Traducido por el equipo de SOTT.net

Mientras el conflicto se extiende por Oriente Próximo, los líderes occidentales se niegan a aplicar ninguna línea roja a Tel Aviv.
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© ReutersUn soldado israelí porta un proyectil, en medio de las hostilidades transfronterizas entre Líbano e Israel, el 7 de octubre de 2024
Hace casi una década, un destacado activista israelí de derechos humanos me contó una conversación privada que había mantenido poco antes con uno de los embajadores europeos en Israel. Estaba claro que el intercambio le había conmocionado.

El país del embajador se consideraba entonces uno de los más favorables de Occidente al pueblo palestino. El activista israelí había expresado su preocupación por la inacción de Europa ante los incesantes ataques israelíes contra los derechos de los palestinos y las violaciones sistemáticas del derecho internacional.

En aquel momento, Israel estaba aplicando un prolongado asedio a Gaza que había privado a más de dos millones de personas de allí de lo esencial para vivir, y había bombardeado repetidamente zonas urbanas, matando a cientos de civiles.

En Cisjordania ocupada y Jerusalén Oriental, Israel había intensificado la expansión de asentamientos judíos ilegales, lo que había provocado un aumento de la violencia por parte de las milicias de colonos y del ejército israelí. Los palestinos estaban siendo asesinados y expulsados de sus tierras.

El activista hizo una pregunta sencilla al embajador: ¿Qué tendría que hacer Israel para que su gobierno actuara contra él? ¿Dónde estaba la línea roja?

El embajador hizo una pausa mientras reflexionaba. Y luego, encogiéndose de hombros, respondió: Israel no podía hacer nada. No había línea roja.

Hace una década, ese comentario podría haberse interpretado como una evasiva. Un año después de que Israel borrara Gaza, suena totalmente profético.

No hay línea roja. Y lo que es más importante, nunca la ha habido. Esa conversación tuvo lugar muchos años antes del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás irrumpió en Gaza y mató a más de 1.000 israelíes.


Esa fecha no es exactamente el punto de inflexión, la ruptura, como se presenta universalmente.

La breve fuga de Hamás de Gaza desencadenó sin duda un explosivo deseo de venganza entre los israelíes, que se habían acostumbrado a poder subyugar y desposeer al pueblo palestino sin coste alguno.

Pero lo que es más importante, ofreció un pretexto a los dirigentes israelíes para borrar Gaza, para llevar a cabo un plan que habían albergado durante mucho tiempo. Y del mismo modo, ofreció a los Estados occidentales el pretexto que necesitaban para apoyar a Israel y excusar su salvajismo alegando el "derecho de Israel a defenderse".

Espectáculo de terror

Llámese como se quiera a los acontecimientos de los últimos 12 meses en Gaza: legítima defensa, matanza masiva o "genocidio plausible", como lo ha calificado el más alto tribunal del mundo. Lo que no se puede discutir es que ha sido un espectáculo de terror.
gaza city ruins bombing wasteland
© UNRWAIsrael ha reducido Gaza a un páramo.
Sólo en los dos primeros meses, Israel ha destruido proporcionalmente más de Gaza que los Aliados en Alemania durante toda la Segunda Guerra Mundial. Llevó a cabo más ataques aéreos sobre Gaza que los que EE.UU. y Reino Unido realizaron contra el grupo Estado Islámico durante un periodo de tres años en Irak.

Las cifras oficiales son que Israel ha matado hasta ahora a más de 42.000 palestinos en Gaza (más de la mitad mujeres y niños) mediante bombardeos incesantes e indiscriminados sobre el diminuto y superpoblado enclave.

Según grupos de derechos humanos, Israel ha matado a más niños en los cuatro primeros meses de su campaña de bombardeos en Gaza que en los cuatro años de todos los demás conflictos mundiales juntos.

Oxfam informó la semana pasada que, en las últimas dos décadas, ningún otro conflicto en el mundo se ha acercado a la cifra de niños muertos en un periodo de 12 meses.


