que lo procesen en febrero, el veredicto acaba por sentenciarle a una condena firme de prisión por tres meses y cinco meses de libertad condicional. "Otros dos chalecos amarillos, Arnaud y Andre, que fueron arrestados al mismo tiempo, aceptaron la comparecencia inmediata con la esperanza de conseguir un juicio más clemente." Les caerán ocho y diez meses de cárcel incondicional bajo orden de detención.

"Los aseos se encuentran a 50 cm de donde comemos, no hay separación".

En Perpigna, Abdelaziz se une a un segundo recluso en una celda diseñada para una persona. Al principio el respeto reina entre ellos. Pero se deteriora con la llegada de un tercer prisionero que duerme sobre un colchón dispuesto en el mismo suelo. "Las condiciones de la detención eran horribles. Nuestros aseos están a 50 cm del lugar donde comemos, sin separación alguna. Detrás de nuestras ventanas hay rejas a pesar de estar prohibido. La cárcel está a un 200% por encima de su capacidad. Las mujeres se amontonan a razón de cuatro en algunas celdas. Recientemente, un detenido se suicidó en su celda. He denunciado las condiciones de la cárcel."

Émilie, compañera de un chaleco amarillo que está en prisión desde el pasado mes de junio en una cárcel del suroeste de Francia, también menciona condiciones muy duras. "Está con otras dos personas en un espacio de 9 metros cuadrados. Con frecuencia, se ve obligado a cambiar de celda porque la convivencia no va bien."

Su compañero fue arrestado junto con otras 30 personas como parte de la información judicial sobre el incendio de la caseta de peaje y la gendarmería de Narbona Sur el 1 de diciembre de 2018. Sus peticiones de acceso a una "unidad de vida familiar", un espacio que permite a las parejas y familias reunirse con más tiempo y privacidad que en los lugares públicos [3], han quedado sin respuesta durante tres meses. "Terminamos abrazándonos en la sala de visitas. No está permitido: la administración nos ha denegado el acceso durante dos meses."

Hacinados los unos sobre los otros en una celda de 14 metros cuadrados

Bastamag recibió también el testimonio anónimo de un detenido purgando una pena de más de dos años en una cárcel del norte de Francia. Hacinado con otras cuatro personas en una celda de 14 metros cuadrados, se queja de las condiciones insalubres: "Una mesa, cuatro minicubiertos, un retrete en un estado lamentable, un fregadero sin agua caliente para los platos y el retrete, sin nevera, paredes mohosas, un enchufe eléctrico deteriorado, rejas en la ventana. Los paseos están cerrados y protegidos."

Denuncia una "lentitud abusiva" de la administración penitenciaria, que provoca retrasos de "diez días para que llegue una bolsa de ropa sucia, tres semanas para una plancha de cocina, un mes para una radio, y cartas que tardan hasta diez días en llegar". En cuanto a las salas de visita, critica la "falta de privacidad en la sala de visita colectiva, las búsquedas abusivas y sistemáticas, y los recurrentes problemas informáticos a la hora de fichar a las familias".

En Montpellier, Víctor pasó hambre en todos los sentidos. En la cárcel, los alimentos gratuitos no son suficientes. La imagen de los detenidos "bien alimentados, alojados, limpios" es un engaño. Para mejorar esta situación, todos los detenidos se ven obligados a comprar lo que necesitan. Y hay que pagarlo todo: alimentos suplementarios, cigarrillos, papel de baño, jabón, alquiler de televisiones, periódicos... Es crucial obtener dinero a través de "giros postales" enviados por familiares o trabajando durante la detención. "Me llevaba bien con mi compañero de celda, al principio se encargaba de conseguirme lo que necesitaba. En cuanto pude hice lo mismo con otros detenidos en dificultades."

