Roald Dahl escribía para adultos y para niños, y estaba convencido de que ambos lectores eran cualquier cosa salvo estúpidos. Pero sus herederos no solo parasitan la obra de su abuelo, sino que ahora se atreven a tachar palabras.
Retrato de Roald Dahl.
© Ronald Dumont/Hulton Archive/Getty ImagesRoald Dahl.
En esa casa vivía un escritor llamado Roald Dahl. Ahora viven sus herederos, tan bobos que ni siquiera entienden las palabras de los libros de su abuelo. Un escritor es un adulto que tiene en la cabeza ideas típicas de los niños. Un heredero, en cambio, es como un niño que no trabaja, ni aprende, ni crece, ni tiene ideas propias, y se dedica a parasitar todo lo que dejaron en el mundo sus antepasados.

Todos los herederos se parecen: son como los agentes de bolsa, solo piensan en el beneficio que pueden extraer del trabajo de otros. Los escritores, en cambio, son de muchos tipos: los hay gordos y flacos, guapos y feos, hombres y mujeres, queridos y odiados. Unos escriben para adultos y otros escriben para niños, pero ninguna de estas diferencias importa realmente cuando se trata de valorar a un escritor.

Lo único que distingue entre buenos y malos escritores es esto: los hay que hacen libros para personas a las que consideran tan inteligentes como ellos, y estos son los buenos escritores, mientras que otros están convencidos de que todo el mundo es idiota, de modo que escriben libros para idiotas. Roald Dahl no pertenecía al segundo grupo. Escribía para adultos y para niños, y estaba convencido de que ambos lectores eran cualquier cosa salvo estúpidos.

Pero sus herederos ven las cosas de otra forma. No solo parasitan la obra de su abuelo, sino que ahora se atreven a tachar palabras. Dicen que la quieren adaptar a los nuevos tiempos, seguro que pensando en hacer más dinero, y aquí tenéis una prueba de que son estúpidos: están convencidos de que los niños de esta época son más tontos que los de la época de Roald Dahl. Todos los idiotas creen que antes la gente era más idiota. A todos les mordió Adán.

El autor de estas novelas sabía que un niño, lo mismo que un adulto, puede leer palabras como gordo o fea para divertirse. Sabía que se podía esconder una broma sobre el lesbianismo de la señorita Trunchbull y su odio a las mujeres casadas sin despertar pasiones homófobas en los niños, puesto que sus novelas hablaban del valor incalculable de la gente diferente. Pero sus herederos han decidido que los niños son lo bastante idiotas como para volverse malos si leen cosas así.

Pero un momento. Estamos hablando de idiotas y estúpidos y tal vez te estés preguntando qué es lo que son. Bien: hay muchas formas de detectarlos, pero la básica es que no saben distinguir entre lo que leen en una novela y lo que es verdad. Como piensan que el resto de la gente es más estúpida que ellos mismos, creen que hay que mantener ciertas palabras lejos del alcance de los otros. De modo que, ni cortos ni perezosos, pero muy cortos y muy perezosos, agarran las tijeras y se ponen a cortar.

Esto es lo que ha pasado con el pobre Roald Dahl. Tijeras en mano, la editorial Puffin y los herederos del autor se han puesto a moralizarse encima de los libros del escritor, adaptándolos a las tonterías que algunos idiotas dicen en la prensa y las redes sociales para solazar a los demás idiotas, mientras se convencen unos a otros de que son personas mucho mejores de las que había antes. Personas de una valía inversamente proporcional a la inteligencia de sus análisis sobre el mundo.

Por ejemplo, en Las brujas , ahora una chica no podía haber sido "cajera de supermercado", sino "científica de éxito", para que la novela luche contra el machismo. Y en Matilda , ahora la niña prodigio no cree "navegar en los viejos barcos de vela leyendo a Joseph Conrad", ni se transporta a la "India con Rudyard Kipling", sino que abomina del colonialismo y abandona el privilegio blanco, transportándose "al siglo XIX con Jane Austen" y "a California con Steinbeck". Sí: estas son algunas de las correcciones reales de la nueva edición, amén de un montón de palabras tachadas o sustituidas.

Son palabras, las que han tachado, que solo podrían ofender al más feo, gordo y estúpido de los gordos, feos y estúpidos, o a sus portavoces en las redes sociales. Pero es que los herederos de Roald Dahl y su editorial no solo están convencidos de que ahora los niños son más tontos que antes, sino que creen que antes todo el mundo era peor persona.

¿Y cómo hemos llegado a este punto, si no es cierto que la gente es ahora más estúpida? ¿No parece indicar todo que sí, que nos hemos vuelto gilipollas perdidos? Pues no. Ocurrió primero que un montón de idiotas se convencieron a sí mismos de que la cultura era un peligro, y de que dejar libros al alcance de la gente hacía del mundo un lugar peor. Y, aunque había otro montón de gente que no era nada idiota, los idiotas sembraron el pavor con la fuerza tremebunda de su estupidez, de modo que todo el mundo les dejó hacer.

Pasaba, de pronto, que un idiota decidía que tal o cual palabra, tal o cual disfraz de carnaval, tal o cual vieja canción tenían que desaparecer, y se ponía a dar voces para justificarlo. Chillaba que era intolerable, en estos tiempos modernos, que una cosa tan horrible y peligrosa anduviera suelta entre los niños y los adultos. Y tanto gritaba el idiota, y tantos chantajes morales hacía, que el resto de la gente se callaba. Y así es como el idiota lograba tachar la palabra, la canción o la película. El poder de los idiotas bebe de la cobardía de quienes no lo son.

Así, como si de una novela de Roald Dahl se tratase, llegó el punto en que el mundo entero parecía gobernado por los idiotas y para los idiotas, que además creían que todo el mundo era idiota. Sin embargo, ha llegado la hora de decir, a voces también, rebuznando incluso, si eso llama la atención de alguien, quiénes son los verdaderos idiotas. Les lanzaremos libros de Roald Dahl a modo de proyectiles si es que no son capaces de entender lo que leen.