En 2011, un equipo de psicólogos realizó un experimento muy interesante con niños de edad preescolar. Los investigadores les dieron un juguete hecho a partir de diferentes tubos de plástico, cada uno con una función distinta: uno emitía una especie de chirrido, otro se iluminaba, de otro salía música y el último tenía un espejo oculto.

madre hijo
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En algunos casos, un experimentador entraba en la habitación y se golpeaba, aparentemente de manera accidental, con el tubo que emitía un chirrido. En otros casos el experimentador se comportaba más como un maestro y les mostraba a los niños cómo funcionaba el juguete, enseñándole solamente cómo activar el tubo que emitía el chirrido. A continuación, dejaron solos a los pequeños con el juguete.

Los psicólogos comprobaron que los niños a quienes les habían "enseñado" jugaban de manera más limitada y repetitiva, se aburrían más rápido del juguete y ni siquiera descubrieron todas las funciones de los tubos. Al contrario, los niños a quienes simplemente les dejaron el juguete, sin darles orientaciones, jugaron con mayor libertad, de manera más creativa y descubrieron todas las funciones de los tubos.

Para Alison Gopnik, profesora de Psicología de la Universidad de California, este experimento pone de manifiesto uno de los peores errores que cometemos en la educación infantil: pensar que la tarea de los padres es ayudar a los niños a desarrollar con éxito una serie de tareas a lo largo de la vida.

Afirma que "en los últimos treinta años el concepto de la paternidad y la industria que lo rodea han transformado el cuidado de los niños en algo obsesivo, aprensivo y controlador que no es bueno ni para los padres y mucho menos para los niños".

Muchos padres ven en sus hijos una proyección de ellos mismos por lo que vierten sobre ellos sus propios sueños, ilusiones y planes. Sin darse cuenta, su educación se enfoca en moldear la personalidad de sus pequeños vástagos para que estos realicen los sueños que ellos mismos no pudieron cumplir. Según Gopnik, estos progenitores serían los "padres carpinteros".

¿Cómo reconocer a los padres carpinteros?

Estos padres, al igual que los carpinteros, creen que es su misión darle forma a la madera/niños. De esta manera, se esfuerzan por moldearlos para que sigan sus normas, adopten sus valores y persigan sus mismos sueños.

Algunas de las características que permiten distinguir a estos padres son:
- Organizan hasta el más mínimo detalle de la vida de sus hijos ya que no soportan la idea de que quede algún cabo suelto. De hecho, a menudo se convierten en sus agendas, un resultado de su obsesión por controlar la vida de sus hijos.
- Se encargan de condenar y restarle valor a todos los sueños e ilusiones de sus hijos que no se correspondan con los suyos. De hecho, se aeguran de tener siempre la última palabra.
- Transmiten los valores como doctrinas, de manera que los hijos no tienen espacio para la reflexión y la libertad de pensamiento.
- Se aseguran de apuntar a sus hijos a la mayor cantidad de actividades extraescolares posible y de facilitarles todos los juguetes educativos que puedan ya que piensan que así estimulan mejor sus capacidades.
- Piensan que sus hijos tienen una deuda con ellos y, por ende, se creen con derecho a manipular sus vidas, aunque esos niños ya se hayan convertido en adultos.
- Ven a sus hijos como su posesión más valiosa, por lo que a menudo los encierran debajo de campanas de cristal de manera que terminan aislándolos del mundo real y les impiden desarrollar su caja de herramientas para la vida.
Existe otra forma de educar: Los padres jardineros

Los padres carpinteros se preocupan por el material que utilizan en la educación de sus hijos y le confieren un papel protagónico, hasta tal punto que en muchas ocasiones se convierten en sustitutos del amor y la atención que los niños deben recibir de sus progenitores.

Al contrario, los padres jardineros saben que aunque las herramientas son importantes, no son lo esencial. Estos padres son plenamente conscientes de que es la habilidad, el cuidado, el amor y la atención los detalles que marcan la diferencia en la educación infantil.

Mientras que los padres carpinteros pretenden crear piezas "perfectas", diseñadas al milímetro, los padres jardineros se preocupan de sembrar, regar y dejar que las plantas crezcan. Estos progenitores no se obsesionan con el control sino que dejan cierta libertad a sus hijos para que exploren el mundo y descubran sus aficiones. Por supuesto, también les permiten equivocarse y les dejan enfrentar sus problemas, para que desarrollen la capacidad de resolución de conflictos y la tolerancia a la frustración.

Los padres jardineros respetan las decisiones y opiniones de sus hijos, aunque no las compartan. De hecho, se preocupan por estimular el libre pensamiento y la reflexión, porque saben que solo así podrán educar a personas autónomas y autodeterminadas.

Sin embargo, la diferencia más importante estriba en que los padres jardineros no pretenden moldear a sus hijos sino acompañarles a lo largo de su desarrollo, dejando que expresen su unicidad. De hecho, el desorden y la variabilidad son los principales enemigos de los padres carpinteros. Al contrario, en un jardín el cambio es una constante y el jardinero solo tiene que preocuparse por crear un espacio protegido para que las plantas crezcan.

El objetivo de la educación infantil no es moldear a los niños para alcanzar un prototipo preconcebido. Los niños son personitas activas, curiosas, imaginativas y lúdicas, por lo que la tarea de los padres no es cortar esas ramas sino brindarles un espacio protegido para que afloren todas esas características.

De hecho, Gopnik afirma que "nuestro trabajo como padres no es moldear la mente infantil sino dejar que esas mentes exploren el mundo de posibilidades".
Fuentes:
  • Gopnik, A. (2016) The Gardener and the Carpenter: What the New Science of Child Development Tells Us About the Relationship Between Parents and Children. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux.
  • Cook, C. et. Al. (2011) Where science starts: spontaneous experiments in preschoolers' exploratory play. Cognition; 120(3):341-349.