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Dos años después del final oficial de la peor recesión desde la Gran Depresión, la recuperación de Estados Unidos demuestra ser una de las más decepcionantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Según una amplia gama de indicadores - el crecimiento del empleo, los niveles de desempleo, el crédito bancario, la producción económica, el crecimiento del ingreso, los precios de las viviendas y las expectativas de los hogares de bienestar financiero - la recuperación de la economía estadounidense desde el final de la recesión, en junio de 2009, ha sido la peor, o una de las peores, desde que el gobierno comenzó a seguir estas tendencias tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

En algunos sentidos, la recuperación es muy parecida a las registradas en los períodos de 1991 y 2001. Las tres estuvieron marcadas por el crecimiento gradual de la producción y el empleo en vez de la rápida recuperación económica típica de anteriores casos. Pero esta mejoría puede seguir deslucida por años, dicen muchos economistas, debido a la pesada carga de deuda de los hogares, un sistema financiero aún debilitado por la crisis hipotecaria, una confianza frágil y un gobierno con pocas opciones para estimular el crecimiento.

Hay facetas positivas. Las exportaciones, particularmente de bienes agrícolas y manufacturados, están mejorando, en parte debido a las pujantes economías de los países en desarrollo y a la debilidad del dólar. Se espera que las exportaciones repunten en el segundo semestre del año conforme se desvanece el sacudón temporal del terremoto de Japón en marzo. Como indicio de esto, el Instituto de Gerentes de Compras informó el viernes sobre un alza en la producción fabril para junio. Las ganancias empresariales, los precios de las acciones y la inversión empresarial están apuntalando la expansión.

Aún así, ajustes estructurales mayores están frenando la economía estadounidense.

Los bancos tienen menos capacidad o predisposición para prestar que antes de la crisis. Desde que comenzó la recuperación, los bancos han reducido el dinero que tienen disponible mediante líneas de crédito de US$3,04 billones (millones de millones) a US$2,69 billones y han reducido las líneas de crédito sobre capital inmobiliario de US$1,33 billones a US$1,15 billones, según el Banco de la Reserva Federal de Nueva York.

En general, el crédito bancario a hogares y empresas en EE.UU. ha caído 4% desde que comenzó la recuperación, algo que contrasta con otras recuperaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial en las cuales el préstamo usualmente repuntó.

Los estrategas, entretanto, están reacios a hacer más para estimular el crecimiento económico. La Reserva Federal ya ha reducido las tasas de interés a cero y ha tenido resultados débiles con la flexibilización cuantitativa (la inyección de dinero en la economía a través de la compra de valores). Un estímulo fiscal - ya sea por medio de reducción de impuestos o aumento del gasto gubernamental - parece improbable dado el alto déficit fiscal y los magros resultados de intentos anteriores.

El mayor problema quizá sea la deuda que tienen los hogares estadounidenses. En el apogeo de la bonanza económica en el tercer trimestre de 2007, las familias de EE.UU. habían tomado prestado colectivamente el equivalente de 127% de sus ingresos anuales para financiar las compras de casas, autos y otros bienes, en comparación con un promedio de 84% en la década de los 90. El dinero empleado para saldar esa deuda significa que haya menos disponible para compras nuevas. Para el primer trimestre de este año, los hogares habían reducido la correlación de deuda respecto de ingreso a 112%, en parte porque los bancos han catalogado parte de la deuda como incobrable.

Librarse de la deuda podría ser un proceso largo y lento. Para volver a la correlación de deuda e ingresos de la década de los 90 de 84%, los hogares tendrían que pagar otros US$3,3 billones de deuda, o registrar un alza en sus ingresos de US$3,9 billones. Eso es equivalente a alrededor de nueve años de crecimiento del ingreso en tiempos normales, calcula Dana Saporta, economista de Credit Suisse.

Las restricciones de la deuda son especialmente difíciles para los consumidores que antes de la crisis dependían de las tarjetas de crédito o líneas de crédito con garantía hipotecaria para seguir gastando cuando su ingreso caía. Ahora, muchas de estas líneas de crédito se han limitado o eliminado. Con menos acceso a crédito, muchas familias descubren que la única manera de llegar a fin de mes es reducir el gasto.

La deuda y el débil mercado laboral han perjudicado la confianza del consumidor, lo cual modera aun más su predisposición al gasto. La Universidad de Michigan revela que 24% de las familias espera estar mejor financieramente dentro de un año, el mínimo de esta medición en una recuperación desde la Segunda Guerra Mundial.