
© TepcoLa foto de la empresa Tepco muestra a sus trabajadores echando agua al reactor 4 de la central de Fukushima.
Fukushima es un tira y afloja constante desde hace cuatro días. De repente la temperatura de los reactores baja y el Gobierno japonés sale rápido a celebrarlo; más tarde aparecen humos sospechosos, el Gobierno aguarda en silencio y el pánico a la fusión nuclear reaparece.
A veces se pasa del optimismo a la alarma en un mismo día.
Los operarios de la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco) consiguieron enlazar un cable eléctrico a los seis reactores de la central, con lo que ahora sólo falta dotarlos de corriente. Pero, al mismo tiempo, la temperatura en el núcleo del reactor 1 ascendía sin ninguna explicación aparente y el reactor 3, el más peligroso por contener plutonio, echaba humo de nuevo, lejos todavía de estar bajo control.
La situación "sigue siendo extremadamente difícil", indicó el ministro de Industria, Banri Kaieda. El problema ahora no son los altibajos dentro de la central, sino las consecuencias que las emisiones radiactivas están teniendo sobre el entorno.
Según el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), en la localidad de Namie, a 20 kilómetros de la planta, el nivel de radiactividad ha llegado a ser 1.600 veces mayor de lo habitual, hasta los 161 microsievert por hora. Aunque de momento, en los lugares más alejados como las provincias de Saitama, Chiba, Kanagawa y la propia capital, Tokio, las mediciones realizadas por el Gobierno japonés, el OIEA, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y expertos estadounidenses indican que los niveles de radiación están aún por debajo de ser peligrosos para la salud.