Hoy somos testigos de uno de esos "delirios populares extraordinarios y locura de las masas" que se dan periódicamente en la historia del mundo y que fueron descritos tan elocuentemente hace doscientos años por Charles MacKay en su libro del mismo nombre. Supuestamente estamos ante una "emergencia climática" por el aumento del dióxido de carbono atmosférico, que en realidad es un gas benéfico esencial para la vida.
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El dióxido de carbono es, desde luego, un gas de efecto invernadero, y su aumento debería causar un cierto calentamiento de la superficie de la Tierra. Pero las observaciones de los climas presentes y pasados muestran que aumentos o disminuciones relativamente grandes en las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera sólo causan calentamientos o enfriamientos insignificantes de la superficie terrestre.

En los últimos dos siglos ha habido un calentamiento muy modesto de la Tierra, de aproximadamente 1°C. Al menos parte de ese calentamiento probablemente ha sido la recuperación natural de la "Pequeña Edad de Hielo", que terminó alrededor de 1800, pero el hecho es que no existe la menor evidencia de que el aumento del dióxido de carbono atmosférico desde ese año hasta la actualidad (de alrededor del 0,028% de la atmósfera hasta el 0,042%) haya causado ningún daño. Los índices de huracanes, tornados, inundaciones y sequías no han cambiado de manera apreciable desde 1800, y el ritmo de aumento del nivel del mar es prácticamente el mismo que hace un siglo.

Por otra parte, aunque el hecho se disimule con una propaganda abrumadora, más dióxido de carbono atmosférico también está aportando beneficios a la vida en la Tierra, ya que está aumentando los rendimientos de la agricultura, la silvicultura y la productividad fotosintética primaria en todo el mundo. Hay una buena razón para ello. Durante la mayor parte de la historia geológica de la Tierra, desde la evolución de las plantas y animales complejos hace aproximadamente 550 millones de años, los niveles de dióxido de carbono atmosférico han sido mucho mayores que los pocos cientos de partes por millón que han prevalecido en el tiempo geológico reciente. Las plantas crecen mejor con tres o cuatro veces más dióxido de carbono del que hay en la atmósfera hoy en día, con el beneficio añadido de que hacen un uso más eficiente del agua, que las plantas necesitan menos si hay más dióxido de carbono en el aire.

Es un hecho que la quema irresponsable de combustibles fósiles puede contaminar el medio ambiente. Pero esta contaminación, definida como aquello nocivo para la salud humana, no tiene nada que ver con el incoloro dióxido de carbono (que expulsamos, por ejemplo, cada vez que respiramos), sino con los muy diferentes óxidos de nitrógeno o azufre, las cenizas volátiles o los metales pesados producidos por la combustión de los combustibles fósiles; es decir, el humo gris o negro procedente de las chimeneas o los tubos de escape de los coches, y que debería ser objeto de una regulación que tenga en cuenta la eficiencia de costes. De hecho, existen formas efectivas y asequibles de prevenir las infames nieblas contaminantes que ya fueron un problema hace un siglo en Londres, Pittsburgh y otras áreas industriales.

Combustibles beneficiosos

Sin embargo, la contaminación producida por la quema de combustibles fósiles no debería hacernos olvidar que la revolución industrial que sacó a la Humanidad de la pobreza fue impulsada por los combustibles fósiles, y que gracias en gran parte al uso de combustibles fósiles baratos y fiables la gente hoy en día tiene más comodidades materiales que nunca y una vida más larga y saludable.

En la desgarradora obra de Sófocles Antígona, el coro griego canta: "Lo malo parece a veces bueno para aquella persona cuya alma empuja la divinidad al desastre". Sin dejarse intimidar por esta advertencia, Creonte, el engañado Rey de Tebas, procede a acabar con gran parte de su propia familia. No debemos permitir que los dioses o cualquier otra persona nos engañen para que confundamos lo que es bueno y lo que es malo en la política relacionada con el clima, pues podríamos causar fácilmente un gran perjuicio al mundo.

En este sentido, no debemos dejarnos llevar por políticas insensatas para "salvar el planeta" de amenazas inventadas. Abandonar todos los combustibles fósiles y la energía nuclear, abolir la ganadería y ceder el control de nuestras vidas a los autoproclamados y nuevos "reyes filósofos" no traerá ningún beneficio, sólo daño. Difícilmente se puede culpar a la gente bien intencionada, especialmente a la juventud, por estar alarmada por la "emergencia climática". Muchos han pasado toda su vida escuchando que las emisiones del "contaminante" dióxido de carbono pronto conducirán a un calentamiento global galopante que acabará con la vida tal como la conocemos. Esta alarma de nuestra juventud proviene en gran parte de nuestro sistema educativo y de los medios de comunicación, que se han convertido (ambos) en altavoces de propaganda para la histeria científicamente injustificada sobre el cambio climático.

Menos excusable es la muestra de vanidad e hipocresía de los miembros de muchas "élites" del mundo desarrollado, esclavos y a la vez custodios de la corrección política, que se apresuran a asegurar a cualquiera que les escuche que ven el clima del planeta derrumbándose a su alrededor. Como los aduladores del maravilloso cuento El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, niegan la desnudez del emperador asegurando que "no sólo sus colores y patrones son inusualmente finos, sino que la ropa hecha de esta tela tiene una maravillosa forma de hacerse invisible para cualquiera que no sea apto para su cargo, o que sea inusualmente estúpido". Sin embargo, los miembros de las clases menos privilegiadas, como los agricultores, pescadores, carteros, y la gente común que lidia con la meteorología y el clima día a día, no nota ningún cambio en las normales variaciones del clima, que siempre ha cambiado y siempre cambiará.


Alarma rentable

La causa menos excusable de la histeria climática es la codicia por el dinero y el poder. La alarma climática es muy rentable para muchas personas y organizaciones que afirman que "detendrán el cambio climático". Las organizaciones no gubernamentales "ecologistas" recogen donaciones de ciudadanos preocupados, los imperios académicos que se inventan horrores cada vez menos creíbles a causa del cambio climático supuestamente causado por el hombre son generosamente financiados, los periódicos y la televisión pueden aumentar su difusión con historias falsas o exageradas sobre apocalipsis medioambientales y, por último, los políticos pueden contar con el apoyo fanático de votantes sinceros pero engañados, que comprensiblemente quieren "salvar el planeta". El planeta no necesita ser salvado (excepto, tal vez, de los propios políticos), porque se está beneficiando del aumento de dióxido de carbono.

El gran presidente norteamericano Abraham Lincoln dijo una verdad eterna que tiene versiones en casi todas las comunidades humanas: "Puedes engañar a todo el mundo durante algún tiempo, y a algunas personas todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo". Tenemos que ayudar a los que han sido engañados con el clima a recuperar el sentido común.
Sobre el autor

William Happer es un catedrático emérito de Física en la Universidad de Princeton