Traducido por el equipo de SOTT.net en español

Hay muchas razones por las que el establishment bipartidista estadounidense odia a Trump. Sus herejías de las ortodoxias neoliberales sobre la inmigración y el comercio son prominentes. Sin embargo, la principal de ellas es su reiterada intención de mejorar las relaciones con Rusia. Esa es una declaración de guerra para el Estado Profundo y su brazo mediático dominante, para quienes demonizar a Rusia y a su presidente Vladimir Putin es una obsesión.
putin and trump handshake
© Kremlin Pool / Global Look Press
Fue alarmante el hecho de que Trump priorizara sus intenciones de llevarse bien con Moscú durante su campaña en 2016, enfrentándose tanto a sus rivales primarios republicanos como a Hillary Clinton (quien ha comparado a Putin con Hitler). Esto se debe a que mucho más que la aterradora perspectiva de que el estado de guerra de 70 años en la península coreana pueda terminar, la reconciliación de EE.UU. con Rusia sacaría de la alfombra las falsas justificaciones para gastar cientos de miles de millones de dólares anualmente para contrarrestar una "amenaza" que dejó de existir hace más de un cuarto de siglo. Sin hostilidad hacia Rusia, ese dinero no tiene ninguna razón para mantener el poder, privilegio y prosperidad de una horda de vagos y mercaderes, tanto dentro como fuera del país.

Es por eso que hubo una reacción histérica cuando se informó, poco después de su toma de posesión en enero de 2017, que Trump buscaba abrir el diálogo con el Kremlin y establecer una cumbre temprana con Putin. Como lo describió hace poco más de un año el columnista conservador y ex candidato presidencial Patrick Buchanan:

"Trump planeó levantar rápidamente las sanciones contra Rusia tras la toma de posesión y una cumbre con Vladimir Putin para evitar una segunda Guerra Fría. Al Departamento de Estado se le encomendó la tarea de definir los detalles. En cambio, cuenta Daniel Fried, coordinador de la política de sanciones, que él recibió llamadas de 'pánico' que decían: 'Por favor, Dios mío, ¿puedes detener esto?' Los agentes del Estado, desleales al presidente y hostiles a las políticas respecto a Rusia por las que había sido elegido, colaboraron con elementos del Congreso para sabotear cualquier distensión. Tuvieron éxito. 'Habría sido una victoria para Moscú', dijo Tom Malinowski, del Departamento de Estado, quien se jactó la semana pasada de su papel en el bloqueo de un acercamiento con Rusia. Los empleados del Estado sabotearon una de las principales políticas a favor de las cuales los estadounidenses habían votado, y las sustituyeron por las suyas propias.

En aquel entonces, el gobierno constitucional y el Estado de derecho pasaron a un segundo plano ante el obstruccionismo burocrático, en medio de meses de falsas historias de "colusión rusa" que hasta los congresistas republicanos antirrusos piden ahora que " terminen de una vez por todas". Pero ahora, tras el éxito de la cumbre de Singapur y dado que la narrativa de la colusión parece cada vez más desgastada, Trump vuelve a estar bien encaminado. La cumbre con Putin tendrá lugar finalmente el 16 de julio en Helsinki, Finlandia, lugar donde anteriormente se han reunido líderes estadounidenses y rusos.

Hoy en día, los ataques a Trump no son menos frenéticos que hace un año, pero parecen ser menos contundentes debido que los críticos se han hecho tristemente conscientes de que poco pueden hacer para detener la cumbre, aparte de alguna provocación excepcional. El Washington Post, la principal plataforma informativa del Pantano de Washington D.C., acusó a Trump de "inclinarse" ante Putin por el mero hecho de aceptar reunirse con él. El encuentro personal de Trump con el "autócrata" Putin será un "encuentro de espíritus afines", advirtió el presuntuoso New York Times. Putin ha "devorado" a Trump, refunfuñó en la CNN el ultrarrusófobo Ralph Peters. Trump quiere "finlandizar" EE.UU. gimió Max Boot. Los funcionarios en el Reino Unido, uno de los principales culpables del engaño del "Russiagate", están particularmente asustados porque (¡qué horror!) podría haber un "acuerdo de paz" entre Trump y Putin.

Las mayores preocupaciones las expresan los países parásitos inútiles que llamamos "aliados", cuyos gobiernos se preocupan de que EE.UU. se vuelva "menos confiable" (para los intereses de sus gobernantes, por supuesto, no para los del pueblo estadounidense). Esto se refiere específicamente a los miembros de la OTAN, a cuya cumbre asistirá Trump antes de ir a Helsinki. Como sugiere el ex embajador de Estados Unidos en Moscú y en la OTAN, Alexander Vershbow, "los aliados se están preguntando si no les espera nada más que una reprimenda del presidente Trump por sus gastos de defensa insuficientes, mayores divisiones transatlánticas en torno al comercio, el acuerdo con Irán y otros asuntos".

De hecho, el azote de Trump contra los "vagos" de la OTAN, que tratan a EE.UU. como una "alcancía" que ya no estará a su disposición, pone al descubierto el mayor fraude en el corazón de esta alianza tan obsoleta: no hay amenaza de "agresión" militar rusa y todos lo saben. Si estos países realmente pensaran que estaban en peligro de ser invadidos por Rusia (y no por inmigrantes del Tercer Mundo, respecto a los cuales la OTAN es totalmente inútil) no necesitarían que Trump les regañe por el gasto, se comprometerían a invertir más dinero porque sabrían que es necesario hacerlo. La prueba la encontramos al observar cuál de los miembros de la OTAN, después de Estados Unidos, gasta sistemáticamente la mayor parte del PIB en sus fuerzas armadas: Grecia. ¿Es porque los empobrecidos griegos están aterrorizados por Rusia? No, le temen a una amenaza genuina de otro "aliado" de la OTAN, Turquía.