Pero la cifra real de muertos es mucho mayor. Gaza, bombardeada hasta convertirla en 42 millones de toneladas de escombros, perdió hace muchos meses la capacidad de contar sus muertos y heridos.

La semana pasada, un grupo de casi 100 médicos y enfermeras estadounidenses que han trabajado como voluntarios en el sistema sanitario de Gaza mientras Israel lo destripaba sistemáticamente escribió una carta abierta al presidente de EE.UU., Joe Biden. Estimaban que el número de muertos era casi tres veces superior a la cifra oficial.

Y añadían: "Salvo excepciones marginales, todos los habitantes de Gaza están enfermos, heridos o ambas cosas. Esto incluye a todos los cooperantes nacionales, a todos los voluntarios internacionales y, probablemente, a todos los rehenes israelíes: todos los hombres, mujeres y niños".

Bloqueo al estilo medieval

En julio, una carta publicada en la revista médica The Lancet elevaba aún más la cifra. Utilizando técnicas de modelización estándar, basadas en datos de guerras anteriores en las que se destruyeron zonas urbanas densamente pobladas, un equipo de expertos llegó a la conclusión de que el número de muertos en Gaza se acercaría mucho más a los 200.000, basándose en parámetros conservadores.


Comentario:


Eso equivaldría a casi el 10% de la población de Gaza muerta directamente por las bombas israelíes, desaparecida bajo los escombros, muerta por afecciones médicas que no han podido ser tratadas o muerta por desnutrición masiva tras un año de bloqueo israelí de alimentos, agua y combustible al estilo medieval.

Israel parece estar seguro de que no hay líneas rojas y, en consecuencia, las cosas no han hecho más que empeorar desde la carta de The Lancet.

En septiembre, las entregas de alimentos y ayuda a Gaza cayeron a su nivel más bajo en siete meses, según cifras de Naciones Unidas e Israel.

En otras palabras, el estrangulamiento de Israel sobre la ayuda a la hambrienta población de Gaza se ha intensificado desde mayo, cuando Karim Khan, fiscal jefe británico de la Corte Penal Internacional (CPI), solicitó órdenes de detención contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el ministro de Defensa, Yoav Gallant, por crímenes contra la humanidad.

Una de las principales acusaciones era que ambos estaban utilizando el hambre como arma de guerra.

Los dirigentes israelíes están tan seguros de que EE.UU. y Europa les cubren las espaldas que, según un informe de Reuters de la semana pasada, las autoridades militares de Israel han estado bloqueando en los últimos días la entrada en Gaza de convoyes de ayuda fletados por la ONU.

Está claro que a Netanyahu no le preocupa verse arrastrado al banquillo del tribunal por crímenes de guerra de La Haya en un futuro próximo.

Aniversario unilateral

Si los políticos occidentales no tienen líneas rojas cuando se trata de Israel, lo mismo puede decirse de los medios de comunicación occidentales.

Apenas informan ya sobre la situación en Gaza, aparte de los ocasionales titulares sobre las muertes causadas por el último bombardeo israelí de un refugio escolar, un campo de refugiados o una mezquita.

Los medios conmemoraron el aniversario del 7 de octubre esta semana pero, como era de esperar, la mayoría lo hizo desde una perspectiva exclusivamente israelí: como el día en que 1.150 israelíes y extranjeros murieron durante el ataque de Hamás, y una mezcla de unos 250 soldados capturados y rehenes civiles fueron llevados al enclave.

La BBC, por ejemplo, ha promocionado intensamente su documental We Will Dance Again (Bailaremos otra vez), en el que se relatan las experiencias de los israelíes que asistieron a la rave Nova, cerca de Gaza, que se convirtió en un campo de exterminio.


