Traducido por el equipo de SOTT.net

En la actualidad,una quinta parte (278 millones) de la población africanaestá desnutrida, y 55 millones de los niños menores de cinco años de ese continente sufren retraso en el crecimiento debido a la malnutrición grave.
Nigeria Hunger
En 2021, una revisión de Oxfam de los préstamos COVID-19 del FMI mostró que se alentó a 33 países africanos a aplicar políticas de austeridad. Oxfam y Development Finance International también revelaron que 43 de los 55 Estados miembros de la Unión Africana se enfrentan a recortes del gasto público por un total de 183.000 millones de dólares en los próximos años.

Como resultado, casi tres cuartas partes de los gobiernos africanos han reducido sus presupuestos agrícolas desde 2019, y más de 20 millones de personas se han visto arrastradas a padecer hambre severa. Además, los países más pobres del mundo debían pagar 43.000 millones de dólares en amortizaciones de deuda en 2022, que de otro modo podrían haber cubierto los costes de sus importaciones de alimentos.

El año pasado, la directora ejecutiva de Oxfam Internacional, Gabriela Bucher, declaró que existía la aterradora perspectiva de que más de 250 millones de personas más cayeran en niveles de pobreza extrema sólo en 2022. Ese año, la inflación de los alimentos aumentó en dos dígitos en la mayoría de los países africanos.

En septiembre de 2022, unos 345 millones de personas en todo el mundo sufrían hambre aguda, una cifra que se ha más que duplicado desde 2019. Es más, una persona muere de hambre cada cuatro segundos. De 2019 a 2022, el número de personas desnutridas aumentó en 150 millones.

Miles de millones de dólares en armas siguen llegando a Ucrania desde los países de la OTAN mientras los neoconservadores estadounidenses persiguen su objetivo de un cambio de régimen en Rusia y la balcanización de ese país.

Sin embargo, la población de esos países de la OTAN sufre cada vez más penurias. Estados Unidos ha enviado casi 80.000 millones de dólares a Ucrania, mientras que 30 millones de personas con bajos ingresos en todo el país se encuentran al borde de un "precipicio del hambre", ya que se les retira una parte de la ayuda alimentaria federal. En 2021, se calculaba que uno de cada ocho niños pasaba hambre en Estados Unidos. En Inglaterra, 100.000 niños se han quedado sin comidas escolares gratuitas.

Debido a los efectos perturbadores del conflicto en Ucrania sobre la cadena de suministro, el comercio especulativo que eleva los precios de los alimentos, el impacto del cierre de la economía mundial bajo el pretexto del COVID y los impactos inflacionarios del bombeo de billones de dólares en el sistema financiero entre septiembre de 2019 y marzo de 2020, las personas están siendo empujadas a la pobreza y se les niega el acceso a alimentos suficientes.

A ello no contribuyen los problemas que desde hace tiempo asolan el sistema alimentario mundial: recortes en las subvenciones públicas a la agricultura, normas de la OMC que facilitan las importaciones baratas y subvencionadas que socavan o aniquilan la agricultura autóctona de los países más pobres y condicionalidades de los préstamos, que dan lugar a que los países "ajusten estructuralmente" sus sectores agrarios, erradicando así la seguridad y la autosuficiencia alimentarias; piénsese que África ha sido transformada de exportador neto de alimentos en la década de 1960 a importador neto de alimentos en la actualidad.

El gran juego de la geopolítica alimentaria continúa y da lugar a que los intereses de las élites jueguen con las vidas de cientos de millones de personas que son consideradas como daños colaterales. Las políticas, respaldadas por el dogma neoliberal disfrazado de ciencia económica y necesidad, están diseñadas para crear dependencia y beneficiar a un puñado de multimillonarios y empresas agroalimentarias mundiales que, hábilmente asistidas por el Banco Mundial, el FMI y la OMC, presiden ahora un régimen alimentario cada vez más centralizado.

Muchas de estas empresas se han dedicado a lucrar de forma desenfrenada en un momento en el que la población de todo el mundo experimenta una creciente inflación alimentaria. Por ejemplo, 20 corporaciones de los sectores de cereales, fertilizantes, carne y productos lácteos entregaron 53.500 millones de dólares a sus accionistas en los ejercicios fiscales de 2020 y 2021. Al mismo tiempo, la ONU calcula que 51.500 millones de dólares bastarían para proporcionar alimentos, refugio y ayuda vital a los 230 millones de personas más vulnerables del mundo.

