Traducido por el equipo de SOTT.net en español
Comúnmente se acepta que, después de 70 años de dictadura comunista, la transición rusa de los años 90 tendría que ser inevitablemente un tremendo choque. Se trata de otro conveniente concepto erróneo que a los intelectuales occidentales les gusta asumir. El presente artículo pretende disipar esta noción y enderezar la historia. Es un extracto del capítulo 3 de mi libro, Grand Deception: the Truth About Bill Browder, the Magnitsky Act, and Anti-Russia Sanctions ("El gran engaño: La verdad sobre Bill Browder, la Ley Magnitsky y las sanciones contra Rusia"). La primera edición del libro fue prohibida el verano pasado.

Éste es último artículo en una serie de seis, sobre la transición rusa del comunismo al capitalismo durante la década de 1990. Aquí puede encontrar los enlaces a los artículos anteriores: introducción, parte 1, parte 2, parte 3, parte 4 y parte 5.
"Los estadounidenses, que pensaban que su dinero estaba ayudando a una tierra afectada, han sido deshonrados; y el pueblo ruso, que confió en nosotros, ahora está endeudado el doble de lo que estaba en 1991 y se siente traicionado con toda la razón".

¬ Reportera Anne Williamson ante el Comité de Banca y Servicios Financieros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, 21 de septiembre de 1999.
bush yeltsin harvard
¿Había una mejor manera de que Rusia pasara del comunismo al capitalismo? ¿Fue inevitable su experiencia traumática bajo el régimen de Yeltsin, o el daño fue infligido intencionalmente? Hasta el día de hoy, muchos intelectuales occidentales sostienen que la transición no podría haber sido de otra manera, argumentando que Rusia había emergido de 70 años bajo el dominio comunista con una economía controlada por el Estado, la propiedad privada proscrita y una cultura empresarial inexistente. El cambio entre dos sistemas económicos drásticamente diferentes, junto con el proyecto de privatización más complejo que jamás se haya emprendido, nunca habría podido llevarse a cabo sin contratiempos. Por lo general, se supone que los propios rusos ignoraban el funcionamiento de los mercados libres y no estaban preparados para los desafíos de la transición. Sin embargo, esto simplemente no es cierto.

Mucho antes de que la Unión Soviética comenzara a deshacerse, la mayoría de sus ciudadanos pensantes tenían claro que su sistema zozobraría a menos que cambiara drásticamente.

En las repúblicas de la antigua Yugoslavia (que tenían un sistema similar al de la URSS) ya a mediados de los años ochenta la mayoría de la gente entendía que nuestro sistema era insostenible y que la única alternativa viable era una economía de mercado capitalista basada en la propiedad privada. Como en Rusia, pocos favorecían el neoliberalismo monetario angloamericano; el modelo preferido era una economía capitalista con un Estado social, siguiendo el modelo sueco. Lo llamábamos "socialismo con rostro humano", el mismo término que a menudo se invocaba en Rusia antes de la transición.

En Rusia, muchos economistas se dedicaron durante casi veinte años a estudiar la mecánica de la economía de mercado capitalista en previsión de los cambios venideros. La escuela de pensamiento que fue particularmente popular entre ellos fue la del economista suizo Wilhelm von Roepke y su discípulo Ludwig Erhard, el padre del milagro económico alemán de la posguerra.1 Desafortunadamente, cuando los asesores de Harvard llegaron a Moscú y comenzaron a reclutar a los rusos con los que trabajarían, ignoraron a estos economistas doctos y bien preparados. Una de ellas fue Larisa Piasheva, a quien el alcalde de Moscú, Gavril Popov, encargó el proyecto de diseñar e implementar la privatización de los activos de Moscú.

