El sentido de la vida no consiste en ser feliz, sino hacer algo significativo, ser productivo, ser útil, hacer que haya alguna diferencia por el hecho de haber vivido. Leo Rosten.
emociones
"Encuentre las claves para evitar sonreír y pasarlo bien ". Sin duda, este sería un pésimo eslogan para cualquier tipo de publicidad, porque ¿quién querría no sonreír o pasárselo bien? Pues una simple búsqueda en Google o un pequeño vistazo a la publicidad de la calle o de cualquier medio de comunicación, nos hace conscientes de que estamos siendo saturados con mensajes de continua felicidad, en los cuales parece que no haya cabida a ninguna otra cosa que a rostros sonrientes que describen a las personas como emocionalmente monocromáticas, y con un repertorio emocional reducido. Solo hay que prestar un poco de atención y veremos que la mayoría de productos que nos quieren vender están asociados a emociones y sentimientos positivos como: la alegría, el amor, el buen humor, etc. Es decir, parece que con la adquisición de cualquier producto y/o servicio nos prometen el bienestar y la felicidad y esto nos parece natural y deseable. En cambio, obtener una emoción negativa como la tristeza, el miedo o la ansiedad nos parecería un sinsentido.

En sí mismo el bienestar y la felicidad se han convertido en un producto, y el mundo de la salud mental en general y la psicología en particular no son ajenos a este nuevo mercado. Pero el tema empieza a complicarse cuando se promueve el bienestar como un sinónimo de evitar pasarlo mal. Un ejemplo son las estadísticas de consumo de antidepresivos o ansiolíticos que se consumen al año, como las terapias psicológicas y alternativas que anuncian una supresión del malestar. Y esto, de alguna manera, es lógico porque huir y evitar el dolor y el sufrimiento nos ha sido de gran ayuda evolutiva, por lo que este mensaje queda reflejado en el actual paradigma de la salud mental.

El modelo actual de la salud mental se basa en, lo que se puede denominar, una normalidad sana. Esta normalidad promueve que el estado natural de las personas es el bienestar psicológico, defendiendo que somos inherentemente altruistas, felices y mutuamente solidarios y por tanto, el sufrimiento emocional y/o psicológico sea algo anormal, causado por emociones, pensamientos, recuerdos, acontecimientos históricos o estados cerebrales particulares que se asocian a un trastorno o una enfermedad. En consecuencia, este modelo, acostumbra a referirse a la salud y la felicidad como el estado natural y homeostático de la existencia humana (Hayes, Strosahl y Wilson, 2014).

Esta manera de ver la salud mental, por un lado refleja nuestra filosofía hedonista; y por otro lado, intenta acercarse al modelo de las enfermedades físicas. Esto último, lo hace siguiendo la delimitación que promueve la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la salud, la cual es definida como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades" (OMS, 1948). Esta descripción, aparte de acercarse a la utopía, es rígida porque parece que quien no cumpla con los requisitos de esta definición no esté sano y por lo tanto; tenga algún tipo de enfermedad.

La presente definición de la salud choca con la experiencia de nuestro día a día, y es que el sufrimiento y el dolor forman parte de nuestro paso por el mundo. Solo hace falta encender la televisión y ver el telediario o leer la prensa para darse cuenta que el sufrimiento es muy real y está presente. El alto nivel de desempleo debido a la situación de nuestra economía y la angustia emocional que esto conlleva, los problemas familiares, discusiones con la pareja, crisis de identidad, el índice de enfermedades mentales o el número de suicidios, que llegan a superar a las muertes por accidente de tráfico, son solo algunos ejemplos de este sufrimiento.

Pero por otro lado, no solamente sufrimos sino que a la vez lo producimos. Como ejemplo de esto, está la reciente ola de atentados terroristas, donde algunos quieren mostrar su odio hacia unos valores que no comparten; y como revancha, se les bombardea desde el cielo porque los que son considerados como malvados están debajo. Es muy sencillo cosificar y deshumanizar a los demás, solo hay que fijarse en las veces que juzgamos a las demás personas por su raza, etnia, u opinión política. Se nos hace tan fácil y natural prejuzgar como el respirar.