Para Bruno, chaleco amarillo de Le Mans, "las condiciones no eran demasiado pésimas: hasta teníamos una ducha en la celda". A este hombre de 51 años que se dedica a las mudanzas le habían caído tres meses por incendiar un contenedor en enero 2019. Al ser arrestado de nuevo el 16 de febrero por "escándalo", "rebelión" y por la "utilización de un spray", lo ingresan en la cárcel des Croisettes, un establecimiento más reciente. "Lo que cansa es la rutina. El despertar, el café, las informaciones, los paseos de la mañana, el almuerzo, la tele, la siesta, el paseo de la tarde, la cena, etc. Todos los días se parecen".

Para matar el tiempo y beneficiarse de una reducción de pena, Bruno se ha inscrito a ciertas actividades disponibles en la cárcel: "Hice la escuela de prisioneros, con cursos de inglés, de matemáticas, de francés y de historia-geografía. También actividades con un grupo musical." El compañero de Émile "asistió a todas las actividades y trabajos. También participó en un taller de redacción en el periódico de la cárcel... ¡salvo que la palabra 'chaleco amarillo' estaba prohibida!"

"¡Cuando salgamos, seguiremos con ustedes si el movimiento sigue adelante!"

A pesar de las grandes dificultades de estas circunstancias, son numerosos los chalecos amarillos que muestran respeto por las declaraciones de otros detenidos. "Mi nombre era 'el chaleco amarillo del B2, primera planta'", recuerda Víctor. "Durante los paseos, algunos prisioneros me hacían preguntas sobre el movimiento. Algunos decían: ¡Cuando salgamos, seguiremos con ustedes si es que sigue hacia delante!".

En Perpiñán, el ambiente es similar. "Nos llamaban los 'prisioneros políticos'. La mayoría de los detenidos estaban a favor de los chalecos amarillos. Sabían que nos habíamos manifestado a favor de la justicia y la dignidad", testifica Abdelaziz. Los prisioneros, en su mayoría de barrios populares, también tienen las mismas aspiraciones. A menudo se les encarcela porque han tomado medidas ilegales para conseguir dinero y mejorar su vida diaria."

A veces, las manifestaciones de apoyo llegaron hasta el personal de la cárcel. "Una de mis supervisoras me llamaba 'compañero'", se acuerda Víctor. Abdelaziz se muestra aún más afirmativo: "tres cuartas partes de los guardias estaban de nuestro lado, y el resto eran fascistas. Hasta había uno que participaba en el movimiento en sus inicios." Con una sonrisa, Víctor incluso menciona muestras de ánimo encubiertas por parte de la psicóloga que le habían asignado. "Acabó por decirme que tenía razón en participar en las manifestaciones."

"Ahora que la imagen de 'ultra-amarillo' se ha impuesto, se acabaron los tratos correctos"

Sin embargo, este difuso respeto por parte de los guardias está lejos de ser generalizado. En la cárcel del suroeste de Francia donde se encuentra su esposo en preventiva, Émilie recuerda "ciertos supervisores que hacían todo lo posible para empujarlo a tener reacciones violentas para así poder sancionarlo". En el norte de Francia, un detenido anónimo denuncia malos tratos, como los de "los supervisores que actúan a veces irrespectuosamente. Los hay que nos tratan como si fuéramos perros, otros asestan golpes físicos o verbales."

En esta misma ciudad, un chaleco amarillo anónimo miembro de un colectivo local analiza: "Al principio había matones a favor del movimiento. Pero ahora que la imagen del "ultra-amarillo" se ha impuesto, los buenos tratos han desaparecido: los que siguen en la cárcel son sus objetivos principales."

La administración penitenciaria no regala nada e intenta socavar la moral de los chalecos amarillos encarcelados. El día de su ingreso, Abdelaziz se había encontrado con otros siete compañeros en el sector de los ingresados. Pero los reencuentros fueron breves. "La administración nos ha repartido en diferentes bloques de la cárcel para impedir la solidaridad, y evitar que nos reorganicemos. Al final ya ni nos cruzábamos, excepto casualmente en la enfermería".

Para resistir al aislamiento, los lazos con la familia y los allegados son indispensables. Cada noche, a las 21 horas, Víctor tenía su ritual, su "bocanada de oxígeno". "Mantenía largas conversaciones telefónicas con mi mujer y mis hijos. Era mi única conexión con el exterior, a parte de la tele. Por suerte teníamos un teléfono en la celda." Normalmente están prohibidos, pero de hecho se toleran. "Funciona como el cannabis: Así es como compran la paz social entre los muros".