Del mismo modo, el Canal 4 británico emitió un documental titulado One Day in October (Un día en octubre), presentado como "un relato íntimo y estremecedor de la atrocidad del kibutz Be'eri". Unos 100 habitantes del kibutz fueron asesinados ese día y 30 rehenes tomados.

Cabe destacar que más de una docena de esos habitantes de Be'eri podrían no haber sido asesinados por Hamás, sino por el ejército israelí, después de que un tanque israelí recibiera la orden de disparar contra una de las casas donde Hamás se había refugiado con ellos.

Los mandos del ejército israelí invocaron el 7 de octubre la muy controvertida directiva Aníbal, por la que se autoriza a los soldados a matar a sus compañeros para impedir que sean hechos cautivos. Ese día, Israel parece haber aplicado la directiva también a civiles. Una de las personas que murieron tras el fuego de los tanques israelíes en Be'eri fue una niña de 12 años, Liel Hetzroni.

Hasta ahora, los medios de comunicación occidentales han evitado casi por completo llamar la atención sobre el papel que desempeñó ese día la directiva Aníbal de Israel.

Esta semana, en una señal de lo parcial que se ha vuelto el retrato de los medios de comunicación, The Guardian se apresuró a retirar de su sitio web una reseña que criticaba la película de Canal 4 por no proporcionar ningún contexto para el ataque de Hamás del 7 de octubre: décadas de opresión militar y condiciones de asedio en Gaza.

La crítica provocó una previsible tormenta de protestas de destacados periodistas sionistas.

Sin consecuencias

El 7 de octubre no sólo fue el día en que Hamás lanzó su ataque sorpresa contra Israel; también fue el día en que Israel comenzó su matanza de palestinos en venganza.

Ese día marca el comienzo de lo que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha concluido que equivale a un "genocidio plausible", que Israel ha prohibido a los corresponsales extranjeros cubrir en persona. En lugar de ello, la matanza ha sido retransmitida en directo durante 12 meses, tanto por la población atacada como por los soldados israelíes que cometen crímenes de guerra a la vista de todos.

Como muestra de lo odiosamente antipalestina que se ha vuelto la cobertura de los medios occidentales en el último año, el periódico supuestamente liberal Observer (dominical hermano de The Guardian) decidió dar espacio el pasado fin de semana al escritor judío británico Howard Jacobson para equiparar la información sobre los miles de niños asesinados y enterrados vivos en Gaza con un medieval "libelo de sangre" antisemita.

Cómo Netanyahu arrancó la derrota de las fauces de la victoria

El periódico incluso decidió ilustrar la columna con la foto de una muñeca manchada de sangre, presumiblemente sugiriendo que el número masivo de muertos denunciado por todas las organizaciones de derechos humanos era falso.

La única cadena importante que intentó rendir homenaje a las víctimas civiles de Gaza y a las experiencias de quienes han sobrevivido, a duras penas, desde el pasado octubre no fue occidental. Fue el canal qatarí Al Jazeera.

Su documental, Investigando crímenes de guerra en Gaza, utiliza imágenes grabadas por soldados israelíes y publicadas en las redes sociales mientras cometían horribles atrocidades contra la población civil.

El deleite de los soldados al retransmitir sus crímenes de guerra (y la licencia que recibieron de las autoridades militares israelíes para hacerlo) subraya la confianza de Israel en que nunca habrá consecuencias.

A diferencia de los medios occidentales, Al Jazeera humaniza a las víctimas palestinas de las atrocidades israelíes, dándoles una voz y una historia que los medios occidentales han reservado en gran medida para las víctimas israelíes del 7 de octubre.

La lentitud de los tribunales

Del mismo modo, no parece haber líneas rojas significativas, al menos hasta ahora, para los dos tribunales más altos del mundo en respuesta a la destrucción de Gaza por Israel.

La CIJ acordó juzgar a Israel por genocidio en enero, tras escuchar el caso presentado por los abogados que representaban a Sudáfrica y la respuesta de Israel.

