Traducido por el equipo de SOTT.net

La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en inglés) de China es un plan vertiginosamente ambicioso para conectar Asia y más de 100 naciones con infraestructuras económicas del siglo XXI, desde autopistas y líneas ferroviarias de alta velocidad hasta la generación de energía, conductos energéticos, sistemas de comunicación, ciudades, puertos y mucho más.
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© Xu Qin/Xinhua/Getty ImagesTúnel ferroviario de alta velocidad • Iniciativa de la Franja y la Ruta china e indonesia
"La luz al final del túnel" fue una frase emblemática utilizada por los belicistas que mantuvieron a EEUU en Vietnam mucho después de que la guerra se hubiera perdido. La implicación era que los de dentro podían ver a través de la niebla de la guerra y saber que las cosas estaban mejorando. Era mentira.

En enero de 1966, mucho antes del apogeo militar de la guerra, el Secretario de Defensa Robert McNamara le dijo al Presidente Johnson que EEUU tenía una posibilidad entre tres de ganar en el campo de batalla. Pero Johnson, como Eisenhower y Kennedy antes que él, y Nixon después de él, no quería ser el primer presidente estadounidense en perder una guerra. Así que inventó una mentira simplista y "siguió adelante".

La mentira saltó por los aires con la Ofensiva del Tet en enero de 1968. Más de 100 instalaciones militares estadounidenses fueron atacadas en un asalto simultáneo en todo el país que dejó atónito a EEUU. El locutor Walter Cronkite, entonces "el hombre más confiable de Estados Unidos", bramó en la televisión nacional: "Pensé que se suponía que estábamos ganando esta maldita cosa". Fue el principio del fin de la ocupación asesina y fracasada de EEUU.

Ahora nos enfrentamos a otro acontecimiento de luces y túneles, esta vez en Ucrania. Sólo que ahora, no es la luz al final del túnel. Es el túnel al final de la luz. ¿Qué queremos decir con esto?

Hasta ahora, todo había sido luz.

¿Recuerdas cuando las escuálidas fuerzas ucranianas pateaban el culo de las bárbaras hordas rusas? ¿Cuando cada acontecimiento traicionaba la torpe estrategia de los rusos, la mala moral de sus soldados, el deficiente aprovisionamiento de su ejército y su peor liderazgo, y la peligrosa situación política de Putin en su país? La testosterona fluía. La bravuconería era embriagadora. El excepcionalismo era sumamente seductor. Era sólo cuestión de tiempo, coraje y determinación que Ucrania le hiciera sangrar la nariz al matón y le mostrara de qué estaba hecho Occidente.

¿Te acuerdas?

Ya no más.

No se puede mantener una guerra durante mucho tiempo a base de humo y espejos, delirios e ilusiones, mentiras y comunicados de prensa. Al final, no obstante, la realidad te alcanza. La ciudadanía estadounidense, tan salvajemente sometida a la propaganda, no podía saberlo, pero esa toma de conciencia comenzó en las primeras semanas de la guerra y no ha hecho más que acelerarse desde entonces.

En la primera semana de la guerra, Rusia había destruido la fuerza aérea y las defensas aéreas de Ucrania. En la segunda semana, la mayoría de los arsenales y depósitos de armas de Ucrania. En las semanas y meses siguientes, destruyó sistemáticamente la artillería enviada desde los países de Europa del Este que formaban parte del antiguo Pacto de Varsovia, ahora miembros de la OTAN. Desmanteló los sistemas de transporte y suministro de combustible del país. Recientemente ha eliminado la mayor parte de la infraestructura eléctrica.

Se calcula que el ejército ucraniano ha perdido unos 150.000 soldados, un ritmo más de 140 veces superior al de las pérdidas estadounidenses en Vietnam. Todo ello en un momento en el que 10 de sus 36 millones de habitantes han huido del país. El ejército se ha visto obligado a reclutar a niños de 16 años y hombres de 60 para ocupar las barricadas. No puede conseguir munición de repuesto. Rusia ha inutilizado alrededor del 90% de los drones de Ucrania, dejándola prácticamente sin visión. Los plazos de entrega de los tanques, que son el "cambio de juego" esperado, son de meses y años. No es que eso importe.

¿Recuerdas todos los demás "cambios de juego" fallidos? ¿Los obuses M777 y los vehículos blindados de combate Stryker? ¿Los lanzacohetes múltiples HIMARS y los sistemas de defensa aérea PATRIOT? Todos iban a cambiar las tornas en su momento. Todos han demostrado su impotencia para impedir que Rusia se apodere del 20% del territorio ucraniano y se lo anexione con su población.

