La izquierda ha perdido espacios.
Ángela Rodríguez Pam, Irene Montero
© FacebookÁngela Rodríguez Pam, Irene Montero e Isa Serra, exministras del ministerio de Igualdad en España.
Si algo hemos comprobado recientemente es como la izquierda está perdiendo la calle y la contracultura. Ha perdido la contracultura desde el momento en que difunden masiva y oficialmente, a través de instituciones regadas de dinero público, unas propuestas alocadas, sectarias y sin sentido, como las woke. Esta izquierda, que se lanzó a los brazos ideológicos de la postmodernidad, ha conseguido la omnipresencia de su discurso hasta el hastío a cambio de haber perdido cualquier crédito, verdad y sentido en el cambio que buscaban.

Una prueba de ello es ver como antes ser "rockero" y "obrero" tenía un atractivo contracultural y por eso eran de izquierdas, mientras que ahora empiezan a no serlo. Frente a ellos surgen cada vez más artistas, intelectuales, periodistas, escritores, deportistas y famosos -muchos de ellos con estilos de "rockero" u "obrero"- con un mensaje contrapuesto al de la izquierda postmoderna. Lo paradójico es observar cómo sufren la pisada de los que ahora están arriba, aunque, no se arredran frente a la cancelación imperante por defender algunas verdades de toda la vida. Verdades por las que hoy te tildan de "facha". Y es que parece que algunos se han empeñado en conseguir que la verdad hoy día sea facha.

Por otro lado, vemos como también están perdiendo la calle cada vez más. Valga traer aquí los acontecimientos de Ferraz, las masivas manifestaciones por la unidad de España ante los desvaríos del gobierno de Sánchez, o las huelgas de agricultores y transportistas. En ninguno de esos actos se coreaban consignas de la izquierda. Es más, en muchos de ellos se palpaba la protesta ante el abandono por parte de este brazo ideológico de muchas de sus propuestas. Por otro lado, los encuentros recientes que vemos de la izquierda en la calle no llegan ni a la sombra de lo que fueron, llegando a estar protagonizados por tan solo una masa boomer muy encarrilada en su estilo de vida y pensamiento o por algunas feministas desquiciadas.

Lo sorprendente es que estos espacios que está recuperando una "no izquierda" no vienen de la mano de la tradicional "derecha liberal". Muchos politólogos se empeñan en situar este nuevo movimiento en la "derecha", «porque tendrá que ser "derecha" si no es "izquierda"», asumen. Una vez más hay quién se cuestiona si aún tienen cabida estas categorías... Algunos lo llaman derecha postliberal, otros nueva derecha, derecha alternativa, derecha social, derecha iliberal, rojipardos, derecha punk... Todos ellos coinciden en que el sistema socioliberal y democrático de partidos en el que vivimos ha fracasado.

El juego del liberalismo en la derecha

Pero ¿quiénes son? Para buscar una respuesta, hay que entender el recorrido de esta "derecha". Durante la Guerra Fría, en el fragor de aquella dialéctica cultural, se hizo necesario aunar las fuerzas ideológicas de la "derecha" para hacer frente común a las ideas marxistas. Con la fusión entre liberales, conservadores y neoconservadores, bajo un sistema democrático de partidos, se consiguió abanderar la causa americana. Pero poco a poco, los liberales, desde su sentido más utilitario establecieron el marco de diálogo que dejó fuera a la mitad de las propuestas conservadoras, las cuales se acabaron inmolando por lograr la ansiada victoria. Para más inri, la otra mitad se vieron lastradas y desprestigiadas por el fracaso del intervencionismo neoconservador durante la Guerra. Por tanto, ese "fin de la historia" de Fukuyama acabó con el triunfo de una sola rama dentro de la derecha: la liberal, que estableció un marco creyendo que, solo con la ley en la mano y el bolsillo lleno, se puede llegar a convivir y prosperar. Y a esto lo llamaron "democracia".

Pero al mismo tiempo, ese liberalismo encontró una manera sutil de sobrevivir y finalizar el conflicto. Encontró en sus postulados más materialistas un posible abrazo entre el consumismo y el comunismo. Surgió, así una simbiosis de ambos bloques (capitalista y soviético) en un movimiento llamado la "nueva izquierda", una suerte de socialismo con el que sí estaba dispuesto a entenderse. Esta convivencia entre la praxis del liberalismo y la teoría del nuevo socialismo europeo nació en Mayo del 68; y desde entonces ha ido evolucionando y actuando poderosamente -contraculturalmente- en todos los ambientes de la cultura hasta llegar al poder.

Un poder que esa derecha liberal no ha querido ocupar, porque dada su naturaleza -con su laissez faire- prefiere vivir de espaldas a él. Y sin quererlo, o no, prefirió que fuera ocupado por su nuevo compañero de viaje. Todo parecía que no le preocupaba. Ya había ganado la guerra, y creía que con ese "contrato social" -positivista- y mucho dinero para acabar con la desigualdad, se pueden solucionar todos los problemas políticos. Así es como nos hemos visto abocados a convivir bajo Estados burocráticos, sin proyecto ni nación, con ordenamientos jurídicos hiperregulados, y a merced de cualquier berrinche, al que llamaron "bienestar". La política para ellos ha consistido en configurar repúblicas de individuos y ciudadanos sin polis.