Como señaló en 2021 un artículo de la revista Frontiers, estas empresas forman parte de una poderosa alianza de corporaciones multinacionales, filantropías y países orientados a la exportación que están subvirtiendo las instituciones multilaterales de gobernanza alimentaria. Muchos de los que participan en esta alianza están cooptando la narrativa de la "transformación de los sistemas alimentarios" mientras anticipan nuevas oportunidades de inversión y buscan el control total del sistema alimentario mundial.

Este tipo de "transformación" es más de lo mismo envuelto en una narrativa de emergencia climática en un intento de mover la alimentación y la agricultura cada vez más hacia una tecnodistopía ecomodernista controlada por la gran agroindustria y la gran tecnología, como se describe en el artículo Los Países Bajos: Plantilla para el Mundo Feliz del Ecomodernismo.

Un "mundo feliz" en el que una mezcla de productos modificados genéticamente, alimentos sintéticos y productos ultraprocesados hará más daño que bien, pero sin duda impulsará los resultados de las empresas farmacéuticas.

Mientras se asegura un mayor dominio sobre el sistema alimentario mundial y socava la seguridad alimentaria en el proceso, la agroindustria mundial lo presenta como "alimentar al mundo".

El modelo que promueven estas corporaciones no sólo crea inseguridad alimentaria, sino que también produce muerte y enfermedad.

El Dr. Paul Marik, exprofesor de medicina, declaró recientemente:
"Si te crees la narrativa, la diabetes de tipo 2 es una enfermedad metabólica progresiva que acabará en complicaciones cardiacas. Perderás las piernas. Vas a tener una enfermedad renal, y el único tratamiento son medicamentos farmacéuticos caros. Eso es completamente falso. Es mentira."
Se prevé que a finales de esta década la mitad de la población mundial será obesa y que entre el 20% y el 25% padecerá diabetes de tipo II.

Según Marik, lo esencial es que la diabetes de tipo 2 es una enfermedad metabólica debida a un mal estilo de vida y a unos hábitos alimentarios realmente malos:
"Comemos todo el tiempo. Siempre estamos picando. Esto forma parte del objetivo de la industria alimentaria. Los alimentos procesados, el almidón, se convierten en una adicción. La mayoría de nosotros somos adictos a la glucosa y, de hecho, es más adictiva que la cocaína. Crea este círculo vicioso de resistencia a la insulina."
Añade que si eres resistente a la insulina, esto impide que la leptina y las otras hormonas actúen en tu cerebro, por lo que estás continuamente hambriento:
"Si tienes hambre continuamente, comes más, lo que provoca más resistencia a la insulina. Provoca este círculo vicioso de comer carbohidratos en exceso..."
Esta es la naturaleza del sistema alimentario moderno. Ingredientes procesados baratos, bajo valor nutritivo, altamente adictivos y máximos beneficios. Un sistema que se está imponiendo o se ha impuesto ya en países cuyas poblaciones tenían antes dietas sanas y no adulteradas (véase Obesidad, malnutrición y la globalización de la mala alimentación - theecologist.org).

En los últimos 60 años, en las naciones occidentales se han producido cambios fundamentales en la calidad de los alimentos. En 2007, el terapeuta nutricional David Thomas, en "A Review of the 6th Edition of McCance and Widdowson's the Mineral Depletion of Foods Available to Us as a Nation" (Revisión de la 6ª edición del libro de McCance y Widdowson " La Disminución Mineral en los Alimentos Disponibles para Nosotros como Nación"), observó un cambio precipitado hacia los alimentos precocinados y de conveniencia que contienen grasas saturadas, carnes altamente procesadas y carbohidratos refinados, a menudo desprovistos de micronutrientes vitales pero repletos de un cóctel de aditivos químicos que incluyen colorantes, aromatizantes y conservantes.

Aparte de las repercusiones negativas de los sistemas y prácticas de cultivo de la Revolución Verde, Thomas propuso que estos cambios contribuyen significativamente al aumento de los niveles de mala salud inducidos por la dieta. Añadió que las investigaciones en curso demuestran claramente una relación significativa entre las carencias de micronutrientes y la mala salud física y mental.

