La Ciencia del Espíritu
No cabe duda de que estamos viviendo la época de mayor acceso a la información, pero esta es más fragmentada, caótica y fugaz que nunca. Navegar por ese mar de información no nos garantiza la sabiduría, sino que nos sume en una especie de sopor inducido por el bombardeo de datos proveniente de diferentes fuentes, un estado de "atención parcial continua" que termina fragmentando y dispersando una de nuestras herramientas más valiosas.
Como dijera el premio Nobel de Economía Herbert Simon: la información consume "la atención de sus receptores. De ahí que el exceso de información vaya necesariamente acompañado de una pobreza de atención".

El tiempo de reacción a un evento estocástico (no determinista) es proporcional al recíproco de su probabilidad.
De forma no consciente, el cerebro realiza matemáticas complejas para procesar la información que procede del entorno a través de los sentidos.
Pero cuando se enfrenta a la eventualidad de prepararnos para el futuro, apura sus cálculos: no solo necesita saber qué va a ocurrir, sino también, y no menos importante, cuándo.
La nueva investigación ha descubierto cómo se las ingenia el cerebro para anticipar el futuro, ya sea en circunstancias normales o excepcionales: recurre a un sistema de pensamiento rápido y a la lógica difusa para que reaccionemos adecuadamente.
Desde la perspectiva de ciertos pensadores humanistas (por calificarlos de cierto modo), una de las características fundamentales de la cultura de nuestra época es la entrega a cierta forma de goce inconsciente que se fomenta sistémicamente, pues sirve a otros mecanismos sociales como la producción y el consumo de bienes y servicios, por ejemplo.
El placebo describe un efecto positivo sobre el organismo tras el uso de una sustancia cuyas propiedades químicas son realmente inocuas, habiéndose hecho conocido en particular por su presentación como comprimidos de azúcar "disfrazados" de medicamento real.
La evidencia acumulada sugiere que para este efecto pueden tener un papel fundamental las creencias y expectativas de la persona. En tal sentido, se entiende que el beneficio se asocia a variables internas cuyo análisis es esencial para comprender la respuesta individual al uso de todo fármaco o procedimiento terapéutico (con independencia de su impacto objetivo en el cuerpo).
Como muchas otras cosas en el ámbito de las ciencias, para el efecto placebo existe también un antagonista: el efecto nocebo. Este artículo versará precisamente sobre él, destacándose la naturaleza de una realidad menos conocida pero igualmente interesante.
Hablar de Friedrich Nietzsche es invocar forzosamente en la memoria su obra más popular: Así habló Zaratustra, donde desarrolla su más memorable teoría: la del superhombre.
En las traducciones inglesas de esta obra se solía utilizar, para la palabra alemana Übermensch, dos términos, en su momento casi indiferenciados: Superman y Overman. Sin embargo, el peso en la cultural popular del famoso cómic de Jerry Siegel, Superman, nacido en la década de los 30, obligó a usar el término Overman para, así, evitar confusiones (o memes). Por suerte, para los hablantes de español esta ambigüedad es prácticamente inexistente y apenas visible. Quizá sólo para los países en mayor contacto con Estados Unidos como México.
Las conversaciones que mantenemos nos definen, tanto de cara a los demás como en nuestro interior. Esos temas con los que nos obsesionamos y las palabras que elegimos terminan conformando nuestra realidad - una realidad que puede ser más o menos limitada y más o menos sombría según el curso que sigan nuestras autoafirmaciones.
Por supuesto, pensar que seremos capaces de enfrentar un reto, no es una garantía de que saldremos victoriosos, pero decirnos que no lo lograremos es una garantía de fracaso. Por eso vale la pena girar los reflectores hacia adentro y empezar a cuestionarnos nuestro diálogo interno, sobre todo si usamos un lenguaje limitante y nos enviamos mensajes nocivos con el potencial para causar estragos en nuestra salud mental.
¿Qué es el diálogo interno?
El diálogo interno son nuestros pensamientos, esa voz dentro de nuestra cabeza que va comentando todo lo que nos sucede y se ejecuta casi todo el tiempo, de manera consciente o inconscientemente.
Inconsistencias lógicas del relativismo:
El relativismo pretende ser una verdad absoluta. Ergo, se contradice en sus mismos principios:
1. Si todo es relativo, el relativismo también debe serlo. Si el relativismo es relativo, se autoanula y deja espacio para lo absoluto.
2. Si no todo es relativo, entonces existe lo que no es relativo: lo absoluto.
En ambos casos lo absoluto es un hecho.