Se podría haber supuesto, dado que el genocidio es el crimen internacional por excelencia, que el tribunal habría acelerado una sentencia definitiva. Al fin y al cabo, la población de Gaza no tiene el tiempo de su parte. Pero un año después de la matanza y la hambruna impuesta, sólo hay silencio.

Mientras tanto, el mismo tribunal dictaminó tardíamente que la ocupación militar israelí de los territorios palestinos, que dura ya 57 años, es ilegal, que los palestinos tienen derecho a resistir y que Israel debe retirarse inmediatamente de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

Los políticos y los medios de comunicación occidentales han ignorado la importancia de esa sentencia, por razones obvias. Proporciona el contexto histórico de la salida de Hamás de Gaza tras 17 años de asedio ilegal por parte de Israel. Hamás está proscrito como grupo terrorista en Reino Unido y otros países.

El problema para la CIJ es doble. Está sometida a una enorme presión por la superpotencia mundial estadounidense para que no declare un genocidio en Gaza por parte del Estado cliente favorito de Washington. Un veredicto así rasgaría el velo, exponiendo a las potencias occidentales como cómplices de pleno derecho en ese crimen supremo.

En segundo lugar, el tribunal carece de mecanismos de ejecución fuera del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Washington disfruta de un veto que esgrime habitualmente para proteger a Israel.

Por los mismos motivos, la CPI está dando largas al asunto. Khan afirma que dispone de pruebas suficientes para dictar órdenes de detención contra Netanyahu y Gallant por crímenes contra la humanidad. Los Estados europeos están obligados a ejecutar cualquier orden de detención, por lo que, a diferencia de una sentencia de la CIJ, esta podría llevarse a cabo.
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© Frederick Florin/AFManifestantes sostienen una pancarta en la que se lee: "Genocidio, en Gaza matamos en silencio" en una manifestación contra la guerra de Israel, en Estrasburgo, Francia, el 5 de octubre de 2024
Pero durante meses, los jueces de la CPI han retrasado la aprobación de las órdenes, a pesar de la urgencia, aparentemente porque ellos también temen incurrir en la ira de Washington.

Ambos tribunales no tienen ninguna duda de que enfrentarse a Washington en estas circunstancias es una misión suicida.

Por un lado, Israel ha demostrado que no acatará ninguna de las líneas rojas legales en las que una vez insistió Occidente para evitar que se repitieran los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Y las potencias occidentales han demostrado que no sólo no tienen intención de frenar a Israel, sino que colaborarán en sus violaciones.

Por otra parte, al vacilar mes tras mes, los dos tribunales internacionales desacreditan las mismas normas de guerra que están ahí para defender. Han devuelto al mundo a la era de la ley de la selva, pero ahora en una era nuclear.

El derecho internacional está siendo triturado en las fauces de un "orden internacional" impuesto por EE.UU.que se sirve a sí mismo.

En pie de guerra

Es esa absoluta falta de responsabilidad de los centros de poder (de los políticos occidentales, de los medios de comunicación occidentales y de los tribunales mundiales) lo que ha allanado el camino de Israel para intensificar su derramamiento de sangre hasta abarcar ahora Cisjordania ocupada, Líbano, Yemen y Siria.

El escenario de guerra de Israel se está ampliando rápidamente para abarcar también a Irán. El mundo está preparado para un inminente ataque israelí.

Ya existe una guerra regional no declarada y cada día aumenta el riesgo de que se convierta en una guerra mundial y, con ella, todos los riesgos inherentes a una confrontación nuclear. Pero, ¿por qué?

Para los apologistas de Israel (un grupo que, al parecer, incluye a toda la clase dirigente occidental) la narrativa es sencilla, aunque rara vez se articula con claridad porque sus premisas racistas son muy difíciles de pasar por alto.

