Traducido por el equipo de SOTT.net

La ideología de izquierdas está pervirtiendo los campos de la salud mental.
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© John Minchillo / APManifestantes de Minneapolis frente a un Arby's en llamas, el viernes 29 de mayo de 2020.
La forma en que formamos a los terapeutas no solo es inútil, sino que puede exacerbar las enfermedades mentales. Aprendí el verdadero propósito de mi programa de posgrado en terapia clínica de salud mental muy pronto. Durante mi primer semestre, mi profesor de la clase de Counseling the Culturally Diverse (Terapia para personas culturalmente diversas) dijo que nuestro principal objetivo como terapeutas es convertirnos en activistas políticos para poder «quemarlo todo hasta los cimientos».

Ese objetivo puede parecer extraño a los de fuera, pero en mi programa, cuestionarlo parecería moral e intelectualmente sospechoso. La teoría dice que toda angustia mental está causada por la opresión, y si podemos desmantelar los sistemas de opresión entonces podremos aliviar la angustia... excepto que ese no es el verdadero objetivo. En mi programa y en el mundo académico en general, la justicia social es el objetivo, no simplemente un medio para alcanzar un fin.

Mis profesores suelen decir que la atención de afirmación de género es la única forma adecuada de tratar a los menores con confusión de género. No importa que a la mayoría de ellos probablemente se les pasen esos sentimientos. No importan las pruebas irrefutables de los archivos del WPATH o del Informe Cass. La atención de afirmación de género es el objetivo porque representa la justicia social. Los cuerpos destrozados de los que destransicionan se consideran un pequeño precio a pagar por una visión tan noble.

Tanto estudiantes como profesores saben que esta es la respuesta «correcta», pero pocos saben siquiera cuál es la pregunta. Uno de mis profesores soltó una perorata sobre lo terrible que es Texas porque el Estado limitó la atención médica para la afirmación de género. Una mujer de la clase preguntó: «¿Pero qué pasa si un niño cambia de opinión sobre la transición más tarde?». Mi profesor respondió: «Huh, supongo que nunca había pensado en eso». Esto representa un problema de teoría de la mente: los que están atrapados en la visión del mundo de la justicia social tienen una incapacidad total para imaginar cualquier perspectiva que no sea la suya.

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En su libro Woke Racism (El racismo woke), el lingüista de la Universidad de Columbia John McWhorter señala que, entre los activistas de la justicia social, la exageración pasa por ser una forma de autenticidad. En otras palabras, no se puede sobreestimar lo mala que es la opresión porque todo va a favor de la causa. En una clase, un profesor dijo que las microagresiones eran «letales y fatales». Le pedí una aclaración porque no me parecía apropiado situar un cumplido sobre el pelo de una mujer negra en la misma categoría que un asesinato. Su respuesta fue que puedes hacerle un cumplido sobre su pelo, y otra persona puede oírlo y darse cuenta de que es negra y llamar a la policía y entonces la policía te disparará. Todo el mundo en la clase parecía estar asintiendo. Esto tiene sentido desde el punto de vista de la justicia social.

Esta tendencia a exagerar el daño conduce a la hipersensibilidad y a andar sobre cáscaras de huevo. Un profesor me llamó racista porque me oyó decir la palabra «máster» en el contexto de un «grado de máster», que es mi programa. Un estudiante regañó a otro por utilizar el término «enterrar el hacha de guerra» porque eso es apropiación cultural de los nativos americanos. El capital social se construye llamando la atención a los demás por esas infracciones, y hay tantas trampas potenciales que nadie podría evitarlas todas. Siempre puedes anotarte un punto interponiendo en la discusión en clase: «Bueno, ¿y si el cliente fuera no binario o discapacitado?».

Lo peor del énfasis en la diversidad es que en realidad no hablamos mucho de... diversidad. Puedes oír la palabra docenas de veces cada vez que pones un pie en el campus, pero hay poco interés por otras culturas. En mi clase de diversidad (que incluso los estudiantes progresistas han bautizado como «Wokeness 101»), repasamos un ejemplo de un terapeuta hombre blanco que trastabillaba de forma ofensiva en una sesión con una clienta latina con ansiedad. Levanté la mano, reconociendo que probablemente cometería muchos errores debido a mi inexperiencia, pero le pregunté si podía mostrarnos la forma adecuada de aconsejar a esta mujer. «Hoy no vamos a hablar de eso», me contestó mi profesora. Es importante saber que te equivocas, pero no vamos a decirte cómo hacerlo bien. Afortunadamente, en mi pequeño grupo había una mujer que era de México y otra cuyos padres eran de México. Les pedí que me explicaran las manifestaciones específicas de la ansiedad en las mujeres latinas y, en esa conversación de veinte minutos, aprendí más sobre multiculturalismo que en los dos años que llevo en mi programa de posgrado, que continuamente grita «diversidad» a los cuatro vientos.