El aumento de la prevalencia de la diabetes, la leucemia infantil, la obesidad infantil, los trastornos cardiovasculares, la infertilidad, la osteoporosis y la artritis reumatoide, las enfermedades mentales, etc., han demostrado tener alguna relación directa con la dieta, específicamente con la deficiencia de micronutrientes, y el uso de pesticidas.

Está claro que tenemos un sistema alimentario profundamente injusto e insostenible que causa devastación medioambiental, enfermedades y malnutrición, entre otras cosas. La gente suele preguntar: entonces, ¿cuál es la solución? Las soluciones han quedado claras una y otra vez e implican una auténtica transición alimentaria hacia la agroecología.

A diferencia de la versión manipulada de la "transición alimentaria" que se está promoviendo, la agroecología ofrece soluciones concretas y prácticas a muchos de los problemas del mundo que van más allá de la agricultura (pero que están relacionadas con ella). La agroecología desafía la moribunda economía doctrinaria imperante de un neoliberalismo que impulsa un sistema fallido. Académicos de renombre como Raj Patel y Eric Holtz-Gimenez han escrito extensamente sobre el potencial de la agroecología. Y sus beneficios son evidentes.

Para terminar, consideremos la moralidad superficial pregonada durante el periodo COVID. Durante el COVID, la narrativa oficial se sustentaba en eslóganes emotivos como "proteger vidas" y "mantener la seguridad". Aquellos que se negaban a recibir la vacuna COVID eran tachados de "asesinos de abuelas" e "irresponsables". Todo ello presidido por políticos del gobierno que con demasiada frecuencia no obedecían sus propias normas COVID.

Mientras tanto, tras aterrorizar al público con una narrativa de crisis sanitaria, siguen en connivencia con poderosas corporaciones agroalimentarias que destruyen la salud gracias a sus prácticas. Siguen facilitando un sistema que está al servicio de las necesidades del agricapital mundial y de inversores despiadados como Larry Fink, de BlackRock, que obtienen enormes beneficios de un sistema alimentario monopolístico (Fink también invierte en el sector farmacéutico, uno de los mayores beneficiarios de un régimen alimentario mundial enfermizo) que, por su propia naturaleza, crea enfermedad, malnutrición y hambre.

La narrativa de COVID estaba imbuida de la noción de responsabilidad moral. Las personas que lo vendieron a las masas no tienen moral. Al igual que Matt Hancock, exministro de Sanidad del Reino Unido e infractor de las normas COVID (véase la entrevista de Matt Hancock sobre el accidente de coche), están dispuestos a vender su alma (o su influencia) al mejor postor: en el caso de Hancock, una demanda salarial de 10.000 libras o un día de "consultoría" como político en ejercicio o unos cientos de miles para reforzar su ego, su saldo bancario y su imagen en un programa de televisión de famosos.

En una sociedad corrupta y corruptora, las recompensas podrían ser aún mayores para gente como Hancock cuando deje su cargo (un ministro de Sanidad que contribuyó a traumatizar a la población mientras no hacía nada por pedir cuentas a las corporaciones del agronegocio perjudiciales para la salud). Pero con una larga lista de estafadores bien recompensados entre los que elegir, eso ya lo sabemos.
El reconocido autor Colin Todhunter está especializado en desarrollo, alimentación y agricultura. Es investigador asociado del Centro de Investigación sobre la Globalización (CRG) de Montreal.

Lea el libro electrónico de Colin Todhunter titulado Food, Dispossession and Dependency. Resisting the New World Order

Actualmente asistimos a una aceleración de la consolidación corporativa de toda la cadena agroalimentaria mundial. Los conglomerados de alta tecnología y grandes empresas de datos, como Amazon, Microsoft, Facebook y Google, se han unido a los gigantes tradicionales de la agroindustria, como Corteva, Bayer, Cargill y Syngenta, en un intento de imponer su modelo de alimentación y agricultura en el mundo.

La Fundación Bill y Melinda Gates también está implicada (documentado en "Gates to a Global Empire" de Navdanya International), ya sea a través de la compra de enormes extensiones de tierras de cultivo, la promoción de una muy anunciada (pero fallida) "revolución verde" para África, el impulso de los alimentos biosintéticos y las tecnologías de ingeniería genética o, en términos más generales, facilitando los objetivos de las megacorporaciones agroalimentarias.

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