Traducido por el equipo de SOTT.net

Faltan opiniones y debates públicos sobre el llamamiento de Kamala Harris a controlar los precios de los alimentos y los alquileres, la propuesta política más sorprendente y aterradora que se ha hecho en mi vida.
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Inmediatamente, por supuesto, la gente responderá que ella no está a favor del control de precios como tal. Se trata sólo de limitar la "estafa" (que ella denomina "estofa") en los precios de los comestibles. En cuanto a los alquileres, es sólo para las grandes empresas con muchas unidades.

Esto no tiene sentido. Si realmente hay una policía nacional de precios abusivos, todos los vendedores de comestibles, desde las pequeñas tiendas hasta los mercados de agricultores y las cadenas de tiendas, serán vulnerables. Nadie quiere que se investigue, por lo que se atendrán a los controles de facto. Nadie sabe a ciencia cierta qué es la estafa.

Don Boudreaux tiene razón:
"Un gobierno que amenaza con castigar a los comerciantes por vender a precios nominales superiores a los que el gobierno considera apropiados tiene claramente la intención de controlar los precios. No es de extrañar, por tanto, que los economistas analicen habitualmente las prohibiciones contra el llamado 'precio estafa' utilizando exactamente las mismas herramientas que emplean para analizar otras formas de control de precios".
En cuanto a las unidades de alquiler, el único resultado será menos comodidades, nuevos cargos, nuevas tasas por lo que antes era gratis, menos servicios y un incentivo drásticamente reducido para construir nuevas unidades. Esto sólo servirá de pretexto para que se concedan más subvenciones, más viviendas de protección oficial y más prestaciones públicas en general. Tenemos experiencia con eso y no es bueno.

El siguiente paso será nacionalizar la vivienda y racionar los alimentos, porque cada vez habrá menos disponibles.

Cuanto más favorezcan las apuestas a Kamala, mayor será el incentivo para subir los precios todo lo posible ahora en previsión de los controles de precios del próximo año. Eso proporcionará aún más pruebas aparentes de la necesidad de más controles y una verdadera represión.

Los controles de precios provocan escasez de todo lo que tocan, especialmente en épocas inflacionistas. Con la Reserva Federal aparentemente a punto de recortar los tipos sin ninguna buena razón (los tipos son muy bajos en términos reales según cualquier estándar histórico) podríamos ver la segunda oleada de inflación a finales del próximo año.

He aquí los tipos de interés reales considerados históricamente en su estado actual. ¿Consideras que hay motivos para bajarlos?
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La próxima vez, sin embargo, los comerciantes no estarán en condiciones de responder racionalmente. En su lugar, se enfrentarán a fiscales y a controladores federales de precios.

Kamala se equivoca al afirmar que esta será la "primera" prohibición de la especulación de los precios. Tuvimos eso en la Segunda Guerra Mundial, junto con vales de racionamiento de carne, grasas animales, azúcar, harina, papel de aluminio, café y más. Era una época de austeridad extrema, y la gente lo soportaba porque creía que así se ahorraban recursos para el esfuerzo bélico. Se aplicó de la misma manera que vimos con los confinamientos: una enorme red de instituciones estatales y locales, medios de comunicación y fanáticos privados dispuestos a delatar a los rebeldes.

Franklin Roosevelt promulgó la Orden Ejecutiva 8875 el 28 de agosto de 1941. Reclamaba amplios poderes para gestionar toda la producción y el consumo en EE.UU. El 30 de enero de 1942, la Ley de Control de Precios de Emergencia otorgó a la Oficina de Administración de Precios (OPA) la autoridad para fijar límites de precios y racionar alimentos y otros productos básicos. Se fueron añadiendo productos a medida que se intensificaba la escasez.
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Y sí, todo esto se aplicaba con dureza.
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En caso de que estés haciendo las cuentas, eso es una multa de 200.000 dólares de hoy por incumplimiento. En otras palabras, esto era muy serio y altamente coercitivo.

Pero la tecnología limitaba su cumplimiento y los mercados negros surgían por doquier. Los llamados meatleggers (vendedores de carne en el mercado negro) fueron los más famosos y demonizados por la propaganda gubernamental.


En una nación con más agricultura en proximidad demográfica, la gente dependía de los granjeros locales y de diversos métodos de trueque de bienes y servicios.

Pasaron los años y, de algún modo, la gente salió adelante, pero la producción para fines civiles llegó casi a paralizarse. El PIB de la época parecía que crecía, pero la realidad era una continuación e intensificación de la Gran Depresión que había comenzado más de una década antes.

