Traducido por el equipo de SOTT.net en español

Lejos de ser un fallido "golpe fascista y terrorista", pareciera como si los eventos del domingo fueran fabricados en colusión entre los "estados profundos" estadounidenses y brasileños con el fin de avanzar sus agendas ideológicas.
Protestas en Brasilia
Comparaciones "políticamente incorrectas" con el 6 de enero

Miles de partidarios del expresidente brasileño Jair Bolsonaro irrumpieron el domingo en el Palacio Presidencial, el Congreso y el Tribunal Supremo en un fallido intento por revertir el resultado de las elecciones del año pasado que, por estrecho margen, permitieron al predecesor Luiz Inácio Lula da Silva ("Lula") volver al cargo. Los participantes alegaron que las máquinas de votación electrónica manipularon el resultado y, por tanto, deslegitimaron la victoria de Lula. Muchos observadores han comparado así el 8 de enero con el 6 de enero estadounidense.

Sin embargo, todo el mundo debería ser prudente antes de precipitarse a juzgar lo que acaba de ocurrir en Brasil, ya que no todo es tan sencillo como parece a primera vista. Al igual como ocurrió en la capital estadounidense hace dos años, la capital brasileña también estuvo sospechosamente indefensa a pesar de que algunos miembros de la oposición enviaron claras señales desde hace varios meses de que planeaban realizar una supuesta "última resistencia" en apoyo a su causa política. Esto hace que uno se pregunte si alguien permitió que ambos acontecimientos se desarrollasen como lo hicieron.

A manera de explicación, algunos miembros de las burocracias militares, de inteligencia y diplomáticas permanentes de los Estados Unidos (el "Estado profundo") tenían razones políticas para enviar agentes encubiertos, como el tristemente célebre Ray Epps, e incitar a sus oponentes a infringir la ley con el fin de desacreditar su causa y sentar el precedente para medidas más severas. Motivaciones parecidas podrían haber llevado a sus homólogos brasileños a hacer lo mismo y mediante agentes incitar actividades ilegales en su propia capital el domingo.

Las protestas pacíficas no son ilegales ni en Estados Unidos ni en Brasil, pero el contexto hiperpartidista en el que tuvieron lugar las protestas postelectorales en ambas capitales hace dos años y justo este fin de semana, respectivamente, aumentó drásticamente las probabilidades de que fuerzas malignas utilizaran la psicología de las multitudes como arma para manipular a los manifestantes y enfilarlos en una dirección que sirviera a los intereses políticos de sus "estados profundos". Para que quede absolutamente claro, que hubiera una manipulación escondida no exculpa a los participantes de sus crímenes.

Fabricar artificialmente una revolución de colores

Cada uno es responsable de sus actos, incluso si se dejaron llevar por un momento por la locura de la multitud, intensificada por agentes encubiertos y fuerzas políticas marginales, como los llamados "Proud Boys" en el caso de EE.UU., con el fin de fomentar una "Revolución de colores". La misma dinámica sociopolítica parece estar en juego en Brasil, donde agentes encubiertos y fuerzas políticas marginales similares intentaron -independientemente unos de otros o en connivencia- replicar el 6 de enero.

Tanto la multitud estadounidense como la brasileña fueron sujetas con antelación a un precondicionamiento, gracias al contexto postelectoral hiperpartidista, así como a los mensajes de fuerzas simpatizantes, que les hacía esperar potencialmente mucho drama durante las "últimas batallas" que estaban preparando en apoyo de sus respectivas causas. Un núcleo de élite, que en ambos casos era probablemente una combinación de agentes encubiertos y fuerzas políticas marginales, se apoyó en sus cómplices para incitar a las masas bajo su influencia a protestar alborotadamente con la intención de provocar un cambio de régimen.

Esta descripción podría dar lugar a comparaciones entre estos dos acontecimientos y el "EuroMaidán" ucraniano de hace nueve años, pero en realidad hay diferencias importantes. Es cierto que los tres emplearon la tecnología de la "Revolución de colores", pero los dos primeros no derivaron en una larga oleada de terrorismo urbano ni lograron finalmente llevar a cabo un cambio de régimen, a diferencia del último. La razón es que los tres fueron cooptados por el "Estado profundo" con fines diferentes.

