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CBS News: ¿Por qué no publicarlas? Sr. Obama: Hemos discutido internamente. Tenga en cuenta que estamos absolutamente seguros de que este era él. Hemos hecho el muestreo y las pruebas de ADN y lo que no hay dudas es que mataron a Osama bin Laden. Es importante para nosotros asegurarnos de que unas fotos muy gráficas de alguien que recibió un disparo en la cabeza no están flotando por ahí como una incitación adicional a la violencia o como una herramienta de propaganda. Eso no es lo que deseamos. No paseamos estas cosas como trofeos.
No paseamos estas cosas como trofeos. También podría haber dicho: no lo necesitamos, tenemos trofeos de sobra. Y uno de ellos es otra fotografía.

Sarah Palin opina lo contrario, pero porque ella cree que los enemigos de EEUU se cagarán de miedo cuando vean el alcance del poder americano. Esta mujer vive en su propio cómic.

Dudo de que sea imprescindible para los norteamericanos ver la imagen de Bin Laden con un balazo sobre el ojo izquierdo y restos de sangre y masa encefálica sobre la cara para convencerlos de que el líder de Al Qaeda es ya historia. De hecho, ni siquiera les importará, a la mayoría, de que elementos fundamentales del relato sobre lo que ocurrió han resultado ser falsos.

Por otro lado, en Pakistán, Afganistán y el resto del mundo islámico, habrá gente a la que no le servirá ninguna foto. Una de las razones de las teorías de la conspiración es que muchas personas no quieren aceptar los hechos y necesitan una realidad paralela con la que consolarse. Y otros tantos imaginan que EEUU cuenta con milagrosas técnicas de manipulación fotográfica. Nada que proceda de Washington es real para ellos, porque todo está al servicio de una ficción.

Sin embargo, resulta de una inocencia casi sospechosa pretender que la siempre misteriosa existencia de Bin Laden no requiere de un final certificado que esté libre de (casi) toda duda. Obama exige del resto del planeta una aceptación de su palabra que no está muy lejos de la infalibilidad papal.

Más parece que Washington quiere disociar la caza de Bin Laden de todo ese espectáculo sangriento que es la guerra, y que ha dado tantos ejemplos visualmente terribles en Iraq y Afganistán. Es un acto de justicia, tan limpio y mesurado como esas ejecuciones por inyección letal cuyas imágenes nunca se hacen públicas. Una imagen gore perturbaría esa impresión. Una 'limpia' (o quirúrgica, como dicen) operación militar quedaría manchada.

Cuando se difunde la foto de un enemigo abatido (el clásico ejemplo del Che), la fuerza de la imagen a veces cobra vida propia. La intención del agresor puede ser una. Pasado un tiempo, el impacto puede ser diferente.

A veces, sólo es cuestión de horas. El vídeo de la ejecución de Sadam Hussein plasmó lo que había sido todo el proceso contra él. Los cargos contra el dictador iraquí daban para veinte condenas a muerte. Ver las condiciones en que fue ejecutado permitió ser testigos de algo que se parecía más a un linchamiento.

En The New Yorker, Philip Gourevitch dice que las fotos no deberían hacerse públicas, pero al hacerlo plantea una idea interesante:
Las fotografías de Abu Ghraib eran documentos oficiales de una política oficial que se suponía iban a ser mantenidos en secreto, pero no fue así y la experiencia debería habernos enseñado que una fotografía de la violencia que se inflige a otros es siempre, en muy gran medida, un auto-retrato. Para deshacerse de Bin Laden, Obama ha dado un paso más grande aún al ser capaz de poner esa época detrás de nosotros. ¿Queremos una foto del cráneo de Bin Laden perforado por las balas para eclipsar este momento? Esa es la clave. Una fotografía de la violencia que tú has ocasionado "es en buena parte un autorretrato". La foto del cuerpo de Bin Laden no dice mucho de lo que fue su vida ni del odio y el dolor que ocasionó su ideología, y sí dice mucho de sus verdugos.
Obama no quiere ensuciar su momento de triunfo. La construcción del relato continúa.