Otro inconveniente de la obsesión por la diversidad es que los estudiantes «diversos» a menudo no la disfrutan. Para empezar, a los estudiantes hispanos generalmente no les gusta que les llamen «Latinx». Además, muchas de las normas de justicia social, como los pronombres, son difíciles de asimilar para los estudiantes extranjeros. Una mujer de Nicaragua levantó la mano y dijo:

«Sé que el inglés no es mi primer idioma, pero usted está diciendo que la palabra 'ellos' es singular, pero yo siempre aprendí que es una palabra plural. No sé cómo traducirlo al español».

El profesor respondió: «Gracias por decir su verdad». No pudo dar una respuesta más acertada, y es que todo esto nos lo estamos inventando sobre la marcha.

El propósito de la «diversidad» no es la diversidad en ningún sentido significativo. El propósito de la diversidad es doble: reconocer que como persona blanca lo estás haciendo mal, y que todo el mundo adopte políticas de extrema izquierda. Ambas cosas no necesitan explicación. Se dan por supuestas.

En una de mis clases, nos dividimos en pequeños grupos para debatir la pregunta: «¿Cómo vas a ser un guerrero de la justicia social para la terapia?». Una mujer joven de mi grupo respondió rápidamente: «Votaré como mis clientes querrían que votara». Yo respondí: «¿Cómo sabes cómo quieren tus clientes que votes?». Pude ver cómo se le iba la sangre de la cara, sustituida por una expresión de horror. «¿Y si tengo como cliente a un partidario de Trump?», preguntó horrorizada. Nos enseñan a respetar todas las identidades imaginables, pero a los más de 70 millones de personas que votaron a Donald Trump se les considera esencialmente infrahumanos.

En otra clase, mi profesor hablaba de cómo decorar el despacho de un terapeuta. Decía que había que decorar el despacho con cosas «inclusivas» pero no «alienantes». Su ejemplo de algo alienante era una Biblia y de algo inclusivo era una bandera del Orgullo. «Pero, ¿y si tienes un cliente musulmán al que no le gusta la bandera del orgullo?», preguntó uno de mis compañeros. El profesor se quedó perplejo. No hay un claro ganador entre musulmanes y LGBTQ+ en un enfrentamiento de interseccionalidad. Mi profesor asumió que una de estas cosas era buena y la otra mala, pero no tenía ninguna justificación de por qué. Este tipo de opiniones siempre se asumen y rara vez necesitan ser defendidas.

Los estudios de posgrado en terapia pueden ser muy infantilizantes. A menudo se parece más a una guardería para adultos que a un estudio académico riguroso. He dedicado horas de clase a actividades como jugar con plastilina o utilizar rotuladores para colorear un arco iris. Hace poco, mi clase de orientación profesional dedicó todo un periodo de clase a las manualidades. Usamos cartulina, rotuladores y pegatinas para representar cómo los terapeutas no binarios pueden sufrir microagresiones. En el proyecto de mi grupo, teníamos una gran pegatina en el centro del papel que decía: «¡Hacedlo GAY, cobardes!». A nadie le pareció que esto estuviera fuera de lugar para un programa de nivel de maestría.

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© Ryan RogersProyecto de grupo para una clase de orientación profesional en mi programa de máster.
Una parte infravalorada del activismo por la justicia social es lo perezoso que suele ser. Uno de mis profesores dio clases durante menos de veinte minutos en total en todo el semestre, y optó por dividirnos en pequeños grupos para que pudiéramos «discutir el material entre vosotros». Fue a varias conferencias para presentar varios temas ese semestre. Por lo visto, le gustaba parecer un experto en su campo, pero no le importaba impartir esos conocimientos a sus alumnos.

Mi profesora de psicología anormal tampoco dio nunca una clase. Lo único que hizo durante todo el semestre fue poner vídeos de YouTube. Aprendí sobre enfermedades mentales viendo vídeos de Kanye West o Britney Spears dando entrevistas. Un día en clase vimos un vídeo de más de una hora en el que aparecía una mujer maquillándose mientras hablaba de asesinos en serie. Uno de mis compañeros y yo calculábamos cuánto dinero de la matrícula nos gastábamos por cada vídeo de YouTube.

