Traducido por el equipo de SOTT.netSegúnDavid Betz, catedrático de Guerra en el Mundo Moderno del King's College de Londres, en Gran Bretaña se dan hoy muchas de las condiciones previas para una guerra civil.

© UnknownDisturbios en Southport, Gran Bretaña
A partir de estudios académicos sobre la cohesión social, la teoría de la causalidad de la guerra civil y encuestas sobre actitudes sociales, sostiene que
se dan las siguientes condiciones previas: extralimitación de las élites, polarización entre facciones, hundimiento de la confianza, presiones económicas y la percepción de una degradación de la población mayoritaria en una sociedad antes homogénea, todo ello presente en la Gran Bretaña contemporánea.
La dinámica actual, prosigue, apunta a un
conflicto emergente entre facciones radicalizadas dentro de la comunidad musulmana y un incipiente nacionalismo blanco nativista. El profesor Betz continúa afirmando (utilizando el modelo maoísta que divide las insurgencias en tres fases) que
los nativistas se encuentran en la fase uno, la llamada fase defensiva en la que el grupo comienza a organizarse, difundir propaganda y construir una comunidad consciente de seguidores.
Los islamistas, por su parte, se encuentran en la fase dos, cuando se producen ataques violentos de forma semirregular, se está desarrollando una estructura militar, pero aún no son lo bastante fuertes como para desafiar el monopolio de la violencia por parte del Estado. (El profesor Betz cree que, debido a la ausencia de divisiones geográficas claras entre los antagonistas, es improbable que Gran Bretaña alcance la fase tres: la fase ofensiva. Es entonces cuando los grupos insurgentes son lo suficientemente fuertes como para desafiar a las fuerzas gubernamentales).
Es una tesis llamativa y preocupante. También es convincente. Es innegable que en la Gran Bretaña moderna se dan las condiciones previas antes descritas.
Por ejemplo, se ha producido un colapso de la confianza pública en el Estado. El
41º informe de la Encuesta Británica de Actitudes Sociales (BSA), publicado el 12 de junio de 2024, concluyó
"que la confianza de la gente en los gobiernos y los políticos, así como en sus sistemas de gobierno, es tan baja ahora como nunca lo ha sido en los últimos 50 años, si no más baja". De hecho, un máximo histórico del 45% "casi nunca" confía en los gobiernos de ningún signo (22 puntos por encima de la cifra registrada en 2020); el 58% (otro máximo histórico) "casi nunca" confía en que los políticos digan la verdad cuando están en apuros, 19 puntos más que en 2020; y un sorprendente 79% de los encuestados dijo que el sistema de gobierno de Gran Bretaña podría mejorarse "bastante" o "mucho", igualando un máximo histórico registrado durante el estancamiento parlamentario sobre el Brexit en 2019 y 18 puntos más que en 2020.
El profesor John Curtice, investigador principal del Centro Nacional de Investigación Social, organización que llevó a cabo la encuesta de la BSA, afirma: "El Gobierno... tendrá... que responder a las preocupaciones de un público que duda como nunca de la fiabilidad y eficacia del sistema de gobierno del país". Como advierten los profesores Curtice y Betz, la confianza pública en los gobiernos de todo tipo se ha derrumbado y, con ella, la confianza en el sistema de gobierno que tradicionalmente hemos sacralizado y animado a otros a adoptar. Que esta tendencia, si no se controla, podría hacer añicos un contrato social ya frágil es una afirmación de lo obvio.
La confianza en el Estado une a los grupos dispares de una sociedad multicultural, actuando como lo que el profesor Betz denomina
una especie de "superpegamento". Sin ella, los grupos se fracturan y se repliegan en silos caracterizados por la sospecha mutua y la animosidad.Aunque el informe de la BSA arroja un rayo de luz, ofreciendo la posibilidad de un resurgimiento de la confianza (como el que se vio en 2020 después de que los tejemanejes parlamentarios sobre el Brexit quedaran finalmente zanjados por la victoria electoral de Boris Johnson),
las señales son poco propicias. El resurgimiento post-Johnson fue efímero, erosionado por más "extralimitaciones de las élites" al impulsar la inmigración en contra de los deseos del electorado.
Lo que se conoció como la "ola Boris" fue el último acto de traición a un pueblo oprimido que se tambaleaba tras una década de promesas incumplidas.De hecho, la arrogancia de las élites ha erosionado la confianza pública, y esa arrogancia no tiene visos de remitir.
