Traducido por el equipo de SOTT.net en español

Los investigadores de un centro de estudios académicos, que han examinado tanto a las víctimas como a los autores de la discriminación política en Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, han descubierto que la intolerancia hacia la disidencia no ha hecho más que empezar, y que las cosas pueden empeorar.
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© Pixabay / viarami
Pretendiendo ser el primer documento de este tipo que "investiga el autoritarismo y la discriminación política en el mundo académico", el estudio realizado por el Centro para el Estudio del Partidismo y la Ideología de Eric Kaufmann (CSPI) parecía apoyar las antiguas quejas de los conservadores de que ellos y sus puntos de vista políticos se enfrentan a niveles desproporcionados de censura por motivos ideológicos.

Mientras que lo que los investigadores denominaron "autoritarismo duro" -no-platforming (boicot, mediante la eliminación de las plataformas-sitios web) , brigadas en las redes sociales, cartas 'abiertas', campañas de despido y quejas formales- era comparativamente raro, la ausencia de una fuerza intelectual opuesta significaba que los activistas militantes de la cultura de la cancelación a menudo se salían con la suya. Mientras tanto, el "autoritarismo blando" -castigar a los inconformistas limitando su capacidad de publicación, de obtener subvenciones por su trabajo, de ser promovidos o de conservar sus puestos actuales- supuso una carga adicional (y un incentivo para silenciar sus creencias) para los académicos conservadores.

En Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, alrededor del 40% de los académicos dijeron a los investigadores que no contratarían a un partidario de Trump, y uno de cada tres en Gran Bretaña rechazaría un puesto a un partidario del Brexit. Pero hay una letra escarlata que hará que una persona sea condenada al ostracismo aún más en el mundo académico, según descubrieron: ser considerada una feminista crítica con el género, es decir, sostener una visión del sexo basada en la biología.

Sólo el 28 por ciento de los académicos estadounidenses y canadienses dijeron al CSPI que estarían de acuerdo en ir a comer con alguien que creyera que las mujeres trans no deberían tener acceso a los women's shelters (lugar de protección y apoyo temporal para las mujeres que escapan de la violencia doméstica), aunque la encuesta no especificaba las características anatómicas de la mujer trans, un factor que normalmente tendría un peso importante en la respuesta de las feministas de género.

Aunque la mayoría de los profesores universitarios insisten en que no son fans de la cultura autoritaria de la cancelación, la mayoría tampoco movería un dedo para oponerse a ella. Sólo el 10 por ciento de los encuestados apoyó el despido de "profesores controvertidos", una facción que claramente está ejerciendo sus poderes de forma muy desproporcionada en relación con su número. Pero si se le deja a su aire, la cultura de la cancelación va a empeorar bastante antes de mejorar. Los académicos más jóvenes se mostraron más favorables a expulsar a los "controvertidos" expertos de sus puestos- un factor que parece autoperpetuarse, ya que los estudiantes de posgrado conservadores afirmaron que un clima académico hostil "desempeña un papel" para impedir que sigan carreras académicas.

La insistencia de los conservadores en la parcialidad en la academia parece estar confirmada con éxito por la investigación del CSPI, que indicó que más de un tercio de los académicos de derecha habían sido amenazados con algún tipo de disciplina por sus puntos de vista. Un 70% citó un "clima departamental hostil por sus creencias", incluso si no habían sido amenazados personalmente, lo que sugiere que al menos algunos de la derecha camuflan sus creencias para evitar el castigo.

Y, de hecho, la gran mayoría de los académicos de ciencias sociales o humanidades (el 90% de los partidarios de Trump y el 80% de los partidarios del Brexit) admitieron que no se sentirían cómodos compartiendo sus puntos de vista con sus colegas, y más de la mitad admitieron que se autocensuraban en la investigación y/o la enseñanza para evitar repercusiones. A los académicos de las ciencias sociales -en particular los que se dedican a estudiar la raza, el género y la sexualidad- se les exigía especialmente que se anduvieran con pies de plomo.

Cuanto más joven era el académico en cuestión, más probable era que apoyara al menos uno de los cuatro resultados hipotéticos de la investigación, señaló el CSPI, afirmando que un académico de izquierdas de 30 años tiene un 50-50 de posibilidades de apoyar una de sus hipotéticas campañas de cultura de la cancelación, mientras que su equivalente ideológico de 70 años tenía sólo un 35% de posibilidades de hacerlo. La conclusión no parece buena para la libertad académica, ya que cada nueva generación se lee como más propensa a cancelar a alguien con quien no está de acuerdo, y la investigación de Kaufman supuestamente disipó la noción de que la mayoría de los académicos que no se pronuncian sobre la cultura de la cancelación están en contra de ella.

Incluso si no les preocupan las consecuencias para su carrera o su estatus social, dijo, la mayoría de los académicos no tienen una opinión firme acerca de la cancelación de sus compañeros. El clima dentro del mundo académico es tan diferente, de hecho, que el 76 por ciento de los académicos de ciencias sociales y humanidades creen que los "beneficios protectores de la corrección política superan su amenaza a la libertad de expresión", algo que sólo cree el 41 por ciento de los británicos.