Hubo varios momentos durante el posgrado que me rompieron el espíritu. Uno de ellos fue cuando mi profesor puso un ejemplo en el proyector y nos pidió que escribiéramos una reflexión de tres frases sobre él para una tarea. Ya me parecía absurdo escribir sólo tres frases para un trabajo de posgrado, pero entonces nos dijo que memorizáramos el ejemplo porque no se publicaría en Canvas. Cuando le pregunté por qué, me respondió: «Porque estaba demasiado desmotivado para copiarlo y pegarlo». Yo había sacrificado una enorme cantidad de tiempo y dinero para volver a la universidad, sólo para tener un profesor que era demasiado perezoso para copiar/pegar un solo párrafo. Fue desmoralizador.

Tal vez la pereza, el aburrimiento y la falta de sentido en la propia vida sean los mayores motivadores del activismo por la justicia social. La terapia puede ser difícil y tediosa. Ayudar a alguien a hacer cambios graduales en el manejo de su ansiedad suena aburrido y no tan impresionante, pero formar parte de una vanguardia revolucionaria que intenta derrocar un sistema opresivo e introducir la utopía suena emocionante y puede dar a la vida de una persona un sentido de propósito. Si la salud mental del cliente debe quedar relegada a un segundo plano, que así sea.

La ideología de la justicia social está presente en todos los aspectos de la formación de los terapeutas. El programa de estudios de una de mis clases de posgrado decía que los estudiantes aprenderían habilidades requeridas de un terapeuta tales como:
«Conoce los papeles que el racismo, la discriminación, el sexismo, el poder, los privilegios y la opresión tienen en la propia vida y en la de los clientes» y «Aboga por políticas, programas y servicios que sean equitativos y respondan a las necesidades únicas de las parejas y las familias».
Estos requisitos suelen ser obligatorios para obtener la acreditación como programa de terapia de posgrado.

La idea de que la promoción de políticas y programas «equitativos» se refiera de algún modo a la terapia puede parecer extraña, pero es un paso lógico en la ideología de la justicia social que se está apoderando de la profesión de terapeuta. El aspecto más nefasto es que la mejora de los clientes no suele formar parte de la ecuación. De hecho, los clientes mentalmente sanos y estables contradicen la visión del mundo de la justicia social.

El teórico crítico Herbert Marcuse se dio cuenta en los años sesenta de que la gente feliz hace malos revolucionarios. Veía a los estadounidenses prósperos y libres, por lo que no veían la necesidad del marxismo. Eso es un problema si eres marxista. Marcuse comprendió que la clave era generar descontento. Lo llamó «el poder del pensamiento negativo». Más que gratitud o aprecio por la propia vida, es esencial que veamos los defectos de cada situación para descubrir la opresión oculta.

En terapia, esto parece una obsesión tediosa con cualquier cosa que pueda considerarse «problemática». Hay un hiperenfoque en las «microagresiones» y los «sistemas de poder entrelazados». Tal fijación a menudo roza la paranoia. La terapia cognitivo-conductual nos enseña a comprobar la realidad de nuestras suposiciones para ver si coinciden con los hechos, pero esto se considera terriblemente ofensivo en el nuevo paradigma terapéutico. Incluso si la sensación de opresión de un cliente no es cierta en los hechos, representa una verdad superior: está construyendo la motivación para derrocar el sistema. Y esa es la verdadera cuestión. El descontento del cliente es el medio para alcanzar ese fin.

Si vamos a recuperar cualquier atisbo de utilidad o relevancia para la profesión terapéutica, debemos situar el bienestar del cliente en primer plano. Esto requeriría que abandonáramos el compromiso con la justicia social. Anteponer los objetivos políticos al bienestar del cliente es poco ético e irresponsable. Con la salud mental en declive en Estados Unidos y el suicidio y las sobredosis de drogas en aumento, es hora de que los terapeutas sean sanadores en lugar de pretender ser revolucionarios.

Ryan Rogers
Ryan Rogers es actualmente estudiante de posgrado en terapia clínica de salud mental. Es licenciado en psicología y ha trabajado en el tratamiento de adicciones. Por razones obvias, no nombra el programa en el que se está formando actualmente. Las opiniones expresadas a continuación son sus propias reflexiones sobre la educación y la formación que está recibiendo actualmente. Sígalo en X