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El malestar social que generan la desocupación crónica y el deterioro de las condiciones salariales, así como el achicamiento de la capacidad de consumo, alimenta y exacerba el estado de frustración colectiva, provoca pérdida de confianza en los políticos y alienta las huelgas y estallidos sociales que comienzan a extenderse por toda la geografía europea y ya amenazan a EEUU. El sistema está en un punto de inflexión:
La pérdida de gobernabilidad.En este contexto hay que leer el reciente estallido social de los marginales en Gran Bretaña, el movimiento de los Indignados en España, y las protestas masivas contra el ajuste en Grecia, Italia y Francia.
La crisis fiscal de los Estados (que se expande por todo la eurozona) ya derivó en "crisis social" por medio de dos actores centrales: La baja de la capacidad de consumo y el desempleo crónico, que ya afecta a casi el 10% de la población, principalmente a los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad europea y estadounidense.
Pero a ese escenario emergente de la crisis que se proyecta desde el capitalismo central a la periferia, hay que agregar un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en París:
El 60% de la población activa mundial trabaja sin contrato de trabajo ni prestaciones sociales."Hay un claro vínculo entre empleo informal -sin contrato- y la pobreza", indica el informe que pronostica que en 2020 el trabajo sumergido implicará al 66% de la población.
La "crisis social" afecta de manera diferente en la pirámide social: En las clases altas y medias se proyecta como una
"reducción del consumo" (principalmente suntuario), en cambio en las clases bajas y marginales se expresa en la
desocupación y en una restricción del consumo de los productos básicos para la supervivencia (principalmente alimentos y servicios esenciales).