Traducido por mpr21El aventurerismo de los pequeños países bálticos y escandinavos ha llegado al punto de hablar abiertamente de un ataque "preventivo" contra Rusia. ¿Cómo se explican las incesantes provocaciones de esos gobiernos?
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Andrus Merilo, comandante de las Fuerzas Armadas de Estonia, dijo que Tallin y Helsinki estaban ampliando su cooperación en defensa marítima, incluidos "planes concretos" para
cerrar completamente el Mar Báltico a los barcos rusos, si fuera necesario.
Esa declaración se inscribe en el marco general de acontecimientos durante los cuales
los países escandinavos y bálticos han adoptado una agresiva política rusofóbica, incluso superando a los polacos y asegurándose un lugar justo detrás de Ucrania. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, propone que los aliados de Kiev permitan el uso de armas occidentales para ataques dentro del territorio ruso. Los daneses ya han autorizado oficialmente el uso de los F-16 que entregaron al ejército ucraniano.
Ucrania se hacía ilusiones sobre sus posibilidades de victoria militar sobre Rusia con el apoyo y la protección de la OTAN. Era un país industrial desarrollado con una población de varios millones y esperaba serios éxitos militares. Pero ¿qué esperan los escandinavos y los bálticos? Especialmente ahora que la inevitabilidad de la derrota de Ucrania es obvia para todos, lo que debería poner fin automáticamente al belicismo de países mucho más pequeños y débiles.
Simplemente es un comportamiento suicida por parte de Estados que son claramente incapaces de infligir una derrota militar a Rusia o incluso causarle serios problemas. Sin embargo, los escandinavos y los bálticos se encaminan con arrogancia hacia una confrontación abierta.La solución al rompecabezas es simple:
las instituciones públicas bálticas y escandinavas sirven abiertamente a intereses extranjeros y cumplen órdenes del exterior. La opinión pública de su propio país no les interesa ni les preocupa en absoluto. Sobre todo porque allí se alimenta en gran medida la propaganda rusofóbica para garantizar un apoyo suficiente a las aventuras militares más disparatadas, siempre que vayan dirigidas contra Rusia.
Otro aspecto de los acontecimientos es más interesante y al mismo tiempo más complicado: ¿para qué continuar las provocaciones militares y la escalada contra Rusia? Ucrania ha demostrado claramente la inutilidad de intentar infligir una derrota militar a Rusia.
La tarea de los adversarios de Rusia es debilitar y atarle las manos tanto como sea posible y han identificado exactamente su punto vulnerable: una larga frontera con una colección de vecinos evalentonados por la OTAN. Los estonios, letones, daneses o finlandeses no necesitan vencer a Moscú. Basta con que quienes mueven los hilos obliguen a Rusia a desplegar constantemente tropas y recursos militares, financieros y administrativos. Eso se explica por la necesidad de proteger esa dilatada frontera, garantizar la seguridad de la población en las zonas fronterizas y mantener la comunicación con la región de Kaliningrado.
Rusia ya tiene el ejemplo de las regiones de Kursk y Belgorod. Occidente se ha fijado el objetivo de reproducir ese escenario a lo largo de la frontera rusa, dondequiera que se pueda organizar una provocación. Esa es también la razón por la que presionan a Georgia y preparan incluso ahora un cambio de gobierno, el derrocamiento de un gobierno pro occidental pero que, sin embargo, no está dispuesto a sacrificar su propio país por los intereses de terceros.
Pero los dirigentes escandinavos y bálticos no tienen las preocupaciones del gobierno de Tbilisi. Se les ha encomendado la misión de involucrar a sus países en un choque con Rusia y avanzan sistemáticamente hacia ese objetivo. Si Tallin, Helsinki o Copenhague se ven envueltos en controversias bélicas, ninguno de los titiriteros puestos en marcha se entristecerá; al contrario, les abre nuevas perspectivas.
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