El martes por la noche saltaron chispas cuando Nancy Pelosi inició su publicitado viaje a Taiwán, proclamando una lucha global entre la democracia y el autoritarismo y metiendo efectivamente los dedos en los ojos de Pekín. Ni que decir tiene que China estaba furiosa, pero en medio de la tormenta de las redes sociales que excluyó la visita, surgió después un extraño ambiente de decepción entre algunos, que tacharon de "débil" la respuesta de Pekín por no haber intervenido físicamente para bloquear el vuelo de Pelosi. Twitter se llenó de "tomas calientes" exigiendo que el avión de Pelosi fuera interceptado y declarando que el "farol" de China había sido descubierto.
Pelosi Taiwan
© Getty ImagesLa presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi (izq.), y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen (der.), en Taipei, Taiwán, el 3 de agosto de 2022.
Esta prisa por una "narrativa del momento" y unas expectativas fuera de control naturalmente pasaron por alto el hecho de que Pekín declaró inmediatamente después una serie de ejercicios militares de gran envergadura que se llevarían a cabo en los próximos días, en las propias aguas territoriales de Taiwán, con algunos puntos designados incluso a tan sólo 12 millas de la costa. Estos ejercicios han cerrado efectivamente partes del espacio aéreo de Taiwán. China inició una creciente serie de sanciones contra la isla que ha supuesto la inclusión en la lista negra de más de 100 empresas alimentarias, así como la prohibición de importar pescado y vender arena natural (esencial para la producción de semiconductores).

Sin embargo, los críticos de sillón siguen tachando a China de débil, simplemente porque no optó por emprender algún tipo de acción militar contra el tercer funcionario de mayor rango del gobierno estadounidense, un hecho que podría haber desencadenado una guerra total. Aunque la visita de Pelosi constituye, sin duda, una enorme provocación que cambia las reglas del juego y que justifica algún tipo de respuesta, es ridículo pensar que lo que podría ser el mayor conflicto desde la Segunda Guerra Mundial pueda basarse en eso. Desafía toda noción de razón, lógica y sentido común. China está enfadada y sus ciudadanos lo están aún más, pero Pekín no es tonta ni impulsiva.

La República Popular China ha estado dispuesta a utilizar la fuerza en muchas ocasiones desde su fundación. Se lanzó de cabeza a la lucha contra la coalición liderada por EEUU en la Guerra de Corea, entró en guerra contra India en 1962 e invadió Vietnam en 1979. China no tiene miedo a la guerra, especialmente cuando se trata de asuntos relacionados con la soberanía nacional o para evitar el cerco estratégico de un adversario. Sin embargo, eso no significa que provoque conflictos por capricho. China elige sus batallas con cuidado, y en cada ocasión siempre ha sopesado cuidadosamente los factores de coste-beneficio. Esto se ha vuelto aún más crítico a medida que la economía china ha ido creciendo y se ha integrado cada vez más con el resto del mundo, lo que ha hecho que lo que está en juego al iniciar un conflicto sea mucho más alto y más adverso para los intereses de China en su conjunto.

Para China, en estos momentos, Taiwán es un asunto muy serio. Xi Jinping ha puesto el máximo interés político en lograr la "reunificación", un objetivo que choca con los intentos de Estados Unidos de socavar la política de una sola China. Pero eso no significa que la guerra sea la única manera, o la preferida, de lograrlo. Más bien, China es consciente de la realidad de que un conflicto de este tipo socavaría gravemente sus objetivos primarios de alcanzar el desarrollo y el crecimiento nacionales, en los que Pekín cree tener el tiempo de su lado y una trayectoria histórica a su favor. No es China la que está entrando en pánico y luchando por apuntalar su dominio, sino unos EEUU que temen estar en declive. Más bien, China se está volviendo más poderosa militarmente a medida que se esfuerza por integrarse más en la economía mundial, lo que se produce en medio de un esfuerzo simultáneo de EEUU por intentar contenerla y aislarla de sus socios. Es obvio cómo EEUU conseguiría que sus aliados respondieran a la acción militar de Pekín, incluso si es factible que China gane.

Teniendo en cuenta esto, es una forma de pensar miope e impulsiva asumir que sólo porque China haya actuado con la debida moderación ante la visita de Pelosi y haya evitado enfrentarse a una gran guerra con EEUU, esto es de alguna manera una "derrota" o una pérdida de prestigio. En efecto, Pekín hizo muchas declaraciones estruendosas que probablemente no ayudaron a gestionar las expectativas, pero las verdaderas consecuencias serán a largo, no a corto plazo. El simple hecho de negarse a bombardear Taipei por capricho no significa que Pekín no esté ahora más decidida a intentar estrechar el cerco sobre la isla. Al igual que en Hong Kong, China buscará una victoria rápida, pero decisiva e incruenta, que asegure su posición pero que le suponga un coste mínimo.

Para Pekín, no se trata de la noche del martes en sí, sino del camino que seguir. La estrategia de China consiste en seguir consolidando sus propios avances, tanto militares como económicos y tecnológicos, mientras evita un conflicto de grandes potencias a corto plazo que sería catastrófico. Esto no significa, por supuesto, que no tengan líneas rojas, y EEUU está decidido a presionarlas todo lo que pueda. En pocas palabras, Nancy Pelosi ha abierto un nuevo paradigma de tensiones y confrontación, pero eso sólo hace más crucial que Pekín sea más sabio, más comedido y más largoplacista en su estrategia. Esto no es un videojuego.