Las agencias de inteligencia occidentales cultivaron clandestinamente durante años el cambio de régimen en Ucrania a través de sus "ONG" y sobre una base ultranacionalista antirrusa que oportunistamente instrumentalizó a la espontánea oposición popular al gobierno corrupto del ex presidente ucraniano Viktor Yanukovich después de que este retrasara abruptamente la firma de un Acuerdo de Asociación con la UE. La intención desde el principio era derrocarlo con el fin de usar a Ucrania como la delegación (proxy) antirrusa de la OTAN.

Por el contrario, la "Revolución de colores" que la inteligencia estadounidense cultivó en Washington a principios de 2021 estaba condenada al fracaso desde el principio, ya que su propósito era fabricar artificialmente un incidente dramático que luego pudiera ser usado para desacreditar a la oposición y servir de pretexto para reprimirla. Podría decirse que el mismo modus operandi estuvo en juego durante el acto de imitación que acaba de tener lugar en Brasil el domingo, que fue igualmente facilitado por los servicios de seguridad y, por tanto, condenado al fracaso desde el principio.

Desacreditando la especulación de que Biden intentó derrocar a Lula

Algunos miembros de la Comunidad Alt-Media (AMC) reaccionaron inmediatamente al último intento (aunque falso) de "Revolución de colores" del mundo especulando con que la CIA podría haber tenido algo que ver con lo sucedido para, presumiblemente, castigar a Brasil por reelegir a una de las figuras multipolares más famosas de este siglo, Lula. Esta explicación de los hechos pasa por alto varias observaciones "políticamente incorrectas" que ponen en duda la narrativa antes mencionada y, de hecho, refuerzan la interpretación expuesta en el presente artículo.

La Administración Biden realmente no está en contra de Lula, ya que apoyó con entusiasmo su victoria sobre Bolsonaro por razones ideológicas relacionadas con que el primero está más alineado hoy en día con los liberales globalistas en el poder en EE.UU., a diferencia del segundo, que abrazó creencias conservadoras. El apoyo de Joe Biden a Lula tampoco fue sólo retórico, ya que fue respaldado de forma tangible con el envío a Brasil el mes pasado del asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan.

En declaración oficial la Casa Blanca informó de que "el Sr. Sullivan se reunió con el Secretario de Asuntos Estratégicos, el almirante Flávio Rocha, para expresar su agradecimiento por los progresos en la relación entre Estados Unidos y Brasil y reforzar la naturaleza estratégica a largo plazo de la asociación entre Estados Unidos y Brasil". El Sr. Sullivan también se reunió con el Presidente electo Lula y con miembros de su equipo de transición". Este hecho confirmó el sincero apoyo de Estados Unidos a Lula y el deseo de reforzar sus relaciones estratégicas con Brasil durante su tercer mandato.

Sabiendo ahora lo que ocurrió menos de un mes después, tampoco se puede descartar que Sullivan fuera a dar los toques finales al especulativo complot del "estado profundo" brasileño que replicaba los acontecimientos del 6 de enero en su propio país con el mismo interés por desacreditar a la oposición conservadora, crear el pretexto para una represión contra ellos, y así consolidar el poder en el contexto postelectoral hiperpartidista que erosionó masivamente la legitimidad de cada gobierno respectivo.

El hecho "políticamente incorrecto" de que ambas capitales no fueran defendidas a pesar de la notificación previa de los planes de la "Revolución de colores" de las fuerzas marginales es demasiado sospechoso como para descartarlo como una coincidencia, sobre todo porque los principales medios de comunicación estadounidenses y brasileños (MSM) llevaban meses advirtiendo de que los partidarios de Bolsonaro estaban intentando llevar a cabo su propio 6 de enero. Al manipular a la multitud y facilitar estas revoluciones de colores condenadas al fracaso, sus "estados profundos" consiguieron lo que querían.

La reacción oficial de la Administración Biden a lo que acaba de suceder, expresada por Biden, Sullivan y el Secretario de Estado Antony Blinken, confirma que EE.UU. se solidariza plenamente con Lula, a diferencia de lo que algunos en la AMC especularon sobre su deseo de derrocarlo a través de una versión brasileña del "EuroMaidán". Esto contrasta con su apoyo incondicional al intento mucho más violento de la Revolución de colores en Irán, que es obviamente una auténtica operación de cambio de régimen estadounidense, a diferencia de lo que acaba de ocurrir en Brasil.