Para que los israelíes vuelvan a sentirse seguros, Israel necesita reafirmar su disuasión militar aplastando a Hamás y a sus partidarios en Gaza. Para ello, Israel también debe enfrentarse a quienes en la región se niegan a someterse a la superioridad civilizatoria de Israel y, por extensión, de Occidente.

El mantra de Israel y sus apologistas es la "desescalada a través de la escalada". En un lenguaje más directo, se trata de una política colonial actualizada de "vencer a los salvajes hasta la sumisión".

Los críticos de Israel (ahora silenciados en su mayoría como "antisemitas") argumentan que nunca se podrá garantizar la seguridad de los israelíes simplemente mediante la agresión militar en lugar de soluciones diplomáticas. La violencia engendra más violencia. De hecho, las décadas de violencia estructural de Israel contra todo el pueblo palestino nos han llevado a este punto.

Y, señalan, Israel no sólo ha ignorado las opciones diplomáticas, sino que está acabando activamente con cualquier posibilidad de que fructifiquen. Asesinó al jefe político de Hamás, Ismail Haniya, una figura relativamente moderada, cuando dirigía las negociaciones hacia un alto el fuego en Gaza que se esperaba desde hacía tiempo.

Y ahora parece probable que Israel eligiera matar a Hasán Nasralá, líder de Hezbolá, poco después de que hubiera aceptado, junto con el gobierno libanés, un alto el fuego de 21 días mientras la comunidad internacional trabajaba en un acuerdo de paz.

"Choque de civilizaciones"

Pero esto sólo permite entender el problema a medias.

Es cierto que Israel parece ahora decidido a terminar de una vez por todas la tarea que comenzó en 1948 de erradicar al pueblo palestino: la población nativa que su proyecto de colonos, respaldado por Occidente, pretendía eliminar.

Israel ha fracasado repetidamente en su intento de limpiar étnicamente la Palestina histórica, mientras que la posición alternativa (décadas de régimen de apartheid) nunca pudo ser más que una medida de contención, como demostró la experiencia de Sudáfrica.

Ahora, con el pretexto del 7 de octubre, Israel ha puesto en marcha un programa genocida, primero en Gaza y, si se sale con la suya, pronto en la Cisjordania ocupada.

Pero Israel ha tenido durante mucho tiempo una ambición mucho mayor, una ambición que está consiguiendo por segunda vez.

Hace más de 20 años, un grupo de ideólogos extremistas conocidos como los neoconservadores tomaron la iniciativa en política exterior durante la presidencia de George W. Bush. Desde entonces se han convertido en una élite permanente de la política exterior en Washington, cualquiera que sea la administración en el poder.

Lo que distingue a los neoconservadores es la centralidad de Israel en su visión del mundo. Consideran que el supremacismo judío y el militarismo sin complejos de Israel son un modelo para Occidente, un modelo en el que se vuelve a un desvergonzado supremacismo y militarismo blancos con un espíritu revivido de colonialismo.

Al igual que Israel, los neoconservadores ven el mundo en términos de un interminable choque de civilizaciones contra el llamado mundo musulmán. En este contexto, el derecho internacional se convierte en un obstáculo para la victoria de Occidente, en lugar de una garantía del orden mundial.

Además, los neoconservadores ven a Israel como el ariete para mantener a EE.UU. al mando de los asuntos internacionales en la principal espita petrolífera del mundo, Oriente Medio. Israel se encuentra en el corazón de la política de Washington de dominio global de espectro completo.


A los neoconservadores se les ha vendido durante mucho tiempo la estrategia de Israel para lograr ese dominio en Oriente Próximo: balcanizándolo. El objetivo ha sido exigir una total sumisión a Israel, castigando cualquier fuente de disidencia y aplastando hasta la ruina las estructuras sociales que la apoyan.

En Gaza, este método se ha puesto de manifiesto. Al destruir edificios gubernamentales, universidades, mezquitas, iglesias, bibliotecas, escuelas, hospitales e incluso panaderías, Israel ha tratado de reducir a la población palestina a la más mínima existencia humana. La identidad nacional y el deseo de resistir son lujos que nadie puede permitirse. La supervivencia lo es todo.

