
La codicia, la especulación financiera, el egoismo llevado a extremos increibles, constituye el comportamiento típico de los psicópatas que gobiernan el mundo
Pero la sequía no es la única culpable; hay otros como la guerra que destruye a Somalia desde hace 20 años y el ingreso de inversores institucionales (hedge funds, fondos de pensiones) a los mercados de materia prima. La codicia por los precios internacionales contribuye al caos existente.
La especulación por la apetencia de los inversores en el dominio del mercado impide a los productores anticiparse a la evolución de los precios. Esta situación crea un impacto paralelo en los países pobres -históricamente compradores de alimentos- cuyo presupuesto crece repentinamente por la burbuja formada en el mercado de derivados.
Los especuladores buscan precios altos e incitan a los operadores a seguir sus indicaciones: retrasar la venta de materias primas y pujar por la compra en un marco de histeria y temor por la escalada de precios. La consecuencia inmediata es la escasez artificial de productos y la fijación de precios altos.
Generalmente el peligro viene detrás de un buen año de cultivo, cuyo efecto inmediato será la explosión de la burbuja que beneficiará con el estruendo a los países importadores y mermará dramáticamente los ingresos de los exportadores, sobre todo de los pequeños. Ecuador lo ha sufrido con la harina: los consumidores estamos en el eslabón más débil de la cadena en la que empresas como Industrial Molinera trasladan el precio al mercado del pan.
Y hay algo más: el precio récord de los alimentos en marzo, según cifras de la FAO, también está relacionado con las alteraciones de los patrones del tiempo a causa del cambio climático. El futuro más inmediato puede traernos sorpresas desagradables.