Señoras que piensan que las piedras brillantes les curan el aura, jovencitas cuya habitación siempre huele a sándalo, videntes cegatos, antivacunas, cabalistas, paranoicos...
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© ReutersManifestación contra las medidas anticovid en Madrid, este domingo.
Adivina, adivinanza: en la manifestación gritaban "Gobierno dimisión" y no eran los de Vox; "queremos respirar" y no se referían a George Floyd; "abajo al 5G" y no eran coleccionistas de sellos; "prensa española manipuladora" y no eran indepes; "no tenemos miedo" y... lo provocaban. ¿Quiénes eran? Pues zombis. Eran los zombis.


Comentario: El escritor de este artículo, y la prensa en general, que depende de subvenciones de los partidos estatales, son zombis, parásitos del dinero de los españoles. Y los zombis mediáticos son mucho más peligrosos que los individuos que se manifiestan contra las medidas autoritarias por el coronavirus.


Una auténtica muchedumbre de zombis lobotomizados que el domingo por la tarde, acudiendo a la llamada de un puñado de enfermos mentales, abarrotó Madrid y la sembró de conspiranoia y 'magufos' al por mayor. Gente adulta que cree en los cuentos de brujas y mira el periódico con la expresión de un zorrillo. A vista de pájaro, observando la multitud desde su dron de vigilancia, Bill Gates debía estar acariciando a su gato.

Por ahí se vieron, como en una canción de Joaquín Sabina, señoras que piensan que las piedras brillantes les curan el aura, jovencitas cuya habitación siempre huele a sándalo, videntes cegatos, antivacunas, cabalistas, paranoicos, teósofos, cienciólogos, terraplanistas, esnifadores de dióxido de cloro, muchachos con pelo de futbolista, gente convencida de que bajo la piel de Pedro Sánchez hay un repugnante lagarto y un señor al que abdujeron en 1995 los marcianos y le comunicaron la gran verdad: todo es falso.


Así, en una época en que la información está al alcance de la mano para cualquiera con un poco de tiempo libre, en un país con el 100% de la población alfabetizada, resulta que salen mucho más a cuenta la sospecha y el negacionismo arrogante que el esfuerzo de leer. La manifestación estaba convocada "por la libertad" y de eso disfrutaba la masa: libertad para mantenerse en la ignorancia creyendo que lo saben todo.

Es lo que hace tan irritantes a los negacionistas. Ellos saben más que los médicos, biólogos, virólogos, epidemiólogos, y tienen más leyes que un abogado corrupto puesto de farlopa. Y son la constatación de que no hay mayor aglutinante social que la vanidad, porque durante la marcha se felicitaban por estar ahí, se daban la razón unos a otros y reaccionaban a cualquier argumento razonable con altanera hostilidad.

Era cuestión de tiempo que esta ola de estupidez arrogante, que ya ha provocado líos en Estados Unidos o Alemania, llegase a España. Gritaban cosas como "no es una pandemia, es un genocidio", y estando convencidos de que nos quieren matar se les veía contentos. Contentos porque todo el mundo está equivocado menos ellos, que han recibido la información por WhatsApp, que es el mejor medio de comunicación.

Así, sostienen teorías tan peregrinas como que las vacunas llevan, como caballos de Troya, unos chips destinados a controlar a la población; o que los masones y los judíos están intentando dominar el mundo con una amenaza falsa de epidemia; o que las antenas de 5G son las que están matando a los viejos; o que el uso obligatorio de mascarillas es un atentado del Gobierno contra la libertad... para comerse los mocos, supongo.

En fin. Viéndolos tan apiñados, gritando mamarrachadas sin mascarilla, tan libres y tan listos, pienso que sería de justicia poética que el coronavirus hubiera asistido también a la manifestación. Que proliferasen los contagios entre los que prefieren beber lejía a jarabe para la tos, y la sabia naturaleza pusiera en práctica su implacable selección natural.

Pero qué digo. Se equivocará quien piense que un contagio masivo los sacaría de su error. Dirían que ha sido el Gobierno el que los ha espolvoreado con ántrax, o que los han envenenado con radiaciones gamma desde lo alto del asta de la bandera de Colón, o que los contagiados son mentira, infiltrados de la CIA, esquiroles, vaya usted a saber.

Porque a la conspiranoia nada la hace más fuerte, más segura de sí misma y más arrogante que la evidencia empírica que debiera derrumbarla. Cuantas más pruebas le ofrezcas al lunático de que no es Napoleón, más guapo se verá con la mano metida entre los botones de la guerrera.