Israel está empezando a desplegar el mismo esquema en la Cisjordania ocupada, Líbano e Irán.

Desestabilización de Oriente Próximo

Nada de esto es nuevo. Al igual que Israel está aprovechando actualmente el pretexto del 7 de octubre para justificar su desenfreno, los neoconservadores aprovecharon anteriormente la destrucción por Al Qaeda de las Torres Gemelas de Nueva York el 11-S como su oportunidad para "rehacer Oriente Medio".

En 2007, el excomandante de la OTAN Wesley Clark relató una reunión en el Pentágono poco después de la invasión estadounidense de Afganistán. Un oficial le dijo: "Vamos a atacar y destruir los gobiernos de siete países en cinco años. Empezaremos por Irak y luego pasaremos a Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán".

Clark añadió sobre los neoconservadores: "Querían que desestabilizáramos Oriente Próximo, que lo pusiéramos patas arriba, que lo pusiéramos bajo nuestro control".

Como documenté en mi libro de 2008 Israel and the Clash of Civilisations (Israel y el choque de civilizaciones), se suponía que Israel iba a llevar a cabo una parte central del plan post-Irak de Washington, comenzando con su guerra contra Líbano en 2006. Se suponía que el ataque de Israel arrastraría a Siria e Irán, dando a EE.UU. un pretexto para ampliar la guerra.

A esto se refería la entonces secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, cuando hablaba de los "dolores de parto de un nuevo Oriente Medio".

El plan fracasó en gran medida porque Israel se atascó en la primera fase, en Líbano. Bombardeó ciudades como Beirut con bombas suministradas por EE.UU., pero sus soldados lucharon contra Hezbolá en una invasión terrestre del sur del Líbano.

Posteriormente, Occidente encontró otras formas de hacer frente a Siria y Libia.

Hasta el amargo final

Ahora estamos donde empezamos, casi 20 años después. Israel, Hezbolá e Irán se han estado preparando para este segundo asalto.

El objetivo occidental-israelí, como antes, es destruir Líbano e Irán, igual que se ha destruido Gaza. El objetivo es destruir la infraestructura del Líbano e Irán, sus instituciones de gobierno y sus estructuras sociales. Se trata de sumir a los pueblos libanés e iraní en un estado primigenio, en el que sólo puedan cohesionarse en simples unidades tribales y luchar entre sí por lo más esencial.

No hay pruebas de que este objetivo sea más realizable hoy que hace dos décadas.

Incluso el máximo portavoz militar israelí, Daniel Hagari, ha tenido que admitir: "Quien piense que podemos eliminar a Hamás se equivoca".

El ejército israelí se tambalea una vez más en el sur del Líbano contra los guerrilleros de Hezbolá. Y el muy limitado ataque con misiles balísticos de muestra de Irán contra instalaciones militares israelíes la semana pasada demostró que su arsenal puede sortear los sistemas de defensa de Israel suministrados por EE.UU. y alcanzar sus objetivos.

Pero Israel ha dejado claro que para él, y para el titán militar estadounidense que lo respalda, no hay vuelta atrás.

La semana pasada, el portavoz del Departamento de Estado de EE.UU., Matthew Miller, dijo la parte tranquila en voz alta: "Nunca hemos querido ver una resolución diplomática con Hamás".

Según cálculos "conservadores" del proyecto Costs of War de la Universidad de Brown, EE.UU. ya ha gastado más de 22.700 millones de dólares en ayuda militar a Israel durante el año pasado, lo que equivale a más de 10.000 dólares por cada hombre, mujer y niño palestino que vive en Gaza. Los bolsillos de Washington parecen no tener fondo.

Para Israel y EE.UU. no hay líneas rojas. Lo mismo ocurre en las capitales europeas. Todas parecen dispuestas a continuar hasta el amargo final.