El papel del juez del Tribunal Supremo Alexandre De Moraes

El artículo que el Washington Post (WaPo) publicó el domingo por la noche puede considerarse una prueba circunstancial que apoya la conclusión de que EE.UU. apoya la esperada consolidación del poder de Lula tras la falsa revolución de color de su país ese mismo día. Este medio es ampliamente considerado como el portavoz no oficial del "Estado profundo" de EE.UU., razón por la cual su artículo titulado "Ven a la fiesta del 'grito de guerra': Cómo las redes sociales ayudaron a provocar el caos en Brasil".

Publicado apenas diez horas después de que los partidarios de Bolsonaro asaltaran los tres edificios gubernamentales más importantes de la capital (el artículo fue publicado a las 22:30 horas EST después de que PBS informara que el incidente comenzó alrededor de las 12:30 horas EST), es muy sospechoso que fuera tan detallado. Es difícil creer que a la autora Elizabeth Dwoskin se le ocurriese sugerir implícitamente a la censura como necesaria, recopilara sus fuentes, entrevistara a varios expertos, escribiera su artículo y completara el proceso editorial en ese tiempo.

Más bien, es mucho más probable que las fuentes del "Estado profundo" del WaPo le avisaran con antelación de que algo estaba a punto de ocurrir, razón por la cual estaba preparada para escribir su detallado artículo tan rápidamente (si es que no estaba escrito en gran parte por adelantado). El hecho de que el WaPo, vinculado al "Estado profundo", impulsara una narrativa de censura de las redes sociales implícitamente apenas unas horas después de lo sucedido sugiere el apoyo de Estados Unidos a las medidas relacionadas del juez del Tribunal Supremo brasileño Alexandre de Moraes.

Reuters informó que "ordenó a las plataformas de medios sociales Facebook, Twitter y TikTok a bloquear la propaganda golpista". Si se tiene en cuenta lo mucho que ya ha abusado de su prerrogativa legal en los últimos meses y que sirvió para alimentar aún más la oposición popular ya orgánicamente emergente a la votación del año pasado (que posteriormente fue explotada por el "Estado profundo" brasileño, como se ha explicado), es de esperar que saque el máximo provecho de esto tras lo sucedido.

Antes de la victoria de Lula, el New York Times (NYT), uno de los medios de comunicación estadounidenses más influyentes, expresó su malestar por el incomparable poder de censura que Moraes había acumulado en sus manos. Esta postura escéptica queda patente en sus artículos de septiembre y octubre titulados "Para defender la democracia, ¿el máximo tribunal de Brasil está yendo demasiado lejos?" y "Para combatir la mentira, Brasil otorga a un hombre poder sobre la expresión en Internet", respectivamente.

Independientemente de que cambien su posición editorial sobre este asunto tras los acontecimientos del domingo, los propios medios de comunicación han establecido el precedente para que la gente cuestione los poderes de censura de Moraes. Sin embargo, teniendo en cuenta la plena solidaridad de la Administración Biden con Lula, así como el apoyo del "estado profundo" de EE.UU. a una mayor censura de los medios sociales en Brasil y más allá, como se intuye en el detallado artículo del WaPo sospechosamente publicado sólo 10 horas después de lo sucedido, tales críticas podrían convertirse en "tabú".

La posiblemente inminente represión de Biden a la red de Trump

Después de todo, tanto el Gobierno de Biden como el recién formado de Lula comparten el interés por desacreditar a los oponentes conservadores de sus gobiernos con los que difieren ideológicamente debido al abrazo de estos dos al globalismo liberal en el sentido político hacia dentro de sus naciones. Con ese fin, su "Estado profundo" cultivó y facilitó complots en pos de falsas revoluciones de colores, condenadas al fracaso, a través de agentes encubiertos y capitales sin defensa, respectivamente, para justificar enérgicas medidas de consolidación del poder.

Lo que es singular de la última trama en Brasil es que Bolsonaro reside actualmente en Florida, Lula lo acusó oficialmente de ser el autor intelectual de los recientes acontecimientos (que el exlíder negó), y hay conexiones documentadas entre las campañas de Bolsonaro y Trump, sus familias y sus redes políticas. El último punto mencionado llevó a la BBC a publicar un artículo justo después de los acontecimientos de Brasilia titulado "Asalto al Congreso de Brasil: cómo los disturbios fueron avivados por los aliados de Trump que rechazan las elecciones".

