Hamza Ali Al-Khateeb era un niño de 13 años con la cara más bien redonda, los mofletes abultados y el flequillo acercándose a las cejas. Cursaba Séptimo en la ciudad siria de Al Jeezah, y le consideraban un niño muy generoso, entre otras cosas porque a menudo le pedía dinero a sus padres para dárselo a los pobres. Con frecuencia se deleitaba observando las palomas mensajeras que cruzaban el cielo sobre su casa.

hamza siria
© Desconocido¿Qué clase de sujeto puede torturar y matar a un niño de 13 años? La respuesta es simple: un psicópata
Hamza acudió junto a su familia a una protesta contra el régimen de Bachar el Asad el 29 de abril. La represión de las fuerzas policiales y militares y el miedo de la multitud provocaron el caos en la concentración, y el niño se separó de sus padres.

La temible Fuerza Aérea de Inteligencia, que conserva una reputación de brutalidad difícilmente igualable en el mundo, detuvo a 51 manifestantes, entre ellos a Hamza.

Esta semana, un mes después de la detención, devolvieron el cuerpo a la familia. Tenía la mandíbula y las rodillas destrozadas, numerosas marcas de quemaduras con cigarrillos y le habían cortado el pene. Además, tenía signos evidentes de haber recibido latigazos con un cable y electroshocks. Por último, el cuerpo contaba con tres disparos de balas de gran calibre, unas especiales que explotan en el cuerpo una vez que lo penetran.

¿Cómo es posible que esto haya sucedido? ¿Qué guardan los militares sirios en sus cerebros, si es que tienen, que no solo les invita a matar a sus compatriotas de forma arbitraria - van 887 desde que comenzaron las protestas- sino que además les permite torturar a niños?

Es difícil saberlo aunque, para cerebros enfermos, el de Ratko Mladic. Pero no por el aparente cáncer linfático que dice que padece, sino por su largo historial de funestos servicios. Acusado de genocidio por la matanza de Srebrenica, y de crímenes de guerra y contra la Humanidad por el cerco a Sarajevo y la limpieza étnica en Bosnia, el general serbo-bosnio, capturado esta semana después de demasiados años prófugo, será juzgado por el Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia.

Mladic, responsable de la mayor matanza de seres humanos después de la Segunda Guerra Mundial, no reconoce haber hecho otra cosa que defender a su país. Pero su país, por fin, se ha librado de él y, al mismo tiempo de su mayor hándicap para ingresar, como pretende, en la Unión Europea.

Asombra que en este mundo puedas ser un héroe, como Mohammed Bouazizi, que el 17 de diciembre se quemó a lo bonzo en Túnez incendiando, a la vez, el norte de África y provocando la primavera árabe, o un genocida como Radovan Karadzic, el arquitecto político de las atrocidades serbias en la guerra de los Balcanes y cómplice, desde el mundo civil, de Mladic.

Resulta sorprendente que puedas sufrir un destino tan injusto y cruento como el que ha vivido Jaled Said, el joven bloguero a quien la Polícia secreta egipcia sacó a empujones de un cibercafé en Alejandría, para después, en la calle, matarlo a golpes; o puedes, en vez de sufrir la represión policial, ejercerla tan cruelmente como hace el presidente yemení Ali Abdulá Saleh.

Puedes tener la valentía de Iman al-Obeidi, la joven libia que, violada durante dos días por los militares de Gadafi como castigo por haber nacido en el bastión de los insurgentes, tuvo el arrojo de denunciarlo al mundo, o puedes dirigir a tu ejército contra los manifestantes, como hace el rey Hamad ibn Isa Al Khalifah en Bahrein.

Mientras Europa y Estados Unidos se plantean qué objetivos bombardear, -Trípoli sí, Damasco no-, y a qué rebeldes apoyar - a los libios sí, a los yemeníes y a los sirios no-, los que tienen la escasa fortuna de vivir esta parte de la Historia en primera línea deciden cada día si prefieren venerar a Hamza, el nuevo símbolo de los sirios en su lucha por las libertades y la democracia, o secundar -como han hecho miles de serbios estos días- a militares como Mladic, el carnicero de Srebrenica.

La apasionante primavera árabe, el gran motor de los trascendentales cambios que están modificando el mapa político del norte de África y de Oriente Medio, continúa con cientos de miles de ciudadanos enfrentándose a los tiranos que les gobiernan sin que lo hayan pedido. La muerte de Hamza, como antes la de Jaled Said y la de Bouazizi, no hace otra cosa que espolear la lucha de los defensores de la liberación desde su nueva posición de inquebrantables seguidores de un nuevo mártir, para que su sacrificio no se diluya en vano frente a las armas de los militares y la extrema crueldad de quienes los mandan.

La sanguinaria y tristísima guerra de los Balcanes cierra una de sus páginas más infaustas con la captura del hombre que ordenó masacrar, en el oscuro julio del año 95 y en una zona considerada segura por la ONU, a 8.000 bosnios.

El multitudinario asesinato de los varones de Srebrenica hace 16 años representó una de las atrocidades que menos esperanza dejaron en la condición humana en tiempos modernos; la saña que con la que los militares sirios se emplearon contra los trece años de Hamza recuerda aquella miserable actitud. Solo una legión de Bouazizis y Saides, muchos de ellos en silencio, muchos anónimos, permiten mantener la confianza en el futuro del ser humano.