Ante la ausencia de una amenaza militar real desde el este, los defensores de la OTAN se esfuerzan por presentar justificaciones cada vez más fantasiosas. Como describió un miembro del parlamento letón en la página web del Atlantic Council, uno de los principales grupos de reflexión del establishment de Washington, la verdadera amenaza rusa proviene de "la guerra híbrida, centrada cada vez más en las capacidades militares asimétricas y no tradicionales, que le ha dificultado considerablemente a la OTAN la tarea de contrarrestar los esfuerzos de desestabilización, las operaciones de información, los ciberataques, la desinformación, la propaganda y las operaciones psicológicas". Sí, claro, ¡quizás Trump se lo crea! Cualquier cosa con tal de salvar el presupuesto de 30 millones de dólares que el Consejo Atlántico recibe de influyentes agencias gubernamentales de EE.UU., gobiernos miembros de la OTAN y del Golfo Árabe, y empresas contratistas militares.

Sin embargo, no hay que pensar que la hostilidad del establishment de EE.UU. y de la OTAN hacia Rusia es totalmente venal. También hay un fuerte componente ideológico. Si bien durante la primera Guerra Fría gran parte de la clase dirigente occidental, especialmente en la izquierda, sintió una afinidad por los objetivos materialistas del comunismo (si acaso no por sus métodos), el resurgimiento de Rusia bajo Putin como un país conservador en el que se respetan las tradiciones nacionales y la Iglesia Ortodoxa, ha conducido a un amargo sentimiento de traición. Eso hace que Putin, tal como lo articula Hillary Clinton, sea líder del "movimiento autoritario, supremacista blanco y xenófobo" mundial que está "envalentonando a los nacionalistas de derecha, separatistas, racistas e incluso neonazis". Ningún líder soviético, ni siquiera Joseph Stalin, ha sido nunca retratado de una manera tan diabólica en los medios de comunicación y en los círculos gubernamentales estadounidenses como lo es Putin.

No es una coincidencia que Trump mismo sea vilipendiado con los mismos horrendos términos hitlerianos que alguna vez se reservaron para extranjeros destinados al cambio de régimen como Slobodan Milosevic, Saddam Hussein y Muammar Gaddafi. Sumando el surgimiento de elementos antiestablecimiento en Europa, más recientemente con la instauración del gobierno patriótico de Lega/Cinco Estrellas en Roma, la élite postmoderna y neoliberal de ambos lados del Atlántico siente que su dominio se desvanece.

Para algunos partidarios demócratas y republicanos neoconservadores que se adhieren al "nunca Trump", el horror que supone una mejoría en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia compite con el repudio personal hacia Trump. Pero para otros estadounidenses, tanto partidarios del presidente como personas que lo consideran cuestionable, la cumbre no debería representar una prueba de fuego que determine sus actitudes hacia el actual ocupante de la Casa Blanca. Más bien, la cuestión es lo que la cumbre puede significar para la seguridad de los estadounidenses, y quizás para nuestra propia supervivencia.

Las acusaciones de colusión rusa y las actitudes hacia Trump han oscurecido el hecho de que Rusia es el único país del planeta con un arsenal nuclear equiparable al nuestro. Incluso durante los peores períodos de la primera Guerra Fría con la URSS, las administraciones estadounidenses de ambas partes tuvieron en cuenta que un mínimo de respeto mutuo y comunicación abierta no sólo era prudente, sino que se trataba literalmente de una cuestión de vida o muerte, tanto para el pueblo estadounidense como para el mundo.

Durante los últimos años, al entrar en lo que se ha denominado una segunda Guerra Fría, esta vez con la Rusia poscomunista, ha faltado la seriedad con la que Estados Unidos solía considerar a la antigua Unión Soviética. El consenso bipartidista en materia de política exterior se convirtió en un círculo cerrado e incestuoso en el que republicanos y demócratas compiten por quién podría ser el más estridente en sus actitudes antirrusas: ¡demos un puñetazo al oso y veamos si gruñe!

La expansión de la OTAN justo frente a Rusia se convirtió en un fin en sí mismo, prosiguiendo con la incorporación de Montenegro en 2017, los planes para dar la bienvenida a Macedonia (o "Macedonia del Norte" o cualquier otro nombre tonto que se invente para apaciguar el orgullo helénico); incluso Ucrania, Georgia y Bosnia-Herzegovina se encuentran formalmente en vías de adhesión.

Las revoluciones de color y las desastrosas guerras de cambio de régimen derrocaron a los gobiernos amigables con Moscú, justificadas como una supuesta "promoción de la democracia". El riesgo de confrontación entre el personal militar estadounidense y ruso (evitado cuidadosamente durante la Primera Guerra Fría) se presenta con un regocijo temerario en los litorales de los mares Negro y Báltico de Rusia, en Ucrania, y especialmente en Siria, donde a principios de este año las fuerzas estadounidenses supuestamente asesinaron a muchos contratistas rusos, para deleite de algunos de los que ahora advierten de manera tétrica contra la reunión de Trump y Putin. Tal vez lo más peligroso es que el conjunto dolorosamente construido de acuerdos para el control de armas se haya atrofiado conforme ambas partes aumentan sus reservas de nuevas armas hipersónicas, cibernéticas y espaciales.

Es posible que revertir esta peligrosa tendencia de un solo golpe esté más allá del poder de Trump o Putin, pero quizás al menos puedan empezar a frenarla. Los sospechosos habituales advierten del fracaso, pero su verdadera preocupación es que la cumbre pueda ser un éxito. Esperemos que su peor pesadilla se haga realidad y estalle la paz.