Familias desestabilizadas

En el exterior, las familias se encuentran profundamente desconcertadas por la encarcelación, empezando por los niños. "El menor de mis hijos vio como me llevaban esposado desde mi domicilio a las seis de la mañana. El otro volvió a orinarse en la cama en mi ausencia", explica Abdelaziz. "La profesora le preguntó a mi hijo cuál era la profesión de sus padres. Contestó: '¡Mi padre es un prisionero político como chaleco amarillo!".

En ausencia de los prisioneros - sobre todo de los hombres -, las mujeres se enfrentan con la dura tarea de velar por el hogar y asumir las gestiones para los detenidos, con el riesgo de estrangularse financieramente. "Mi esposa se vio obligada a pedir un crédito de 3.000 euros para pagar el piso y las facturas con un sueldo menos", explica Víctor. Émile gasta todos sus ahorros "en las costosas idas y venidas para sus visitas a la cárcel, para los alimentos y otros enseres, además de los gastos jurídicos."

Karine, una niñera de Narbonne, "piensa en abrir un expediente de endeudamiento". Su compañero, Hedi Martin, era una persona influyente en Youtube al principio del movimiento. "Había abandonado su trabajo para dedicarse al movimiento. No volvió a encontrar ningún puesto de trabajo desde entonces. Hemos tenido que hacer frente a más de 5.000 euros para los gastos de abogado: eso acabó con nosotros".

Arrestado también durante la redada provocada por el incendio del peaje en Narbonne de Sur, Hedi pasó un mes en la preventiva en enero 2019, seguido de seis meses con pulsera electrónica. A los ojos de las autoridades, también fue condenado en enero 2019 a seis meses de prisión incondicional sin órden de detención por haber transmitido una orden de bloquear una refinería. Un símbolo de la represión selectiva que recae sobre los "líderes" locales.

Organizarse en apoyo a los prisioneros

Pero no todos los detenidos tienen la suerte de tener a sus familiares listos para una movilización. Sin embargo, el apoyo del movimiento es crucial. Candy, chaleco amarillo en Saumur, es una de las principales implicadas. Cuando las manifestaciones de su región cesaron, esta ama de casa se implicó en la redacción de cartas a los prisioneros. En agosto pasado, creó el grupo de facebook "una palabrita, una sonrisa: dónde escribir a nuestros condenados". Sin moverse de su casa, sentada detrás de su nevera, se pasó días y noches investigando artículos y en redes sociales para identificar a los prisioneros y difundirlos con la aprobación de sus familiares.

Desde Toulouse a Reims, pasando por Caen, Lyon, Fleury-Mérogis, y también por Dignes, Bourges, Marsella, Béziers y Grenoble, se recolectaron unas cincuenta direcciones de prisioneros en diecisiete cárceles. El grupo, animado por tres moderadoras, cuenta con más de 2.500 personas, "con un núcleo activo de un centenar de personas".

Cada semana escriben a los prisioneros y publican noticias suyas y sus necesidades. "La gente se compromete en llevar una correspondencia asidua, no nos olvidamos de ellos: Es el corazón el que habla", explica Candy. "Nos hemos convertido en padrinos y madrinas al recrear este inmenso lienzo de solidaridad."

Los bordes de este lienzo no tardaron en sobrepasar la punta del bolígrafo. "Enseguida nos dimos cuenta de que teníamos que ir más allá de las letras. Algunas personas se encuentran aisladas, sin familia. No podíamos dejarlas en esta situación. En Toulouse, un joven detenido se quedó aislado durante cuatro meses, sin ser visitado por su familia, ni referente alguno que le facilitara el acceso a la sala de visitas y a la cantina. Nos hemos ocupado de ellos." Ciertos prisioneros se encargan de los que no tienen familia con recursos suficientes como para ayudarlos. Otros se ocupan de conseguir ropa. "Cada gesto cuenta. Últimamente, nos hemos organizados para albergar a los que salen de la cárcel y que han perdido sus pisos".