Lo relativo no podría subsistir sin una base absoluta que lo posibilite: lo particular no existe sin lo universal ni lo parcial sin lo total.
El relativismo o la tendencia a relativizar todo es irracional y no tiene asidero en la realidad. Ha sido promovido por el marxismo cultural con el objetivo de desestabilizar todas las bases y principios de la cultura occidental.
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La afirmación «todo es relativo excepto lo que no lo es» implica contradicción. Puesto que la palabra «todo» incluye todo, «lo que no lo es» no podría existir, porque estaría incluido en ese «todo» que es relativo. De no existir, se aceptaría que todo es relativo, sin excluir a aquello que no lo es. Y esta última afirmación, «todo es relativo», es lógicamente inconsistente y fue refutada inicialmente.
Comentario: Una interesante reflexión que muestra la inconsistencia del relativismo, así como la razón por la cuál tampoco estaría bien ir hacia el otro extremo y volverse absolutista. La realidad no es 'blanca o negra', sino que tiene matices, grados, órdenes y jerarquías que dan forma y sentido a la existencia.
Y lo más absurdo es que los posmodernistas terminan siendo más bien absolutistas en su comportamiento y visión, debido, precisamente, a la falacia de su planteamiento "relativista" que, en esencia, busca eliminar los grados, niveles, órdenes y matices para que finalmente no podamos distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo bello de lo feo, etc. Así, las personas pierden su brújula y sentido y quedan a merced de quien dicte las normas según sus propios intereses.
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Sin embargo, a veces, pensamos que son más las personas quienes piensan igual que nosotros que las que realmente son. Esto es, básicamente, lo que se ha llamado efecto de falso consenso, que vamos a abordar más a fondo a continuación.
¿Qué es el efecto del falso consenso?
El efecto de falso consenso es un sesgo cognitivo, el cual consiste en una tendencia a pensar que son muchas personas quienes opinan o piensan de una manera parecida a uno mismo. Es decir, consiste en sobreestimar el grado de acuerdo que los demás tienen para con las mismas ideas, actitudes o comportamientos.
Las personas queremos sentirnos apoyadas, por este motivo es común presuponer que las creencias, predilecciones y hábitos propios también los comparten o realizan otras personas. De esta forma, al pensar que no se es el único que piensa o actúa de una determinada forma, se maximiza la confianza en uno mismo.
Este fenómeno no es patológico ni tampoco supone un problema real por sí mismo. Todo el mundo quiere pensar que su forma de ser no es 'rara' ni 'está mal'. Lo que sí se podría considerar como algo problemático del efecto es el de pensar que son muchas más las personas quienes piensan de una determinada forma, pensando que se dispone de un más que extenso consenso.
Lamentablemente, la ciencia no suele hacer concesiones; su función no es escribir cuentos navideños con bonitas y enternecedoras moralejas. Así que esta buena noticia venía acompañada de otra mala. El estudio también demostraba que el espíritu navideño no estaba presente en el cerebro de muchas personas. Y no lo estaba no sólo porque a algunos las navidades nos les hagan muy felices, más bien les estresan, sino porque sencillamente no han desarrollado ese estímulo, bien porque provengan de una cultura distinta, donde la Navidad no se celebra, bien porque, aun siendo de raíces cristianas, asocian las fiestas navideñas con sentimientos negativos.
Un estudio publicado en la Asian Journal of Psychiatry reveló que existe una correlación entre la intolerancia a la incertidumbre y una mayor ansiedad. Otra investigación realizada en la Universidad Laval demostró que, a menor intolerancia a la incertidumbre, más preocupaciones y pensamientos negativos recurrentes experimentaremos.
La intolerancia nos encierra en el bucle de nuestros pensamientos y forma de ver la vida, un bucle que puede llegar a ser extremadamente malsano. Ser tolerantes, al contrario, puede ayudarnos a adaptarnos mejor a las condiciones del mundo, aceptar lo diferente y ser más benevolentes y comprensivos con los demás y con nosotros mismos. Por eso, la tolerancia no es una cualidad que le "debemos" a los demás, sino a nosotros mismos.
La intolerancia "apaga" nuestro pensamiento
Un estudio realizado en la Universidad de California confirmó que las personas más intolerantes hacia creencias diferentes suelen tener un menor nivel intelectual y educativo, así como una estrechez de miras respecto a todo lo que vaya en contra de sus creencias e ideales. Estas personas también experimentan una mayor inquietud e incomodidad en las situaciones sociales y son más propensas a verse como víctimas y explotados, así como a quejarse de insatisfacciones personales, dificultades y molestias.
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