Estados Unidos también perdió la guerra económica. ¿Recuerdas la delirante predicción de Joe Biden de que EEUU vería que "el rublo quedaría reducido a escombros"? ¿Y que "el régimen de sanciones más estricto de la historia" iba a "debilitar" a Rusia, llevando quizás incluso al derrocamiento de Putin? El tiro salió por la culata. El año pasado el rublo alcanzó su tipo de cambio más alto de la historia. El superávit comercial de Rusia en 2022, de 227.000 millones de dólares, aumentó un 86% respecto a 2021. El déficit comercial de EEUU en el mismo periodo aumentó un 12,2% y se acerca al billón de dólares.

Como resultado de todo lo anterior y más, la marea de la opinión interna se ha vuelto contra la Guerra. Altos funcionarios en Europa están hablando abiertamente de cómo las pérdidas son insostenibles y necesitan volver a las arquitecturas de seguridad que prevalecían antes del golpe envenenado apoyado por la CIA en Maidan en 2014. Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, dejó escapar recientemente que "será muy, muy difícil expulsar a los rusos de toda la Ucrania ocupada en el próximo año". El Washington Post advirtió recientemente que Ucrania se enfrentaba a un "momento crítico" en la guerra, insistiendo en el hecho de que el apoyo de EEUU no era ilimitado y pronto se agotaría. Indirecta. Indirecta.

La Rand Corporation, uno de los susurradores estratégicos mejor conectados de EEUU, acaba de publicar un informe en el que afirma que "las consecuencias de una guerra larga superan con creces a los beneficios". En él se afirma explícitamente que EEUU necesita destinar sus recursos a su próximo y más importante conflicto con China. Newsweek tituló que "Joe Biden ofreció a Vladimir Putin el 20% de Ucrania para acabar con la guerra". También reveló que "Casi el 90 por ciento del mundo no nos sigue en Ucrania". Vastas franjas de Latinoamérica, África y Asia se niegan a apoyar a EEUU en su exigencia de sancionar a Rusia.

No se trata de conjeturas de la "luz al final del túnel". Todo lo contrario. Si hay un hilo conductor común en todo esto es el reconocimiento enfermizo de que la guerra está perdida, militar, económica y diplomáticamente, de que no hay ningún escenario plausible en el que esas pérdidas puedan ser revertidas por la resistencia, y de que lo que se necesita ahora es una estrategia de salida que oculte las pérdidas, que salga como pueda y que salve la cara.

Eso tampoco estará disponible. Ahí es donde entra en juego el túnel al final de la luz.

Incluso antes de que EEUU y sus títeres de la OTAN emprendieran la guerra, el resto del mundo, y eso significa la mayor parte de él, se estaba fusionando en un bloque económico y de seguridad antioccidental. Liderado por China y su aliado estratégico, Rusia, ese bloque incluye más de una docena de organizaciones comerciales y de seguridad. Entre ellas se encuentra la confederación BRICS, formada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que trabaja explícitamente para crear instituciones multipolares que hagan frente al modelo hegemónico unipolar de EEUU.

Incluye la Organización de Cooperación de Shanghái, un pacto de seguridad formado por naciones líderes de Asia oriental, central y meridional, entre ellas China, Rusia, India y, próximamente, Irán, Turquía y Arabia Saudí. Está trabajando explícitamente para diseñar medidas que impidan el tipo de asaltos militares depredadores que EEUU llevó a cabo contra Irak, Libia, Somalia, Yemen y Afganistán.

El motor económico organizador de estos esfuerzos es la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. El BRI es un plan vertiginosamente ambicioso para conectar Asia y más de 100 naciones con infraestructuras económicas del siglo XXI, desde autopistas y líneas ferroviarias de alta velocidad, hasta la generación de energía, oleoductos energéticos, sistemas de comunicación, ciudades, puertos y mucho más. Es esencial comprender por qué el BRI plantea retos tan abrumadores a la supremacía estadounidense en el mundo.

Las infraestructuras son tan poderosas porque generan un vasto e inimaginable abanico de beneficios económicos secundarios y terciarios. Fueron los ferrocarriles en el siglo XIX los que unieron a EEUU como el primer mercado a escala continental del mundo. Los fabricantes podían producir para un mercado mayor y, por tanto, a mayor escala y, por tanto, a menor coste, que los productores de cualquier otro lugar del planeta.

Los ferrocarriles convirtieron a EEUU en el mayor mercado del mundo para el hierro, el acero, las máquinas-herramienta, los equipos de clasificación, los equipos agrícolas y decenas de otros productos comerciales e industriales esenciales para una economía industrial moderna. Estados Unidos comenzó el siglo XIX con el 1,5% del PIB mundial. Terminó el siglo con el 19% de una cifra cuatro veces mayor, lo que le convirtió en la mayor economía del mundo.

