A todo el mundo le ha pasado: fallar preguntas de examen relativamente sencillas, no se sabe muy bien por qué motivo.
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Conocimientos que creíamos tener bien aprendidos se rebelan contra nosotros en el momento más inoportuno, aparecen preguntas que parecen haberse transformado desde la última vez que anotamos la respuesta y, en general, nos quedamos con la sensación de que en el momento de entregar la hoja con las respuestas somos menos inteligentes que unas horas antes. Todo esto parece producto de la magia, una especie de fuerza invisible que intenta conducirnos hacia el fracaso. Esa fuerza invisible se llama estrés.

Varios estudios señalan que los niveles altos de estrés en momentos de ejercer tareas cognitivamente demandantes hacen que fallemos más de la cuenta, contrarrestando el efecto positivo que tiene sobre nuestro desempeño la práctica y el estudio previo. Eso significa que la aparición de "picos" de estrés en los momentos decisivos nos perjudica en los momentos más decisivos, algo preocupante si tenemos en cuenta que es muy frecuente sufrir nervios y ansiedad a la hora de ejecutar pruebas.

¿Qué papel juega el estrés?

El estrés es una reacción en cascada de nuestras hormonas y nuestro sistema nervioso que puede ser de utilidad en algunos contextos. Su aparición nos pone en estado de alerta y potencia la tensión muscular, acelera el pulso y ocasiona una reacción en cadena hormonal a partir de la liberación de cortisol y adrenalina.

Todo esto es muy útil en los momentos en los que necesitamos dar una respuesta física rápida, como la huida o la lucha, capacidades que probablemente han sido muy importantes en nuestro linaje durante cientos de miles de años. Sin embargo, el estrés no es tan útil cuando los problemas que se deben resolver están más relacionados con la inteligencia, el rendimiento intelectual. De hecho, puede resultar contraproducente si se da en niveles demasiado altos.

¿Cómo aparece el estrés en los exámenes?

Se cree que en la aparición del estrés durante los exámenes y otras pruebas actúan don procesos.

Por un lado, a medida que se acerca el momento en el que tendrá lugar la prueba pueden iniciarse pautas de comportamiento que potencian la aparición de estrés, como la procrastinación, los estudios largos en el último momento o incluso patrones repetitivos como morderse las uñas, estirarse mechones de pelo, etc.

Por otro lado, en el momento de realizar la prueba el estrés puede agudizarse mediante una pescadilla que se muerde la cola: pensar en el fracaso produce más incomodidad y estado de alerta, lo cual hace que la atención se centre en la anticipación de un resultado negativo y no en la tarea en concreto que hay que realizar.

A esto hay que añadirle otro aspecto más: la repercusión de sacar uno u otro resultado en un examen. En muchas universidades es frecuente hacer cada vez menos exámenes, haciendo que sacar buena nota en ellos sea muy importante. Podría pensarse que la presencia de un incentivo mayor (tener una nota final asegurada con un sólo examen) o de un castigo más severo (suspender un examen supone un duro golpe y quedará reflejado en las calificaciones globales) pueden servir para motivar más al alumnado y por lo tanto mejorar su desempeño, pero podría conseguirse el efecto contrario.

Algunas investigaciones al respecto

Hay múltiples experimentos en los que se ha visto cómo una recompensa muy alta puede inducir a un estrés tan elevado que el desempeño de los voluntarios cae en picado. En uno en concreto, se pedía a una serie de voluntarios que resolvieran un circuito de diferentes tareas relacionadas con la puntería y la inteligencia. Diferentes voluntarios tenían la posibilidad de ganar una recompensa mayor o menor. Los resultados mostraron cómo aquellas personas que optaban a un premio mayor obtenían resultados más pobres.

Es probable que estos participantes estuvieran distraídos tanto por la posibilidad de no ganar la recompensa como por la idea de estar alimentando su propio estrés. Tal y como nos ocurre durante las pruebas más importantes, la necesidad de prestar atención tanto a la tarea como a nuestro propio estado y al posible resultado que va a tener hacerlo bien o mal produce una sobrecarga cognitiva de la que es difícil salir.

En general, parece que esto no ocurre sólo con las recompensas altas, sino también bajo la amenaza de pérdidas o castigos. Los exámenes muestran estas dos caras del sistema de incentivos, al tener consecuencias positivas y negativas, y además tienen la peculiaridad de no tener nada que ver con las situaciones en las que la fuerza explosiva o la huida se vuelven la única solución viable. La clave de todo esto es encontrar la manera de llegar al nivel óptimo de estrés: el suficiente como para estar atentos a lo que se nos pide sin que se nos vaya de las manos la reacción hormonal en cadena.
Referencias bibliográficas:
  • Ariely, D., Gneezy, U., Lowenstein, G. y Mazar, N. (2009). Large stakes and big mistakes. The Review of Economic Studies, 76(2), pp. 451 - 469.