Traducido por el equipo de SOTT.net

Según un nuevo estudio, los niños pequeños británicos (niños de entre dos y cinco años) tienen posiblemente la peor dieta del mundo entre su cohorte de edad, con la tasa más alta de consumo de alimentos procesados de la que se tiene constancia.
obesity
© Gaulsstin/FlickrObesidad infantil
Casi dos tercios de la ingesta media de calorías de los niños británicos proceden de alimentos procesados, que se han relacionado con una amplia variedad de problemas de salud graves, desde la obesidad al cáncer, e incluso el autismo. A los menores de 5 años de EE.UU. y Australia no les va mucho mejor, ya que el 58% y el 47%, respectivamente, de sus calorías proceden de esta basura. Se trata de un problema de todo el mundo desarrollado, ya sea que uno esté en Brasil o en Bélgica, en Pittsburgh o en París.

Los médicos advierten, basándose en un creciente número de pruebas científicas, que los niños que consumen este tipo de dietas probablemente seguirán consumiéndolas por el resto de sus vidas. Por supuesto, no necesitamos estudios científicos que nos digan que los niños que adquieren malos hábitos a menudo se quedan con ellos, en su propio detrimento y en el de los que les rodean. Lo que realmente necesitamos saber es, ¿por qué nuestros hijos están siendo predispuestos al fracaso?

Antes de seguir adelante, conviene precisar qué son exactamente los alimentos procesados. La definición más sencilla es la de alimentos preparados en una fábrica, envueltos en plástico y que contienen ingredientes que no se encontrarían en una cocina doméstica normal, como emulsionantes, estabilizantes, humectantes (para mantener la humedad) y conservantes. En algunas tiendas, eso equivaldría prácticamente a todo lo que hay en las estanterías.

Apenas pasa una semana sin que aparezca un nuevo estudio científico sobre los daños que causan los alimentos procesados. La semana pasada, tuiteé sobre un nuevo estudio que demuestra que las nanopartículas de óxidos metálicos utilizadas para colorear y conservar los alimentos procesados pueden estar matando las bacterias buenas de nuestros intestinos y causando otras formas graves de disfunción digestiva. Otro estudio reciente demostró que, con sólo cuatro semanas de consumo de alimentos procesados, las ratas de laboratorio perdían la memoria e incluso dejaban de mostrar "miedo anticipatorio" en respuesta a señales de peligro, como el olor de un gato. Está claro que estos alimentos son tóxicos para cualquier criatura que tenga la desgracia de comerlos.

Raw Egg Nano

Podría seguir, citando estudio tras estudio que relaciona el consumo de alimentos procesados con casi cualquier tipo de enfermedad que sea posible concebir, mental y física. Para los fines de este artículo, sin embargo, creo que estos deprimentes efectos se ilustran mejor en un documental de la BBC de 2021. En "What Are We Feeding Our Kids?" (¿Qué estamos dando de comer a nuestros hijos?) el Dr. Chris Van Tulleken, un hombre bastante normal y bastante sano de unos cuarenta años, pasó cuatro semanas comiendo una dieta que consistía en un 80% de alimentos procesados. Esta es actualmente la dieta estándar del 20% de la población adulta de Gran Bretaña.

Como era de esperar, el médico acabó engordando considerablemente, pero esto no fue más que el principio de sus problemas. Su libido cayó en picada. Desarrolló ansiedad y acidez estomacal. Estaba estreñido y sufría hemorroides. No podía dormir.

Lo más preocupante del breve experimento del Dr. Van Tulleken son los efectos que la comida procesada tuvo en la estructura física propiamente dicha de su cerebro. Sí: las resonancias magnéticas tomadas antes y después de empezar la dieta revelaron un aumento significativo de las conexiones neuronales entre los centros de recompensa del cerebro y las áreas que dirigen el comportamiento automático. Al cabo de sólo un mes, su cerebro se había reconfigurado de la manera que cabría esperar de un drogadicto. El documental le mostraba yendo a hurtadillas a la nevera en mitad de la noche para comer más, aunque él mismo reconocía que no tenía hambre. Simplemente tenía que comer.

Imagínese: con unos pocos ingredientes sencillos y baratos, se puede crear prácticamente cualquier alimento que se desee. ¿Es de extrañar que a los fabricantes les encanten los alimentos procesados?

Lo peor es que los cambios en el cerebro persistieron mucho después de que terminara el experimento. Aunque perdió peso y las hemorroides, y su ardor de estómago y ansiedad desaparecieron pronto, un escáner cerebral de seguimiento meses después mostró que los cambios en la estructura de su cerebro no se habían revertido. Se había quedado con un cerebro que le obligaba a comer alimentos procesados, aunque en realidad no quisiera comerlos. Impactante, ¿verdad?

