Las emociones negativas ansiedad, ira, tristeza, depresión son adaptativas para el individuo. Sin embargo, en ocasiones encontramos reacciones patológicas en algunos individuos, debido a desajuste en la frecuencia o intensidad. Cuando tal desajuste acontece, puede sobrevenir también un trastorno de la salud, tanto mental (trastorno de ansiedad, depresión mayor, etc.) como física.

emociones
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En primer lugar, las reacciones de ansiedad, tristeza, depresión e ira, que alcanzan niveles demasiado intensos o frecuentes tienden a producir cambios en la conducta, de manera que se olvidan los hábitos saludables (el ejercicio, dieta adecuada.) y se desarrollan conductas adictivas o que ponen en peligro nuestra salud.

Las reacciones emocionales mantienen niveles de activación fisiológica intensos, que pueden deteriorar nuestra salud si se cronifican. Por ejemplo, los pacientes con hipertensión arterial, asma, cefaleas crónicas, o diferentes tipos de dermatitis, presentan niveles más altos de ansiedad e ira que la población general. La alta activación psicológica puede estar asociada con un cierto grado de inmunodepresión, lo que nos vuelve más vulnerables al desarrollo de enfermedades infecciosas (como la gripe, herpes, etc.) o de tipo inmunológico (lupus eritematoso, esclerosis múltiples, etc.).

Introducción

Si bien en varias de las revisiones que se encuentran en la literatura moderna se hace referencia a cómo la salud física interviene en estados emocionales positivos, poco se habla de esta relación en sentido inverso. La salud del hombre es un complejo proceso sustentado en la base de un equilibrio bio-psico-social.

La salud y la enfermedad son estados que se hallan en equilibrio dinámico, y están co-determinados por variables de tipo biológico, psicológico y social, todas ellas en constante mutación.

Por su parte, las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza a nuestro equilibrio físico o psicológico, actúan para reestablecerlo, ejerciendo así un papel adaptativo. Sin embargo, en algunos casos, las emociones influyen en la contracción de enfermedades. La función adaptativa de las emociones depende de la evaluación que haga cada persona del estímulo que pone en peligro su equilibrio, y de la respuesta que genere para afrontar el mismo.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores biológicos, psicológicos y sociales. La salud, ese estado de bienestar físico, psicológico y social no es patrimonio ni responsabilidad exclusiva de un solo grupo o especialidad profesional. El concepto salud viene definido por el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (en su primera acepción), como el "estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones". La salud no es sólo la ausencia de enfermedad, sino que ha de ser entendida de una forma más positiva, como un proceso continuo que tiene mucho que ver con los comportamientos y el estilo de vida de una persona o comunidad (Ballester, 1998), por el cual el hombre desarrolla al máximo sus capacidades, teniendo a la plenitud de su autorrealización como entidad personal y como entidad social (San Martín, 1985).

En una persona sana deben reunirse potenciales salutogénicos, tanto a nivel mental como a nivel del soma en completa relación. Es por eso que no se debe pasar por alto cómo influyen los procesos psicológicos de tipo emocional en la salud. Tanto las emociones positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés, influyen en la salud.

Las emociones perturbadoras tienen, al parecer, un efecto negativo en la salud, favoreciendo de esta manera la aparición de ciertas enfermedades, ya que hacen más vulnerable el sistema inmunológico, lo que imposibilita su correcto funcionamiento. Contrariamente, las emociones positivas representan un beneficio para nuestra salud, ya que ayudan a soportar las dificultades de una enfermedad y facilitan su recuperación.

Todos estos descubrimientos acerca de la intrínseca relación entre emociones y salud tienen su aplicación en el tratamiento de las enfermedades desde una propuesta holística y no reduccionista al enfoque biologicista, pues en la actualidad se proponen tratamientos integrales, que consideren la recuperación tanto de los factores físicos como de los factores psicológicos del paciente, en estrecha relación de interdependencia.

Desarrollo

En la actualidad, para nadie es un secreto el papel que desempeñan las emociones humanas en la concepción de la salud integral y, desde luego, en el desarrollo de las enfermedades. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que más del 90% de las enfermedades tienen un origen psicosomático; de hecho, las características de personalidad, el manejo que tenemos de las emociones y la manera de lidiar con el estrés, conflictos, fracasos y frustraciones pueden potenciar o desarrollar diversas enfermedades.