En su testimonio ante la Comisión de Servicios Bancarios y Financieros del Congreso, la periodista Anne Willamson describió el programa de Piasheva como "una intrépida y rápida incursión en el mercado que habría distribuido de forma generalizada la propiedad entre las muchas manos interesadas de Rusia". Willamson añadió:
"Cuando la administración dice que no tuvo otra opción que confiar en los malos agentes que seleccionó para la generosidad estadounidense, el Congreso debería recordar a Larisa Piasheva. Cuán diferente podría haber sido la Rusia de hoy en día si la administración Bush y los muchos asesores occidentales tan sólo hubieran ... elegido promover la visión de la Sra. Piasheva de un rápido desembolso de bienes al pueblo en lugar de a los "hijos de oro" de la nomenklatura soviética".2
De hecho, las nacientes fuerzas democráticas rusas se esforzaron por efectuar una transferencia más equitativa de las propiedades estatales a los ciudadanos rusos. En 1992, sobre la base de los programas de privatización que Piasheva y otros habían desarrollado, el Congreso de los Diputados del Pueblo aprobó un plan que estaba estructurado para prevenir la corrupción.3 Sin embargo, en ese momento, Boris Yeltsin ya se había asegurado el privilegio de gestionar la privatización por decreto y muchos de sus decretos fueron redactados por la propia camarilla de funcionarios del gabinete, sus asesores estadounidenses y oligarcas cuidadosamente seleccionados, que eran los principales beneficiarios del proceso. Cualquier acción de los legisladores rusos que obstruyera el saqueo de los oligarcas tenía pocas posibilidades de concretarse. Pero el saqueo de la riqueza del país no era su único objetivo; desmembrar a Rusia, destruir sus instituciones e infligir daño a su población constituían una parte integral de ese proyecto. El patrón de conducta de los reformadores en numerosos temas importantes favoreció consistentemente las medidas destructivas y perjudiciales sobre aquellas que podrían haber mejorado las condiciones en el país.

Para empezar, estaba el problema del calendario de la privatización. Si los reformadores tenían alguna intención de llevar a cabo una privatización justa y equitativa, deberían haberla completado antes de la abolición de los controles de precios. En su libro, The Tragedy of Russia's Reforms ("La tragedia de las reformas rusas"), Peter Reddaway y Dmitri Glinski señalan:
"La clase media soviética utilizó las décadas de 1960 y 1970, relativamente prósperas y estables, para acumular una cantidad considerable de ahorros personales en las cuentas bancarias del gobierno. En la era Gorbachov, cuando la desnacionalización y la desregulación de la economía entraron en la agenda, estos ahorros de la clase media estaban en condiciones de canalizarse hacia la inversión productiva en la industria, que en un marco más amplio de políticas de reforma razonables podría haber conducido a un crecimiento sostenible y generado internamente a semejanza del milagro japonés de la posguerra".4
Sin embargo, los rusos se vieron privados de la oportunidad de utilizar sus ahorros: la repentina liberalización de los precios desencadenó una hiperinflación que destruyó rápidamente su poder adquisitivo. Ésta fue la solución elegante de los reformadores para asegurarse de que los rusos no pudieran reclamar su parte de la riqueza de la nación. La insistencia del FMI en la abolición de las subvenciones a los precios de la energía, al tiempo que se reducía drásticamente la cantidad de moneda en circulación, destruyó previsiblemente la producción de alimentos de Rusia. La dependencia de la ayuda alimentaria extranjera facilitó la complacencia de Rusia y sus funcionarios al dictado occidental.

Las instituciones occidentales podrían haber aliviado fácilmente el sufrimiento de los rusos en 1993, cuando estalló una grave crisis sanitaria. Jeffrey Sachs informa que se reunió con el jefe de la Misión de Salud del Banco Mundial en ese momento, expresamente para abordar el sombrío estado de la atención médica y los servicios sociales en Rusia y para instar al Banco Mundial a tomar medidas. Para su consternación, descubrió "que el Banco Mundial planeaba tomarse su tiempo para llevar ayuda a Rusia, ya que aparentemente había una necesidad de que el banco estudiara la situación durante algunos años primero".5 Por lo tanto, el Banco Mundial retuvo intencionalmente una ayuda que estaba muy por debajo de sus posibilidades, contribuyendo al sufrimiento innecesario y a la muerte de millones de rusos comunes y corrientes.