En realidad, no debería serlo, no si se sabe algo sobre cómo se fabrican los alimentos procesados. Los fabricantes de alimentos procesados pagan enormes cantidades de dinero a científicos especializados en alimentación para garantizar que sus productos sean "hiper-apetecibles". Estos investigadores explotan deliberadamente la complicada neurobiología del placer alimentario jugando con atributos como el dulzor, lo salado y la sensación en boca. El llamado "punto de felicidad" se alcanza cuando el equilibrio de estos diferentes factores es perfecto, lo que resulta en un alimento que es increíblemente fácil, y sobre todo satisfactorio, de comer.


Una cosa que sabemos por los estudios es que las personas que comen alimentos híper-apetecibles consumen más calorías que las que no lo hacen. Como han demostrado Hall et al., comemos los alimentos procesados un 30% más rápido que los alimentos normales, precisamente porque son tan fáciles y satisfactorios de comer. Apenas tenemos que masticarlos. Como resultado, los mecanismos naturales de nuestro cuerpo para señalar la satisfacción y la saciedad no tienen la oportunidad de entrar en acción, por lo que comemos en exceso. Y si la mayor parte de lo que comemos son alimentos procesados, eso significa que estamos comiendo en exceso más o menos todo el tiempo.

¿Cómo diablos hemos llegado a una situación en la que los fabricantes no nos venden alimentos para nutrirnos y fortificarnos, sino para debilitarnos y engancharnos? Es una historia complicada, parte integrante de la dramática transformación alimentaria que ha tenido lugar en el último siglo y medio debido a la industrialización y al crecimiento del poder empresarial. Durante ese periodo nos hemos ido alejando cada vez más de los alimentos integrales densos en nutrientes producidos localmente que sustentaban a nuestros antepasados para adoptar alimentos producidos por empresas en fábricas y vendidos en cajas o envueltos en plástico en las estanterías de los supermercados. Las grandes corporaciones se han apoderado de todo el sistema alimentario, de la granja al plato, cambiando la forma en que se producen los alimentos y la forma en que comemos.

Desde el principio, los alimentos procesados se han comercializado deliberadamente como alimentos de conveniencia. Es difícil sobrestimar el daño que ha hecho la noción de "conveniencia" desde que empezó a impulsarse con fuerza durante el boom que siguió a la Segunda Guerra Mundial.

¿Conveniente para quién, exactamente? Conveniente para las madres ocupadas, sí, que sólo tienen que quitar el envoltorio de un alimento procesado y calentarlo para tener una comida para sus hijos. Conveniente también para un camionero ocupado, que no tiene tiempo para preparar su propia comida ni oportunidades adecuadas para comprar ingredientes frescos y enteros aunque pudiera prepararlos él mismo. Pero, sobre todo, estos productos son convenientes para los propios fabricantes.

Los alimentos procesados son duraderos y fáciles y baratos de fabricar. En su libro Deep Nutrition, Catherine Shanahan señala que, a nivel fundamental, hay poca diferencia entre los alimentos procesados y las croquetas para perros. Ambos contienen exactamente los mismos ingredientes básicos: harina de maíz, harina de soja, trigo refinado, aceite vegetal parcialmente hidrogenado y harina de carne y proteínas. Lo único que difiere entre los productos son los tipos, las proporciones y los aromas y colorantes añadidos:
"Las principales diferencias entre donuts, panes y Cheerios son las cantidades de aceite hidrogenado y azúcar. Los Cheerios, a su vez, son casi idénticos a los fideos Ramen. Añádeles un poco de sal y tendrás bocadillos de aperitivo. Añade copos de tomate y aumenta la proteína en polvo y, ¡bam!, es preparado para hamburguesas con fideos."
Sólo imagine: con unos pocos ingredientes sencillos y baratos, se puede crear prácticamente cualquier alimento que se desee. ¿Es de extrañar que a los fabricantes les encanten los alimentos procesados?

En Estados Unidos, la creación de alimentos procesados ha sostenido, y ha sido sostenida por, las prioridades cada vez más descabelladas del sistema de agricultura corporativa, y en particular los vastos océanos de maíz que se producen a través del sistema de subvenciones. Las medidas que en un principio pretendían proteger a los agricultores estadounidenses ordinarios cuando el fondo del mercado europeo del maíz se desplomó tras la Primera Guerra Mundial, se han convertido en un esquema de soborno masivo, a expensas de los contribuyentes, para el puñado de megaempresas que controlan la producción de maíz.