Casi al mismo tiempo, Reuters publicó su propia noticia, detallando cómo "Aumenta la presión sobre Biden por la estancia de Bolsonaro en Florida tras los disturbios en Brasilia", que citaba a algunos demócratas que quieren extraditar al exmandatario de vuelta a su patria. Teniendo en cuenta la acusación de Lula de que su predecesor fue el autor intelectual de este intento fallido de "golpe" y la corrupción irredimible del Tribunal Supremo de Brasil (encarnada recientemente por Moraes), Bolsonaro probablemente se enfrentaría a la cárcel si eso ocurriera.

No sólo eso, sino que si los investigadores brasileños y/o estadounidenses encuentran y/o fabrican pruebas que sugieran que ciudadanos estadounidenses desempeñaron un papel en los acontecimientos de Brasilia que el gobierno de Lula calificó oficialmente de "golpe" y "terrorismo", entonces pueden ser procesados en virtud de la Ley de Neutralidad de 1794. Esa ley prohibía a los estadounidenses hacer la guerra contra Estados en paz con Estados Unidos, que es lo que las administraciones de Biden y/o Lula podrían afirmar que hicieron esos ciudadanos si supuestamente "confabularon" con Bolsonaro.

En el caso de que se formule una conexión, ya sea objetiva y basada en hechos reales, completamente fabricada debido a noticias falsas, o una mezcla de ambas, entre Trump, su familia, y/o su red con Bolsonaro, entonces la Administración Biden podría procesarlos también bajo ese pretexto. Este escenario podría permitir a los globalistas liberales de EE.UU. asestar un golpe mortal a la oposición conservadora de forma similar a lo que los brasileños parecen estar haciendo con el fin de consolidar su poder.

Manteniendo estos motivos compartidos en mente y recordando las comparaciones "políticamente incorrectas" entre los intentos de falsa Revolución de colores de ambos países, ciertamente parece como si el "estado profundo" de Brasil se confabulara con el de EE.UU. para replicar el escenario del 6 de enero en su propio país. Como mínimo, esto sirvió para fabricar artificialmente el pretexto para que Lula reprimiera a la oposición conservadora, lo que también favorece los intereses ideológicos de la Administración Biden, pero podría haber algo más.
Como se explicó recientemente, las últimas narrativas de la BBC y Reuters, en el marco de la guerra de información, sugieren que el incidente en Brasilia también podría haber fabricado artificialmente el pretexto para que la Administración Biden tome medidas enérgicas contra su propia oposición conservadora, a saber, Trump, su familia y/o su red. Ocurra esto o no, y es demasiado pronto para decirlo con seguridad, aunque este escenario todavía no puede descartarse, es posible que EE.UU. también ofrezca a Brasil flexibilidad adicional en política exterior como contrapartida.

Las probabilidades de un quid pro quo en política exterior entre Brasil y Estados Unidos

En lugar de oponerse al gobierno brasileño de forma "suave", debido a su postura ideológica, como Estados Unidos comenzó a hacer hacia el final del mandato de Bolsonaro, podría a su vez suavizar su resistencia hacia Lula dejándolo hacer algunos progresos en su visión multipolar sin desafiarlo retóricamente demasiado como lo hizo con su predecesor, siempre y cuando se mantenga dentro de la línea. Aumentar la presión sobre el nuevo líder de Brasil como reacción a sus movimientos en política exterior, podría salir contraproducente para Estados Unidos, ya que podría desestabilizar a este gobierno que si bien es frágil, ideológicamente está alineado.

Para "reforzar realmente la naturaleza estratégica y a largo plazo de la asociación entre Estados Unidos y Brasil" que, según se lee en la declaración de la Casa Blanca, Sullivan se propuso hacer durante su viaje a Brasil hace menos de un mes, Washington tiene que permitir a Brasilia cierto grado de flexibilidad en política exterior, al menos superficialmente. Dicho esto, Estados Unidos tampoco puede lograr el objetivo estratégico antes mencionado si parece que Brasil desafía abiertamente las exigencias de esa hegemonía unipolar en declive, de ahí la necesidad de crear un pretexto para "guardar las apariencias".

