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Un "cerebro limpio" es carta de garantía para que la verdad se pose, como se lo merece, en ese espacio que, luego de verla surgir, la sabe nutrir y conservar. "No basta decir la verdad; conviene mostrar la causa de la verdad".

-Aristóteles (s. IV a.C.).
La capacidad del hombre para acercarse al conocimiento presenta dos aspectos complementarios. Primero: el anhelo mismo de conocer, apoyado en su facultad para hacerlo -el cerebro-. Segundo: el esfuerzo respectivo de realizar esa tarea tanto por el contacto que se posea con el medio que le circunda como por la relación que alcance con conocimientos previos provenientes de la sociedad.

El cerebro encara su tarea en medio de luces y de sombras. Sus luces le despiertan y encauzan los propósitos de ir tras las huellas del saber; las sombras le crean ciertos condicionamientos internos que le cortan alas en el esfuerzo por emprender: acercarse a dimensiones hasta ahora no conocidas o ya conocidas pero aptas de incremento sapiencial.

Convenga entonces el análisis sobre algunos de dichos riesgos.

El cerebro almacena sus pasiones: los odios, las obsesiones, los amores, los sueños y las ambiciones. Todo ello referido, quizá, a lo ya por él poseído. Dichos factores pueden trastocarle su esfuerzo si generan una distorsión entre él y el objeto por conocer: Se mira a éste más con el criterio subjetivo de la persona que con la realidad de lo que él es y que se espera comprender.

Es obvio que también esas pasiones serán necesarias para impulsar y para animar impulsos positivos dirigidos a la ampliación del saber. Aspecto positivo de ellas será la de animar el proceso pero respetando los logros que se van obteniendo sin llegar a predeterminar los resultados.

La memoria se constituye también en riesgo cuando ella, que por fuerza guarda los intereses personales, desarrolla una aplicación de éstos durante las tareas cognoscitivas. Su función entonces, en este caso, da primacía a la gestión de conservación, antes que a los empeños de enriquecer y de conformar lo nuevo por hallar. Es el clásico dilema que se juega el hombre entre lo ya conocido y lo que está por conocer.

No menos crítico y cargado de riesgo es el asunto de la auto-suficiencia personal. El hombre, envuelto en tal caparazón, considera que todo o casi todo lo sabe. Experimenta un bloqueo sistemático al percibir la voz el cerebro que le pide 'otro esfuercito' para ampliar lo ya sabido. Las alternativas de ir hacia el hallazgo en la esfera del saber encuentran un muro de escasa permeabilidad dada dicha predisposición. En el momento en que a la auto-suficiencia personal se la reviste con lo apellidado 'experiencia propia' se inicia la 'sepultura en vida' a la función cerebral dirigida al crecimiento en los saberes.

El aspecto anterior se incrementa con agudeza cuando la inercia conservadora de los sistemas de ideas ya poseídas actúa como auto-defensa. Impiden ellos enfrentar la tarea de conocer lo nuevo y de propiciar su asimilación. El deseo de que 'todo siga como está' ostenta la primacía.

De manera similar los entornos del sujeto impactan la tarea cerebral. Expresiones de la cultura y visiones de sociedad, por colocar estos dos ejemplos, tienen la destreza de surgir como poseedoras de una tal pretensión de durabilidad, que le obstruirán al cerebro el ejercicio de su libertad hacia el avance en sus tareas. El vigor de ciertos fundamentalismos así lo demuestra. Situación en la cual teorías fijistas se tornan inertes ante los elementos que se vislumbran. No les conviene su inserción. Se inmunizan ante el temor de ser refutadas. Es el mundo de las doctrinas cerradas en ellas mismas. Menester entonces es una gestión educativa y formativa para salvaguardar la autonomía al cerebro respecto a los riesgos que le acechan induciéndole al error y para garantizarle su libertad ante las posibles auto-servidumbres que tienden a desdibujarle la cercanía a la verdad. Un 'cerebro limpio' es carta de garantía para que la verdad se pose, como se lo merece, en ese espacio que, luego de verla surgir, la sabe nutrir y conservar.