La persona es un "todo integrado", la separación entre el cuerpo y la mente abre las puertas a la desintegración, a la desvalorización, y nos hace cada vez más vulnerables a la enfermedad. Hoy sabemos que todas las enfermedades son fenómenos psicosomáticos o somatopsíquicos, la experiencia más clara de esta realidad se vislumbra cuando comprendemos la profunda integración que existe entre nuestras emociones, el sistema nervioso, el inmune y el endocrino. La expresión de cualquier amenaza al equilibrio en nuestra salud invita a enfrentarle desde todos los flancos posibles en la vasta complejidad del ser humano.

La salud y la enfermedad no son un asunto que le concierna únicamente a quien posee la anhelada cura; más allá de esta percepción tradicional es imperioso reenfocar la comprensión de la salud desde la experiencia humana y social, desde el sentido de ser los únicos dueños y responsables de ésta. Al final, debe quedar claro que en todo desbalance o enfermedad existe un conflicto intrapersonal no concientizado y la necesidad urgente de armonizar el desequilibrio emocional.

Sin duda alguna, se debe resaltar que las emociones están influenciadas por manifestaciones sociales que, mediante un proceso de internalización o subjetivación, producen un significado personal, que no es otra cosa más que el significado social que reactualiza las emociones en estrecha relación con los procesos cognitivos, como por ejemplo la memoria. De ahí que determinado suceso o vivencia pueda marcar un hito en nuestras vidas e incluso dividirla en un "antes y un después".

En cuanto a las clasificaciones más comunes que se confrontan sobre las emociones se destaca la separación en: emociones positivas y emociones negativas. De estas últimas se puede decir que son el estigma de muchas depresiones y traumas y, a su vez, producen un funcionamiento desajustado de diferentes sistemas neurovegetativos.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores biológicos, psicológicos y sociales, una persona sana debe estarlo tanto en mente como en cuerpo.

Las emociones perturbadoras influyen negativamente en la salud, ya que hacen más vulnerable el sistema inmunológico, lo que no permite su correcto funcionamiento. Lograr que el hombre se adapte a su medio implica la mantención de la adecuada sincronización de las funciones de los sistemas de su organismo y, en caso del surgimiento de un desequilibrio, esta adaptación depende del restablecimiento de ese equilibrio (López, 1999).

Existen indicadores que hacen notar que los factores psicológicos pueden influir de manera significativa sobre algunas enfermedades causadas por otros factores. Desde hace algo más de dos décadas las ciencias médicas y psicológicas han estado forjando una concepción más amplia de cómo nuestras vidas emocionales afectan directa e indirectamente nuestro bienestar físico, al investigar los vínculos reales entre los acontecimientos psicológicos, la función cerebral, la secreción hormonal y la potencia de la respuesta inmunológica; este nuevo campo del saber ha sido denominado psiconeuroinmunología.

El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula, en mayor o menor medida, el sistema inmunitario. Entonces, los factores psicológicos pueden afectar este sistema por medio del cerebro. Es un campo interdisciplinario, iniciado por psicólogos de vanguardia como el Dr. R. Bayés de la Universidad Autónoma de Barcelona. Según R. Bayés (1993) la psiconeuroinmunología tiene un gran alcance terapéutico, que implica:
1. La posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan emplearse como terapéuticas de apoyo para suprimir la respuesta inmunológica, tanto en enfermedades amenazantes para la vida como en trastornos menos graves.

2. Posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan usarse para mejorar el sistema inmunológico. Por ejemplo, terapias con grupos vulnerables.

3. Clarificación de la importancia de la protección que es capaz de proporcionar un enfoque positivo de la existencia.
Evidentemente, la psiconeuroinmunología pone tanto al científico como al terapeuta en una nueva posición en la que se requiere del empleo de técnicas diversas y se reclama un análisis más profundo de la relación entre la mente y el cuerpo. Estudios confirman que las emociones perturbadoras son malas para la salud. Según López (1999), plantea que las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias implacables, tenían el doble de riesgo de contraer una enfermedad incluidas: asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardíacos.

Esta percepción hace que las emociones perturbadoras sean un factor de riesgo tan dañino como lo son, por ejemplo, el hábito de fumar o el colesterol elevado para los problemas cardíacos, es decir, una importante amenaza a la salud (Goleman, 1996). Estas tendencias modernas proponen un reconocimiento acerca de como las reacciones psicológicas negativas o desfavorables, en ocasiones, son las determinantes primarias de ciertos tipos de migrañas, úlceras y otros trastornos gastrointestinales, dolores musculares e inflamaciones, dificultades cardíacas, entre otras dolencias registradas.