Pero no solamente hace falta padecer causas externas o graves para padecer sufrimiento, incluso buenas noticias como un ascenso, el matrimonio o el nacimiento de un hijo nos puede causar un alto nivel de estrés y ansiedad. Esta convivencia con nuestras emociones negativas no es fruto de la actualidad, estas emociones nos han acompañado desde el origen de nuestra especie y nos ha ayudado a sobrevivir. Solo hay que imaginarse las consecuencias de que un león nos produjera ternura en vez de miedo, lo más probable es que termináramos siendo su merienda.

Y esta naturaleza menos "rosa" de nuestra especie queda plasmada también en nuestro acervo cultural. Fiódor Dostoievski reflejaba su opinión de la siguiente manera:
«¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, dele unos ingresos, que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner a esta situación totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero. Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar...»
Lo anteriormente comentado refleja que las emociones menos positivas como pueden ser la tristeza, el miedo, la ansiedad o la melancolía, entre otras, más que mostrar una anomalía que perturba nuestro equilibrio natural, son la norma y forman parte de nuestro rico repertorio emocional y tienen derecho a estar presente en nuestra vida como la alegría, la felicidad, o la diversión. No obstante parece ser que nos han enseñado desde pequeños a repudiarlas, relegarlas a un segundo plano y a evitarlas a toda costa.

Siendo el sufrimiento algo tan común en nuestra especie, cabe preguntarse ¿a qué se debe? Desde un modelo diferente en el que se enfatiza la aceptación (más no resignación) de los eventos de tu vida, tanto positivos como negativos, y el compromiso de vivir una vida guiada por unos valores propios, sugiere que el origen del sufrimiento viene de los procesos que evolucionaron para favorecer la adaptación del organismo humano. Esta idea básica es la que subyace al supuesto de normalidad destructiva: la idea de que algunos "procesos psicológicos humanos normales pueden conducir a resultados destructivos y disfuncionales al amplificar o exagerar cualquier condición anormal, fisiológica o psíquica, que pudiera existir previamente" (Hayes, Strosahl y Wilson, 2014). Estos procesos psicológicos normales actúan como un arma de doble filo.

De lo anterior es ejemplo nuestra habilidad de planificar el futuro o de revivir experiencias del pasado y sentirlas como si estuvieran en el momento presente, esto queda reflejado en la reflexión que el Dalai Lama realiza sobre nuestra manera de vivir: "El hombre por pensar apasionadamente en el futuro no disfruta el presente, por lo que no vive ni el presente ni el futuro". Aunque habría que matizar que, también, vivimos apasionadamente en el pasado, machacándonos por lo que no pudo ser y olvidando lo que se puede ser en el presente.

Tanto el dolor como el sufrimiento forman parte de nuestra vida, esto es un precio que hemos de pagar por el don de la existencia. Esta afirmación no significa que estemos a merced de lo que nos depara el mundo como si fuéramos seres pasivos, somos seres volitivos que podemos transformar nuestro entorno, por lo que elegimos nuestra manera de vivir y qué valores seguir. Esto significa que somos responsables de nuestra vida, incluso en los peores momentos podemos elegir. Como comentaba el neurólogo y psiquiatra austriaco Viktor Frankl: "Cuando nos hallamos en la problemática de no ser capaces de cambiar una situación, nos enfrentamos al enorme desafío de cambiarnos a nosotros mismos".

En definitiva, saber que las cosas malas como las buenas son parte natural de nuestra existencia, no nos exime del compromiso de vivir nuestra vida siguiendo nuestros valores, eso sí, recordando que es normal ser "anormal".
Referencias

-Hayes, S., Strosahl, K. y Wilson, K. (2014). Terapia de aceptación y compromiso. Proceso y práctica del cambio consciente (Mindfulness). Bilbao. Desclée de Brouwer.

-Hayes, S. y Smith, S. (2013). Sal de tu mente y entra en tu vida. Bilbao. Desclée de Brouwer.

-Fonseca, D. (2016). El número de suicidios duplica al de los muertos por accidentes de tráfico. Madrid: El País. Recuperado de http://politica.elpais.com/politica/2016/03/29/actualidad/1459249694_040134.html. -https://www.aemps.gob.es/medicamentosUsoHumano/observatorio/docs/antidepresivos-2000-2013.pdf.

https://www.aemps.gob.es/medicamentosUsoHumano/observatorio/docs/ansioliticos_hipnoticos-2000-2012.pdf