Traducido por el equipo de SOTT.net
X-Ray lungs
© The Daily Sceptic
En los últimos dos años ha habido cada vez más pruebas de que el virus SARS-CoV-2 llegó a todo el mundo como resultado de una fuga de laboratorio. Asimismo, cada vez hay más pruebas de que ni las máscaras ni los confinamientos alteraron materialmente la transmisión del virus, y también de que las vacunas (que en realidad son un producto de terapia génica) tienen importantes riesgos de efectos secundarios. El número y la naturaleza de estos siguen sin estar claros, pero algunas investigaciones muy recientes sugieren incluso que la repetición de la vacunación aumenta la probabilidad de efectos secundarios importantes. Peor aún, no hay pruebas claras de que disminuyan la susceptibilidad individual. Así pues, el mantra de «seguras y eficaces» queda en entredicho. A esto se añade el descubrimiento, gracias a las solicitudes de libertad de información, de que algunos de los ensayos se construyeron y llevaron a cabo de forma cuestionable, y que los fabricantes de vacunas se cuidaron de incluir en sus contratos de suministro la exención de indemnizaciones. Sin embargo, esta semana una nueva campaña publicitaria del NHS anima al público británico a vacunarse de nuevo contra el coronavirus.

El origen del virus es de interés académico. Venga de donde venga, está con nosotros y tenemos que vivir con ello. La cuestión de la gestión mediante el aislamiento es de interés médico académico, aunque no de interés económico académico. Ha quedado muy claro que los procesos de confinamiento han sido muy perjudiciales y parece probable que no se hiciera ningún análisis adecuado sobre cuál podría ser el efecto sobre la economía nacional (y la educación, y la salud mental). Que las vacunas puedan causar problemas significativos tiene una explicación; están diseñadas para hacer que el cuerpo cree copias de la proteína espiga del virus, que es la misma parte que causa los problemas registrados de miocarditis, trombosis, etc. debido a la sobreestimulación del sistema inmunológico en el síndrome inducido viralmente comúnmente llamado COVID-19. La variabilidad del efecto entre individuos, ya sea con COVID-19 o con una vacuna, puede depender de la susceptibilidad genética. Se sabe bien, desde mucho antes del SARS-CoV-2, que otras formas de síndrome hiperinmunitario, o tormenta de citoquinas (CSS), son más frecuentes en determinados grupos étnicos. Dada la ausencia total de investigaciones sobre quién sufre las complicaciones de las vacunas y por qué, es sorprendente que políticos y gestores estén dispuestos a seguir utilizándolas.


No es que se nieguen tales complicaciones; hay un programa de compensación en marcha, y la vacuna de AstraZeneca se retiró porque las complicaciones se estaban volviendo inaceptablemente frecuentes.

El reciente libro de Norman Fenton y Martin Neil, Fighting Goliath: Exposing the flawed science and statistics behind the COVID-19 event (Luchando contra Goliat: Exponiendo la ciencia y las estadísticas erróneas tras el evento COVID-19), ha sacado a la luz numerosos fallos en diferentes aspectos de las pruebas y la vacunación. Pero quizás el fallo más flagrante en la vacunación ha sido clasificar a los sujetos como no vacunados hasta 14 días después de recibir la vacuna. Si, como parece muy probable, los principales efectos secundarios potencialmente mortales de las vacunas se deben al síndrome CSS, éste puede aparecer en 48 horas. De hecho, en el ensayo farmacológico del Hospital Northwick Park, en el que se inyectó a seis sujetos lo que resultó ser un preparado altamente inmunogénico, los sujetos desarrollaron síntomas en cuestión de minutos y no de horas. Por lo tanto, en los análisis realizados, un número considerable de personas que enfermaron con síntomas del tipo COVID-19 inmediatamente después de la vacunación (que es lo que cabría esperar) habrán sido etiquetadas incorrectamente como no vacunadas, distorsionando significativamente las conclusiones de riesgo-beneficio de los ensayos y haciéndolas inútiles.

Dicho esto, ¿tiene todo esto alguna importancia? Yo diría que no. Volvamos al principio.

¿Qué ocurre cuando una persona contrae el virus SRAS-CoV-2? La mayoría enfermará. Un poco enferma en el espectro de gravedad. Tendrán síntomas parecidos a los del resfriado o la gripe, pueden perder el sentido del olfato o del gusto, pero no colapsarán en un estado de insuficiencia respiratoria, trombosis generalizada, accidente cerebrovascular y parada renal. Estos graves acontecimientos (COVID-19 propiamente dicho) son el resultado de una tormenta de citoquinas; el sistema inmunitario entra en sobremarcha produciendo cantidades anormales de sustancias químicas inflamatorias. Sólo una pequeña proporción de la población sufrirá alguno de estos síntomas graves. Así que para la gran mayoría que no los padece, y que mejorará con bastante rapidez, no es necesario hacer nada. Sin embargo, para esa pequeña proporción es fundamental identificarles y tratarles. Una serie de análisis de sangre y la medición de la saturación de oxígeno hacen lo primero, mientras que los esteroides y los tratamientos anticitoquinas hacen lo segundo.