Lo mismo ocurre con los automóviles. La gente cree que fue Henry Ford y la producción en masa lo que hizo del siglo XX "el siglo americano". En realidad, fue la construcción de millones de kilómetros de carreteras y, más tarde, de carreteras interestatales, sin las cuales los automóviles habrían seguido siendo caros juguetes de ricos. Esas carreteras unieron el país en una red de asfalto que permitía la movilidad individual, prácticamente por cualquier persona, en cualquier lugar, hasta cada dirección del país. El mundo nunca había visto nada igual.

Los efectos económicos secundarios y terciarios fueron asombrosos: desde los mayores mercados mundiales del acero, el vidrio, los plásticos y el caucho, hasta la gasolina, el gasóleo, la construcción de carreteras a escala continental, los talleres de reparación y los autocines, pasando por toda la panoplia cultural que conocemos como suburbios. El siglo XX fue el siglo del automóvil. La infraestructura que EEUU construyó para hacerlo posible fue la razón principal, al menos económicamente, de que EEUU liderara el mundo durante la mayor parte de ese siglo.

China se propone ahora hacer lo mismo para Asia en el siglo XXI, pero a una escala mucho mayor. Está liderando una construcción de infraestructuras que empequeñecerá el sistema de autopistas interestatales de Eisenhower. Dará servicio a la mayoría de los cinco mil millones de habitantes de Eurasia, treinta VECES más que los 150 millones de personas a las que ayudó el proyecto de Eisenhower.

Sabiamente, China se ha asegurado de que las más de 100 naciones que se unen al BRI se enriquezcan con su participación, ya sea fortaleciéndose a nivel nacional o ampliando su alcance a nivel internacional. Se trata de la mayor y más convincente empresa económica de la historia del mundo, geográficamente extensa, nacionalmente inclusiva y mutuamente enriquecedora. Estados Unidos no forma parte de ella.

Por último, está la cuestión del dólar. Desde el Acuerdo de Bretton Woods de 1944, la economía mundial ha utilizado el dólar como moneda principal del comercio internacional. Esto ha dado a EEUU un "privilegio exorbitante" en el sentido de que esencialmente puede emitir un flujo ilimitado de cheques al portador al mundo, porque los países necesitan dólares para poder llevar a cabo el comercio internacional. Estados Unidos les "vende" dólares emitiendo deuda del Tesoro, que es un medio de cambio internacional universalmente fungible.

Una de las consecuencias de este acuerdo es que ha permitido a EEUU gastar mucho más allá de sus posibilidades, acumulando una deuda de 32 billones de dólares desde 1980, cuando su deuda nacional era de apenas un billón de dólares. Estados Unidos utiliza esta deuda para, entre otras cosas, financiar su gigantesco ejército con sus 800 bases militares en todo el mundo, que utiliza para hacer cosas como destruir Serbia, Libia, Irak, Afganistán, Siria, Somalia, y una serie de depredaciones menores en otros países. Todo el mundo ve esto y le repugna.

El mundo ve cómo la hegemonía del dólar respalda la capacidad de EEUU para llevar a cabo o intentar golpes de Estado en Honduras, Venezuela, Perú, Bolivia, Kazajstán, Pakistán, Myanmar, Bielorrusia, Egipto, Siria y, por supuesto, Ucrania, entre otros. Y estos son sólo los de las últimas dos décadas.

La misma hegemonía del dólar respaldó las depredaciones de EEUU en la última parte del siglo XX contra Irán, la República Dominicana, Guatemala, Vietnam, Nicaragua, Cuba, Chile, Congo, Brasil, Indonesia y docenas de otros países. Una vez más, el resto del mundo lo ve. Los ciudadanos estadounidenses, embelesados en su burbuja mediática herméticamente cerrada, no.

El mundo vio cómo EEUU robó 300.000 millones de dólares de fondos rusos que estaban depositados en bancos occidentales, como parte de su régimen de sanciones contra Rusia por su papel en la guerra de Ucrania. Ha visto cómo ha llevado a cabo robos similares contra fondos denominados en dólares de Venezuela, Afganistán e Irán. Ven cómo la subida de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal para atender las necesidades de EEUU hace que el capital fluya fuera de otros países, y cómo hace que sus monedas caigan, forzándoles a la inflación. Ni un solo país del mundo queda indemne.

El efecto acumulativo de estos hechos es que muchos países preferirían no ser rehenes de las consecuencias negativas implícitas y explícitas de la hegemonía del dólar. También quieren eliminar el "privilegio exorbitante" del que creen que EEUU ha abusado en detrimento individual y colectivo.

