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La gran industria farmacéutica tal y como la conocemos, eso que se ha dado en llamar Big pharma, está en crisis. Los grandes laboratorios tienen
varios problemas que resolver: falta de
novedades medicamentosas, competencia feroz de fabricantes de genéricos, un público preocupado por la seguridad de los productos y frecuentes falsedades en las promesas de
marketing. En suma, el viejo modelo está acabado, pero todavía no se sabe cómo va a ser el nuevo.
Durante los últimos años estas compañías no están encontrando la suficiente cantidad de
nuevos principios activos que patentar y ello se junta con que están caducando las
patentes de los fármacos superventas. En plena crisis financiera global, las administraciones públicas, en general, están optando por la receta de genéricos. El modelo de marketing basado en la
compra de la voluntad de los médicos para que receten las novedades de los laboratorios
tiene cada vez más resistencias. Y por si fuera poco durante los últimos años asistimos a un incremento de los escándalos por los graves efectos adversos de muchos medicamentos, lo que supone un
fracaso en la regulación del mercado.
Ningún medicamento tiene "coste cero". Es decir, todos los fármacos poseen efectos adversos aunque frecuentemente son
minimizados o desconsiderados en los estudios y la publicidad. No es un problema teórico como ilustran algunos escándalos recientes que el médico y coordinador de la Plataforma No Gracias por la regeneración ética del ámbito sanitario, Carlos Ponte, resume así (y no son todos los casos, claro, podríamos seguir con Agreal, los bifosfonatos, los anticatarrales que llevaban fenilpropanolamina, etc):