Si se acepta este análisis, habrá que estar de acuerdo en que casi todas las medidas contra la pandemia de coronavirus fueron completamente innecesarias. Si no se lo acepta, entonces sugiero leer el libro de texto sobre el síndrome de tormenta de citoquinas escrito por Cron y Behrens, que apareció en 2019, antes del Covid, o su artículo de revisión de 2023. Allí se encontrarán todo tipo de desencadenantes, incluidos los virus, y más concretamente los coronavirus, y todas las consecuencias clínicas del CSS que son idénticas a las del COVID-19. Allí también se encontrarán las pruebas que hay que hacer, y los tratamientos que hay que aplicar a los que se ponen muy enfermos. ¿Y adivinen qué? En general, si se les detecta a tiempo, mejorarán.

Esta explicación es de origen clínico. No soy el único que ha llegado a esta conclusión. Y sin embargo, la gestión de la pandemia no fue llevada a cabo por clínicos, sino por personas sin experiencia clínica. Expertos quizá, pero los expertos equivocados. Si usted tuviera un ataque al corazón, ¿querría que le tratara un fontanero? Puede que sepa mucho de tuberías, pero sería el tipo de tuberías equivocado.

Esta fue la esencia de mi presentación de 20 páginas a la investigación Hallett en noviembre de 2022. Recibí un acuse de recibo, y desde entonces nada. Este mes leí un resumen de las últimas pruebas del profesor Sir Chris Whitty y por ello me vi obligado a ir al sitio web de la investigación y ver dónde estaba archivada mi presentación. No la encontré. Así que escribí a la dirección de contacto de la investigación preguntando dónde estaba y cuándo me llamarían para testificar. Han pasado dos semanas y no he recibido respuesta.

La investigación ha gastado y sigue gastando grandes sumas de dinero ladrando al árbol equivocado. Es cierto que podría llegar a la conclusión de que los confinamientos no funcionaron, que los trastornos económicos deberían haberse tenido en cuenta en la ecuación riesgo-beneficio, pero eso ya lo sabemos. Se ha concentrado en el proceso y ha pasado por alto lo esencial: que lo único que hacía falta era identificar rápidamente a los que se ponían muy enfermos y tratarlos correctamente.

Sigo perplejo sobre por qué se ha ignorado mi análisis. De hecho (como sabrán los lectores de mi blog) esbocé esta estrategia en mayo de 2020. Señalé que había tratado personalmente un caso. En aquel momento se ignoró. Si se hubiera aplicado -y no me cabe duda de que si se hubiera consultado a los expertos adecuados se habría hecho- se habrían salvado muchas muertes, no habría habido confinamientos, ni fiascos de vacunación, ni investigación. Si la investigación Hallett no llega a esta conclusión, entonces habrá sido un completo despilfarro de dinero, no sólo un despilfarro parcial, sino que, dada la omisión de cualquier contribución informada y el exagerado respeto concedido a los entrevistados que tomaron las decisiones equivocadas desde el principio, me temo que será un encubrimiento.

La saga del Covid tiene un lado positivo. Gracias a Internet, los artículos científicos se han sometido a un escrutinio mucho más intenso que en el pasado, y muchos han resultado deficientes; críticos de todo el mundo explican fallos en el diseño de los ensayos, la exclusión de posibles factores de confusión y análisis estadísticos inadecuados. Pero sigue siendo cierto que la investigación que contradice la «ciencia establecida» (un oxímoron donde los haya) sigue estando sometida a una presión significativa y a menudo irresistible para que se retracte. Una ciencia adecuada debería permitir un debate adecuado. Si un científico consolidado encuentra pruebas de errores en el trabajo de los «negacionistas», esos errores deben detallarse. No basta con gritar «¡Basura!». Un ejemplo: tras uno de mis blogs sugiriendo que todo médico (y político) debería leer Cron y Behrens recibí un comentario diciendo que no debería fiarme de los libros de texto. Le indiqué que me alegraba de que alguien hubiera leído ese libro de texto, y le pedí un resumen rápido de lo que tenía de malo. La respuesta fue que no lo había visto. Me reafirmo en mi postura.