Las élites políticas no sólo imponen la inmigración masiva a una población reacia, sino que ahora discriminan activamente a la mayoría blanca. Las prácticas de contratación de nuestros servicios públicos son un ejemplo de ello. En el verano de 2023, un
informe descubrió que la Real Fuerza Aérea estaba discriminando ilegalmente a los hombres blancos en una campaña destinada a impulsar la diversidad; la Policía de West Yorkshire
impuso recientemente un bloqueo temporal a la contratación de candidatos británicos blancos por la misma razón. Además, un reciente artículo del
Telegraph revelaba que los consorcios del NHS discriminan a los candidatos blancos manipulando las listas de preselección para favorecer a las minorías étnicas. Nuestro irreprochable servicio sanitario fomenta lo que se conoce como
la "regla Rooney", una política originaria del fútbol americano que
obliga a las minorías étnicas a ser preseleccionadas para las entrevistas si presentan su candidatura.
Además,
el espectáculo tóxico de la policía de dos niveles es obvio para todos, excepto para los progresistas más acérrimos. El contraste entre la respuesta intransigente de la policía a los alborotadores blancos de Southport (en la que utilizaron acertadamente porras y escudos contra los agresores) y su reacción pusilánime ante los alborotadores romaníes de Harehills (en la que huyeron a pesar de que se había incendiado un autobús) fue
crudamente demostrativo de un sistema que ya no trata a sus ciudadanos como iguales a los ojos de la ley.
Sir Keir Starmer hincó la rodilla tras las violentas protestas de Black Lives Matter (BLM); presionó a los jueces para que impusieran penas privativas de libertad a las madres que publicaron tuits injuriosos durante los disturbios de Southport.Las
directrices publicadas por el
Consejo Nacional de Jefes de Policía (NPCC) y el Colegio de Policías ponen de manifiesto descaradamente el actual enfoque de dos niveles.
Dice que debe haber "igualdad de resultados policiales", lo que significa que
para garantizar la "equidad racial" no todos deben recibir el mismo trato. Aparentemente, la actuación policial no debe ser "daltónica". Así pues, la justificación del racismo contra los blancos está escrita en negro sobre blanco, con perdón por el juego de palabras. No es de extrañar que la policía ataque a los aficionados al fútbol blancos que intentan proteger el Cenotafio mientras apacigua a los islamofascistas que desean desfigurarlo. No es de extrañar que toleren bandas de musulmanes merodeadores en Birmingham mientras despliegan batallones blindados para hacer frente a sus homólogos blancos.
La población nativa blanca está inmersa en un programa impulsado por las élites para degradar su estatus en Reino Unido, un fenómeno que el profesor Betz cita como
condición previa para la guerra civil. Es evidente que esto podría provocar una reacción violenta de los que están siendo degradados.
Gran Bretaña ya se enfrenta a la
polarización de algunas de sus comunidades. El año pasado, cuatro diputados independientes fueron elegidos por su
preocupación religiosa por la guerra entre Israel y Hamás. Además, según cifras del gobierno,
Reino Unido tiene aproximadamente 40.000 islamistas en la lista de vigilancia terrorista. La violencia intercomunitaria también ha
tenido lugar en las calles de Birmingham entre
hindúes y musulmanes, así como en las calles de Londres
entre eritreos y etíopes. Si a esto se añaden las presiones económicas (el estancamiento económico desde 2008, una aguda escasez de vivienda, unos impuestos históricamente elevados, el endeudamiento privado y público y unos servicios públicos en quiebra) y una mayoría blanca resentida (Southport fue testigo de las incipientes convulsiones de una población autóctona que se siente claramente asediada),
un cóctel embriagador y explosivo amenaza con incendiar el país.
El profesor Betz tiene razón. Las condiciones previas para una guerra civil existen.
Años de las élites de extralimitación han provocado resentimiento y un alarmante colapso de la confianza en nuestros políticos, instituciones y sistema político, además de la creciente polarización de nuestras cada vez más numerosas comunidades de inmigrantes, comunidades que se encuentran, junto con la mayoría nativa,
en el ojo de una tormenta que se avecina. ¡Nuestras élites deben despertar antes de que sea demasiado tarde!
Comentario: Imperturbable fue ayer. Hoy es demasiado tarde.