Ahí reside una de las motivaciones adicionales de la connivencia entre los "Estados profundos" estadounidense y brasileño, en que la falsa Revolución de colores de este último, aconsejada por Estados Unidos y sentenciada al fracaso, sentó las bases para "reforzar la naturaleza estratégica a largo plazo de la asociación entre Estados Unidos y Brasil". No sólo colaboraron estrechamente en la elaboración de este escenario, sino que el que Brasil reprimiera a su oposición conservadora como Estados Unidos hizo con la suya después del 6 de enero forma un vínculo público entre ellos.

La reafirmación de la alineación ideológica de estos gobiernos globalistas liberales frente a las supuestas "amenazas a su democracia" compartidas por la oposición conservadora que tanto sus autoridades como sus manejadores de percepción califican hoy de "fascista" ha creado una fuerte confianza mutua. Incluso en ausencia del escenario de que la Administración Biden reproduzca la represión de Lula con el pretexto de la Ley de Neutralidad de 1794, se ha establecido la narrativa de que Estados Unidos puede confiar en que Brasil no desafiará el "orden basado en reglas".

En la práctica, esto significa que EE.UU. no está obligado a desafiar retóricamente a Brasil por sus alcances multipolares como lo hizo durante el mandato de Bolsonaro, ya que Lula está ideológicamente alineado con la Administración globalista liberal de Biden en el sentido doméstico y lo demostró a la luz de los acontecimientos del domingo. Como resultado, Brasil podría por tanto realizar algunos progresos adicionales en la dirección multipolar -ya sean superficiales o sólo ligeramente sustantivos- sin resistencia pública por parte de EE.UU. siempre y cuando se mantenga dentro de la raya.

Reflexiones finales

Teniendo en cuenta las innumerables dimensiones estratégicas del sospechoso incidente del domingo en Brasilia, así como los igualmente innumerables puntos en común entre los "estados profundos" estadounidense y brasileño, tanto en el período previo a lo sucedido como después (incluyendo lo que pronto podría desarrollarse con respecto a la represión contra Trump, su familia y/o red bajo el pretexto de la Ley de Neutralidad de 1794), hay abundantes pruebas para concluir que todo el mundo debe tener cuidado antes de apresurarse a juzgar.

Lejos de ser un intento fallido de un "golpe fascista y terrorista", parece convincentemente como si esta secuencia de eventos fue fabricada artificialmente a través de la colusión entre los "estados profundos" estadounidenses y brasileños con el fin de avanzar en sus agendas ideológicas en común. Rusia y Turquía denunciaron los últimos acontecimientos no porque se tragaran la "narrativa oficial" escrita por los medios de comunicación occidentales, sino por el principio de oponerse siempre a las revoluciones de colores y solidarizarse con Brasil, miembro del BRICS.

A pesar de la connivencia de su "Estado profundo" con su homólogo estadounidense, se espera que Brasil mantenga una orientación más o menos multipolar en su política exterior, ya que la alineación ideológica del Gobierno de Lula con Estados Unidos se limita al ámbito nacional y no al internacional. El tricampeón sigue apoyando reformas graduales encaminadas a hacer el orden mundial más democrático, igualitario, justo y predecible, como hacen Rusia, Turquía y otros países, pero también cooperará con Estados Unidos en intereses compartidos.

Sin embargo, no se puede negar lo preocupante que resulta que su "Estado profundo" haya colaborado tan estrechamente con el de Estados Unidos para orquestar los dramáticos acontecimientos del domingo, lo que hace temer que la influencia estadounidense en el gobierno brasileño sea mucho más profunda de lo que sospechan incluso los observadores más cínicos. Ello, a su vez, podría llevar a que Estados Unidos acabara por apuñalar por la espalda a Lula por diversos medios, incluido un golpe militar o uno posmoderno como el que depuso a su sucesor, si se sale de la línea.

Por estas razones, se espera que proceda con mucha cautela en el frente de la política exterior a pesar de estar ideológicamente desalineado con los EE.UU. en ese sentido con el fin de no arriesgarse a una Guerra Híbrida. Lula podría haber aprendido la lección de la última vez y no ir demasiado lejos en la dirección multipolar, no sea que él y sus "compañeros de viaje" más cercanos sufran consecuencias que les cambien la vida, como le ocurrió más tarde a Dilma Rousseff. De ser así, no hay mucho que esperar de su tercer mandato.