A mediados del 2012, 624 misiles Crucero desde bases de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) apuntaban contra igual número de objetivos en territorio de Siria.

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© AP Photo/ Hassan Ammar
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, daba el visto bueno y estaban listas las condiciones para que una coalición que lideraba de no menos de 120 países y 16 organizaciones internacionales actuara y que al menos de palabra, le respaldaba.

Pero Siria, el eslabón de una cadena tejida denominada Primavera Árabe, no se rompió, ni Damasco ni el Gobierno de Bashar al Assad cedieron y Rusia y China en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas vetaron en dos ocasiones las intenciones de reproducir lo sucedido en Libia.

Cuatro años después la situación cambió, porque mientras Washington y sus aliados aplican un sinnúmero de variantes, todas contra Siria, Damasco junto a Moscú, Teherán y Beijing logran armar una alianza que es actualmente un rompecabezas para los que pretenden desmembrar a esta nación del Levante.

Con paciencia y precisión, tal vez con algunos desfases de tiempo, pero con absoluto respeto y tratamiento de igual a igual con relación a Siria, Rusia, China e Irán desarrollan ahora una cooperación efectiva y logran un balance adecuado de notable influencia en la política internacional.

A pesar de una propaganda mediática sin precedentes, Siria es un punto de inflexión favorable frente a quienes continúan con el habitual doble rasero de medir causas sin efectos, manipular políticas a nivel mundial bajo cualquier circunstancia e intentan demostrar que la guerra es un monstruo grande que pisa fuerte toda la inocencia de la gente.

Más de 300 mil muertos, cifras superiores en heridos y discapacitados físicos, líneas férreas inhabilitadas, 57 hospitales destruidos parcial o totalmente y algo más de seis millones de desplazados internos -más casi tres millones en el exterior- conforman un dramático panorama de una nación que sufrió, además, más de 200 mil millones de dólares de pérdida en su economía.

La propaganda mediática del mundo occidental va de un solo lado, cuestiona solamente al Gobierno sirio y a quienes defienden la soberanía e integridad del país, los sataniza sobre la base de conjugar la 'sociedad del espectáculo, los satélites y la informática' en una constante maniobra desinformativa.

Un sociólogo francés, Gustave Le Bon, definió de manera general tales métodos cuando afirmó: 'el principio básico de la propaganda moderna es manipular al individuo, disolverlo e incrustarlo en una multitud', para que no exista opción al análisis y quede solo la inmediatez imposible de verificar en la práctica.

Los ejemplos al respecto son múltiples, entre ellos el bloqueo comercial contra Siria y el reemplazo de las señales de televisión de este país desde servidores de Australia a través del satélite ArabSat.

A esto se unen sistemáticos bloqueos en las redes de todo el que analice con objetividad lo que sucede en Siria por medio de Al Jazeera, desde Qatar, sitios como SkyNews, Reino Unido, y el canal France 24, radicado en París, Francia.

Esa propaganda mediática esquematiza y simplifica los conceptos en lugar del carácter más argumentado del periodismo, ejemplo continuamente aplicado por diarios españoles como El Mundo, El País o ABC, incluso a veces 'más satanizadores' de la realidad siria que los poderosos medios de comunicación estadounidenses.

Títulos como "La Trama de alianza que convergen en Damasco", de otro medio como el argentino Clarín, son sensacionalistas y escamotean el principio de que la soberanía es la única opción para una nación agredida a límites racionalmente inusitados.

Ahora los que defienden a Siria, basados en la firmeza de su Gobierno y pueblo, formaron un rompecabezas que trastoca la impunidad que habitualmente Estados Unidos y 'sus socios' imponen, muchas veces y curiosamente, a través de Naciones Unidas.