Comentario: El hábito de fumar o el colesterol elevado no son tan amenazantes como nos hacen creer por medio de la propaganda sanitaria. Vea: Una revisión exhaustiva de los muchos beneficios para la salud del tabaco y ¿Aún no te has enterado? La gran mentira del colesterol


Goleman (1996) propone un ejemplo en el cual se describe a una persona que enfurece en repetidas ocasiones. Cada episodio de ira añade una tensión adicional al corazón, aumentando su ritmo cardíaco y su presión sanguínea. Cuando esto se repite una y otra vez, puede causar un daño, sobretodo debido a la turbulencia con que fluye la sangre a través de la arteria coronaria, con cada latido se pueden provocar microdesgarramientos en los vasos, donde se desarrolla la placa. Por eso, si su ritmo cardíaco es más rápido y su presión sanguínea más elevada como resultados de frecuentes estados de ira tendrá mayor probabilidad de sufrir una enfermedad coronaria (Goleman, 1996).

Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Tobal, González, 2003) pidió a pacientes que sufrieron un ataque cardíaco que describieran su estado emocional en las horas anteriores al mismo; la mayoría de los participantes declaró haber sido objeto de ataques de ira en el periodo evaluado por los investigadores.

Hasta ahora se ha explicado alguna relación de las emociones con los potenciales saludables a nivel fisiológico, pero ¿por qué tienen las emociones la propiedad de intervenir en nuestro funcionamiento fisiológico-inmunológico-neuronal-endocrino? En la literatura se puede encontrar una gran variedad de explicaciones sobre la relación de las emociones (desde su definición) con los procesos antes mencionado. Al revisar los planteamientos de Fernández-Abascal y Palmero (1999) y Le Doux (1999) es posible encontrar una amalgama de elementos en los que se destaca un proceso que se activa cuando el organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de movilizar los recursos a su alcance para controlar la situación; también se define como una función biológica producto de la evolución que permite al organismo sobrevivir en entornos hostiles, razón por la que se han conservado prácticamente intactas a través de la historia evolutiva. Estos elementos se sustentan en un punto coincidente que llama la atención: en el carácter adaptativo de las emociones, ya que las mismas intervienen en unos casos y determinan en otros, los mecanismos que favorecen la enfermedad.

Una de las claves a la hora de entender la repercusión de las emociones en la salud es la conceptualización del proceso emocional. En este aparecen dos filtros entre la situación interna o externa que desencadena el proceso y la manifestación de las emociones en el sujeto protagonista (Fernández-Abascal y Palmero, 1999). En resumen, la función adaptativa de las emociones va a depender de la evaluación que la persona haga del estímulo, es decir, del significado que le dé a este y de la respuesta de afrontamiento que genere. Son varios los componentes emocionales que intervienen de manera desadaptativa. Un ejemplo claro es la frecuencia y aparición de la ansiedad, una de las manifestaciones más comunes en los tiempos modernos en los que la dinámica de la vida se hace cada vez más acelerada. La ansiedad tiene utilidad adaptativa, nos ayuda a prepararnos para afrontar algún tipo de peligro pero, en la vida moderna, es más común que sea desproporcionada y fuera de lugar. Por esta razón se ha convertido en un riesgo para la salud, si se presenta en forma crónica. La ansiedad influye, principalmente, en el desarrollo de enfermedades infecciosas como resfriados, gripes y herpes. Estamos constantemente expuestos a estos virus pero normalmente nuestro sistema inmunológico los combate, sin embargo, en presencia de la ansiedad las defensas fallan. Las diferencias en cuanto a la resistencia frente a enfermedades infecciosas se deben, en parte, a las tensiones de la vida. En la medida en que los niveles de ansiedad sean más elevados, mayor será la incidencia de males infecciosos.

La ansiedad también tiene un papel relevante en situaciones como las operaciones quirúrgicas. Los cirujanos plantean que las personas que están muy asustadas tienen problemas durante la operación, sufren hemorragias abundantes, infecciones y complicaciones y tardan más tiempo en recuperarse. La razón es evidente: el pánico y la ansiedad elevan la presión sanguínea y las venas dilatadas por la presión sangran más de forma más abundante al momento de la incisión, lo que es un hecho a destacar ya que la hemorragia excesiva es una de las complicaciones quirúrgicas más molestas y puede provocar la muerte (Goleman, 1996).