Han empezado — de nuevo, liderados por Rusia y China — a construir un sistema financiero y comercial internacional que no dependa del dólar, que utilice las monedas locales de los países, el oro, el petróleo u otros activos para comerciar. Esto recibió un impulso especial el año pasado, cuando Arabia Saudí anunció que empezaría a aceptar yuanes chinos a cambio de su petróleo. El petróleo es la materia prima más valorada del mundo en el comercio internacional, por lo que la percepción es que se está empezando a romper un dique.

Pasarán años antes de que se conciba un sustituto igualmente funcional del dólar, pero lo que empezó hace unos años como un goteo ha cobrado impulso y urgencia como consecuencia de las acciones de EEUU en Ucrania. Cuando el dólar deje de ser la moneda de reserva internacional del mundo y las naciones no necesiten dólares para comerciar entre sí, EEUU ya no podrá financiar sus enormes déficits presupuestarios y comerciales extendiendo cheques al portador. La retirada será angustiosa y limitará en gran medida el papel de EEUU como líder mundial.

Las acciones de EEUU en Ucrania han unido a sus dos mayores adversarios, Rusia y China. Ellos, unidos a India, Turquía, Arabia Saudí, Irán y docenas de otros países, están llevando a cabo una integración euroasiática temida por Mackinder que dejará a EEUU fuera del bloque comercial más grande y dinámico del mundo.

El fracaso militar de EEUU ha puesto de manifiesto, una vez más (después de Irak y Afganistán), la relativa impotencia de las soluciones militares estadounidenses. Sí, todavía puede destruir países pequeños e indefensos como Serbia, Libia, Afganistán e Irak. Pero frente a un competidor que ha decidido plantarle cara, EEUU, francamente, se ha quedado con el culo al aire. Todo el mundo puede verlo.

Los acontecimientos también han demostrado la vacuidad de los sistemas económico-financieros liderados por EEUU, especialmente en comparación con China. Los resultados económicos de China han superado con creces los de EEUU. Ha sacado a más personas de la pobreza más rápidamente que ningún otro país en la historia del mundo. Su crecimiento la ha convertido en la mayor economía del mundo en términos de paridad de poder adquisitivo. Mientras que los ingresos medios ajustados a la inflación en EEUU son ligeramente superiores a los de hace 50 años, los ingresos en China han aumentado más de 10 VECES en el mismo periodo. Y lo ha hecho sin brutalizar y saquear a otras naciones que se niegan a plegarse a su voluntad hegemónica.

Y la guerra ha traicionado, como ninguna otra cosa podría hacerlo, el aislamiento diplomático de EEUU, al negarse la gran mayoría de los pueblos del mundo a aplicar las sanciones contra Rusia que exigió. Su destrucción del gasoducto Nord Stream se reconoce como el mayor acto de terrorismo de Estado de la historia, superando fácilmente al 11-S en términos de los cientos de millones de personas a las que perjudicará. Y esto, a uno de sus aliados putativos, Europa. Imagínate lo que les ocurrirá a sus enemigos.

Este es el túnel al final de la luz, un mundo multipolar en oposición a un mundo unipolar. Significa el creciente aislamiento de EEUU del resto del mundo, el cierre de opciones, el estrechamiento de oportunidades, la pérdida de la primacía estratégica que una vez adornó a la mayor potencia de la historia del mundo. Significará una reducción drástica del poder y la influencia frente a sus adversarios estratégicos, y una marcada limitación de la capacidad para operar militar, económica y financieramente en el mundo, con lo que pronto le será arrebatado el talonario de cheques.

Dentro de veinte o treinta años, EEUU seguirá siendo una potencia regional importante, tal vez como Brasil en Sudamérica, Irán en Asia Occidental o Nigeria en África. Pero no será el líder global que una vez fue, capaz de proyectar e infligir poder en el mundo como lo ha hecho durante el último siglo. Estados Unidos abusó de su unción providencial como nación excepcional. Ese abuso ha sido reconocido, denunciado y ahora está siendo combatido por la mayoría de las demás naciones del mundo. El futuro para EEUU será muy diferente de lo que ha sido en los últimos 80 años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se alzaba sobre el resto del mundo como un gigante entre pigmeos. Ucrania demostrará haber sido el punto de inflexión en esta transformación, el túnel al final de la luz.
Sobre el autor:

Robert Freeman
es fundador y director ejecutivo de The Global Uplift Project, que construye proyectos de infraestructuras a pequeña escala en el mundo en desarrollo para mejorar la capacidad de autodesarrollo de la humanidad. Ha viajado mucho tanto por el mundo desarrollado como por el mundo en desarrollo. Es autor de la serie La mejor historia de una hora, que incluye la Primera Guerra Mundial (2013), Los años de entreguerras (2014), La guerra de Vietnam (2013) y otros títulos.