Las reflexiones intelectuales del historiador de Harvard Richard Pipes muestran el pensamiento depravado de algunos de los asesores occidentales de Rusia. A su juicio, era "deseable que Rusia siguiera desintegrándose hasta que sus estructuras institucionales dejaran de existir". Esa misma Harvard, que mantenía a gente como Richard Pipes en su nómina, también había aceptado desde 1987 la financiación de la CIA para su programa de inteligencia y política en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy.7

La misma Harvard que aconsejó al gobierno ruso acerca de la terapia de choque y la privatización también puso a sus empleados Andrei Schleifer y Jonathan Hay a cargo del Instituto de Desarrollo Internacional de Harvard (HIID, por sus siglas en inglés) para que desembolsaran más de 300 millones de dólares de fondos de la USAID entre sus compinches en Rusia.8 Cuando Schleifer y Hay fueron declarados culpables de fraude y corrupción flagrante, Harvard no se distanció de estos dos criminales, respaldando a Schleifer a lo largo de nueve años de procedimientos legales y manteniéndolo en su facultad, incluso después de su condena. Robert Rubin y Lawrence Summers, exalumnos de la misma universidad, formularon la cruel política de "ayuda" del FMI a Rusia desde su puesto en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. La misma Harvard tenía poco reparo en beneficiarse de la miseria que había ayudado a infligir al pueblo de Rusia, ya que su patrimonio pasó de 4.000 millones de dólares en 1992 a 18.000 millones en el 2000.9

Bill Browder tenía razón al denunciar los "fundamentos malignos" y la "sucia deshonestidad de Rusia". Sin embargo, no explicó que se trataba en gran medida de la creación de intereses financieros occidentales que él también representaba. Decenas de millones de rusos soportaron una década de pobreza y humillación, y hasta seis millones de ellos sufrieron innecesariamente una muerte prematura. Es totalmente cínico y engañoso que Browder ignore a esos rusos como si fueran menos dignos que Sergei Magnitsky. Es profundamente hipócrita de su parte pretender buscar justicia para Magnitsky mientras guarda silencio sobre los millones de víctimas del asalto económico occidental a Rusia.

En cuanto a las loables audiencias de Harvard sobre las presentaciones del caso comercial de Bill Browder, estos jóvenes harían bien en no dejarse engañar y manipular emocionalmente. Para obtener una perspectiva adecuada sobre acontecimientos históricos tan importantes como la caída de la Unión Soviética y la subsiguiente transición de Rusia, se debe recurrir al pensamiento crítico y no al sentimentalismo mal encausado. Si acaso quisieran tener esa perspectiva, podrían pensar en exigir que sus profesores y exalumnos les dieran una explicación completa del papel de su universidad en la tragedia rusa. Pero no nos engañemos. El objetivo de las presentaciones de Browder en Harvard y en otros lugares no es dar a sus audiencias un relato honesto sobre Rusia. Es vender su historia y ganar aliados y partidarios en su implacable cruzada contra Rusia y su nuevo liderazgo.

Notes
  1. (Likoudis 2011)
  2. (Sailer 2014)
  3. (Wedel 1998)
  4. (Glinski and Reddaway 2001)
  5. (Sachs 2012)
  6. (Klein 2007)
  7. (Lundberg 1995)
  8. Éste no fue un caso en el que los bien intencionados funcionarios de Cambridge habían perdido el control sobre sus operativos con sede en Moscú y desconocían sus fechorías: en diciembre de 1993, menos de un año después de que comenzara el proyecto, Alberto Neri, uno de los funcionarios financieros de HIID con sede en Moscú, escribió al menos cuatro memorandos a la Directora Adjunta del instituto, Rosanne Kumins, advirtiéndole que Harvard era cómplice de irregularidades financieras y evasión de impuestos y que estaba permitiendo la diseminación de datos falsos, irregularidades en los contratos de trabajo y tergiversaciones de los gastos.
  9. Harvard Endowment realizó importantes inversiones en Rusia y participó activamente en la negociación de bonos del Tesoro rusos a corto plazo (Austin Fitts 2002).
grand deception krainer
Sobre el autor

Alex Krainer es un gestor de fondos de cobertura y escritor. Su libro, vetado por Amazon en septiembre de 2017, ya está disponible en formato pdf, kindle y epub en el siguiente enlace "Grand Deception: Truth About Bill Browder, the Magnitsky Act and Anti-Russian Sanctions" ("El gran engaño: La verdad sobre Bill Browder, la Ley Magnitsky y las sanciones contra Rusia"). La versión en tapa blanda ya está disponible aquí. Alex también escribió un libro sobre el comercio de materias primas.