Otro término muy empleado en la relación entre emociones y salud es el de estrés. Este no es una causa directa de enfermedades sino que impide la recuperación porque baja las defensas del cuerpo y aumenta la sensibilidad de la persona a los problemas físicos que han existido anteriormente (Reeve, 1994).

Múltiples estudios clínicos han demostrado que la palabra más adecuada para describir la relación entre estrés y salud es impacto, pues los factores psicosociales no son causa de enfermedad sino que desempeñan un rol en la alteración de la susceptibilidad del paciente a las enfermedades (Rodríguez y Vega, 1998). Estudios han demostrado que estresores potenciales como: grandes cambios en la vida, situaciones vitales crónicas y pérdida del apoyo social, están relacionados con enfermedades cardiovasculares debido a que la secreción de hormonas durante el estrés parecen contribuir en este tipo de enfermedades, ya que incrementan la tendencia de coagulación de la sangre, (si un coágulo se aloja en la arteria coronaria es probable sufrir un ataque cardíaco), elevan los niveles de ácidos grasos libres y triglicéridos que obstruyen las arterias, y aumentan la presión arterial.

En cuanto al hecho de contraer enfermedades infecciosas como herpes o gripe, la influencia del estrés ha sido demostrada ya que debilita la acción del sistema inmunológico. Por otra parte, la relación entre estrés y cáncer parece estar en los efectos supresores del estrés en el sistema inmunológico. Si se deprimen las funciones inmunológicas, los organismos tienen menos capacidad para enfrentarse a los agentes cancerígenos.

Sin duda alguna existen factores desencadenantes y protectores del estrés. Entre los factores que determinan los efectos negativos del estrés encontramos: frecuencia, intensidad, duración, predisposición psicobiológica, patrón de estereotipia de la respuesta. Como factores protectores del estrés encontramos aquellas características personales o elementos del ambiente o la percepción que el individuo tiene de ellos, que disminuyen los efectos que el proceso de estrés puede tener sobre la salud.

Entre los factores protectores tenemos:
- Las redes de apoyo social efectivas, particularmente la familia y la pareja.

- Las fortalezas individuales que se caracterizan por ser rasgos personales adaptativos que incluyen un sentido de compromiso, de reto y un sentimiento de control sobre las propias circunstancias ante situaciones potencialmente amenazantes. Otros autores la denominan locus de control interno.

- El concepto de controlabilidad, la percepción que tiene el individuo del grado de control sobre las transacciones medioambientales y la posibilidad de ejercer ese control.

- El sentimiento de bienestar psicológico que se conceptualiza como defensor del individuo, por ejemplo el perfil de seguridad, las características de personalidad del sujeto, el sentido del humor, las experiencias y vivencias.
Estos factores elevan la tolerancia al estrés y disminuyen la vulnerabilidad del individuo y, por tanto, la probabilidad de presentar trastornos o enfermedades.

Es evidente que la prevención y control del estrés se logran mediante la identificación y la limitación de los factores que componen el perfil de riesgo, y mediante el fortalecimiento de los factores que conforman el perfil de seguridad. El estrés está muy vinculado al desarrollo de enfermedades de gran impacto social como las cardiovasculares y cerebrovasculares; de ahí la enorme importancia de la búsqueda de vías para su prevención sistemática.

En la prevención del estrés debe trabajarse en diferentes planos simultáneamente y es de extraordinario valor la acción educativa. Hay que considerar los factores del desarrollo, por ejemplo, es necesario evitar las conductas agresivas y la exposición a la violencia y el maltrato.

Una de las formas más acertadas de prevenir el estrés es teniendo experiencias de afrontamiento efectivo. El afrontamiento es un proceso que está constituido por un conjunto de estrategias dinámicas y cambiantes dirigidas a la búsqueda o restablecimiento del equilibrio, ya sea actuando sobre las causas, externas o internas, que provocan la tensión y el estrés en el sujeto.

Por esto, el afrontamiento al estrés se puede definir como: "Los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para mejorar las demandas específicas internas y/o externas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo".

Las categorías más utilizadas dentro de las estrategias de afrontamiento son el afrontamiento centrado en el problema y el afrontamiento centrado en la emoción.