Pero no ha funcionado así su compañero de la nueva izquierda ante el poder. Ella supo ocupar con su discurso, las esferas culturales que el liberalismo retiró a los conservadores para acabar con la dialéctica de la Guerra Fría. Los liberales se quedaron con la práctica y la izquierda con la teoría. Los primeros con el "cómo hacer" y los segundos con el "qué hay que hacer".

De esta manera, hemos visto como esa derecha que aunaba propuestas liberal-conservadoras, acabó por relegar de ellas para acercarse a su rival de la izquierda, con un diálogo que tampoco le perjudicaba, ni le beneficiaba, sin más, sobrevivía al conflicto y mantenía bajo control sus intereses.

La muerte de los conservadores y el nacimiento de los mantenedores

A finales de la década pasada, hubo sonados debates sobre cuál era el futuro de los conservadores, tras el lastrado fracaso de la derecha desde finales de la Guerra Fría, hasta el auge de la nueva izquierda en los comienzos del siglo XXI. Uno de los más conocidos es el de David French y Sohrab Ahmari. French aseguraba, que el marco de diálogo establecido por la derecha liberal era el correcto, porque permitía un consenso que se debía mantener. A lo que Ahmari contraponía que la nueva izquierda no respetó nunca esos marcos, se anticipaba por tanto a los consensos, y a se puede añadir que en muchos casos incluso se los había trazado, porque, «hasta cierto punto, ésta nueva izquierda preocupada de las causas sociales y culturales que los liberales obviaban, ya habían tenido su encuentro ideológico». Por este motivo la derecha liberal se fue adaptando a ellos, alejándose cada vez más de los conservadores, los cuales quedaron en el olvido.

Así llegó la izquierda, de una forma renovada y en connivencia con la derecha, a lograr sus postulados revolucionarios. Y desde hace décadas actúan en el poder. Paradójicamente, cualquier crítica a esta visión hoy en día, es considerada como subversiva. Actualmente son «conservadores» los que defienden ese marco de convivencia; aquellos que de espaldas al poder y convencidos de que un Estado técnico y burocrático, con suficientes normas y dinero para saciar los complejos de igualdad, es suficiente para que cualquier individuo viva en sociedad. Estos nuevos conservadores, tienen dos caras: la de "la Charo" protestona que encarna esa nueva izquierda, o la de "José Luis el boomer" que configuraría la cara liberal. La primera se encarga de seguir agitando el delirio de una revolución desde la inoperancia y el fracaso. El segundo, critica escéptica y arrogantemente cualquier propuesta de cambio, como si todo ya se hubiera logrado y fuera innecesario, e incluso perjudicial para la individualidad de sus bolsillos. Aparentemente se miran con recelo, pero conviven amigablemente desde lo alto.

Para salir de ésta hay que recobrar

Estos conservadores de hall, mantenedores por diferenciarlos de otra manera, ven los toros desde la barrera y creen que una faena solo se tercia con aficionados, unos que gritan como verduleras y otros que se mofan tan ufanos. Pero no, es necesario que se baje y se toree. Este bajar a torear era lo que insinuaría Ahmari como la propuesta necesaria para regenerar la derecha: reocupar los espacios culturales perdidos ante la nueva izquierda y la derecha liberal. Por tanto, es necesario bajar al ruedo e ir a matar. Algunos seguirán sin verlo, porque confían en la pervivencia del marco, y creen devotamente que ha sido lo más avanzado y útil que se ha conseguido en el debate de las ideas durante la democracia reciente. Pero Ahmari alertaría, a lo que queda de «derecha» dentro de esos "mantenedores": «fue la izquierda la que trazó el marco y nunca lo respetó».

Surge por tanto hoy en día la cuestión de qué es un conservador si ya no queda nada que conservar. Y esta pregunta en España es más alarmante. Desde el triunfo de Zapatero en 2004, hemos visto como la nueva izquierda ha ido ocupando todas las esferas culturales, para que durante las legislaturas de Rajoy, tan legalistas, liberales, tan del diálogo y el marco, fueran tan paradójicamente conservadoras y no se empeñaran en revertir los cambios culturales zapateriles. Fue en 2019 es cuando llegó definitivamente esa nueva izquierda al poder, tras haber conseguido su transformación cultural, que sin ceder un ápice consiguió imponerse a la derecha liberal. Ahora tienen mucha fuerza, se adueñan de las instituciones y medios, y anegan todo el Estado, para volcarlo hacia sus fines ideológicos.

El pensamiento progresista es el único, si estás fuera estas cancelado. Han logrado un nuevo Estado confesional que anuncia las nuevas verdades. Se están cambiando los mitos y están conformando una nueva tradición. Ellos son ahora los conservadores de su nuevo sistema. A quien disienta solo le queda recobrar lo perdido. Es el tiempo de una nueva reconquista, y ésta ya ha comenzado.