Todo ese maíz debe ir a alguna parte, y así lo hace: a prácticamente todos los alimentos procesados que usted quiera nombrar. En sus esfuerzos por introducir cantidades cada vez mayores de maíz en los alimentos que consumen los estadounidenses, y así ganar aún más dinero, las corporaciones han creado productos novedosos, como el jarabe de maíz de alta fructosa, que se suponía iba a sustituir a los azúcares tradicionales, pero que en su lugar los ha complementado. Los estadounidenses engordan y enferman, pero el maíz tiene que seguir fluyendo.

El jarabe de maíz con alto contenido en fructosa no es el único ingrediente novedoso que los alimentos procesados han contribuido a introducir en nuestra dieta. No hace tanto tiempo, los aceites vegetales y de semillas eran simples subproductos industriales, considerados aptos sólo para ser utilizados como lubricantes y disolventes industriales. Ahora, gracias a los alimentos procesados, se consumen en cantidades antes impensables. El consumo de aceite de soja en Estados Unidos se ha multiplicado por mil en el último siglo. Lo que en el mejor de los casos era un producto de desecho es ahora un alimento "saludable" que vale miles de millones de dólares al año para las corporaciones que lo producen. En realidad, los aceites vegetales y de semillas son cualquier cosa menos saludables, y agravan el problema -las enfermedades cardíacas- que supuestamente debían resolver, además de estar relacionados con una serie de otros efectos negativos para la salud.

Este es, pues, el principio de nuestra respuesta a por qué ahora alimentamos a nuestros hijos con cantidades récord de alimentos artificiales que los debilitan y enferman. Encegueciéndonos con promesas de comodidad y mejor salud, las corporaciones, en alianza con los gobiernos, nos han llevado a abandonar los alimentos integrales tradicionales en torno a los cuales nuestros antepasados construyeron sus dietas desde tiempos inmemoriales. Aunque los terribles efectos negativos de esta transformación son visibles dondequiera que miremos, en las vidas infelices de tantas personas, enormes intereses creados se interponen ahora en el camino de un cambio significativo.
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© Lorrie Graham/AusAIDParticipantes de una marcha contra la diabetes
La respuesta a la pandemia, que afectó sobre todo a los jóvenes, no ha hecho sino empeorar las cosas. Las restricciones sociales a largo plazo fueron un desastre para la salud de los niños, tanto física como mental. Las oportunidades de socialización y juego prácticamente desaparecieron debido al cierre de las escuelas y al distanciamiento social. Los niveles de actividad disminuyeron significativamente, mientras que el tiempo pasado frente a una pantalla aumentó a niveles sin precedentes. La dieta de los niños empeoró inevitablemente debido al estrés del aislamiento prolongado y también a la inseguridad económica. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, entre marzo y noviembre de 2020 el índice de masa corporal (IMC) de una muestra de 430.000 niños aumentó al doble del ritmo en que lo hacía antes del inicio de la pandemia. Quizás hasta 1 de cada 4 niños de todo el mundo sufrió depresión y ansiedad durante la pandemia. En lugar de proteger a quienes tenemos el sagrado deber de proteger, los convertimos en cobayas de un experimento social cuyos desastrosos efectos deberían haber sido demasiado obvios antes de que se les permitiera entrar en acción.

¿Qué decir de una civilización que trata así a sus hijos -su propio futuro? El juicio romano sobre Cartago, que sacrificaba niños en masa para apaciguar al dios Baal, fue la destrucción. "Carthago delenda est" - Cartago debe ser destruida. Los romanos arrasaron la antigua ciudad y salaron el suelo, como un mensaje a la historia y a todas las generaciones que vendrían después. Hoy no condenamos a nuestros hijos en el altar de un dios oscuro, pero los condenamos de todos modos - a una vida de obesidad y a todas las miserias que ésta conlleva.

Tantos niños nacidos hoy llevarán vidas desperdiciadas, desprovistas de los placeres de la salud y la vitalidad reales, sin acercarse nunca a la realización de su potencial innato. Me pregunto, ¿qué castigo nos espera por este crimen?
Este artículo de opinión contiene opiniones y análisis de Raw Egg Nationalist, el popular autor sobre salud y forma física presentado recientemente en el documental de Tucker Carlson Originals "The End of Men". Su libro, The Eggs Benedict Option, está disponible en su sitio web y en librerías populares, y su revista, Man's World, está disponible en línea.