En primer lugar, el afrontamiento centrado en el problema, se define como: Los esfuerzos dirigidos a actuar directamente sobre la fuente de origen del estrés, para modificarla o eliminarla y buscar una solución satisfactoria. Dentro de esta categoría, se encuentran estrategias tales como: La confrontación, la planificación, la búsqueda de información, el establecimiento de prioridades, etc. (Rodríguez, 1998).

Y, en segundo lugar, se encuentra el afrontamiento centrado en la emoción que hace referencia a aquellos esfuerzos dirigidos a regular los estados emocionales que están relacionados o son consecuencia de situaciones estresantes. En esta categoría se incluyen estrategias de evitación como la atención selectiva, el distanciamiento, la búsqueda de apoyo social, la negación, entre otras.

No es posible demarcar cual es la mejor estrategia o cual presenta más beneficios, ya que esto depende, en definitiva, del contexto y momento en que sea empleada; sin embargo, a la hora de evaluar la efectividad de una estrategia se ha de contemplar como la estrategia seleccionada ha cumplido con los objetivos establecidos, esto es, la medida en que ha servido para regular el malestar del individuo (afrontamiento centrado en la emoción) o bien para modificar o eliminar el problema o situación que está provocando dicho malestar (afrontamiento centrado en el problema). Si un individuo trata y domina un problema pero con un alto costo emocional, se debe considerar dudosa la eficacia del afrontamiento, al igual que sucederá si un individuo logra un gran dominio de sus emociones sin trascendencia en la fuente de sus problemas. En la medida en que los procesos de evaluación cognitiva y los de afrontamiento resulten ineficaces, aumenta la vulnerabilidad del individuo a la acción nociva del estrés y también su susceptibilidad a presentar diversos trastornos y enfermedades.

La prueba de los efectos médicos adversos de procesos emocionales como la ira, la ansiedad y el estrés es innegable. Pero, si la perturbación emocional crónica es nociva en sus múltiples formas, la variedad opuesta de emociones ¿puede resultar beneficiosa?

Muchos preconizan que la risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para enfrentar la enfermedad y el malestar. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a nuestros problemas; la risa, por otra parte, brinda una liberación física de las tensiones acumuladas y, por tanto, se espera que todo aquello que logre mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López, 1999).

El Dr. Labott estudió el impacto químico de la risa y el llanto, observando que el estímulo humorístico mejora la inmunidad. Para el neurólogo Lee Berk, la risa, hace disminuir la concentración de cortisol -una de las hormonas causantes del estrés en el organismo, lo que a su vez potencia una mayor actividad entre los linfocitos, los responsables de lograr una buena respuesta inmunológica. Arthur Stone observó el aumento de la inmunoglobulina A en las mucosas y saliva con el humor y la risa, la producción de dopamina, serotonina, adrenalina y la gamma interferón.

Dentro del sistema inmunológico, el efecto del humor y la risa tiene dos procesos:
- Estímulo sobre el cuerpo

- Relajación posterior y su consecuente sensación de placer y goce
Varias investigaciones indican que las emociones positivas pueden resultar beneficiosas hasta cierto grado. Así como las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades sin que esto signifique que sean las únicas causantes, las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.

El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. Los sujetos que manifiestan sentirse esperanzados son más capaces de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas. En cuanto al optimismo, hay diversas explicaciones, una teoría propone que el pesimismo conduce a la depresión, que a su vez interfiere en el sistema inmunológico, con la consiguiente vulnerabilidad a las enfermedades; el optimismo haría lo contrario. Otra explicación indica que, quizá, los pesimistas descuidan su propia persona; algunos estudios han descubierto que los pesimistas fuman y beben más, hacen menos ejercicio que los optimistas y son, en general, más descuidados con su salud. Podría resultar que la fisiología del optimismo es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo contra la enfermedad (Goleman, 1996).

Sin duda alguna siempre ha sido destacable, para todas las ciencias que estudian al se humano, la búsqueda del completo bienestar, el cual es una experiencia humana vinculada al presente, pero también con proyección al futuro.

Es en este sentido que el bienestar surge del balance entre las expectativas (proyección de futuro) y los logros (valoración del presente), lo que muchos autores llaman satisfacción, en las áreas de mayor interés para el ser humano y que son el trabajo, la familia, la salud, las condiciones materiales de vida, las relaciones interpersonales y las relaciones sexuales y afectivas con la pareja. Esa satisfacción con la vida surge como punto de partida de una transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, donde se incluyen las condiciones objetivas, materiales y sociales que brindan al hombre determinadas oportunidades para la realización personal.