Ahora vive menos gente que recuerde aquellos días, pero he conocido a algunos. Adoptaron hábitos de conservación extrema. Una vez tuve una vecina que no soportaba tirar moldes para tartas de papel de aluminio porque había vivido el racionamiento. Cuando murió, sus hijos descubrieron su vasta colección y se quedaron de piedra. No estaba loca, sólo traumatizada.

¿Cómo ocurriría algo así hoy en día? Fíjate en el programa SNAP, el nuevo nombre de los cupones de alimentos. Para quienes cumplen los requisitos, el dinero va a una cuenta especial gestionada por el gobierno federal. El beneficiario recibe una tarjeta EBT (Transferencia Electrónica de Beneficios), que se utiliza como una tarjeta de crédito en tiendas. Cuesta a los contribuyentes unos 114.000 millones de dólares al año y supone una enorme subvención a la grandes agricultoras, razón por la cual el programa es administrado por el Ministerio de Agricultura.

La transición de ese programa a la población general no sería difícil. Sería una simple cuestión de ampliar la elegibilidad. A medida que aumentara la escasez, también lo haría el programa hasta que toda la población estuviera en él y fuera obligatorio. También podría convertirse en una aplicación móvil en lugar de un trozo de plástico como medida de prevención del fraude. Con todo el mundo con teléfonos móviles, esto sería un paso fácil.

¿Y dónde se podría gastar el dinero? Sólo en los establecimientos participantes. ¿Podrían las instituciones no participantes vender alimentos, por ejemplo, en cooperativas agrícolas locales? Tal vez al principio, pero eso será antes de que lleguen las campañas de demonización de los medios de comunicación para denunciar a los ricos que comen más de lo que les corresponde y a los vendedores que se aprovechan de la emergencia nacional.

Puedes ver cómo se despliega todo esto y nada es inverosímil. Hace sólo unos años, los gobiernos de todo el país cancelaban las reuniones por fiestas religiosas, limitaban el número de personas que podían reunirse en las casas y prohibían las bodas y los funerales públicos. Si pueden hacer eso, pueden hacer cualquier cosa, incluido el racionamiento de todos los alimentos.

El programa que Harris ha propuesto no es como otros asuntos en los que ha dado bandazos. Va en serio y lo repite. Habló de ello incluso durante el debate con Trump, pero no hubo seguimiento ni crítica del plan ofrecido. Un plan tan descabellado tampoco requiere una legislación y una votación en el Congreso. Podría venir en forma de orden ejecutiva. Sí, sería puesto a prueba por el Tribunal Supremo pero, si la historia reciente se mantiene, el programa estaría mucho tiempo en vigor antes de que el Tribunal se pronunciara. Tampoco está claro cómo se pronunciaría.

En 1942, el Tribunal Supremo juzgó el caso de Albert Yakus, un vendedor de carne de Boston que fue procesado penalmente por violar el límite máximo de precios al por mayor de la carne de vacuno. En Yakus contra Estados Unidos, el Tribunal Supremo falló a favor del gobierno y en contra del delincuente vendedor de carne. Ese es el precedente existente.

Tampoco es necesario que todo esto se desarrolle inmediatamente después de la toma de posesión. Puede suceder a medida que las cosas empeoren tras los edictos contra la especulación y cuando empeore la inflación. Al fin y al cabo, una presidencia que crea en la planificación central y en la austeridad económica forzosa duraría cuatro años enteros, y la coerción podría crecer mes tras mes hasta que al final hayamos impuesto la privación de forma generalizada, y nadie recuerde lo que era comprar comestibles a precios de mercado con su propio dinero.

Ojalá pudiera decir que se trata de una advertencia descabellada y alarmista. Pero no lo es. Es un escenario muy realista basado en repetidas declaraciones y promesas más la historia reciente de la gestión gubernamental de la población. Es probable que se avecine otra oleada de inflación. Esta vez se encontrará con la promesa de utilizar todo el poder coercitivo del gobierno para evitar aumentos en los precios de los comestibles y los alquileres.

¿Y si los votantes lo entendieran? ¿Qué pasaría entonces?

Ten en cuenta el principal legado de los años de covid: los gobiernos aprendieron la plenitud de lo que podían hacer en las circunstancias adecuadas. Es la peor lección posible, pero es la que se ha quedado. Las implicaciones para el futuro son sombrías.
Jeffrey Tucker es fundador, autor y presidente del Brownstone Institute. También es columnista de economía del Epoch Times, autor de 10 libros, entre ellos Life After Lockdown (La vida tras el confinamiento), y de miles de artículos en la prensa académica y popular. Pronuncia numerosas conferencias sobre economía, tecnología, filosofía social y cultura.