Ahora conviene informar a la gente para fortalecernos

Más allá de las redes sociales, el movimiento local ha ido en aumento en ciertas ciudades. "Todos los domingos por la mañana oía ruidos de motores, de bocinas, de cornadas. Los chalecos amarillos se juntaban para armar ruido", recuerda Abdelaziz con una sonrisa. "Giraba mi suéter amarillo fluorescente a través de las puertas, para que nos vieran. El chaleco amarillo también me lo dio la cantina."

En Montpellier, Víctor recuerda con emoción los fuegos artificiales que resonaban encima del recinto los domingos por la noche. "Era mi momento de gloria. Sacaba un espejo para ver las explosiones a través de un agujerito de mi ventana. Todos los detenidos gritaban, era una locura". El grupo antirrepresión de Montpellier, "l'Assemblée contre les violences d'Etat', se ha implicado ampliamente en la ayuda financiera de gastos jurídicos, o en la organización de desayunos delante de las cárceles, al igual que ocurre en otras muchas grandes ciudades familiarizadas con la represión, como en el caso de París o Toulouse.

Por el contrario, la movilización ha sido muy limitada en otras ciudades. "En Narbonne, la ola de arrestos por el incendio de Croix-Sud causó la extinción del movimiento. Muchos se asustaron. El resto se dividió y no se ocupó de los acusados, ya que el acto no era pacifista", recuerda Hedi. Karine añade: "Hedi era popular por lo que fue privilegiado, obtuvo dinero de los participantes, y el apoyo de las concentraciones de gente. Pero no quedó casi nada para los demás." Además de sus largas semanas de trabajo, Karine creó el pasado mes de junio, junto con su madre y sus amigas, el"Cool-actif 11 les apoya", en apoyo a a los prisioneros aislados.

"Siento que la justicia nos haya pillado al inicio del movimiento. Ignorábamos lo que era la represión y la cárcel. Ahora más vale informar a la gente para afianzarnos". Poco a poco, su colectivo se ha acercado a grupos 'antirep' (antirrepresión) experimentado en Toulouse o Montpellier. "Queremos ir más allá del apoyo a los detenidos y promover la defensa colectiva: evitar la selección entre ´buenos y pésimos manifestantes', negarnos en declarar mientras estemos bajo custodia, juntarnos en redes con los abogados", explica la niñera. A su manera, la "familia de los chalecos amarillos" vuelve a apropiarse de la lucha antirrepresión.

Son numerosos los detenidos "aislados, olvidados y sin ayuda del exterior"

Sin embargo, la movilización sigue siendo frágil en comparación con la envergadura de las condenas. Detenido en prisión preventiva durante seis meses en la cárcel de la Santé, el militante antifascista Antonin Bernanos así se expresa en su carta publicada en octubre: "eran muchos los chalecos amarillos detrás de los barrotes, a menudo aislados, olvidados y careciendo del más pequeño atisbo de ayuda por parte de la política exterior". "Entre unas 400 personas, sólo hemos conseguido contactar con alrededor del 10% de los prisioneros", constata Candy.

Karine, por su lado, no recibió respuestas a todas sus cartas. "Algunos detenidos nos dijeron que no querían tener nada que ver con los chalecos amarillos mientras estuvieran a la espera de su juicio". En particular, el juicio del peaje de Narbonne a mediados de diciembre, en el que comparecieron 31 detenidos, de los cuales a 21 les cayeron la incondicional, con dos órdenes de detención y dos prolongaciones de la detención. Al encontrarse aislados frente al sistema judicial, estos detenidos hicieron una cruz sobre el chaleco.

También es el caso de Hedi que reconoce haber "retrocedido en cuanto empezaron las peleas judiciales". El relato precipitado de este apasionado de la informática enmascara cierta amargura. "Todo lo que teníamos fue a parar al movimiento: nuestro dinero, nuestro coche, nuestros muebles. Pero no llegamos a tiempo para subirnos al tren. Tuvimos que volver a la vida normal. Se parece a una caída sin tregua: internamente, estoy muerto".