El estudio del bienestar humano es, sin duda, un tema complejo y sobre el cual los científicos sociales no logran un consenso. La falta de acuerdo en su delimitación conceptual se debe, entre otras razones, a la complejidad de su estudio, determinada en mucho por su carácter temporal, su naturaleza plurideterminada donde intervienen factores objetivos y subjetivos. En torno al bienestar humano existe una diversidad de enfoques, lo que no ha permitido aún llegar a un consenso en cuanto a su conceptualización y medición.

Uno de los componentes fundamentales del bienestar es la satisfacción personal con la vida. Esa satisfacción surge de una transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, con sus elementos actuales e históricos, donde se incluyen las condiciones objetivas materiales y sociales que brindan al hombre determinadas oportunidades para la realización personal.

Es allí donde debe entrar la psicología con todo ese engranaje que logra al penetrar ese mundo subjetivo que poseen los seres humanos desde su individualidad, y su inherente objetividad dado el entorno ambiental en que se desenvuelve.

Por otra parte, el desarrollo evidenciado por el concepto de salud en las últimas décadas y la realización de innumerables investigaciones clínico-epidemiológicas han demostrado el vínculo de la salud con un conjunto de factores que trascienden lo biológico. Uno de los aspectos de vital importancia en la relación entre emociones y salud es el estudio de la denominada inteligencia emocional que se define como "la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propio" (López, 1999). Desde esta perspectiva se pueden constatar dos aristas. La primera muestra la inteligencia como la habilidad de comprender ideas de diferente índole y así hacer un uso efectivo de la reflexión; mientras que en lo que respecta a la otra arista, el concepto de emociones alude a las reacciones psicofisiológicas con una perspectiva adaptativa como aquellas que implican peligro, daño, novedad, etc.

Mayer, Salovey y Caruso (2004) plantean un modelo de Inteligencia Emocional que posee 4 características:
1. Habilidad para percibir las emociones propias y de los demás.

2. Habilidad para utilizar las emociones con el fin de facilitar la toma de decisiones

3. Habilidad para conocer las emociones.

4. Habilidad para regular las emociones propias y de los demás.
Una vez conocido en que consiste dicho concepto y haber abordado elementos básicos del mismo, es de destacar la relación de la inteligencia emocional con mecanismos patógenos. Cuanto más elevada sea la misma mayor será la capacidad para realizar comportamientos adaptativos orientados hacia tareas y, consecuentemente, mejor la percepción sobre la calidad de vida y la sintomatología depresiva.

Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz (2005) concluyeron que la Inteligencia Emocional predecía el ajuste psicológico; un concepto básico para entender cómo variables disposicionales se relacionan con el estrés, el afrontamiento y la adaptación. Las personas que tienen una alta atención a sus emociones acompañada de niveles elevados de claridad y reparación emocional, poseen un mayor procesamiento emocional de la información. Sin embargo, cuando no se mantiene una alta atención de las emociones, en equilibrio con unos adecuados niveles de claridad o reparación, aparecen pensamientos rumiativos y estados emocionales negativos relacionados con la depresión.

Conclusiones

Una vez realizada la búsqueda y el análisis teórico sobre la temática tratada, se pueden proveer las siguientes conclusiones:
- El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula en, mayor o menor medida, el sistema inmunitario, por lo que los factores psicológicos pueden afectar este sistema por medio del cerebro.

- Los procesos psicológicos de tipo emocionales, influyen en la salud psicoorgánica, tanto las emociones positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés influyen en la salud.

- Las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza al equilibrio físico o psicológico, actúan con el propósito de reestructurarlo, ejerciendo así un papel adaptativo. En algunos casos, las emociones, influyen en el desarrollo de enfermedades.

- La risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para enfrentarse a la enfermedad. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a nuestros problemas. La risa brinda una liberación física de las tensiones acumuladas y por tanto se espera que todo aquello mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente.

- El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. La gente que se manifiesta esperanzada es más capaz de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas. El espíritu optimista es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo contra diferentes enfermedades.

- La prueba de los efectos médicos adversos de la ira, la ansiedad y el estrés es innegable. Tanto la ira como la ansiedad, en sus formas crónicas, pueden hacer que la gente sea más propensa a una serie de enfermedades.

- Las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades, pero no las causan. Las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.
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Referencias
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