Durante las últimas décadas, la idea del "éxito" nos ha obsesionado, convirtiéndose en uno de los signos más característicos de la narrativa social dominante. Todos, como buenos hijos de esta sociedad, perseguimos el objetivo de "tener éxito en la vida". El problema es que ese éxito se presenta bajo unas coordenadas muy limitadas, que apuntan hacia la acumulación de riqueza, poder y/o influencia.
resilencia
Obviamente, en ese contexto el "fracaso" es aborrecido, es algo que debemos eludir a toda costa porque significa que no cumplimos con los cánones sociales, que no somos lo suficientemente listos o capaces como para alcanzar la meta que todos se proponen. Por eso, cuando fracasamos intentamos ocultarlo, negar los hechos o pretender que no ha sucedido nada. Esa obsesión por el éxito y el terror por el fracaso nos convierte en personas inseguras y vulnerables.

El experimento que demostró los daños que causa la exaltación del "éxito"

A finales de 1990, dos psicólogos de la Universidad de Columbia realizaron un experimento que sacó a la luz los daños que causa la presión por tener éxito. Los investigadores les pidieron a un grupo de niños que completaran una serie de ejercicios para evaluar su inteligencia. Sin embargo, les dieron una retroalimentación falsa que no tenía nada que ver con su desempeño real.

A algunos les dijeron que lo habían hecho bien, a otros los elogiaron diciéndoles que eran "pequeños genios" y a otros simplemente no les dijeron nada.

Luego, los psicólogos explicaron a los niños que podían elegir entre tareas muy fáciles, que probablemente resolverían bien pero con las que aprenderían muy poco, o tareas más difíciles, en las que podrían equivocarse pero también aprender cosas nuevas.

El 65% de los niños que habían sido elogiados y catalogados como "genios" optaron por la tarea fácil mientras que en los otros grupos ese porcentaje disminuyó casi a la mitad.

Esos niños tenían tan solo entre 10 y 12 años, lo cual significa que a esa edad ya hemos introyectado los conceptos de éxito y fracaso, de tal manera que comienzan a influir en nuestras decisiones, limitando nuestras posibilidades de aprender y crecer.

De hecho, uno de los principales problemas de temerle al fracaso es que limita el éxito. Mientras más nos obsesionemos con el éxito, más le temeremos al fracaso, lo cual nos hará asumir decisiones más cautas que en muchos casos pueden alejarnos de nuestra meta. Es un pez que se muerde la cola.

No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que te queda

La resiliencia es una capacidad que crece en la adversidad. Quienes han vencido una enfermedad grave, por ejemplo, a menudo reconocen que la experiencia les ha fortalecido, permitiéndoles descubrir una fortaleza interior que no sospechaban tener.

Cuando la adversidad toca a nuestra puerta, nos obliga a activar nuestros recursos psicológicos, desvelándonos unas potencialidades antes desconocidas. Cuando finalmente logremos salir de esa situación, algo habrá cambiado en nuestro interior: ahora sabemos que somos capaces de afrontar las dificultades y los fracasos sin desmoronarnos.

De esta manera, cuando volvamos a encontrarnos en problemas, podremos confiar en nuestra capacidad para salir adelante. Podremos confiar plenamente en nosotros porque sabemos exactamente hasta dónde somos capaces de llegar y lo que podemos soportar.

Precisamente sobre la idea del fracaso como catalizador de la confianza personal habló el cantante y compositor Neil Young en el Festival de Cine de Slamdance de 2012 cuando le preguntaron cuál es el camino al éxito:
"La otra cosa que tenéis que estar dispuestos a hacer consiste en ser capaces de abrazar, aceptar y acoger en vuestras vidas, con los brazos abiertos y una visión muy amplia, el fracaso. Aseguraos de darle siempre la bienvenida al fracaso. Decid siempre: Fracaso, encantado de tenerte, ven. Porque así no tendréis ningún temor. Y si no tenéis miedo y creéis en vosotros mismos y os escucháis, sois los números uno. Todo lo demás está detrás de vosotros. Es vuestra vida, vuestra película. A la mierda todo lo demás".
Los fracasos a los que hace referencia Young son aquellos relacionados con nuestras experiencias vitales, esos fracasos que encierran una enseñanza, tanto sobre nosotros mismos como sobre nuestras circunstancias, se trata de fracasos que nos transforman porque nos permiten entrever una fuerza interior que desconocíamos.

Fracasar nos permite darnos cuenta de que es posible empezar de nuevo y salir adelante. Nos hace más fuerte y nos empodera, permitiendo que sepamos quiénes somos realmente, de qué somos capaces y hasta dónde podemos llegar en la vida.
Fuentes:

Mueller, C. M. & Dweck, C. S. (1998) Praise for intelligence can undermine children's motivation and performance. Journal of Personality and Social Psychology; 75(1): 33-52.

Dweck, C. S. (1999) Caution - Praise can be dangerous. American Educator; 23: 4-9.