El golpe duro llegó con la pulsera electrónica impuesta desde marzo hasta finales de noviembre, después de su detención provisional. "En mi domicilio, me sentía como en la cárcel. Mi control judicial me prohibía el acceso a las rotondas, donde se concentraban las manifestaciones, y el abandono del territorio nacional. Me habían asignado la residencia entre las 22h y las 6h, fichar una vez por semana, una obligación de trabajo y de cuidados".

"Te destruyen económicamente, psicológicamente. Muchas parejas explotan"

Esta represión lo llevó a la depresión. "Sentía como el torno me estrangulaba. Un psiquiatra me recetó un descanso. No salí de casa durante cuatro meses y medio". Al igual que para los heridos, las consecuencias postraumáticas del encarcelamiento son insidiosas y perceptibles en cualquier situación de la vida cotidiana, provocando ensimismamiento, amargura, ira. El entorno y las parejas son los primeros afectados. "Te destruyen económicamente, psicológicamente. Y si por colmo consiguen romper el equilibrio familiar, lo perdemos todo. Muchas parejas explotan", explica Karine.

Las noches de Víctor están llenas de pesadillas recurrentes, pobladas de policías que lo persiguen y lo arrestan por un asesinato del que no se acuerda haber cometido. "Por la mañana, me levanto desorientado". Pero Víctor se ha comprometido, a pesar de sus ocho meses de indulto, más dos años de puesta a prueba y su obligación como trabajador y todo lo demás. "Sigo participando en todas las manifestaciones. ¡Siempre en primera línea, pero con las manos en los bolsillos y la cara al descubierto! No quiero abandonar el movimiento, después de tanta solidaridad a mis alrededores." Abdelaziz sigue participando "cada dos sábados", situándose lo más alejado posible de los policías.

Además de su encarcelamiento, a Bruno le prohibieron manifestarse durante dos años en territorio nacional. Desde la aprobación de la ley "antirrobo" en abril de 2019, esta sentencia adicional se ha hecho más común en las condenas por "violencia" o "degradación". Por lo tanto, literalmente ha dejado de caminar en las marchas de los sábados. Ni más ni menos. "Me quedo 300 metros más allá, delante o detrás, teniendo mucho cuidado, pero estoy aquí. Voy a donde puedo ir, a picnics, a asambleas de ciudadanos, a puestos de mercado." También está involucrado en la "coordinación antirrepresión" de Le Mans.

"El sistema no sabe cómo contener la cólera social. Hasta el día en que todo explote aún más fuerte "

El encarcelamiento ha dejado una huella profunda entre los chalecos amarillos interrogados. Todos han cambiado su visión de la cárcel. "Creía que estábamos en guerra, que sólo los malos acababan allí. Mi familia creía que me iban a violar o que iba a morir. Más que nada, me he dado cuenta de las condiciones vergonzosas", explica Víctor. Los encuentros entre dos mundos, que comenzaron en las rotondas, continuaron dentro de las cuatro paredes. "André, el que fue encarcelado conmigo, votaba a RN", revela Abdelaziz. "Ahora se acabó. Cambió la idea que tenía sobre los detenidos, son personas víctimas de racismo que viven en los barrios populares. Esta gente es como todo el mundo".

Gracias al apoyo constante de su familia y del movimiento, la determinación de Víctor ha permanecido intacta. "No todo el mundo tuvo tanta suerte, pero yo salí más fuerte. Me metieron en la cárcel para destruirme, sucedió lo contrario: abrí aún más los ojos. El sistema ya no sabe cómo contener la ira social, así que incluso encierra a las personas con un perfil 'integrado'. Hasta el día en que todo explote aún más fuerte." El chaleco amarillo no se arrepiente del acto que llevó a su arresto. "Asumí las consecuencias. Todavía tengo la rabia: hasta ahora, no hemos ganado nada.

Notas

[1] Ver aquí.

[2] Ver este artículo.

[3] Más información aquí.