Con 27 años a mis espaldas he tenido la suerte de haber podido compartir tiempo con importantes juristas de mi ciudad, ya sea en universidades, despachos, o en asambleas y congresos, pero también en cafeterías, conversando en ambientes más distendidos. Les he oído referirse a mi añada como "la generación perdida", y viendo lo vivido de un tiempo a esta parte, se puede decir que, por desgracia, razón no les faltaba. He visto proclamas populistas arrastrar a toda una generación a las urnas con la promesa de que un cambio es posible. Un cambio en el desarrollo político, sí, tal vez, pero no en la premisa constitucional, y, por tanto, un cambio vacuo, vacío de contenido democrático.
Pablo Iglesias Albert Ribera
Paradójicamente, esta zozobra generacional invita al optimismo, pues ese espíritu de cambio, aunque errado en el axioma sobre el que pivota, ofrece, sin duda, lugar a la esperanza. Nuestra generación parece ser consciente de que algo no funciona como debería. El problema es que, lejos de mostrarse críticos con el Sistema en su conjunto, se decide dar una oportunidad a esta nueva clase política, pensando que la falla fundamental es quién se sienta en los escaños del Congreso, y no, por qué abarcan tales competencias los partidos políticos.

¿Por qué pensáis que hay sobrepoblación de políticos en España?, ¿qué creéis que legitima a la clase política para adueñarse de las Cortes Generales? La respuesta ha estado ahí todo este tiempo, pues es la infame Constitución del 78 la que sistemáticamente extralimita sus funciones. De este modo se apoltronan en sus escaños y se les permite hacer y deshacer a su antojo, abusus non est usus, sed corruptela (el abuso no es uso, es corrupción). Esos escaños deberían pertenecer a la sociedad civil por derecho, esto es, al conjunto de la ciudadanía.

Claro que, con un ordenamiento jurídico interno con las cartas marcadas, la sociedad civil influye poco o nada. Vuestra opinión, vuestra voluntad como conjunto, deja de ser importante una vez depositáis el voto en la urna, pues quién legisla sólo está sometido al espíritu de partido y no a los intereses generales, como someramente se ha hecho creer en los medios. Pensadlo, bien podrían existir en la cámara baja del Congreso media decena de sillones, en vez de 350 escaños y ninguno notaríamos la diferencia durante la legislatura. Si cuentas con un mínimo espíritu mayéutico, habrás observado que la clase política se dedica a mentir sistemáticamente durante sus circenses campañas electorales. Independientemente de si éstas abanderan un color político u otro, lo más importante para este indigno gremio ha sido (y será) acceder al poder, siempre a costa de mentir deliberadamente a sus "electores". Nada nuevo, lo hemos visto infinidad de veces.

Por tanto, es aquí dónde me gustaría detenerme e invitaros a la reflexión más importante de todas. Querría que lo meditaseis, para llegar por vosotros mismos a una inevitable conclusión: mientras la clase política domine el poder legislativo y el judicial jamás viviremos en un Estado equitativo y democrático, en el que exista plena libertad y la tan necesaria separación de poderes. Para ello, bajo ningún concepto se les debe refrendar, ni a los partidos políticos ni al Sistema (que es causa y no efecto de la podredumbre existente), formando parte de la pantomima electoral. Las condiciones actuales son inadmisibles.

Quiero cerrar recordando que la abstención activa ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos, lo cual es una magnífica noticia, y que venimos de escuchar al ministro de asuntos exteriores, García-Margallo, afirmar durante un lapsus que "una abstención superior al 50% deslegitimaría por completo a TODOS los partidos políticos".


Ese amigos, es el fin que debemos perseguir. Ciertos oligarcas erigidos, a través del engaño, como falsos representantes populares lo saben, y a ello temen más que a nada.

Transitamos tiempos de cambio. El futuro nos pertenece y debemos decidir el rumbo a seguir. Son nuestras decisiones las que construirán la realidad de nuestro país. Podemos dejar de alimentar al monstruo partitocrático, y así dejar de legitimar sus actuaciones con un cheque en blanco que respalda este esperpento. Se puede rechazar esa papeleta trucada.

O podemos seguir como hasta ahora, yendo a votar, creyendo que ese acto colectivo representa algo más que un plebiscito vergonzante.
Abstención activa
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