
© Desconocido
En algunas ocasiones es muy difícil demarcar un límite claro entre la locura y la cordura, e incluso la maldad. Esto se debe a que ese límite, no es precisamente claro en la vida real, sino más bien "borroso".
Jueces, abogados, psiquiátras y otros terapeutas, consejeros y profesionales de la salud mental y del campo legal, suelen sostener que si una persona es razonablemente consciente de sus acciones, por lo que refiere a su actividad cotidiana, y puede discernir entre el bien y el mal, entonces no se la considera una persona mentalmente enferma, sino una persona con problemas de carácter moral y es perfectamente imputable.
Por el contrario, una persona que causa daño, pero no es capaz de controlar sus acciones en la vida diaria ni tiene claro la diferencia entre lo que es bueno y lo que es malo, es una persona que presenta trastornos psicológicos o problemas físicos, incluso (de tipo neurológico, por ejemplo) y, por ende, no puede ser sentenciada a prisión, sino que debe ser remitida a un hospital de salud mental.
Pero, el mayor problema es el que enfrentan tanto abogados, jueces, psiquiatras y psicólogos, como cualquiera de nosotros, al relacionarnos con un psicópata.